Salían de cada esquina,
de cada primavera,
luciérnagas de azahar hechas a fuego lento,
dispuestas a cortar
con el hacha indecisa de su sudor ambiguo
las mañanas,
las tardes,
las caracolas,
los refugios,
los tratados de paz
y las dispersas noches.
Niños/hombres de piedra
en la ciudad desierta durante la caída de la ira del cielo,
rompían sus muñones la lente de la cámara
como una piedra lenta,
como una lenta piedra,
como un batir de alas,
de pisadas,
de alaridos,
en una habitación vacía
repleta de fantasmas.
El dulce sabor del metal
(como la hiel
incluso como la misericordia
como el chocolate de una nochenueva
de un año viejo
en una ciudad tan misteriosa y cósmica
como madrid)
posado en el arrecife/sien de coral,
en las fantásticas pestañas/ventanas
que cubren iguanas retorcidas;
ojos,
ojos,
el artero proyectil
o la afilada aguja.
Niños que se fueron corriendo a no saber más nunca
de macroeconomía,
de colibríes y alboradas,
del increíble,
casi mágico,
salado sabor del sexo de nuestras noches
seminales de nieve y plenilunio
atravesadas por el canto de grillos y cigarras.
Se fueron con los muñones repletos de mirtos y arrayanes
con los que harían cera, igual que las abejas,
para tapar los tremendos,
lacerantes,
conmovedores
agujeros negros de sus espacios/estómagos.
Sus ojos no verían nunca el infinito crepúsculo
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dalí kurosawa passolini path metheny corea
ni podrían decir, como los niños de Alan Parker,
hey teacher
hey teacher
ellos, los niños
de beirut, de managua,
sarajevo o basora,
de ramallah
o de gaza
oirían por última vez
el canto de los grillos,
de las cigarras
de plomo.
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Paco Moral (Madrid, España 1961)