Recién estrenado el año, de un mes a otro, consecutivamente, se sucedieron los fallecimientos de los poetas Frankétiene (Haití, 12 de abril de 1936 – 20 de febrero de 2025) y Andrés Sánchez Robayna (Gran Canaria, España, 17 de diciembre de 1952 – 11 de marzo de 2025), ambos con presencia e incidencia en la cultura literaria dominicana y escritores de renombre internacional.

Es dable decir que tanto Haití (la parte dividida de un entero) como Canarias (un entero dividido en partes) serían –por encima de lo térreo y de la topografía– propiamente islas, por la singularidad sociohistórica y cultural que ocupan en América y Europa. Y, asimismo, pensar en Frankétienne y en Andrés Sánchez Robayna como cumbres de sus islas, porque ejercieron en Haití y en Canarias una influencia capital: este último se destacó como figura señera por casi medio siglo en la transmisión de su sabiduría literaria a generaciones de creadores y lectores, y al segundo se le ha denominado “Padre de las Letras Haitianas”. Poetas antípodas (torrente y manantial, orvallo y aguacero) tenían, sin embargo, otros rasgos en común que exceden la circunstancia de haber estado en la República Dominicana: ese peso en sus espacios y una impresionante capacidad para lo multidisciplinar en arte. Así que valga el homenaje doble que les rinde Plenamar, ya que lo nuestro es “pensar, desde la isla y más allá”.

Resaltemos dos criterios. El uruguayo Eduardo Espina aduce que Frankétienne “estuvo por nacimiento condenado a vivir en el infierno que es su país”, donde sobrevivió dictaduras, terremotos, epidemias, sicarios y pandillas armadas, aunque podría haberse exiliado en Francia, Canadá o Estados Unidos (su padre era texano), “pero se quedó en Haití porque en un ningún otro lugar podría haber construido la impresionante obra creativa que caracteriza su paso por esta vida”. El español Álvaro Valverde anota que “si bien el cosmopolita, incansable quehacer intelectual y creativo de Sánchez Robayna abarcó numerosas disciplinas, su punto de vista fue siempre el de un poeta. Lo nuclear: la poesía. Desde ahí observó el mundo. El físico, centrado, con alma de isleño, en sus amadas Canarias y el, pongamos, espiritual, que integraba materias tan diversas como la poesía, la pintura, la traducción, la crítica, la enseñanza, la edición, etc.”. Fragmentos de la Caofonía de Frankétienne traducidos por el venezolano Adalber Salas Hernández (quien también escribe su presentación) más una emotiva evocación del paso de Sánchez Robayna por República Dominicana escrita por León Félix Batista redondean el dossier.

En la sección PENSAMIENTO continuamos resaltando el centenario de la publicación de la novela El Proceso, de Franz Kafka. Aristo Antonio D’Meza analiza en esta ocasión el universo moral de Kafka y Joseph K, mientras que el catedrático dominicano Eugenio Camacho se incorpora a la celebración, argumentando que “con la lectura de El proceso caminamos siempre hacia el borde de una sospecha, aún no confirmada, que apunta hacia la destrucción del instinto de conservación, todo a consecuencia de que Josef K. va rumbo a un abismo secreto”.

El baúl de secretos bibliográficos de Juan Manuel Prida Busto nos vuelve a sorprender, ahora con una extensa entrevista a Pedro Mir inédita desde hace más de 3 décadas, de la cual este número presenta la primera parte de tres. Un cuento, también inédito, del narrador dominicano Rafael García Romero cierra la revista, para dejar un rastro de exquisita creatividad fictiva en nuestras mentes.