Símbolo de su generación, poseedora de un rigor sensible en su prosa ensayística y cultora de una poesía sensual y depurada, Soledad Álvarez (1950) acaba de obtener el Premio Nacional de Literatura 2022, que la consagra en su trayectoria de escritora. Con una obra poética breve, pero compacta y de gran calidad estética –aunada a una obra ensayística de brioso calado intelectual–, la ex integrante del grupo La Antorcha y miembro de la Generación de Posguerra emprende su camino de formación en Universidad de La Habana, luego de agotar un periplo activo en su trajinar como poeta y activista literaria en los años 60 y 70. Allí estudia filología, asiste a Mario Benedetti como investigadora en Casa de las Américas y realiza una tesis sobre Pedro Henríquez Ureña, con la que posteriormente obtendría en 1980 el Premio Siboney de Ensayo, bajo el título de La magna patria de Pedro Henríquez Ureña. En esta obra –pese a que resuenan en ella aún los ecos del marxismo como método de análisis social, como era lógico–, se perfilan los visos del surgimiento de la gran ensayista literaria en que se transformó, por sus conceptualizaciones y argumentaciones, y por el brillo de sus ideas y la belleza de su prosa.    

A su regreso a Santo Domingo, trabaja bajo la tutela formativa de Manuel Rueda en el suplemento “Isla Abierta”, donde escribe reseñas y artículos críticos sobre autores nacionales y acerca de nuestra tradición poética. A mi juicio, en esa etapa alcanza niveles de rigor y penetración, de raíces muy profundas y originales, en la comprensión crítica del fenómeno poético vernáculo. Sus puntos de vista sobre la historia de la poesía dominicana, en su devenir histórico, la hacen ser –a mi modo de ver–, una voz crítica vital y esencial, a la hora de leer y estudiar nuestra lírica, en sus contextos generacionales, desde la perspectiva de los movimientos y las tendencias –y en diálogo entre tradición y modernidad. Sus conferencias y ensayos acerca de nuestra poesía y la ciudad, la tradición y las vanguardias, así como sus observaciones sobre el Postumismo, el Vedrinismo y La Poesía Sorprendida, son de sorprendente lucidez, originalidad imaginativa y agudeza crítica. 

Ha publicado tres poemarios (Vuelo posible, Las estaciones íntimas y Autobiografía en el agua), en los que revela una voz original, y cuya poética de matices eróticos bebe en las fuentes de la imaginación sensible de una tradición que estudia, conoce y metaboliza. Si tuviéramos que hacer una historia crítica de la poesía dominicana, sería imposible conformarla sin los juicios y argumentaciones que ha postulado Soledad Álvarez. Y si queremos antologar la poesía escrita por mujeres –y aun toda la poesía del siglo XX–, su voz deviene imprescindible, pues representa una luz ardiente y vital, en el bosque de los versos, donde habitan los poetas de la tribu criolla.   

He aquí una muestra:

Muestrario poético de Soledad Álvarez

(selección de Basilio Belliard)

Oración de la mujer sola
 
A Phileas

 Señor, la que hiciste a tu imagen está sola
Ha perdido el rumbo y su boca que ha comido de tu cuerpo
tu boca que ha bebido de tu sangre está muda
Tú que la ungiste en el paraíso con palabras nuevas
             como el agua
palabras amadas para espantar la muerte
niegas la lumbre a sus ojos y desgarras sin piedad su corazón
La vida es triste fuera de la muralla de tu pecho
Hay traidores conquistando ciudades, mujeres que lastiman
héroes con los bolsillos llenos de monedas, mentirosos
maniobreros con olor de pulpo muerto
entre la multitud sin otro destino que el destierro
Protégela Señor. Toda la noche ahuyenta a los mercaderes
             de tu templo
apacienta las ovejas del sueño y canta las delicias de tu
             memoria
Toda la noche te espera. Las puertas cerradas, las lámparas
             encendidas como deseo
su vientre como ofrenda
las piernas que la arrastran como ahogada entre mendigos
             y piedras
Protégela Señor. Regrésala a tu reino de flores desnudas
tu reino custodiado por hermosos guerreros desarmados
amplio y azul como mar desde donde zarparon los barcos
             a todos los puertos
sin las tormentas del odio
sin las bestias que se alimentan de los despojos del amor
Dios de humano corazón como vivir sin tu presencia lejana
             como todo lo que está cerca
¿Es que no oyes la súplica de quien escancia el vino y corta
             el pan
y dispone la mesa para recibirte?
¿No oyes el gorgor del agua que perfumo para lavarte los pies
             y besarlos luego
el agua mi agua escapándose para lavarte los adentros?
Alégrense las criaturas porque mi Señor ha vuelto
Bendito el que viene para el amor
porque hace manar jugos y savias de primavera
porque incendia mis venas y resucita lo invisible
Metamorfosis del ser indefenso que recibe tu luz
omnipotencia en mí
imagen de la pasión en mí
Esta noche reclinará su cabeza en mi hombro
mañana caminaremos sobre las aguas.




Circense

De todos mis oficios prefiero este:
volatinera en el vacío
un millón de luces en mi cuerpo
un incendio sin llamas ni cenizas
de reflectores muertos
y hay un suspenso de redobles
porque he tocado con mi pie la cuerda.

Hilo desnudo para pie desnudo y tembloroso
alto puente único
entre este lado y la otra orilla que me espera.
Sin el antifaz atroz
sola yo
en esta carpa que enciendo con mis ojos
que encandilo con mis manos
que apaciguo
en este momento en que todos me esperan
allá abajo.

Pero, yo volatinera en el vacío
del mundo-muerte
inevitablemente
caigo
hacia arriba.

Al desnudo

Frente a ti han ido cayendo
uno a uno los velos que me cubren,
y el fulgor, la fábula arrebata que fui
como flor de sal en el agua
se han perdido.
Mira la antípoda impía de lo que deseaste,
bajo la luz que no tiene escudo ni vuelta
mírame las astillas del hombro
las uñas sin consuelo
la almendra del vientre trocada en
    cuesco exangüe,
el sexo donde el deseo depositó su tibieza líquida
una medusa prensada entre tablas.
Desnuda estoy del desnudo que me disfraza
mis ojos ya no son el fanal de tus viajes nocturnos;
de mis senos no mana la lecha que te alimentaba
y en mis sienes no pastan furias ni caballos.
Ah las imágenes que perseguí y perdimos
la lumbre efímera, la imposible divisa destrozada;
pero al final del día mi corazón es la casa
       donde te acojo
sin velos, con dulzura de amapola.




Coda
Nada quedará de tu presencia
que no sea el recuerdo:
pedazos de imágenes
rastros que otras presencias desvanecerán.
Nada quedará de esta tarde:
ni la felicidad que comienza
con el ruido de las cucharillas en las tazas
      de café
entre paredes y platos descascarados
el sillón de mimbre a punto de sucumbir
     bajo el peso de los libros
la ropa sobre la cama
y tras la ventana el azul ondeante
agujereado por los árboles.
Mañana escribiré sobre la muerte de los amantes
y recuperaré entre todos los momentos
el que nos salvó del miedo y su deriva
el más limpio
cuando dijiste que el amor no contradice
la ausencia del amor
y tus ojos se humedecieron
y acariciaste mi espalda
con la delicadeza
del que se aleja de puntillas.

En casa

Es bueno llegar
Quitarse los zapatos
Dejar en el agua el polvo del día largo
Tocar desnuda las paredes desnudas de la casa
Caminar como ciega entre muebles, libros, lámparas
como ciega que sólo tiene estas pobres cosas
Habría que arreglar puertas, pintar los techos
esmerilar espejos por donde anda mi extravío
donde miro a la que no puede escapar a ninguna parte
porque la casa es una torre que no conoce nadie
Mejor así
Me basta lo que tengo
Mías son las hormigas ensimismadas
el camino brillante de las babosas
la rana recién nacida en el baño de mi hija
y este blues largo para decir tu nombre
como un trofeo.

Una cama no es una cama

Una cama no es sólo el colchón, las sábanas,
        las almohadas.
No sólo está hecha de hierro o de madera.
No sólo es para una o para dos.
La cama tuya y mía es tornadiza
como los días de verano:
playa de arenas blancas, lisa y calma
cuando nos tendemos para mirarnos
sin recelos    sin horizonte
pensamiento adentro el uno al otro
en lasitud de luna el paso reflexivo,
nubes destilando humedades,
apetencias que nos bañan;
y entonces ya no estamos en la playa
sino en un mar de aguas huracanadas
y la cama es una ola en su rompiente,
un torbellino de espuma abierta
en el que se arremolinan los pulpos del deseo
junto a las algas   anguilas quemantes,
y en la deriva de pliegues y fragmentos
tu voz es una balsa y tu cuerpo el remolque
que me lleva a la orilla original;     
y la cama ya no es playa ni mar
       sino isla
donde una niña duerme
acunada en el regazo de la tierra.

(Nadie lo sabe)

Nadie lo sabe
    pero lo supo el viento
que me vio llorar y secó mis lagrimas con su pañuelo fino
    lo supo la arena
en la que escribí tu nombre con un pedazo de coral
     el mar lo supo
porque en sus profundidades quise ahogar la nada que me diste
y mis muertos
    lo saben mis muertos
a quienes suplico librarme de tu recuerdo.

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Basilio Belliard es poeta, narrador y critico dominicano.