The falling leaves drift by my window
The autumn leaves of red and gold.
I see your lips, your summer kisses
The sun-burned hands I used to hold…
Cada día esperas con ansias la llegada del crepúsculo. Esas distintivas manifestaciones de variantes coloridos que durante su corto lapso ocurren, arrebatan todos tus sentidos.
Añoras de las tierras septentrionales, la efímera esplendidez del otoño con su paleta de tonalidades iridiscentes que cambian con el mero paso de las horas. Hasta el proceso evolutivo del vocablo ha sido objeto de mi atención. Autumn en inglés, août en francés y otoño en español: he ahí tres palabras con el mismo significado; tres lenguas diferentes con evoluciones diferentes, un solo origen: el latín autumnus, que a la postre significa “que llega la plenitud del año”. Plenitud que únicamente se sospecha en nuestra soleada isla de Quisqueya durante todo el año que transcurre en un verano ininterrumpido: bastante soportable, por cierto. Principal atracción para los millares de turistas que una vez nos visitan, la fuerza imantada de nuestra hospitalidad los llama a regresar. Sueñan una y otra vez con nuestras prístinas playas bordeadas de cocoteros y aguas azul turquesa atestadas de pececillos de colores, erizos y estrellas de mar. En nuestra isla, las hojas y las flores de la foresta tropical, tan solo cumplen con su proceso evolutivo cuando ellas mismas precisan nacer, vivir y morir como todo ser con vida.
Extrañas los lienzos abigarrados de hojas amarillentas tornasoladas desparramadas bajo los árboles. Extrañas la brisa fresca que del norte sopla por la ventana abierta de mi habitación durante las noches; y por qué no, durante gran parte del día en los meses menos calurosos del año. A voluntad, recreas el lirismo melancólico otoñal que despierta la vena poética una vez afloran las emociones. En definitiva, siempre se quiere lo que no se tiene. Por fortuna, te quedan los sueños y añoranzas, y también yo.
Amas los colores tibios: los ocres que se diluyen en los anaranjados; amarillos que se esparcen en miríadas de almas errantes que alimentan la salida del sol por el oriente o, a la hora del poniente, de ese astro portentoso cargan la incalculable luz que más tarde se atenúa para dar reposo a las posibles criaturas que pueblan las estrellas en la infinitud del universo.
Los tonos de la mostaza han sido siempre tus preferidos. Van a la perfección con el tono blanco de tu piel. Además, nos recrean al sembrador de la semilla cuando dijo a sus discípulos: Por vuestra poca fe, porque en verdad os digo que, si tenéis fe como un grano de mostaza, diría a ese monte: Pásate de aquí allá, y se pasará, y nada os será imposible.
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Lisette Vega de Purcell. Licenciada en Humanidades, mención lenguas modernas. Profesora, traductora y escritora