Prólogo a libro Invitación a la lectura, de Camila Henríquez Ureña
El conjunto de ensayos reunidos bajo el título Invitación a la lectura (1) está concebido para enamorarnos de los libros. Persuadirnos, con acento de generosidad y lucidez de miras, de los tesoros de saber y placer que nos aguardan en la poesía, la novela, el ensayo, el teatro, la biografía. La autora delinea con precisión el proceso mediante el cual se forman lectoras y lectores inteligentes. Con admirable perspicacia discurre sobre mitos, símbolos, historia, religión, cultura, crítica, y formación de criterio en el lector. Su preocupación capital es enseñar a leer, a comprender, a combinar sensibilidad y razón en un proceso empático, dinámico.
Esta obra es atractiva para todo público e imprescindible para educadores y educadoras. Contiene una elaborada propuesta de educación literaria, cimentada en una visión comprensiva (abarcadora) y responsable, vastos conocimientos y fe en las potencialidades de estudiantes y lectores. El conjunto es una ecuánime y luciente defensa de los libros, considerados como amigos y única puerta para acceder al acervo cultural de la humanidad y ser personas libres, con criterios y capacidad de hacer elecciones.
En los once ensayos que componen la obra, correspondientes a una serie de conferencias dictadas hace más de medio siglo, su autora destila sus experiencias de muchas décadas, su visión de la literatura, su sistema para enseñar a leer, su postura vital. El conjunto, de palmaria vigencia, es síntesis sustantiva de una formidable erudición al servicio de un propósito pedagógico: aproximarnos al espléndido universo de los libros, inspirarnos a ser lectoras y lectores que alimentan su espíritu en una fuente inagotable.
Puede afirmarse que Invitación a la lectura es un curso de literatura diseñado con esmero de artista y conciencia de época para que quienes lo apliquen continúen enriqueciéndolo a la luz de los nuevos ingredientes y retos surgidos del movimiento de las ideas y la creación. Es un curso completo y, a la vez, abierto, con la flexibilidad de las cosas vivas. Camila Henríquez Ureña retrata en él las motivaciones que confirieron encanto a su labor académica, la calidad que premió su dedicación, el brillo de un pensar que discurre cómodo en la ausencia de publicidad. («El silencio es el sol que madura los frutos del alma»(2), expresó Maurice Maeterlinck, autor del que ella recomienda El pájaro azul y La vida de las abejas como lecturas escolares).
Cada uno de los ensayos posee su valía, en tanto condensada y, a la par, expansiva reflexión que va al meollo del asunto, trátese de arte literario, poesía, novela, ensayo, teatro, biografía. En todos incita a la formación de criterio, al discernimiento, al hábito de lectura.
Seguramente se aprovechan más leídos en secuencia, pero imagino, por ejemplo, a los integrantes de un taller de narrativa inmersos en el análisis de los ensayos sobre la novela y su evolución, a estudiantes de teatro haciendo lo propio con «Estructura de la obra dramática». Ningún docente de literatura, ninguna escritora o escritor dominicano, debe privarse de leer el libro entero. Además de aprovechar los frutos del mismo, querrá seguir conociendo a una de las ensayistas más notables del Caribe en el siglo XX (incluidos hombres y mujeres).
Se necesitaría leer un significativo número de libros para igualar el conocimiento que puede adquirirse en esta obra. Y, aunque se leyeran centenares de páginas de aquí y allá, sería una suerte encontrar pasajes que seduzcan tanto como muchos de los surgidos de la pasión intelectual de Camila Henríquez Ureña.
Leer es auspicioso, es el mensaje que subyace en su discurso. Nos aclara dudas de esas que solemos arrastrar quienes no hemos recibido una formación guiada y sistemática en torno a los lenguajes, la historia literaria, los géneros, la relación literatura oral y literatura escrita, entre historia y literatura, lenguaje literario y lenguaje corriente (coloquial, jergas, argot).
De lo primero que se ocupa es de establecer las diferencias entre literatura y bellas artes, lenguaje científico y lenguaje literario, literatura y «grandes obras». Y lo hace con jugosa morosidad de matices y ejemplos.
En cuestiones claves, como la función de la literatura, la autora no se ciñe a ofrecernos su parecer, ahonda y expone voces y perspectivas plurales. Su sistema consiste en avecindarnos en el corazón del saber, donde se oxigena la sangre de muchas corrientes. Donde no hay nada estático y todo, aun las zonas laberínticas, despierta nuestro apetito de exploración, sed de verdad, de belleza.
Página tras página, Camila Henríquez Ureña nos inspira a descubrir en la literatura lo que no podemos hallar en otro campo, a encontrar en la obra lograda resonancia de todo lo humano, constelaciones de preguntas, sentimientos complejos, provocación a nuestros latentes talentos, estímulos a la generación de criterio e ideas, en suma: conocimiento y placer específicos al arte literario.
Por doquier, abundan granos de materia estelar; síntesis en las que su pensamiento y experiencias son indisociables de la biblioteca universal en la que ha bebido durante toda su vida. Veamos algunas. «Somos siempre contemporáneos del poeta». «El poeta tiene que insistir en la poesía como victoria sobre la palabra». La intensidad de la expresión verbal, recurso de la poesía, «implica una intención de cambiar, de transformar los poderes del lenguaje». «Creo que cada novela […] tiene sus características propias, y que nuestro juicio personal deberá basarse en primer término en lo que de esas características podamos apreciar». «La falta de desarrollo del hábito de lectura puede hacer al individuo permanentemente ignorante». «Leer novelas es un arte difícil; exige a la par finura de percepción y audacia imaginativa». «Y persistirá la biografía, porque el hombre sentirá siempre la necesidad de conocer al hombre; de llevar hasta el límite el descubrimiento de sí mismo».
Este fascinador y meditado elogio al libro y a la lectura, esta convocatoria a leer, cae como anillo al dedo en nuestro país, tal si se hubiese escrito tras un minucioso examen de uno de los más persistentes problemas en nuestra cultura, en nuestra educación: el bajo nivel de lectura, el marginado rincón asignado a la literatura, el eclipse o el olvido de la función de las bibliotecas públicas, la insignificancia a la que se han condenado la Ley del Libro y Bibliotecas y casi cualquier otro intento de atenuar el problema (recuérdese el cementerio de bibliobuses).
«Creer cinco cosas increíbles antes del desayuno»
Es común escuchar a profesores de distintas universidades lamentarse de que sus estudiantes son renuentes a leer una novela que exceda las cien páginas. No les importa el contenido, solicitan sin tapujos que les asignen obras cortas, de tramas simples, acordes con su pereza intelectual.
La pobreza de lectura es el inconveniente más advertido y menos resuelto en nuestra cultura. Ha sido señalado de manera persistente como una falla en el sistema educativo que afecta a todos sus objetivos, un obstáculo para el desarrollo editorial, una barrera para el crecimiento en calidad y cantidad de obras de autoras y autores, una situación que limita la expresión del pensamiento y nos sitúa en desventaja frente a extranjeros.
Muchos quieren achacarlo al vértigo tecnológico del mundo de hoy, como si se tratara de circunstancias recientes. Hay quien se atreve a decir que el libro físico es obsoleto. Otros afirman que las bibliotecas carecen de usuarios. O que no hay tiempo para leer una obra de más de veinte páginas. Conforme a esta miopía, deberíamos recortar nuestro intelecto, achicar nuestra imaginación, plegar nuestra humanidad. O, por el contrario, escuchar a Camila Henríquez Ureña, quien exhorta a leer lo bueno, lo excelente, y estuvo convencida de que «las obras maestras deben figurar siempre en primer término en todo plan de lectura bien organizado». Al lector con falta de imaginación le recomienda que siga el ejemplo de la Reina Blanca (en Alicia en el país de las maravillas), «que se esforzaba en creer cinco cosas increíbles todos los días antes del desayuno».
«Mi misión profesional es enseñar a leer», reitera una y otra vez, sin sombra de duda, la autora de Ideas pedagógicas de Eugenio María de Hostos, para quien los libros conforman una suerte de patria extra, pletórica, estimulante. Hábitat inmortalizado por la labor de una multitud no numerosa.
Insiste en que «el desarrollo del pensamiento humano en la época moderna es, fundamentalmente, obra de la lectura inteligente». Cree, con Alain (3), a quien cita con frecuencia, que enseñar a leer bien debería ser la base de toda enseñanza. «Mi misión profesional es enseñar a leer. Enseñar literatura no es, no debe ser en esencia otra cosa que enseñar a leer, cultivar en otros como en nosotros mismos el gusto por la lectura», expresa Camila Henríquez Ureña, en su ensayo «El lector y la crítica», en el que señala, asimismo, que enseñar a leer presupone una adecuada orientación. Y es lo que ella pone en práctica no solo en las aulas, sino también en sus conferencias, sean estas en una cárcel de mujeres o en un ateneo, y en sus escritos. De ahí que, mientras nos está induciendo a pensar, a imaginar, nos traspasa la agradable impresión de estar siendo escuchados por la maestra. Sin que apenas nos percatemos, nos va enseñando a extraer zumo solar de las páginas leídas, a participar mediante la reflexión y las preguntas. A juzgar, de algún modo. Un docente que permite que estos ensayos le cautiven, experimentará lo que es enseñar a apreciar de forma viva la literatura. Y en este punto se hará evidente que Camila Henríquez Ureña, reacia a todo género de afectaciones, logra contagiarnos su pasión por los libros porque es una maravillosa lectora, una infatigable exploradora, colmada de curiosidad y asentado asombro. (Quien no siente entusiasmo por los libros, ¿cómo podría enseñar a buscar en ellos conocimientos y gozo?).
La serie de ensayos (escritos para conferencias) apunta a un propósito: incentivar la buena lectura. Mostrar con incontrovertible argumentación y formidables ejemplos (obras, autores) que, como bien afirmó Aristóteles, la lectura produce un goce que le es «peculiar y propio». La literatura implica saber y placer. Se ocupa del suceder imaginario, nos dice Camila. Es arte, arte literario, expresión, comunicación. «Sin intención estética en el lenguaje no puede haber literatura», concluye en el ensayo primero de la serie, en el que resalta la especificidad del saber inherente a la obra literaria. Esta es, en cierto sentido, «pura experiencia» comunicada, que entraña imaginación en libertad, una actitud espiritual y una intención en quien la escribe.
Ideas y creaciones de poetas, novelistas, filósofos, educadores son reunidas por el enciclopédico intelecto de la maestra domínico-cubana, quien nos invita al banquete sin fin. Clásicos, contemporáneos, antiguos, vanguardias, todos se mueven con naturalidad en la voz y la pluma de la autora de «El arte de leer». Homero, Cervantes, Alfonso Reyes, García Lorca, Virginia Woolf, Milton, Virgilio, Eliot, Goethe, Shakespeare, Montaigne, Unamuno, Victor Hugo, Menéndez Pidal, Juan Ramón Jiménez, Dante, Francis Bacon, H.G. Wells, José Martí, Rubén Darío, Maupassant… Visiones sutiles y poderosas discurriendo en una duración propia de comunidad sin fronteras, de la que forma parte Camila Henríquez Ureña en calidad de anfitriona, creadora de saberes y edificadora de puentes hacia nosotros. (Hemos de confesar que extrañamos en ese concierto más voces femeninas. Sor Juana Inés de la Cruz, Teresa de Ávila, Gabriela Mistral, Carmen Laforet, Charlotte Brontë…).
Camila Henríquez Ureña le confiere especial atención al lector. Este no es un recéptalo al que atestar de «cultura», tampoco equivale a barro moldeable por especialistas. Es una persona que merece la mejor de las orientaciones. Sea joven o adulta, posee una historia personal, imaginación, gustos, capacidad de pensar. La autora de Invitación a la lectura concuerda con Virginia Woolf en que la independencia es la cualidad más importante de un lector. «Permitir que unas autoridades, por muy cubiertas de pieles sedosas y muy togadas que estén, entren en nuestras bibliotecas y dejar que nos digan cómo leer, qué leer, qué valor dar a lo que leemos es destruir el espíritu de libertad que se respira en esos santuarios», había escrito la novelista inglesa en ¿Cómo debería leerse un libro?, ensayo citado más de una vez por Camila. Ambas escritoras saben que el hábito de lectura se forja con buen gusto y libertad.
Leer con prejuicios, reparos, desgana e ignorancia conduce a un despilfarro de tiempo y energías. Enseñar a leer implica suscitar interés por las obras de reconocido valor literario al tiempo que se favorecen la apertura mental, la curiosidad, la manifestación del juicio propio, aun este fuese, al principio, torpe, limitado. Hemos de creer que mejorará conforme crezca el entusiasmo por las buenas obras. «Todo lector, consciente o inconscientemente, tiende a analizar lo que experimenta al leer», piensa Camila, y exhorta a que anotemos las impresiones e ideas surgidas en el curso de una lectura, las cuales, eventualmente, se podrían convertir en valiosa crítica.
No existen normas absolutas para juzgar una obra. La oportuna orientación a los estudiantes, de quienes se espera aprecien una buena obra literaria, incluye la flexibilidad para que realicen sus propias deducciones, a la luz de su carácter y expectativas. Esto no es menos importante que las pautas que les son dictadas para aprovechar la lectura en su formación.
Los libros representan la cabal democracia. Todas las puertas que simbolizan están siempre abiertas a todas las personas, de todas las edades, de todas las condiciones. «Puede ser que el que no haya formado temprano el hábito de leer no pueda sentir desde el principio arder en su espíritu la llama del entusiasmo, no importa, hay que ponerse en contacto con nuevas obras notables, y esperar…», observa la mujer que vio la luz en la pequeña Santo Domingo de 1894, y cuyos saberes harían escuela.
Los dones de Camila Henríquez Ureña
De una estirpe de maestras y maestros, Camila hereda la vocación y continúa la tradición familiar que tan significativa influencia ejerció en la educación dominicana. Se convierte en maestra por excelencia, al igual que su hermano Pedro. Inclinaciones pedagógicas, acuciosa inteligencia, disciplina académica, pasión por la cultura fueron características de ambos. Los dos, de pensamiento soberano, iluminaron los ámbitos en que se desenvolvieron. Pedro es conocido y admirado en todo el continente. Tardíamente empezaríamos a enterarnos en República Dominicana del calibre intelectual de su hermana menor.
Miles de páginas manuscritas o mecanografiadas atestiguan la consagración de Camila Henríquez Ureña a las letras y a la enseñanza. Como notas de una música universal, en todos sus escritos se percibe el influjo que los libros ejercieron en su constitución de humana a quien la vida le deparó un destino acorde con su vocación. Su grandioso legado intelectual la sitúa como escritora, crítica y pensadora estelar del Caribe hispano. Es ella la gran ensayista dominicana del siglo XX.
La hija de Salomé Ureña fue una muestra de ese pujante genio femenino que se manifestó en creadoras, pensadoras y científicas en el siglo XX. Genio floreciente en la libertad conquistada por las mujeres en los campos de las leyes, la educación, el trabajo y la cultura.
Ideas de vanguardia sobre feminismo, a tono con lo más avanzado que se producía entonces en distintos países de América y Europa, se las debemos a Camila Henríquez Ureña y a Abigail Mejía. Están contenidas en los escritos de la primera sobre el tema y en el Ideario Feminista de la segunda, lo mismo que en conferencias pronunciadas por ellas.
Asombra que pocos escritos de Camila vieran la luz pública antes de su muerte. Por temor a ser comparada con su hermano Pedro, opinan algunos. Pero esta podría ser la más simple de las especulaciones. A lo mejor Camila atesoraba su paz, su privacidad por sobre todo. A lo mejor sus estándares críticos eran demasiado altos. O heredó la modestia de su progenitora.
Lo cierto es que la autora de Invitación a la lectura, aunque afirma que no es crítica profesional, ejerce la crítica con depurados criterios, como se evidencia en sus estudios de Cervantes y Dante, sus comentarios a la poesía de García Lorca, a la narrativa de Guy de Maupassant, a las técnicas de William James, entre otros. Sus observaciones a la crítica escritas por otros pueden ser fascinantes. Por ejemplo, su interpretación del ensayo de Azorín que resituaría Los trabajos de Persiles y Sigismunda.
Camila Henríquez Ureña fue una isleña cosmopolita de sobresaliente erudición. Investigadora, humanista con finas intuiciones. Conocedora a fondo de la tradición, exaltó el valor de los clásicos, los imprescindibles, y justipreció los giros revolucionarios indicadores de renovación.
Su visión, distante de autoritarismos, unificadora de ética y estética, se refleja en su método de llamarnos al convite literario, en su elogio a la libertad creativa, en su concepto de la educación, en sus ideas en torno a la crítica y los críticos, en la selección de libros que recomienda para la escuela. Léase con particular atención su ensayo sobre el ensayo. «El ensayista no tiene para darnos, más que su pensamiento desnudo», nos informa, y pasa a recomendarnos a aquellos que considera escuelas de formación del pensamiento. (No es casual que reprodujera como muestra el escrito por Alain sobre el poeta Lauro de Bosis (4), moderno correlato de Ícaro).
Leyendo a Camila Henríquez Ureña experimenté deleite. Vi las palabras en funciones iluminadoras y me acordé del hechizo que me causó Las peras del olmo de Octavio Paz. Los dos ensayistas poseen el don de persuadir, ilustrar y encantar. Inspiran con idéntico sol.
La alumbrada por la estoica Salomé Ureña, ya en seria crisis de salud, en las proximidades del mar Caribe, ejecuta con sus lectores un acto mágico, posible por la claridad y profundidad características de su estilo, la sencillez de gran calado de su pluma, su intención pedagógica. Doy fe de ello, pues, párrafo tras párrafo de Invitación a la lectura he sido alumna de la autora. El genio femenino me ha mostrado el genio humano, el genio de la creación y la duración en la fuente de las fuentes.
Santo Domingo, 2020
Notas:
- Según se ha dado a conocer en publicaciones anteriores, Invitación a la lectura reúne el ciclo de conferencias que ofreció Camila Henríquez Ureña a inspectores y asesores del Ministerio de Educación de Cuba en 1964. Sería interesante recordar algunos elementos del contexto: el bloqueo total a Cuba, la atmósfera hostil de la Guerra Fría, los arsenales nucleares, el convenio firmado por Fidel Castro con la URSS, la toma de partido de los intelectuales en América Latina y el Caribe, los movimientos pacifistas, anticoloniales, feministas, juveniles y de derechos civiles que cobraban fuerza en esos años. El talante de la conferencista domínico-cubana contrasta con un entorno en el que cunden circunstancias perturbadoras, pero es factible deducir que no le es de ningún modo ajeno.
- En este prólogo opté por citar según el modo común en poetas o prosistas creadores de ficción, el cual no se ciñe a las pautas académicas.
- Asumo que Alain es Émile-Auguste Chartier, Francia (1868-1951).
- Lauro Adolfo de Bosis (Roma 9 de diciembre 1901 – Mar Tirreno 3 de octubre de 1931), poeta italiano, aviador, antifascista.
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Ángela Hernández, cuentista, novelista, ensayista dominicana y Premio Nacional de Literatura 2016.