1

Amar, la vida.                                                                                                                                                                                                                                                                                             
Si todo llega del agua, 
del mar vengo. 
Al igual, la materia
de demasiado lejos, 
mujer-vida, amar-mundo. 
Todavía sin conocerlos,
como el viento, 
llegan del mar Caribe. 


A encaminarme a sus costas 
con el pensamiento voy
en naufragio, al río de agua 
dulce si desembocara en sus playas, 
en sus fulgurantes mareas altas. 
Entonces, al adentrarme:
“He encontrado a una niña 
en la calle, y me ha abrazado”.
Nadie sabe cómo se llama, 
y como nadie lo sabe tampoco yo lo sé.
Las cosas empiezan a tener sentido 
cuando se sabe que se ama, ¿se 
ama cuando se sabe que no se ama?
El divagar nos trae inquietud 
de nublado, de posibilidades de lluvia.
Sus colores, rasgos menudos.


Yo, que no las busqué, la encontré. 
Ellas me encontraron por el olor a camino.
“Y encontrar el camino de las flores.”


Escuchando: amando quisiera 
pensar que soy ese río que remite 
al nombrar, que se asemeja al mar, 
al conocer en delirio como pierden 
los pétalos las flores de sol. 
Comprender para el olvido, deseando 
no comprender nada cuando no soy.

2

El cuerpo.
Demasiado cerca para no sentir. 
Estuve donde había vivido 
sin saber de su existencia.
“Tu cuerpo no amanece, tu cuerpo
                                     inventa alas”.


En esas alas un bosque 
ha desaparecido por el fuego 
cósmico de las estrellas 
fugaces en sus caídas. 


Demasiadas evidentes 
para crear un mapa 
geológico que se lea 
a los siglos que se ama, 
se amó, se seguirá 
amando por el futuro verde.
“Ah! Labios bajo la sombra.”


El bosque carece de nombre, 
no así las aguas del río de luz 
sino semejan los dos ojos 
avistados en sueños narcóticos, 
una vez que se despierte.
“De pronto, un día me levanté
temprano y te di una cascada.”

3

Sus manos, sus pies.
Aventura como un árbol,
un mantra a la mandrágora.
Siempre cómo amanece.
Siempre es algo que se acerca, 
se aleja, se pierde:
“Puertas abiertas sobre las arenas,
puertas abiertas sobre el exilio”.


Yo, caracol de tu lengua, 
de tu boca, de cómo siento al deseo. 
“Cuando toco tu carne en cada 
relámpago frenado por tu pecho”.
Dónde tocaría con mi lengua,
¿Luz que siente la luna, el sol?
Nacientes, provocadoras, ilusas.

4

En temblor:
materia de amar. 
Aquellos inencontrables 
están en la línea de las manos 
esperando ser descubiertos 
para arrojar misterio.
“Este interminable espacio limitado
este lado izquierdo anclado aquí” 


Yo, huella en la arena que espera ser 
borrada por el agua, excepto tú, 
mujer, mujer hasta donde llegue 
el mar, el río endulzar
tu boca, media luna de fuego. 
“En tus ojos se prolonga un árbol 
genealógico de nubes, de lluvias 
cuerpo de mujer”.


De ningún lado me ido, no me han 
llamado, no he llegado en la más oscura 
palabra: deseo en zozobra, encogido,
si me disuelvo, si vuelvo a ser un punto 
de origen, salgo a contar las sombras
de las palabras que no se han hablado. 
“Si doy un paso, el río cambia su faz”.

5

El rostro.
Materia inodora.
Profundiza
en ritmos de latidos telúricos.
Sin saber dónde he de vivir, 
a tientas, busco su mirada 
deslizándome.


Donde toco me devuelve al origen:
el deseo roce en la palma de la mano,
confluencias de aguas marinas.
Explosivas en sí mismas, afeite salvaje. 
“Y se abrió un cielo y una tierra 
para mí, y fue así… no tanto… casi”.

6

En alas retornas, alas  
augurando rostros y memorias,
manos, en otras bocas, en otros
cuerpos ni el polvo queda
y la palabra conserva la memoria. 
“Canta ella, embruja,
ha impuesto su carpintería, 
ha estallado sus explosiones navales”.




Sí, canta memoria,
celebrando lo pasado lo presente
dibuja sendas con más luz. 
Se transforma, no como se 
desea, se ha soñado, se ha despertado. 


Materia de amar al paso de la vida,
de los amantes, de la muerte.
“Los potros del circo galopan 
sobre los sentimientos indeseables”.

7

Sí, la vida, 
adrede en torbellino,
materia de amar, del mar
donde cualquier ojo estalla.
Es el día lo que cuenta,
no lo que pasa en él,
¿o lo que pasa en él?
“Omnia mecum porto”.

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Amable Mejía es poeta y narrador. Doctor en derecho de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Autor de El amor y la baratija, El otro cielo y Primavera sin premura, novela.