Artista renacentista según muchos, es pensador polifacético que ha encontrado la belleza, la lógica, la ilógica, el erotismo, el humor y la libertad entre tantas cosas y medios de expresión tan variados como la literatura, las artes plásticas, el cine, la animación y la canción. En la intimidad y en sus ratos libres siempre se divirtió fabricando chistes reveladores de su forma de pensar, analizar y jugar con las palabras.
Al margen de sus grandes logros y su enorme reconocimiento, Eduardo ha sido un gran amigo de sus amigos y un gran defensor de talentos emergentes. Su casa, divino lugar de encuentros y tertulias, es un espacio de escape para la imaginación que siempre desafiaba las leyes del pensamiento y por consiguiente inspiraba a todos los presentes.
En Aute se puede ver a un hombre portador de una enorme lucidez y una amplia curiosidad por jugar. A través del juego, ha logrado desafiar el pensamiento coloquial y el suyo individual que siempre ha caminado sobre la delicada línea divisoria entre genialidad y locura, esa que todo lo cura, dicho en sus propias palabras. Sus poemigas son patio de juego de palabras, lugar donde ensaya infinitas posibilidades que no solo quedan limitadas a ellas sino a la animación de las mismas.
Aunque podamos pensar que su arte es un regalo para nosotros, es indiscutible que Aute siempre fue un artista que creó para sí mismo y que solo la casualidad, acompañada de su gran talento, le llevó al reconocimiento y al éxito. Nunca creó por motivación mercantil, siempre lo hizo motivado en descubrirse y descubrir rincones empapado de gran sensibilidad, intimidad e ingenio. Jamás construyó un disco siguiendo tendencias, aunque se convirtiera en fundador de tendencias. De hecho, Eduardo ha repetido y repetido la frase “hay dos tipos de artistas, los que crean para poder vivir y los que viven para poder crear”.
Se convirtió en un grandísimo maestro y servidor del habla escrita a través de canciones cuyas formas manifestaban una gran personalidad y un profundo conocimiento de literatura clásica y moderna. Ese enorme fondo de conocimiento y curiosidad fue lo que le llevó a jugar y llevar la canción a un nivel que muy pocos compositores han podido alcanzar. Aunque escribió infinitas piezas con grandes estribillos, no era un buen estribillo lo que Eduardo siempre buscaba, sino explorar la forma, algo que tanto la poesía como la música han explotado al máximo a lo largo de la historia.
Siempre me sorprendió el enfoque que dio a muchos de sus trabajos buscando una letra desafiante con trayectoria y dirección que desembocase en un punto de fuga o de relajación que podía convertirse, muchas veces, en una única palabra. Hay muchos ejemplos como lo son “La Belleza”, “Aleluya no 7” o la misma “Quién eres tú”. En estas, el verso contiene toda la información, complejidad y fuerza; el estribillo se convierte en su opuesto, un elemento simple que relaja. De esta forma, Eduardo encuentra un balance, un yin yang capaz de transcurrir de la Luz a la Sombra y de la Sombra a la Luz como expresa en una de sus canciones.
Un caso más evidente de lo anterior es el tema “Slowly” en el que intercala un breve verso con un breve estribillo durante toda la canción, salvo donde cita algunas de las clásicas baladas de los primeros años de la década de los 60. La forma de esta pieza me puede recordar a la Passacaglia, rasgo muy habitual en la música barroca la cual repite constantemente una misma melodía intercalada con elementos nuevos que generan variación.
Siempre he pensado que Eduardo es un excelente melodista, que ha sabido encontrar el canto que encaja perfecto a sus palabras. Una buena melodía, al igual que una buena rima, permite conectar con mayor facilidad al contenido de la canción. No solamente se limitó a desarrollar la melodía, también hizo énfasis en trabajar ese timbre vocal tan acogedor que parte del susurro que nos recuerda a los primeros intérpretes de bossa-nova o a un Chet Baker como sucede en “Siento que te estoy perdiendo”, “Terca Noche” o en “Che que mal”.
Es indiscutible que Eduardo es un alma inquieta que logró encontrarse a sí misma en muchas disciplinas: en el Eduardo pintor, el Eduardo poeta, y en el Eduardo compositor de canciones, entre otros Eduardos. Todos y cada uno de ellos son el mismo transformado, como lo hace el agua, de estado sólido a líquido y a gaseoso.
Al ser tan amplio su abanico de trabajo, es difícil decir exactamente de qué forma Luis Eduardo Aute ha influido los artistas contemporáneos; entre los que admiramos su obra cada uno dará testimonios distintos, pero desde mi perspectiva, como compositor me ha enseñado a no temer cambiar mi perfil creativo; a no limitarme a una sola forma de expresión musical.
Si no fuese por él posiblemente jamás me hubiese atrevido a escribir una canción conformándome con hacer música instrumental. A su vez, cuando empecé a escribir letras me influí del ejemplo suyo, creando contenido más allá de una buena rima. Finalmente, lo más importante de todo: con Eduardo he aprendido a entender la importancia de la humildad en el artista, una virtud que a él siempre le ha sobrado.
Anthony Ocaña (Santo Domingo, 1980), compositor, productor y guitarrista radicado en Madrid. Ha publicado múltiples trabajos discográficos y recientemente obtuvo un Máster en Composición para medios audiovisuales en el Centro Superior de Enseñanza Musical Katarina Gurska de Madrid.