Ernesto Cardenal fue mi vecino durante cuarenta años en Managua. Se cruzaba cada mañana a la hora del desayuno a dejarme lo que había escrito, aún quizás esa misma mañana, y cuando yo terminaba una novela iba a dejársela también, recién salida de la impresora. Fue mi maestro de la prosa, porque en su poesía aprendí mucho del arte narrativo y de la cadencia de las palabras.
Lo conocí en 1960, cuando recién regresaba de Medellín donde se había hecho sacerdote, aunque desde antes su poesía había marcado no sólo mi rumbo literario, sino el de toda mi generación. Maestro mío, compañero de luchas en la Nicaragua siempre convulsa, un hermano mayor a quien siempre tuve al lado. Deja una huella muy profunda en la gran poesía latinoamericana. Esa naturaleza narrativa de su poesía que me marcó y me sedujo desde la adolescencia, es lo que fue bautizado como exteriorismo, un término que puede prestarse a confusiones pues parecería negar su dimensión íntima.
Que la prosa se trasiega en la poesía lo aprendió de Whitman y Sandburg, quienes le enseñaron una lírica terrenal y cotidiana, y a mi generación le descubrió también a T.S. Elliot y Ezra Pound, a quienes tradujo. Así hizo que la poesía nicaragüense siguiera siendo moderna, como empezó a serlo desde Rubén Darío. Narrativa es la poesía de Hora 0, de 1957, un relato de las dictaduras tropicales de Centroamérica y de las intervenciones militares que lejos de tener nada panfletario funciona como una evocación doliente. Y desde ese registro pasará a Gethsemani Ky, de 1960, donde pone en contrapunto su vida de novicio trapense en Kentucky, con sus turbulentos años de juventud en Managua.
Luego vendrán sus Epigramas, de 1961. Entre ellos figuran algunos de sus poemas más populares, los de tema amoroso, de ingeniosa precisión, alimentados por sus lecturas académicas de Catulo y Marcial mientras estudiaba humanidades en la Universidad Autónoma de México.
La muerte en 1962 de Marilyn Monroe inspiró su elegía a la muchacha que como toda empleadita de tienda soñó ser estrella de cine, una profunda reflexión sobre la fabricación de los ídolos del espectáculo a costa de los propios seres humanos elevados a los altares de la fama.
Después vendría en 1966 El estrecho dudoso. Apegándose a la letra de las crónicas de Indias, revive episodios de la conquista alrededor de la obsesión por el Estrecho Dudoso, el paso hacia la mar del Sur buscado tan afanosamente desde entonces, y que ha tenido tanto que ver hasta hoy con la ambición por el canal interoceánico.
Ya sacerdote fundó ese mismo año la comunidad cristiana de Solentiname, en el Gran Lago de Nicaragua. De ese año son los Salmos, salidos del Antiguo Testamento, pero llevados a la vida moderna: la opresión, los sistemas totalitarios, el genocidio, los campos de concentración, las amenazas del cataclismo nuclear. Fue un libro de trascendental influencia para los jóvenes alemanes y de otros países europeos.
Al sobrevenir el triunfo de la revolución en 1979 fue el Ministro de Cultura. Por eso el Vaticano lo suspendió ad divinis, y cuando Juan Pablo II visitó Nicaragua en 1983, se hizo célebre la fotografía del momento en que, con el dedo alzado reprende a Ernesto. Días antes de su muerte, recibió una carta del papa Francisco, en la que restablece su condición sacerdotal.
En La revolución perdida, de 2004, puede leerse su juicio implacable sobre quienes malversaron la revolución en la que se comprometió a fondo, desde su fe cristiana. Su escritura dio un vuelco trascendental con el Cántico Cósmico, de 1989. Su comunicación mística con la divinidad se convierte en una relación de pleno erotismo, el alma que se acopla con su creador en el más exaltado de los gozos, tal como en la poesía de San Juan de la Cruz y Santa Teresa. La exploración de los cielos en ese libro es también la de los recuerdos de su pasado, la vieja Granada de su infancia, las muchachas que amó en la adolescencia, como si volteara el telescopio hacia dentro de sí mismo.
Un gran final de fiesta de su obra y de su vida donde se funden los misterios de la creación y los de la existencia, de los agujeros negros a la célula, de las galaxias perdidas a los protones, y su mirada mística busca en el Creador la explicación del todo, amor, muerte, poder, locura, pasado y futuro, formas de la eternidad hasta donde ahora ha llegado.
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Sergio Ramírez, escritor, abogado y político nicaragüense. Premio Cervantes 2017, ex-vicepresidente de su país y autor de múltiples novelas y ensayos.