Mirar no solo es estacionar la vista en un objeto o sujeto, sino que involucra la atención, la conciencia, la voluntad y el deseo; muy distinto al ver, que necesariamente no atraviesa la mirada. El ver se despliega a través de la percepción (sentido de la vista) por los ojos de cualquier objeto envuelto en luz que vemos en nuestro entorno virtual o real. Esta es distinta a la mirada, la cual va más allá de un simple ver, porque implica agudeza y asombro. Mirar es mucho más profundo que ver.
Es por eso, que la incapacidad de mirar entra en esa ceguera psíquica que recorre la obra de Saramago (1998), expresada en lo que este autor considera como agnosis que “es la incapacidad de reconocer lo que se ve” en solo estar viendo lo que “siempre se había visto, es decir, no habría sobrevenido disminución alguna de agudeza visual, simplemente ocurría que el cerebro se habría vuelto incapaz de reconocer una silla donde hubiera una silla, seguiría, pues, reaccionando correctamente a los estímulos luminosos a través del nervio óptico, pero, para decirlo en lenguaje común, al alcance de gente poco informada, habría perdido la capacidad de saber que sabía, y, más aún, de decirlo” (pp. 17-19).
El ver de la mirada va por la línea de Nietzsche (2016), en cuanto que forma de ver, que se articula con aprender a pensar, a hablar y escribir, de “habituar el ojo a la calma, a la paciencia, a dejar que las cosas se aproximen a él; aprender a demorar el juicio, rodear y abarcar el caso individual por todas partes” (p. 653).
Sin embargo, en el universo que recoge la historia de la filosofía, será Sócrates quien cultive la mirada como movimiento que nos hace mirar a nosotros mismos, que va por el encuentro con uno mismo, con buscarse y conocerse a sí mismo. No como pretende Platón, que reduce la mirada a una supuesta purificación del alma.
La mirada socrática no se diluye en el platonismo, sino en los estoicos, que la reivindican en cuanto que “uno posa en sí mismo (…) esa atención que uno pone en sí mismo”, de acuerdo a Foucault, y que se sitúa en el pensamiento, en “la razón, en su libre uso, observar, controlar, juzgar, estimular lo que pasa en el flujo de las representaciones, en el flujo de las pasiones” (p.434).
De acuerdo con Sartre (1993), es desde esa mirada que el otro nos reconoce, porque la percepción captada por los otros es lo que realmente somos. De ahí, que para el otro seamos objeto y solo cuando pienso sobre mí mismo, me convierto en sujeto.
Para este filosofo existencialista un hombre que lee paseándose en un parque: “La desintegración del universo representada por él es puramente virtual: tiene oídos que no oyen, ojos que no ven sino su libro. Entre su libro y él, captó una relación innegable y sin distancia” (Ibíd., p.284).
La mirada dibujada por estos filósofos no escapa al sujeto de la autoética, reivindicada por Morin en su tabla de cuatro principios: 1. La ética de sí a sí comporta: autoexamen, autocrítica, honor, tolerancia; 2. Una ética de comprensión; 3. Una ética de la cordialidad (con cortesía, civilidad) y 4. Una ética de la amistad (2009, p.101).
Sin embargo, desde la filosofía de la Grecia antigua, el discurso de la mirada no solo es asombro, contemplación y cuidado de sí, ya que entran en juego datos como conjunto de información y posiciones críticas que producen conocimientos, a través de experiencias de vida. Esto se expresa en discursos y en subjetividades, los cuales se mueven en entramados e interioridades de poderes y resistencias, como muy bien los trabajó Foucault.
Pensadas por aquellos filósofos, esas miradas forman parte de la realidad del mundo social físico. No obstante, no llegaron a la mirada del cibermundo virtual de finales del siglo XX, en el que la interactividad virtual configurada en imágenes, sonido y voz son la presencia que cuenta en estos tiempos arropados por la pandemia del Covid-19.
Para comprender la mirada de lo virtual, hay que estudiar y analizar estos filósofos, que la pensaron en el plano del mundo físico. Ahora bien, en el plano de una filosofía cibernética innovadora se ha de ir por la ruta del pensamiento complejo en el que entra el cibermundo virtual, de la mano de filósofos como Deleuze (2007), Lanier (2019), Levy (1999), Baudrillard (1996), Echeverría (2000), Merejo (1999) y Rheingold (1994), entre otros.
Porque sea en lo virtual o real, el mundo o cibermundo, mirado desde dentro, forma sistemas y subsistemas cerrados y abiertos, en movimientos de redes y como bien apunta Nietzsche, interactuarán con “voluntad de poder y nada más” (Ibíd., p.323).
El pensamiento se construye con fibras de ideas innovadoras y en permanente cuestionamiento de lo pensado por otros. Poner la mirada donde otros no están mirando forma parte de una agudeza de observación, ya que nos invita a entrar en un proceso de pensamiento que nos lleva justo allí, en el cibermundo donde a otros no se les ha ocurrido mirar.
En oposición a la mirada se encuentra el ver, el poner la vista en la premura de la vida, en simples curiosidades y opiniones pasajeras, porque no contiene un conjunto de juicios críticos y sistemáticos que, después de los conceptos, forman la parte fundamental para la construcción del pensamiento. Ver se entiende como una falta de agudeza intelectual, una incapacidad de mirar, lo cual es una manera de estar ciego, aunque se esté viendo.
Mirar en lo virtual equivale a la voluntad de fijar la vista en algún video o información de gran valor y la capacidad de comprender que nos encontramos más allá del simple ver, de sostenernos tan solo con el sentido de la vista, que es una forma de quedarse a ver imágenes o informaciones en lo virtual, sin interactuar e indagar sobre ellas.
Es por eso, que la mirada en las redes sociales, en el cibermundo no es un privilegio de los migrantes digitales versus los nativos digitales; donde los primero pretenden creer que todos los nativos son idiotas y con coeficiente de inteligencia inferior al de ellos. De ahí, que se expresen muchos migrantes con enojo, desde el mismo ciberespacio, diciendo que este ámbito virtual no contribuye a la formación y al desarrollo intelectual y viven buscando opiniones e investigaciones para justificar que todo pasado fue mejor.
La mirada en lo virtual se entronca en una observación de la virtualidad que disloca escenarios de colores, forma espectáculos digitales y escaneados rostros de sujetos que se resisten a envejecer. Estas miradas se sitúan en las redes virtuales del ciberespacio.
Estas miradas son diferentes a las interacciones del que está viendo, divagando sin ningún sentido, excepto el vivir en un entrar y salir en las redes sociales como cursilería y no como manifestación de vida envuelta en poema, filosofía y en videos de bellas canciones que traen recuerdos. Pensar en esas miradas que nos brindan lo creativo, lo crítico e innovador nos coloca más allá de las redes, de esos mismos espacios como espectro virtual del vivir viendo sin una sola mirada.
Mirar desde la virtualidad es comprender la articulación de la relación cerebro-lenguaje- pensamiento-cultura, además, de la sociedad cultural y lo cibercultural, que moldean a los sujetos que miran desde ese cibermundo.
Situarse en la mirada de lo virtual significa trascender el regocijo de los datos, porque desde esta se logra buena información y conocimiento. Contrario a esto, se encuentra el que ve o vive atrapado en la percepción, mediatizado por los sentidos, presa del mundo de imágenes y los datos sin conocimiento, y sin el tiempo de la experiencia y postexperiencia que nos brinda la sabiduría.
Esas miradas arrastran unos ojos que ven y que no son los míos. Cuando se trata de sujetos cibernéticos interactivos (docentes y discentes) que estamos conversando (vía videoconferencia) de temas puntuales, hay ojos y también hay fuerzas, energías que atraviesan mi cuerpo cuando capto por el sentido de la vista una imagen virtual en el ciberespacio que se convierte en mirada por el ojo que ve con intensidad. Tal como lo expresa el proverbio de Machado: “El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas; es ojo porque te ve” (1979, p. 210).
El que vive a tientas, navegando a hurtadillas por los bordes virtuales del ciberespacio se resigna a ser una sombra sin proyecto, exceptuando un ser por y para la muerte. En cambio, desde la mirada se puede trascender la figura de monigote cibernético, que es una especie de sujeto monitoreado, recibiendo instrucciones programáticas desde la profundidad de ese espacio virtual, sin tener la más remota idea de tal acontecimiento.
Son monigotes cibernéticos, con poca conciencia ciudadana, que viven en el cibemundo, muertos en vida, errantes, acomodados al consumismo, a la ciberbasura, a la entrega de la fatiga tecno-cerebral; que viven encantados y fascinados por Facebook, Twitter o el conjunto de aplicaciones, al margen de la cibercultura, del ciberarte y la ciberliteratura y de las navegaciones críticas. De ahí que millones de esos seres pululen y se conformen con tan solo ver y no mirar, mucho menos pensar, por lo que se convierten en monigotes, mueren en el intento de construirse social y moralmente como sujetos.
A los que miro y me miran les digo que sigan navegando sin naufragar, buscando estrategias de navegación que les permitan trascender las valiosas informaciones que poseen y que se coloquen en el conocimiento crítico que los hará sujetos más libres y creativos. Los que viven en el ver y la simple curiosidad, que se pierden en lo fugaz, que se escamotean, que aparecen y reaparecen sin lograr fijar las miradas en lo que están haciendo, seguirán siendo monigotes virtuales, si no transforman el ver en mirar y este último, en pensar.
Pensar en lo virtual es una invitación a no dejar de navegar, pero sin llegar a naufragar en el exceso de información, lo cual conduce a la infoxicación. Lo importante es plantearse un diálogo, reflexionar e innovar para no perderse entre imágenes o reducir la vida a recuerdos de fiestas y encuentros fallidos, sin importarles los acontecimientos que se producen en el mundo y cibermundo.
Referencias bibliográficas
Baudrillard (1996). El crimen perfecto. Barcelona: Anagrama.
Deleuze, Guilles (2007). Lo actual y lo virtual. Texto originalmente publicado adjuntado a la nueva edición de Dialogues, de Gilles Deleuze y Claire Parnet (Paris, Flammarion, 1996).
Echeverría, Javier (2000). Un mundo virtual. España: Bolsillo.
Foucault, Michel (2014). La hermenéutica del sujeto. Buenos Aires, Argentina: Fondo de Cultura.
Lanier, Jaro (2019). El futuro es ahora. Un viaje a través de la realidad virtual. Barcelona: Debate.
Levy, Pierre (1999), ¿Qué es lo virtual? Barcelona: Paidós
Machado, Antonio (1979). Poesía. España: edf.
Merejo, Andrés (1999). “La dominicanidad virtual” Cultura del siglo el siglo, desparecido periódico el siglo. Santo Domingo.
Morin, Edgar (2009). El método 6. Ética. Madrid: Catedra.
Nietzsche, Friedrich (2016). Escritos de madurez II. Obras completas. Volumen IV Madrid: Anaya.
Rheingold, Howard (1994). Realidad virtual. Barcelona, España: Gedisa
Saramago, José (1998). Ensayo sobre la ceguera. Aguilar: Bogotá, Colombia.
Sartre, Jean – Paul (1993). El ser y la nada. Ensayo de ontología fenomenológica. Barcelona: Altaya.
Spinoza (1990). Ética. Tratado teológico- político. México: Porrua, S.A
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Andrés Merejo es Doctor en Filosofía por la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) y profesor en la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).