A mi lado él respiraba, dormía, respiraba suavemente, dormía. El resplandor de la ventana le iluminaba el perfil, el arco de la ceja, un hombro. Estaba un poco vuelto hacia mí, como entregándose, y exhalaba un olor que era también el de mi perfume.
El perro había entrado en algún momento y estaba tendido en el suelo, a los pies de la cama. A veces se sacudía y gemía, quizá soñaba. Era un perro joven e inquieto. Entraba de a ratos una brisa con olor a flores. Era el fin del verano y el aire estaba fresco y húmedo, pero nosotros teníamos la ventana abierta. La luna se movía por el jardín, y el resplandor de la ventana iluminaba una cosa y después otra. Cuando la luz tocó el pelo rubio, despeinado, se lo quité de la frente, tocándolo apenas. Él suspiró, movió la cabeza, siguió durmiendo, respirando suavemente, suavemente.
Nada más. Eso es todo lo importante. A la mañana él se levantó primero. Encontré el café hecho y lamenté no haberlo despedido. Pero quizá lo hice, medio dormida. Nunca más lo despedí. Nunca más lo vi dormir respirando suavemente. Lo vi muerto, su hermosa cara siempre serena, un pliegue desconocido en la boca. Le arreglé el pelo otra vez. Me quedé con él hasta el último segundo, recordando la noche, la luna, el perro que soñaba, y yo a su lado mirándolo, yo siempre a su lado mirándolo.
Graciela Reyes, lingüista, poeta y narradora argentina. Profesora emérita de la Universidad de Illinois en Chicago. Autora de Palabras en contexto. Pragmática y otras teorías del significado (Madrid, Arco Libros, 2018).