Todos los libros cuentan algo. Unos títulos despertarán más nuestro interés y otros menos: libros que no sabemos bien qué tratan de contarnos y libros que nos dejan dentro muchas más vidas de las que somos capaces de interpretar. Un zompopo peculiar se encuentra dentro de esta limitada lista de libros, en este caso infantiles, que lees y relees sin importar la edad o el propósito de lectura, y siempre encuentras belleza, distinta o renovada, en su contenido. Sobre los valores que, desde un punto de vista objetivo y quizá académico, presenta esta propuesta literaria, ya habrá oportunidad de verlos en algunos párrafos que nos asaltarán por el camino. Sin embargo, sustentado en la subjetividad, mi lectura más personal me ha presentado dos historias de amor.
Las dos historias de amor quedan muy claras. Primero porque en este texto se aborda con gran sensibilidad y aparente sencillez un extraordinario -pero concebible- amor hacia la poesía, amor que deslumbra y trasciende a la compresión humana. Miremos que millones de personas viven expuestas diariamente a la poesía ante anuncios publicitarios, películas o expresiones populares, pero no son conscientes de que la poesía forma parte de sus vidas. Así pasa la poesía —como un eje transversal— en este ejercicio creativo de Kianny N. Antigua (Rep. Dom. 1979). La segunda historia de amor tiene que ver con algo más personal desde el punto de vista de una simple consumidora de un libro, en este caso, Un zompopo peculiar: mi conexión con la poesía del estadounidense Robert Lee Frost (1874-1963), cuya poesía es el alma de este libro publicado por Editora Nacional de la República Dominicana luego de ganar el Premio de Literatura Infantil Letras de Ultramar de 2017.
¿Y cómo se nos presenta a Frosty, el protagonista?
«Era como si en los ojos no tuviera ojos, sino rayos equis; como si sus espiráculos no solo sirvieran para olfatear, sino para oler las vísceras de la tierra, como si sus antenas tuvieran la capacidad de descalzar el mundo». (p. 25)
Una breve desviación permitirá una observación: que la literatura infantil es la literatura que más se revisa antes de presentarse ante sus lectores; es así porque cada vez que una editorial presenta en un centro educativo un catálogo de Literatura Infantil y Juvenil (LIJ), cada maestra o maestro que lo evalúa ha de adentrarse en sus mensajes, en su lenguaje, en su argumento, en las lecturas ulteriores que a veces no pretendió ni siquiera su autor o autora, siendo víctima de todo tipo de prejuicio, muchas veces retorcido, que acercará o alejará a nuevos lectores.
La cuestión es que para descubrir lo ulterior e interior de una historia infantil, es necesario esforzarse. La literatura infantil es fundamental en la conformación del ser, y no solo en su formación intelectual en escala lógica, disociada de la sensibilidad o el conjunto de emociones que hemos tipificado como propias de los seres humanos. En esta área de la literatura menos que nunca es válido el me gusta/no me gusta sin una argumentación no solo legítima, sino contundente. Y cuando el Jurado de literatura infantil de un premio de prestigio revisa todos los recodos de una historia, es decir, cualquier cara no prevista que pueda salirse de su impertinencia regular, y esta revisión pasa todos los niveles y sale airosa por unanimidad, entonces estamos hablando de una obra literaria en la que vale la pena detenerse. Y eso trato de hacer en este espacio privilegiado: detenerme para explicar por qué esta obra obtuvo este importante reconocimiento.
«Es una decisión unánime», concluyó el Jurado que decidió otorgar el Premio Letras de Ultramar de Literatura Infantil 2017 a Un zompopo peculiar. Este premio es convocado por el Ministerio de Cultura de la República Dominicana a través del Comisionado de Cultura en Nueva York. El objetivo de esta convocatoria anual es estimular la producción literaria de calidad (en poesía, narrativa, teatro, literatura infantil, etc.) de la diáspora dominicana. Es así como Elizabeth Balaguer, Julio Adames y quien firma estas líneas, reunimos en un solo cuenco los criterios sobre los que reposa una decisión que nos resultó obvia y natural desde la primera lectura del relato. A ambos dejo constancia de mi gratitud y reconocimiento por sus aportes a las valoraciones de la obra.
Entrando ya en el terreno de la objetividad, intentemos acercarnos al argumento: Un zompopo peculiar constituye un homenaje al poeta estadounidense Robert Lee Frost. Se diría que se trata de la versión novelada del poema de Frost titulado: «El camino no elegido». Es un texto verdaderamente hermoso y de gran calidad formal, tanto en lo que respecta a la historia narrada (sobre una hormiga, Roberto Frosty, a quien le encantaba leer y escribir poesía, y quien –por ello– no encaja en el mundo que le tocó vivir… tal y como le sucediera al poeta en la vida real), como en lo que atañe al uso de un lenguaje sencillo, ágil, a veces poético, otras coloquial (ambos recursos logran un mundo ficcional en perfecto equilibrio).
Hay una explicación (p. 36) que da Tilín cuando presenta al editor de Mateo J. R. los escritos que Frosty había echado a la basura envuelto en llanto:
«Jefe, pero que cosas tan pero tan lindas aparecen en estos papelitos. Es decir, él habla de cosas normales, de pinos, calles, vacas, pero lo hace de una forma que pone a uno a soñar, a querer oler el pino, pisar las calles y hasta abrazar a la vaca».
Al tratarse de un libro de literatura infantil, hemos de subrayar la importancia de los ejes transversales que van presentándose a lo largo del relato dejando una estela distintiva en la reflexión infantil sin caer en el error de lo pedagógico que tan mal hace a los textos que arriesgan su calidad literaria a costa de las enseñanzas. Algunos ejes transversales fundamentales son el amor a los libros y a un género tan elevado como la poesía; la importancia de mantener la fuerza de voluntad para seguir un sueño propio; lo nutritivo que resulta disponer de valor para navegar a contracorriente; lo trascendental en el hecho de no violentar la propia naturaleza; hallar la riqueza sublime y, a la vez, práctica en los hábitos de la lectura y la escritura; lo significativo de que en una comunidad se promueva el aprecio por las fortalezas de cada ser humano, se estimule el trabajo en equipo y se conforme un entorno positivo que impulsará a cada uno a llegar cada vez más lejos.
Sería una imprecisión estéril encerrar los valores literarios de esta obra en una frase que intente recoger los aciertos genéricos que igual podrían hallarse en cualquier obra literaria de cierto nivel. Es por ello que resaltaremos aspectos sustancialmente llamativos de esta obra: Un zompopo peculiar presenta en forma de anécdota un hecho real que es, al mismo tiempo, ficticio en el cual se entrecruza, magistralmente, lo histórico, biográfico, científico y poético. A lo largo del relato, la autora utiliza recursos que estimulan el desarrollo del pensamiento crítico y el pensamiento abstracto, a la vez que estimula la sensibilidad artística. Se hace obvia la intencionalidad de la bien lograda conexión cultural con registros de dominicanismos y un gran sentido del humor que se apoya en estos términos de frecuente uso coloquial.
Y el desafío era grande: nada más y nada menos que lograr que Frosty, el personaje principal, asuma el camino «no transitado» de Frost. Y este ejercicio de esbozar un personaje con recursos creativos y de gran ingenio, queda magistralmente logrado, con el acierto adicional de conseguir personajes que evolucionan a lo largo del relato, logrando ser digeribles, simpáticos y creíbles. Por otro lado, la digresión no tiene lugar en Un zompopo peculiar. El ritmo y la forma en que fluye la historia logran mantener el interés y la atención de lectores de cualquier edad.
Al Dr. Julio Cuevas, miembro del Jurado, le resultó especialmente llamativo ver que en un relato de literatura infantil se emplee «una serie de técnicas propias de la narrativa moderna, por ejemplo, se introducen fragmentos de textos de otros autores, se desarrolla —en apenas unas pocas líneas— el eje argumental y se introduce, a través de certeros cortes narrativos, al propio escritor en la historia». A esto agregamos que, también con la precisión de quien utiliza el cincel, queda entretejido a lo largo de todo el relato, el pensamiento poético de Robert Frost, logrando equilibrar la narración precisa con la riqueza del lenguaje.
Veamos, por ejemplo, un fragmento que relata el momento en que nuestro personaje principal, Frosty, se reúne con su amigo Nunu en un restaurante para replantearse su futuro:
—¿Y ahora qué?
—Y yo qué sé… Por un largo rato me detuve a mirar hasta donde la vista me lo permitió, hasta donde el camino se dobló ante la tierra.
—No ombe, contigo no hay remedio —le dijo el amigo, y siguieron tomándose su gota de miel de arce a la roca.
Aunque «ha caído un poco de agua» desde aquel veredicto otorgado a un manuscrito firmado con pseudónimo, las lecturas posteriores del libro editado indican que los valores estéticos de Un zompopo peculiar no solo se mantienen en su texto, sino que ha ganado belleza en su composición gráfica gracias a las bellísimas ilustraciones de Vanessa Balleza (Venezuela, 1978). Al releer Un zompopo peculiar reafirmé mi postura respecto a la obra: de nuevo me sorprendió la creatividad y la convivencia de distintos niveles de lenguaje y de comprensión de la vida.
En torno al lenguaje que acerca al público infantil dominicano, veremos el fragmento de la p. 17 donde la voz que narra, apelando de forma intermitente a la calidez de la narración oral, aclara:
«Eso sí, como este cuento me lo inventé yo, aquí las hormigas también cocinan: cuecen arroz, preparan sancocho, desvainan gandules, guisan habichuelas y lentejas, fríen papas y berenjenas, hierven yuca, ñame y plátano, y hasta revoltean huevos».
En la p. 41 también hallamos una irrupción del lenguaje popular que tiene el poder de provocar una carcajada porque viene narrando con un ritmo de texto escrito y, de repente da un giro, con la gracia de la oralidad, de la siguiente manera:
«El convoy se desparpajó, las hormigas se salieron hasta de la fila y dejaron las hojas que habían recolectado regadas por el suelo: ¡Corran, corran, guay, guay, sálvese quien pueda. Y gritaban alarmados: ¡Un grillo, un grillo! ¿Es que no ven? ¡Un grillooooooooooooooooooooooooo!».
En calidad de alma invisible entre tanto turista que pasea por las calles de Kafka, me pregunto constantemente por mi propio sendero, mis ojos de viajera me obligan a poner en duda la uniformidad del mundo y no puedo evitar rememorar con agrado en las frases de Un zompopo peculiar, un gran pequeño libro que me recuerda que nunca estará de más elegir «el camino no transitado».
Farah Hallal es narradora, poeta, editora, activista cultural, publicista y animadora a la lectura y escritura. Fundadora y editora de la revista infantil Revulú (2005-2006).