Carrión dice cosas sobre la realidad concreta porque la sabe indefinible y, en consecuencia, infinitamente elástica. Así que tira de ella, tira una piedra, tira una bala que va cosiendo historias, tira y abre una puerta y otra. Excava en “lo que está” no para sancionar “lo que sucede” sino para intentar modificarlo al escribirlo, a manera mineral pero animada, a nombre propio y en el nombre del padre originario: 

basilisco la poesía, y necio el poeta, 

porque gracias a su postura limpia con su lengua 

el cuerpo envenenado de su padre. 

La borradura gráfica de la autobiografía, del sujeto como una incrustación en el constructo “mundo”, articula su ficción en un libro de verdad, con íconos de la cultura y guerras, con represión social y asalto. Tal sería lo salvaje en la materia: el proceso operativo de su desciframiento o de su pensamiento (aunque sanguíneo): la no morfología del torrente, que consiste en su propio movimiento, desplazamiento en sí y la emancipación en correntía del poeta. 

Por eso aquí lo críptico es lo macro, cinemascope lexical, inmensidad concisa en su testigo: Ernesto, que es el centro nervioso del poema, guadaña en mano decapita esas momias momentáneas de la utopía redentora, y procede a la desconstrucción del Gran Relato hablando desde adentro.

Ese gesto de irrigar en territorio seco, esa colocación de cuñas entre las rajas de la grandilocuencia estético-histórica, convierten a Carrión en un poeta capital, porque nuclea en su voz la crítica del ahora por la puesta en crisis del lenguaje, que no es más que la del ser humano subvertido y en perpetuo pugilato con su entorno.

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León Félix Batista (Santo Domingo, República Dominicana, 1964), es poeta, ensayista y traductor. Ha publicado 25 libros en 10 países distintos, y ha sido traducido a cuatro idiomas.