Era parte del extraordinario y exitoso programa de participación de la República Dominicana como País Invitado de la 78 Feria del Libro de Madrid, en el parque El Retiro. El embajador Olivo Rodríguez Huertas y sus equipos de colaboradores, en Madrid y en Santo Domingo, tienen el singular e irrepetible mérito de haber mostrado al público español y de otras latitudes de Europa, que nuestro país es dueño de una vasta y viva cultura, que sus escritores, pensadores, artistas y actores de la cultura en general fueron capaces de atraer el interés del público, la prensa y los círculos intelectuales de España.
Me tocó, pues, el escenario del Instituto Cervantes, que dirige el destacado poeta y prosista Luis García Montero, y junto a él y a Minerva del Risco, quienes tuve el honor de que me presentaran, esbocé la evolución poética dominicana mediante una conferencia titulada “Tradición y ruptura en la poesía dominicana de los siglos XX y XXI. Dinámica de sus movimientos”. Fue el singular poeta Manuel Rueda quien escribió: “La tradición se modifica, no se amputa”.
Hablé acerca de la compleja relación de ruptura dentro de la tradición y, aunque parezca paradójico, de la tradición de rupturas, ambas convergentes en la evolución de la poesía dominicana durante el siglo XX y lo que va del siglo XXI, sustentadas en las ideas estéticas y la praxis poética o la poiesis misma de los creadores. Esta dinámica afinca sus fundamentos originarios en la asimilación y rechazo de los ismos en boga, especialmente en Europa, en el siglo XIX.
Remarqué algunos aspectos acerca de los movimientos poéticos que, enraizados en
la segunda mitad del siglo XIX, marcarán tempranamente cambios importantes en
la poesía dominicana del siglo XX. En ese contexto, quise desmontar la
vigencia del mito de la llegada tardía (una especie de síndrome del hegeliano
búho de Minerva) de movimientos o ismos relevantes en Europa y en América al
seno de la creación poética de nuestro país, pudiéndose demostrar la
coetaneidad, o bien, la presencia temprana de aquellos conceptos, obras,
movimientos y autores innovadores y posteriormente vanguardistas en el ambiente
literario y cultural dominicano, pese a nuestro escaso desarrollo
socioeconómico, los avatares del patriotismo contra el anexionismo, la
incertidumbre del caudillismo y la reciedumbre de las dictaduras de Ulises
Heureaux (1887-1899) y de Rafael L. Trujillo (1930-1961), además de dos
intervenciones militares dirigidas por los Estados Unidos, una en 1916, cuyas
fuerzas de ocupación censuraron y cerraron la prestigiosa revista Letras, y otra en 1965, que aplastó la
rebelión popular, cívica y militar, a favor de la reposición del derrocado
presidente Juan Bosch.
La presentación de un mosaico de movimientos poéticos y generacionales dominicanos por medio de luxaciones culturales y lingüísticas y de rupturas y convergencias paradojales de planteamientos estéticos nos revelará la articulación y contraste de las ideas centrales de las vanguardias europeas y latinoamericanas, como también las de carácter autóctono, en la evolución poética dominicana, que en el siglo XX parte, en términos cronológicos, no del todo irrefutables, del alegado, al tiempo que cuestionado vedrinismo (1912), seguido del postumismo (1918-1921), para continuar con Los Nuevos (1936), los Independientes del 40, La Poesía Sorprendida (1943), la Generación del 48, la Generación del 60, La Joven Poesía o Poesía de Posguerra (1965), independientes del 70 (premios Siboney), el grupo Y punto (1970), el Pluralismo (1974), la Generación del 80 y los talleres literarios, el Interiorismo (1990) y el Contextualismo (1993), en calidad de principales. Las ideas de estos ismos y posturas estéticas individuales o generacionales van a ser asimiladas o rechazadas por los jóvenes poetas que gravitarán en la primera y segunda décadas del siglo XXI.
Si bien parece darse una secuencia lineal desde una perspectiva diacrónica, las dinámicas estéticas, las adhesiones particulares y las preferencias literarias podrían, en ocasiones, ser mejor entendidas desde una perspectiva sincrónica, por cuanto, las luxaciones, zafaduras o fracturas en las ideas y en la escritura, si bien representan una ruptura respecto del ismo, movimiento o generación precedente, o como la llamaba Ortega y Gasset, generación decisiva, es probable que, pese a los adelantos e inflexiones críticas, se remonte a la tradición o a un momento más remoto, tomando elementos de sus fundamentos teóricos o de sus temas y giros expresivos. Este decurso se comporta como una espiral de convergencias y divergencias, más que como una línea recta evolutiva.
La tipificación de las ideas estéticas centrales, fueran expresadas a través de manifiestos literarios o no, nos pone en aviso acerca de una dinámica, nunca químicamente pura, aunque sí contrastable, que escenifica una serie de rupturas dentro de la tradición y a la vez, cómo queda presente la tradición en el seno de encumbrados y particularistas planteamientos de ruptura. Esta suerte de ambigüedad es propia del fenómeno abarcador de esta dinámica poética y de lo que ocurre en la sociedad occidental de finales del siglo XIX e inicios del siglo XX que se conoce con el nombre de modernidad.
Para Octavio Paz (1990), afirmar que la modernidad es un fenómeno que se inició con el Renacimiento, la Reforma o el Descubrimiento de América; o bien, que se inició con el movimiento de los Estados nacionales, la institución de la banca, el nacimiento del capitalismo mercantil y la aparición de la burguesía, teniendo como fundamento la revolución filosófica y científica del siglo XVII, con el racionalismo cartesiano y leibniziano a la cabeza, termina siendo una serie de suposiciones admisibles y coherentes si se las ve en conjunto, aunque aisladas serían insuficientes.
Considera fundamental asumir que la modernidad tiene su fundamento en el espíritu crítico que desarrolla y que comienza como una crítica de la religión, la filosofía, la moral, la historia, el derecho y la economía política. Resalta la crítica como su rasgo distintivo, su señal de nacimiento. De ahí que todo lo que ha sido la Edad Moderna ha sido obra de la crítica, entendida esta como un método de investigación, creación y acción. Es de la crítica de donde brotan conceptos modernos como progreso, evolución, revolución, libertad, democracia, ciencia y técnica, entre otros, aunque como promesas de emancipación hayan constituido, en algunos casos, verdaderos fracasos de la humanidad. Aun así, es de la crítica del pasado y del presente, como fundamentos de la historia, de donde surgieron fenómenos revolucionarios como la Independencia de EE.UU., la Revolución francesa, los movimientos de independencia de las colonias españolas y portuguesas de América, que terminaron en fracasos, en muchos casos. Por ello Paz afirma, categóricamente: “Nuestra modernidad es incompleta o, más bien, es un híbrido histórico”.
El romanticismo, gestor del gran cambio en el pensamiento y la sensibilidad del siglo XIX occidental, va a ser el cuestionador por excelencia de la racionalidad clasicista que cubrió el espectro de pensamiento de los siglos XVII y XVIII, pero, al mismo tiempo, se convierte en negación de la modernidad dentro de la modernidad, convive con ella para afianzar su transgresión, una ruptura radical con la tradición renacentista. Esa transgresión conllevará el germen de lo que, en la etapa subsiguiente, que Paz llama Edad Contemporánea, conoceremos como ambigüedad e incertidumbre de la posmodernidad, que van a profundizar y expandir el proceso de individualización que había engendrado el romanticismo, en tanto que discurso individual y sintético particular, contra los grandes relatos épicos del neoclasicismo y el naturalismo.
Nuestra evolución poética no es lineal, sino más bien, paradojal, compleja, divergente y convergente, tradicional y vanguardista a la vez.
José Mármol, poeta y ensayista dominicano. Premio Nacional de Literatura 2013. Autor de “Sobre posmodernidad, identidad y poder digital. Las nuevas estrategias de vida y sus angustias” (2019).