Observa hijo cómo rasguña
el mar las orillas de la playa
cómo a dentelladas húmedas
impone su reino salobre
Esta lección que Norberto James Rawlings ofrece a su hijo condensa en sus poderosas imágenes toda una pedagogía del vivir del exiliado. La voz del poeta, confundida aquí con la brega de ese mar inconmovible, arropa con su luminosidad la memoria de los días idos. Según se desprende de las líneas que completan el poema, lo que queda de ese gesto afincado en la lejanía no puede ser menos que una ganancia: “Cuando canta el mar/ se embriaga de sol la brisa/ se cuela su música amarga/ entre blancas cortinas de agua/ y construye la distancia/ con invisibles partículas/ de transparencia diurna”. El poeta exige una lección sencilla de humanidad: saber escuchar esa “música amarga” de nuestro mar más próximo.
¿Y qué le dice el mar a Norberto James? Como para Derek Walcott, ese otro inmenso bardo antillano, el Caribe es el depositario de heroicas historias personales, de batallas por la supervivencia en un espacio en donde la subyugación muestra sus más ruines matices. Ese mar narra así una historia que no escamotea la realidad calamitosa que padecen los hijos de las islas.
El poeta conoce bien los detalles de este relato. Ese Caribe arrastró consigo a sus antepasados de Jamaica, los James de Ocho Ríos, hasta el polvo del Ingenio Consuelo y su miseria. La misma suerte corrieron los Rawlings para llegar a los bateyes aledaños a Macorís del Mar desde Roseau, en la Dominica de los antiguos caribes, y los algodonales del sur de los Estados Unidos.
A la recia estirpe de los cocolos le dedicó el joven Norberto su más grande creación: “Los inmigrantes”. Los versos iniciales de este himno a uno de los más notables componentes de la cultura dominicana compendian la materia que refulge a lo largo de su obra: “Aún no se ha escrito/ la historia de su congoja./ Su viejo dolor unido al nuestro”.
Ciertamente, la pulsión agónica que rezuman estos versos celebratorios del acervo proveniente de los inmigrantes de las Antillas de habla inglesa marcará no solo los textos de ‘Sobre la marcha’ (1969), su primer poemario, sino toda su producción. Este rasgo de la poética literaria de Norberto se une a la finura de su artesanía para hacer de su obra, junto a la de Pedro Mir, el estadio más alto de la poesía social dominicana.
II
¿Qué estandarte defender
sino el de los sencillos?
Nacido en el Ingenio Consuelo en 1945, Norberto creció en el seno de una familia obrera con raíces en Jamaica, Trinidad, St. Kitts y el sur de los Estados Unidos. Las lenguas del hogar y de sus juegos infantiles fueron el inglés y el patuá. No es hasta la edad de diez años, cuando la familia se traslada del batey a San Pedro de Macorís, que el poeta llega a dominar el español.
Al abandonar la provincia en 1963 para proseguir estudios de pintura y música en Santo Domingo, Norberto se llevaba consigo el paisaje de carencia y marginalidad que le resultaban familiares. Pudo comprobar que el cuadro no era menos áspero en la ciudad capital, en donde el grueso de la población sobrevivía en la más absoluta escasez. Fue testigo del optimismo generalizado que produjo el gobierno de Juan Bosch y de la profunda desazón ciudadana al ver cómo esa esperanza se perdía víctima de la avaricia de los grupos de poder.
Cuando ese pueblo históricamente pisoteado se levantó en armas para reclamar el regreso al único estado de derecho que les había reconocido una plena existencia política, Norberto sabía que el único estandarte a defender era “el de los sencillos”. Poco tiempo después legitimaría ese compromiso integrando el Comando de la Escuela Argentina durante la segunda invasión estadounidense a la República Dominicana, en junio de 1965.
En el momento que la injerencia directa del gobierno de los Estados Unidos catapultó a Balaguer a la presidencia del país se establecería la más cruenta represión hacia la militancia izquierdista que ha conocido la historia nacional. Como militante del Movimiento Popular Dominicano, padeció en carne propia la persecución política y, como muchos otros jóvenes que profesaban ideologías revolucionarias, entendió que la única manera de salvar la vida era tomando el camino del exilio.
En 1972, gracias a la mediación del Partido Comunista Dominicano, logra salir del país. Recorrió un accidentado periplo que lo llevó a Madrid, París, Praga y finalmente La Habana, en donde estudió filología hispánica. En 1979 emprende el regreso a su país vía Panamá. Allí se entera que el gobierno dominicano había decretado un impedimento de entrada contra su persona. El mismo no sería derogado hasta el año siguiente, cuando por fin pudo retornar a Santo Domingo.
El cuadro que encontró tras esa larga ausencia reafirmó las inquietudes de renovación social que lo habían ocupado desde su llegada a la capital en 1963. En el Santo Domingo de principios de los años ochenta, Norberto pudo comprobar cuán predecible seguía siendo el accionar de los políticos y las élites, más preocupados por mantener la vigencia de su dominio que por impulsar agendas que garantizasen el desarrollo de bienes sociales; cuán poco quedaba de los afanes utópicos por una sociedad más igualitaria, cuán patético era el espectáculo de una izquierda desgajada y con sus antiguos dirigentes ocupando altos cargos administrativos en el gobierno y la empresa privada.
Uno de los textos que conforman ‘Vivir’ (1981), su tercer poemario, compendia el renovado empeño transformador de su artesanía frente a semejante estado de cosas: “Del pasado ha de recuperarse/ lo que tienen de valor/ la ira del torturado/ la cólera del desterrado/ la milenaria brega/ las pautas del sacrificio”. La pulsión utópica de su poesía no mermará aun cuando el desasosiego de la vida en la isla le obligue a una nueva mudanza en 1982. Becado por la Boston University para cursar estudios doctorales en literatura, Norberto se establecerá definitivamente en los Estados Unidos. Allí impartirá docencia en el Boston College y luego en la mítica Boston Latin School.
III
Sobre la marcha
vamos construyendo el canto.
Al ponderar el lugar de la poesía en la sociedad contemporánea, Alfredo Bosi defiende de ella el carácter de resistencia y transformación que le confirieron principalía en las sociedades del mundo antiguo. El pensador brasileño ve desplazadas estas propiedades ante el empuje del materialismo rampante: “la extrema división del trabajo manual e intelectual, la Ciencia y, más que ella, los discursos ideológicos y los estratos domesticados del sentido común llenan hoy el inmenso vacío dejado por las mitologías. Hoy, es la ideología dominante la que le da nombre y sentido a las cosas”.
Justamente, la poesía de Norberto, desde ‘Sobre la marcha’ (1969) y ‘La provincia sublevada’ (1972) hasta ‘Vivir’ (1981), ‘La urdimbre del silencio’ (2000), ‘Patria portátil’ (2007) y ‘Oscuro amor’ (2010), se enfrenta con garra a esta desalentadora constante epocal. Y es que, como el antiguo arte de los “griot”, los relatores del África occidental, su admirable producción puede leerse como testadora de una memoria que no encuentra cauce en las lecciones escolares, los encabezados de la prensa dominical y los planes de nación de los políticos de turno. La persona poética de estos versos se confunde con los sujetos menos visibles de la sociedad para augurar una redención posible: “Yo no soy un extranjero más./ Soy sencillamente uno de ustedes”.
Hay que valorar la magnanimidad de ese gesto frente a la poca atención que los críticos le han prestado a su obra. A ellos, y a todos nosotros, nos amenaza con dulzura, persistente y severa, la poesía de Norberto James Rawlings.
*Prólogo de Norberto James Rawlings. Poesía 1969-2008 Ediciones Cielonaranja, 2012.
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Néstor E. Rodríguez (La Romana, República Dominicana, 1971) es autor, entre otros libros, de Limo (OrganoGrama, 2018) y Poesía reunida (Zemí, 2018).
Foto de portada: Néstor Rodríguez y Norberto James.