“Yo a tu lado no siento las horas que van con el tiempo
ni me acuerdo que llevo en mi pecho una herida mortal
yo contigo no siento el sonar de la lluvia y el viento
porque llevo tu amor en mi pecho como un madrigal”
-Don Felo-
Doce navajas-versos surcan su corazón. Arrítmico sentir ―ágil, se ondea del delirio a la sombra que asoma e inquieta su razón. Una ambigua actitud intenta disfrazarle la sed. Tiembla. Aférrase a la compostura. Sin embargo, el bolero se ahiedra con el viento. Embriágale el oído y el ojo de la hembra eclipsa la mi-rada de mujer ―ya no serena… Íntima magma danza al sigilo del acechante fuego. Subversiva locura se violenta a la altura discreta del pezón. Fluye desde sus puntas el río de temblores enhebrados al son. El ritmo vence. En contubernio, voces-besos le guitarrean la nuca y un hasta nunca arremete al qué importa. Ella es ella ―y lo sabe. Se descubre a sí misma al espejo desnudo de luces. Define el paso de sus carnes sin reparar en cruces. Alada, ahora el ansia aflora a la altura del alba. Madrigal embriagante ―la noche que se pariera a solas― a golpes de miradas sugiere el rumbo de los cuerpos. El ojo de la noche atestigua la entrega que, de piel a piel se enhebra en las concavidades. El silencio, interrumpido por jadeos convexos, sorbo a sorbo degusta vino-amor destilado del sudor de las caricias. Sigiloso y sutil, el roce del rocío cae sobre la hierba. Allí subyace la avidez. Adentro, más allá de sus destinos, hembra y macho sin leyes ni adjetivos, ciegos a los dedos índices, sin golpes de pecho, sin prisa, sencillamente, con sobriedad del hecho se descuartizan sobre el lecho.
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Juan Matos. (Barahona) Batey, conga, salitre.
Imagen de portada: Jimmy Valdez Osaku