Pese a haber transcurrido un siglo de su deceso, la influencia y actualidad de los escritos de Franz Kafka le otorgan un matiz indiscutible de clásico contemporáneo, de aggiornamento. La atemporalidad y universalidad de sus temas, la singularidad de sus personajes y su estilo original e inimitable admiten que se le lea hoy como si hubiera escrito ayer nomás. Novelas, cuentos, diarios, aforismos, cartas, exhiben en su frescura metafísica un vigente apelativo, muy cercano. Por ello, Plenamar ha preparado un denso dossier que conmemora la efeméride, convocando e invocando escritos con distintos ángulos de aproximación a sus creaciones.
Así ocurre con el rescate de un ensayo desarrollado por Walter Benjamin apenas a una década de fallecido Kafka, en el que afirma que “la totalidad de la obra de Kafka instituye un código de gestos sin que éstos tengan de antemano para el autor un significado simbólico determinado”. La misma imprecisa simbología que permitió a Hanna Arendt resaltar la concepción judía en algunos de sus caracteres más conspicuos, especialmente en el agrimensor K. de la novela El Castillo, el “nadie”, el paria: “Kafka lo describe como si sólo hubiera uno en el mundo, como si fuera el único judío, como si estuviera realmente sólo. Y en eso también atina con toda exactitud en la realidad humana concreta, en la problemática humana concreta”.
El testimonio del narrador y cineasta residente en Praga Ariosto Antonio D’Meza –donde ha sido testigo directo de las celebraciones por el centenario del fallecimiento del autor nativo– se enfoca en “desmitificar a Kafka, acercándonos al hombre real detrás del mito”, ahondando en la influencia de la obra en la creación del referido mito, para ofrecer una comprensión más profunda y humana del escritor en cuestión. Una mirada objetiva y de primera mano, una soberbia constancia in situ.
Dos ensayistas dominicanos, Basilio Belliard y Eugenio Camacho, analizan dicha dimensión con aura mítica de Kafka (el primero) y la transfiguración del hombre en bestia, su animalización caótica, y el signo apocalíptico consignado en La metamorfosis y constable en el presente (el segundo). Lo que Camacho singulariza en el cerrado mundo narrativo de un solo tomo, Belliard lo torna cosmogonía analítica, de la mano de plumas ávidas y hábiles en Kafka como las de Marthe Robert, Elías Canetti, Maurice Blanchot, Georges Bataille, Harold Bloom, George Steiner, Deleuze-Guattari o Hannah Arendt: “ninguna de las exégesis –indica–, hermenéuticas o interpretaciones críticas han logrado descifrar, agotar o explicar los símbolos y las significaciones, de la esencia de la obra de Kafka, pues la naturaleza de esta es esquiva, parabólica, resbaladiza y sinuosa, lo que lo hace ser un autor sapiencial, clásico, en la modernidad”.
El gran poeta cubano-judío con sangre checoslovaca José Kozer no sólo es autor del llamativo libro Un caso llamado FK (donde, según confiesa en una entrevista, “intento adaptar a Kafka a un contexto cubano que inevitablemente revierte en mí mismo, en función de lenguaje ajeno que convive con el español de Cuba, y un mundo propio y tropical por completo ajeno al mundo checo de Kafka con su escritura en alemán”), sino que desde sus inicios trazó poemas con el malogrado escritor por tema. Suyo publicamos el Tríptico de Franz Kafka, escrito hace más de cuatro décadas.
Presentamos también tres cartas de las muchas enviadas a la escritora, traductora y periodista checa Milena Jesenská, que ejemplifican una afección progresiva a un desenlace. La primera de ellas, de abril de 1920 (“Yo vivo aquí muy bien, el cuerpo mortal apenas podría soportar más cuidados”); una intermedia, de marzo de 1922 (“¡a quién se le habrá ocurrido pensar que la gente podía relacionarse por correspondencia!, los besos escritos no llegan a su destino sino que los espectros se los beben por el camino”); y la última de todas, del 25 de diciembre de 1923, cuando contrajo una pulmonía, seis meses antes de morir (“Sé del mundo, y desde luego con máxima intensidad, sólo a través de la carestía”). Franz se carteó durante tres intensos años con su amor –y luego amiga– Milena, gracias a la cual sobreviven hasta hoy las que fueron remitidas por el escritor, porque ella las entregó a su amigo Willy Hass, quien posteriormente las editaría. Milena y las hermanas de Kafka corrieron la misma suerte: murieron en campos de concentración. A Kafka lo salvó su muerte prematura…
Aquella horrible transformación de hombre a insecto de La Metamorfosis nos conecta directamente con la reflexión sobre el concepto doble e indisoluble civilización-barbarie, desmenuzado en este número por el escritor peruano Castro Urioste. La sección Pensamiento es completada por un trabajo de la joven Mildileidy Solano, que destaca el papel de los individuos en el mundo y la conexión intrínseca entre lo divino y lo humano presente en la poesía náhualt. El también pensador Fernando Ferrán ofrece un arco, breve pero nutrido, de los 59 años de su andadura intelectual “descalzo y a pie” por la isla que ha leído y desmenuzado en letras paso a paso. La franja creativa es cubierta por sendos poemas inéditos y un cuento del colombiano Daniel Jiménez Bejarano y del dominicano Rafael García Romero; en tanto que la peruana Rossana Di Paolo reseña el laureado libro Aparejos para exhumar la poesía, de su compatriota Víctor Coral.
Kafka vive, porque “tal como K. habita en el pueblo del Monte del Castillo, habita hoy el hombre contemporáneo en su propio cuerpo; se le escurre y le es hostil.” (W. Benjamin) y, sobre todo porque “Kafka sigue siendo un tema de conversación constante, especialmente entre las generaciones más jóvenes, debido a la proliferación de contenidos en Internet, donde numerosos youtubers exploran su obra que aborda temas universales y profundamente humanos: el miedo, la soledad, la búsqueda de sentido y felicidad, la melancolía, y el temor a ser incomprendido en un mundo cada vez más opaco y complejo” (D’Meza).
A cien años de no estar, Kafka existe en sus lectores.
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En portada: Casa en que Kafka en Praga. Foto de Fausto Rosario Adames, noviembre de 2023