Flappers: la conquista de la libertad
«Mi padre me advirtió sobre el alcohol y los hombres,
pero nunca dijo palabra sobre las mujeres y la cocaína»
Tallulah Bankhead
La palabra Flapper es un anglicismo que comienza a utilizarse a principios de los años veinte para denominar un tipo de mujer que surge con fuerza para poner fin a toda convención social, retando a una sociedad que aún arrastra la mojigatería de un siglo XIX caracterizado por una estricta y férrea moral, sobre todo con respecto a la mujer. En general se habla de una doble acepción para el término. La primera hace referencia a una jovencita casi preadolescente, mientras una segunda remite al aleteo agitado de un pajarillo que inicia su primer vuelo. En EEUU el término flapper deriva de la moda de usar zapatos de tacón alto como las prostitutas de un burdel.
Las flappers no eran prostitutas sin embargo su irreverente actitud, sus modos y costumbres abiertamente descaradas, el desafío constante a las normas y al decoro considerado inherente a la mujer las puso en entredicho. Fueron mujeres jóvenes y vitales, por debajo de los treinta, con aspecto aniñado y andrógino que impusieron una moda que las liberaba de antiguas ataduras. Las faldas se acortaron, usaban pantalones, se liberaron del corsé que oprimía sus cuerpos hasta dejarlos sin respiración, cortaron sus cabellos e inventaron un raro peinado denominado “bob cut”. Jamás quisieron pasar desapercibidas y para marcar un estilo diferente impusieron sus propias normas: usaban mucho maquillaje, ojos y bocas perfiladas, exuberantes adornos, plumas, flecos, terciopelo, sedas, lucían pieles y joyas, perlas, marfil, sombreros, diademas, tejidos diferentes en sus vestidos…
Esta nueva mujer había surgido en UUEE en una época rica en descubrimientos y grandes innovaciones. La Primera Guerra Mundial acabó por diluir las fronteras entre actividades propias de hombres y mujeres. Al fin ellas habían demostrado -mientras los hombres permanecían en el frente- que podían afrontar con idéntica eficacia trabajos hasta entonces destinados a los varones. Surge así una primera generación de jóvenes autosuficientes, conocedoras de una fuerza hasta entonces desconocida que les permite ser libres. Conscientes de su poder e impulsadas por ideales feministas, luchan por traspasar barreras, antes infranqueables, convirtiéndose en chicas rebeldes que desafían la educación formal de sus padres. Urbanas, solteras, de clase alta y media, con cierta independencia económica, un trabajo o bien una fortuna familiar que respaldaba sus caprichos y excesos, muchas de ellas lograron incorporarse al mercado laboral tras el fin de la contienda como secretarias, vendedoras en grandes almacenes, operarias de telefonía, modistas, etc.
Todas se lanzaron con indudable entusiasmo en pos de un nuevo modelo de mujer que pretendía emanciparse del varón e incluso comenzaba a utilizar sus propios códigos: fumadoras empedernidas en larga boquilla de marfil, bebedoras, consumidoras de estupefacientes, sexualmente activas y promiscuas. Sin el menor prejuicio que las atara a nada las flappers se mostraban en privado y en público alocadas y salvajemente vivas. Escuchaban música de jazz y bailaban enloquecidas hasta altas horas de la madrugaba en clubs nocturnos. Trataban de tu a tu a los hombres, estaban seguras de su atractivo y orgullosas de su rebeldía, de su capacidad para decidir por sí mismas y de poseer una inteligencia capaz de estar a la altura de cualquier hombre. Presumían de conducir de forma temeraria como cualquiera de sus amigos, desafiando toda ley y cuanto fuera considerado correcto por la sociedad del momento.
La moda, los usos y costumbres en sociedad dejaron de ser dictados por la aristocracia y la burguesía cuyos modelos declinaron en favor de otros muy diferentes que procedían del mundo del arte y la cultura: actores, pintores, escritores hacían nacer una mujer insólita y desconocida. La pujante industria del cine y las actrices desde la pantalla ofrecían parámetros diametralmente opuestos al mundo hasta entonces conocido. Un concepto distinto de femineidad consciente de su recién adquirido poder rechazaba todo cuanto las generaciones anteriores consideraban políticamente correcto. Estas jóvenes se mostraban irrespetuosas, impacientes y poco dispuestas a dejar que su vida fuera dirigida de forma ajena a su propia voluntad; practicaban deportes, no temían hablar abiertamente de sexo, reían a carcajadas en público y podían burlar a los hombres. Algunas de ellas encontraron en ellos la seguridad económica necesaria y una cierta protección frente a las malas lenguas, que les permitía a la vez mantener sus expectativas sin tener que renunciar a su anhelo de libertad. Muchos de estos matrimonios encubrieron, igual que pasara antes con los hombres, un carácter homosexual especialmente vetado desde siempre a las mujeres. El lesbianismo se volvió, incluso, algo chic y cool que muchas decidieron probar.
Zelda Fitzgerald, escritora, bailarina y esposa de Francis Scott Fitzgerald fue una de las primeras flappers que alcanzó fama en los Estados Unidos. Nadie supo plasmar con mayor acierto el ambiente de los años veinte que el autor de El Gran Gatsby. Fueron muchas más las que sentaron las bases para definir un nuevo e inesperado concepto de mujer que habría de romper para siempre con todo lo conocido. Mujeres de todos los ámbitos como la bailarina Josephine Baker, Nancy Cunard, escritora, poeta, editora, periodista, la actriz Tallulah Bankhead, la pintora Tamara de Lempicka inspiradora del movimiento art decó. Las actrices Clara Bow y Louise Brooks, dos de las más imitadas representantes de este nuevo estilo. Y sería imperdonable olvidar mencionar a Coco Chanel, la diseñadora que logró renovar para siempre el vestuario femenino e introducir significativos cambios en el mundo de la moda al reivindicar para la mujer el uso de prendas sencillas y cómodas, y los tejidos naturales que le permitieran libertad de movimientos y un modo de vida más activo.
Evidentemente no todo fue fácil para estas mujeres que lograron desafiar con absoluto descaro los roles convencionales de género en aquellos años. Las flappers encontraron a su paso actitudes de franco rechazo y abierta hostilidad no solo por parte de la mayoría de los hombres sino de muchas féminas que seguían defendiendo con fiereza antiguos patrones. La arrolladora fuerza de las fuerzas conservadoras se negaba a aceptar cualquier cambio que supusiera que el patriarcado perdiera un ápice de su poder frente a aquellas que reclamaban su espacio de libertad.
El modelo, que seguía avanzando, atemorizaba a un hombre poco dispuesto a ceder terreno frente a una mujer a la que deseaba otra vez oprimida bajo el yugo del hogar y alejada de la vida pública que ahora pretendía conquistar. Todas ellas eran señaladas con el dedo acusadas de poseer un afán desmedido de libertad unido a un laxo concepto moral y licenciosos patrones de conducta sexual que ponían en peligro la hegemonía del varón dentro de la estructura familiar y social.
Finalmente y tras casi diez años de supuesta bonanza, el Crac del 29, el hundimiento bursátil de Wall Street y la quiebra del sistema acabarían con el aparente auge de una economía que parecía imparable. La realidad se impuso al pueblo norteamericano, cundió el pánico entre la población y el país entero se sumió en la peor depresión económica de toda su historia. Ya nada volvería a ser como en aquellos locos años veinte.
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Goyta Rubio es escritora de narrativa, poesía y ensayo. Amante del arte y de la cultura en general. Entre sus publicaciones destacan Antología de relatos cortos. El vino y los cinco sentidos; 13 cadáveres exquisitos. Relatos al alimón. “Bereber” y El cuerpo de las flores. “El rugir del silencio”.