Son múltiples las formas que buscan condensar en un solo concepto el surrealismo: automatismo psíquico puro para expresar verbalmente el funcionamiento real del pensamiento; superposición de lo improbable y extraño; dictado del pensamiento sin la intervención reguladora de la razón; superación de la limitación del inconsciente para que el subconsciente se exprese a través del arte; exploración de forma artística de la mente humana y la dinámica de los sueños; respuesta al racionalismo y al pensamiento lógico, y una ristra de etcéteras. 

Hubo quien lo denominara superrealismo (para muestra aquella “Autopsia del superrealismo” que, en formato ensayo, publicó César Vallejo en la revista peruana Variedades el 26 de marzo de 1930), con razones valederas, dado que –a pesar de su apelación a materiales subconscientes–, “surrealismo” significa literalmente “por encima” (sur-) del realismo (réalisme).

Todas las acepciones resultan válidas. No obstante, una de ellas encierra de manera magistral sus objetivos: el surrealismo es una apuesta por transformar el mundo. Dicho reto quedó oficialmente formulado hace cien años, el 15 de octubre de 1924, cuando André Breton incluyó como prefacio a su libro Poisson soluble (Pez soluble) lo que sería el primer manifiesto del surrealismo. “Uno de los adversarios mayores será el pensamiento lógico y racionalista arraigado en la cultura de Occidente y, desde la óptica ideológica y social, el otro adversario será el modo de producción capitalista y la realidad social que engendra. De ahí la apuesta por transformar el mundo, antes que meramente interpretarlo, y aspirar a provocar cambios en la forma de vida”, se lee allí. Cumplido ya su primer centenario, hay que reconocerle constancia, presencia, concreta o intangible. Hay que conmemorar el acontecimiento.

Plenamar ha convocado a varias voces para ello. Así, Ariosto Antonio D´Meza detalla aspectos de la personalidad y obra del redactor de ese Primer Manifiesto. Breton decía –nos recuerda– que la poesía, en su forma más pura, es un acto de rebelión y una búsqueda de la verdad en tiempos de oscuridad.

El escritor, traductor y editor dominicano Manuel García Cartagena, doctorado en Francia con una tesis sobre el surrealismo, valida en su trabajo publicado en este número, detalladamente, lo que apunta el principio de este editorial: “cualquier disertación acerca de este movimiento está condenada a permanecer en el orden de lo fragmentario”, indica. Movimiento que, además, posee un “carácter decididamente contradictorio”, pues “la contradicción sería la tendencia mejor definida de todas las que marcaron la historia del surrealismo, comenzando por la misma historia de su nacimiento”. 

El poeta, editor, traductor y ensayista brasileño Floriano Martins, conspicuo investigador del surrealismo en América, desmenuza en 1100 palabras los cien años de su impronta, declarando que “este centenario debería ser una fecha clarificadora y estimulante para un nuevo estado de cosas. Que los propios surrealistas, en muchos casos dispersos por el mundo, algunos incluso absurdamente enfrentados entre sí, comprendan la máxima con la que Breton concluye su Primer Manifiesto: Vivir y dejar de vivir son soluciones imaginarias. La existencia está en otra parte.”

El testimonio vital y estético del poeta colombiano Raúl Henao (filo-surrealista, surrealista tangencial), resalta las que resultan ser sus afinidades electivas surrealistas: el surrealismo es –indica– una presencia o aventura del espíritu, y no una escuela o corriente literaria y artística del período de entreguerras, donde el pensamiento académico ha pretendido encasillarlo. Con poemas a sus “hermanos enemigos”, a sus afinidades electivas surrealistas, aquí reproducidos, refrenda Henao su aserto.

El poeta y filósofo dominicano José Mármol se explaya sobre Para leer Nadja, de André Breton, libro que publicara el ya cito Manuel García Cartagena, en el que procura establecer el vínculo entre los postulados estéticos, filosóficos e ideológico-sociales del primer y segundo Manifiesto del Surrealismo con el relato Nadja, y luego disecciona el relato mismo, para desentrañar aspectos esenciales, entre ellos la revalorización de la mujer en el surrealismo. Sobre una probable misoginia surrealista especula Floriano Martins en otro escrito: las artistas femeninas que descubrieron que tenían una afinidad natural con el movimiento, enfrentaron un desafío tan difícil como afirmar su propia identidad y libertad artística. No en vano el brasileño es autor de sendos estudios que procuran una visión crítica integral del surrealismo en toda la extensión del continente americano y la lectura innovadora de la presencia femenina en el surrealismo alrededor del mundo.

Un último ensayo, de Manuel Mora Serrano, servirá al lector para medrar en el misterio de lo que significa Vlía, el gran poema surrealista dominicano, escrito en clave de escritura automática por el poeta sorprendido Freddy Gatón Arce, tan temprano como 1944, tres años después de la primera visita de André Breton a Santo Domingo y Haití, y que Plenamar reproduce íntegramente.

Sobre Haití, justamente, sobre su problemática histórica y actual, tratan Vanna Ianni (Haití en las espirales de la crisis) y Fernando Ferrán (desde su yunta geográfica con nuestra propia nación en una sola isla: la de Santo Domingo). Así, el artículo de Ianni, “a partir del análisis de la actual crisis haitiana y de sus causas, se remonta a los obstáculos que han bloqueado la transición democrática, para luego echar la mirada hacia atrás, hacia los propios procesos de independencia”. Entre tanto, Ferrán celebra “los vínculos de acercamiento de dos pueblos limítrofes que –por sus respectivas trayectorias y ordenamientos– siguen siendo irreductibles en la proximidad de sí mismos y coincidentes en sus propios distanciamientos.”

La última referencia es una vigorosa reseña que redacta el argentino Augusto Munaro sobre la poesía surrealista de su coterráneo Juan José Ceselli (1909-1980). La ineludible parte creativa de la revista trae un relato inclasificable, difícil de catalogar, del puertorriqueño Juan Carlos Quiñones: una absoluta escritura en tránsito. Hay, también, una reseña-ficción sobre El hoy de mi ayer, libro reciente de Lisette Vega de Purcell, que corresponde al novedoso género de ensayo creativo, escrita por Alfonso Perabeles Morel. 

Y, por último, en la sección Cine, Ariosto Antonio D´Meza detalla la “convergencia cinematográfica” entre Kafka y Orson Welles, analizando los pormenores de un filme de este último que adapta la novela El Proceso al celuloide.

Definitivamente, un número lleno de prodigios.