Nuestra originalidad es nuestra hambre, y nuestra mayor miseria es que esta hambre, siendo sentido, no es comprendido”.   

Glauber Rocha, refiriéndose al Cinema Novo de Brasil.

Cine y la cultura dominicana.

Claude Lévi-Strauss propuso que para una cultura ser auténtica, sus miembros deben estar convencidos de su originalidad (autenticidad); y que estamos bajo la amenaza, al ser consumidores de lo que sea de cualquier parte del mundo, de perder nuestra originalidad. De eso, los dominicanos somos presas. Nuestra sociedad se alimenta con una prisa muy voraz de culturas foráneas, que desdoblan nuestra identidad, y nuestro cine se adhiere a esta condición xenófila.

Según Jorge Larraín, de la Universidad Alberto Hurtado en Chile, toda identidad es una forma discursiva, y por eso su afinidad con las formas discursivas del arte. En nuestro país, el arte, en distintas manifestaciones ha estado buscando la dominicanidad: Música, pintura, performance, literatura, y ahora nuestro cine. 

El cine es un emisor cultural que simultáneamente debe formar y retratar la cultura de una sociedad. Nuestro arte cinematográfico dominicano, en general, ha sido un resultado directo de nuestra condición de colonizados; donde la colonización ya no responde a dependencia política y económica, sino intelectual y conceptual. Es decir, que nuestro cine es un producto de la emulación de un modelo de representación ajeno, foráneo, y esto viene a estar en función a la dependencia y admiración por culturas disímiles.  

No nos referimos únicamente a lo que se presenta en una película, sino también a la manera en que se presenta. El lenguaje, la estructura, los códigos, las soluciones, la estética, entre otros, son todos importados. Y la conceptualización de nuestra realidad contextual se pierde en interpretaciones miopes, que desdicen con muy poca vergüenza los elementos que socialmente urgen ser expuestos. Ya nos habló Glauber Rocha de los exotismos formales que vulgarizan problemas reales, y pareciese que hablaba de República Dominicana.

Y más allá de la esterilidad e histeria que se identificaba en “La Estética del Hambre”, en nuestras secuencias tenemos “esterilidad histérica”: una amarga mixtura de ambas condiciones que padecen las fallidas denuncias que hemos tenido. Una sistematización lacerante del cine traducida en comedias insultantes y de terrible gusto o dramas manipulativos de porno-miseria. 

Por otro lado, tenemos los filmes que sencillamente desconocen nuestra realidad. Estos pueden ser descritos con las palabras de Carlos Lacerda: “filmes de gente rica, en casas bonitas, en automóviles de lujo, filmes alegres, cómicos, rápidos, sin mensajes, de objetivos puramente industriales”. 

¿Habemus Movimiento?

La Ley General de Cine (108-10 y su modificación 82-13) ha sido el episodio más importante de la historia de la industria cinematográfica dominicana. Con ella, y los incentivos contemplados en la misma, nuestro país alcanza un desarrollo de la industria, sin antecedentes y en crecimiento. Ya se puede hablar propiamente de cine dominicano. 

Debajo de la amalgama mercantil y carente de concepto que se despliega posterior a dicha ley, surge un grupo de cineastas dominicanos comprometidos. Un colectivo informal, innovadoramente disruptivo, que subyace y defiende su criterio autoral. Un movimiento que está conformado por Nelson Carlo de los Santos, Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas, Johanné Gómez, Alejandro Andújar, Natalia Cabral y Oriol Estrada y Melvin Durán, que hacen un cine en el que finalmente podemos ver nuestro reflejo como dominicanos. 

Este virtuoso puñado de cineastas, dispersos e independientes, están enfocando el desarrollo de sus trabajos en mostrar la identidad dominicana en el lugar que se merece. Y sin predeterminación colectiva, similares en concepto, rescatan de manera conjunta al cine dominicano de lo establecido, con un alto nivel de conceptualización artística, un dominio férreo del lenguaje cinematográfico y una cavilación folklórica y cultural.  

Como conjunto, se evidencia un comportamiento que se identifica con los elementos del formalismo de un movimiento cinematográfico, uno que tendría como punta de lanza nuestra identidad. Ellos hacen el Cine Reflejo Dominicano. A continuación, detallaremos brevemente el trabajo de cada uno:

  • Nelson Carlo de los Santos: Vanguardista que entrega un desgarramiento de la semántica visual que vence al lenguaje y la narrativa. Lucha contra el sometimiento ortodoxo a la comunicación sistematizada. Sus trabajos han llegado al Guggenheim, MoMA, Festival de Locarno y otros. Sus cortometrajes Lullabies (2014) y She Said He Walks, He Said She Walks (2009) crean la plataforma visual que luego concretiza. Posteriormente en Pareces una Carreta de esas que no la Paran ni los Bueyes (2013) realiza la observación más exaltable hasta la fecha sobre la dominicanidad en la diáspora. Con Santa Teresa y Otras Historias (2015) toma a Roberto Bolaño y lo desdobla en una malteada de géneros donde la ficción, el documental y el periodismo se conjugan unos con otros. Finalmente, en Cocote (2017) retrata con lenguaje propio el folklore, la religiosidad y costumbres criollas.
  • Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas: Redentores del cine de autor en la República Dominicana. Su segundo trabajo, Jean Gentil (2010), observa con mucha firmeza una situación eternamente latente del país, la posición social de los inmigrantes de la hermana República de Haití. Luego Carmita (2013), donde pasan al género documental con una producción extranjera, contemplan con detenimiento elementos muy latinoamericanos. Más adelante se entrega Dólares de Arena (2014), con la que hurgan en la condición de impasibilidad y capacidad casi inagotable de evasión que posee la identidad dominicana ante los dilemas morales y cotidianos, esta vez abordados en un romance lésbico construido a partir del mero interés transaccional. 
  • Johanné Gómez: Su único largometraje dirigido hasta la fecha se ha ganado un justo lugar entre las mejores películas de la cinematografía nacional. Con mucha responsabilidad, el maravilloso documental Caribbean Fantasy (2016), en el que a través de su fotografía fascinante enfatiza la problemática de los residentes de las periferias del rio Ozama, y critica potentemente las condiciones de marginalidad a través de sus personajes Ruddy y Morena. 
  • Natalia Cabral y Oriol Estrada: Más enfocados en mostrar, al menos en sus dos largometrajes: Tú y yo (2014) y El sitio de los sitios (2016), los costos emocionales de vida que implican el cruce de las peculiares relaciones laborales entre la clase alta y los estratos más desfavorecidos. Esto, siempre de la mano de una crítica que contrapone los resultados de un sistema que marginaliza y a la vez empodera a muchos, evidenciando la latente discrepancia de nuestra realidad dominicana. Su primera incursión en ficción, Miriam Miente (2018), los reafirma como parte esencial del estudio de la cinematografía de la región, trayendo a colación temas incómodos para la sociedad dominicana, como lo es el racismo inherente en nuestra cotidianidad.
  • Melvin Durán: Quien nos entregó el documental Blanco (2014), un retrato de una minoría que personifica la persecución de la identidad, la interminable lucha en contra de las desigualdades y la disparidad social. 
  • Alejandro Andújar: Su película El Hombre que Cuida (2017) estudia en una figura que forma parte de las costumbres de nuestro país, una historia de pasiones, silencios, tensiones y desilusiones. 

El clamor por identidad no es un fenómeno nuevo, ya había hecho presencia en el cine latinoamericano de los últimos años. Con fuertes influencias del Nuevo Cine Latinoamericano, cineastas como Ciro Guerra, Camilo Restrepo, Eduardo Williams y Patricio Guzmán, hablan desde su particularidad para poder plasmar un argumento muy claro en sus obras más recientes. Un argumento que apunta a cultura e identidad primero, y luego al referente universal en que pueden convertirse para poder entender la condición humana y nuestro lugar en el mundo. “No hay nada más difícil para América Latina que el latinoamericanismo”, Methol Ferré.

Características del movimiento

Al igual que todos los movimientos cinematográficos en la historia del cine, los trabajos de estos directores comparten características similares, obtenidas a través de la observación. Algunas pueden identificarse aleatoriamente en algunos de los trabajos. Ahora bien, las más latentes son las siguientes:

  • La figura del dominicano como interlocutor del diálogo social, incluso como forma estética y narrativa. En ella no esconde ni maquilla nuestra miseria. Todo lo contrario, la reconoce y enfatiza sin excesos. La utiliza como plataforma de creación, llegando incluso a poetizarla.  
  • Ausencia de un manifiesto escrito, como ha sido el caso de movimientos anteriores. No existen reglas definidas y quizás las características antonomásticas están aún en proceso de determinación. Pero de alguna forma, sin pretenderlo, los cineastas dentro de este movimiento han seguido un mismo camino, y dentro de su huella de autor han plasmado nuestra identidad. 
  • El cuidado detallado ha sido transversal en las películas que sustentan el movimiento, exceptuando el caso de Nelson Carlo de los Santos que aboga por una estética más estructurada y renegada. 
  • La narratología cinematográfica es alimentada por la propia dominicanidad, y de alguna forma en ella se identifican más elementos provenientes del folklore nacional que del extranjero. 
  • Los filmes se abrazan al realismo más crudo que se enmarca en el costumbrismo sobrio. El arte realista y costumbrista ha sido observado en arte plástico y visual latinoamericano postmoderno, y ahora llega al cine dominicano. 

Otros trabajos paralelos al movimiento.

En adición a los trabajos descritos, hemos sido testigos de la proliferación de otras obras que han sido intentos sobrios de retratar la dominicanidad, y que, por razones de su estructura narrativa u otra característica disímil de las descritas anteriormente, no han sido consideradas dentro del conjunto que identificamos. Entre estas obras resalta la película Carpinteros (2017), del cineasta José María Cabral, la cual relata una historia de amor dentro de un recinto carcelario dominicano, exponiendo las condiciones en las cuales conviven los presos dominicanos, que contó con el privilegio de ser estrenada y premiada en el reconocido festival de cine Sundance. Al igual que las películas Jeffrey (2016) y Nana (2016) de las directoras Yanillys Pérez y Tatiana Fernández, respectivamente, que se pueden considerar dentro de los trabajos paralelos al movimiento.  

Cine Reflejo Dominicano en el futuro.

Como hemos aprendido de distintos movimientos cinematográficos anteriores, otros directores seguirán los pasos de los adelantados. En el caso que nos ocupa, las películas de Cine Reflejo Dominicano han sido reconocidas en espacios dedicados a cine de alto prestigio artístico en todo el mundo, lo que responde correctamente a la grandeza y valor artístico de las mismas, y que servirá (o está sirviendo) de inspiración a muchos otros directores que producirán películas que se adhieran a las características del Cine Reflejo Dominicano. Algunos errarán, sí, pero otros traerán evolución. 

Al revisar “La Voz de los Cineastas”, de Mónica Villarroel M., un análisis sobre la relación de la forma discursiva del cine chileno con la identidad de ese país resulta muy fácil comprender que la forma del cine dominicano estará profundamente condicionado a los cambios políticos, económicos y sociales que enmarquen los próximos cincuenta años de la nación. Asimismo, el cine del conjunto de directores del Cine Reflejo Dominicano lo hará, pero serán siempre quienes han dado el primer paso hacia la construcción de la identidad dominicana en su cine. 

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Escrito por el equipo de producción del programa Cineasta Radio RD, integrado por Luis G. Jansen, Edwin Cruz, Smayle Domínguez, Dahiana Acosta, José Aquino y José Maracallo. Cineasta Radio RD se transmite cada domingo de 11:00 a.m. a 1:00 p.m. por La Nota 95.7 FM.