A la hora de hacer un análisis profundo de la literatura dominicana, más de un estudioso podría encontrarse con la existencia de novelas emblemáticas por su tratamiento particular ya sea de un período histórico en específico o de un cierto segmento de nuestra sociedad. Basta con mencionar tres novelas elementales para comprender nuestra literatura como son Enriquillo, La mañosa y Over –las novelas indigenista, campesina y obrera, respectivamente–. Ahora bien, a estas novelas, que no tienen nada que envidiarles a otras que ocupan sitiales de honor a lo largo del mundo, hay que sumarle una que representa a un sector de la sociedad dominicana que cada día influye más en el día a día nacional: la diáspora. Esa novela no es otra que Arrimao de Edgar Smith.
Arrimao es una novela breve, de poco más de cien páginas, ideal para ser leída en una tarde. Fue publicada en 2018 por la editorial Books&Smith, que dirige su autor. Tiene una estructura fragmentaria, con capítulos cortos pero intensos, en los que el lector se encuentra con pedazos de tres tramas diferentes que se entrelazan en una sola. Es un libro en el que nada sobra ni nada falta. En definitiva, desde el primer momento, el autor, con una maestría digna de aplausos, provoca en el lector una catarsis que lo hace padecer, alegrarse, sufrir y extrañar las mismas cosas que los protagonistas de la novela. Es simplemente imposible el quedarse indiferente ante una novela tan bien construida, tan llena de emociones, tan bien elaborada que hace que se merezca un sitial de honor dentro de las letras quisqueyanas.
Leyendo a Smith, que ha confesado que su mayor influencia a la hora de hablar de literatura ha sido Jorge Luis Borges, pero que al mismo tiempo ha leído de todo un poco, el único desconcierto que se puede llegar a tener es que, en ciertas ocasiones, no se sabe del todo si lo que se tiene entre manos es una novela o un guion de cine. En Arrimao se narran las historias de Roberto y Ricardo, quienes representan a aquellos que salieron de República Dominicana en la década de los noventa buscando cambiar sus vidas, y cómo estos dos se encuentran en una jornada trágica. Sin embargo, al leer, el lector se encuentra con que Roberto y Ricardo son dos personas diametralmente opuestas. Ricardo representa al joven de escasos recursos que –ilusionado por la imagen colectiva de un «Nueva Yol» donde se podía recoger dinero en las aceras, trabajar un poco y volver vuelto un magnate–, viendo la situación nacional vuelta un callejón sin salida tras las elecciones de 1990 y la permanencia del Dr. Joaquín Balaguer en la Presidencia de la República, decide dejarlo todo atrás y aventurarse en los Estados Unidos con la esperanza de conseguir un futuro mejor para él y para los suyos. En Roberto, por otro lado, el lector encuentra a un personaje que se ha criado en circunstancias trágicas y que tiene una sola meta en su vida, la cual hace que, tras pasar un tiempo preso por estar involucrado en la venta de drogas, decida emigrar, esperando obtener el suficiente dinero para saciar la ira reprimida por tantos años.
Estos dos personajes, luego de años viviendo en el exterior, se encuentran por mera casualidad en un episodio del que nacen tanto el principio como el final de la novela. A raíz de dicho episodio, la novela tiene un desenlace trágico. Sin embargo, a lo largo de la narración Smith hace una exposición genial tanto del carácter de ambos protagonistas como de la imagen colectiva que la sociedad dominicana tenía de lo que era la vida en los Estados Unidos a finales del siglo pasado. Son, como dice su autor en el libro: “las dos caras de una misma moneda arrimadas al sueño americano”. En los primeros capítulos de la novela, leyendo los monólogos de Ricardo se nota una imagen muy idealizada del llamado sueño americano. Mas a medida que se avanza en la lectura, los lectores no pueden evitar hacerse la misma pregunta que Dulce –a quien podría llamársele el hada madrina de Ricardo– se hace en cierto momento: ¿cómo se alcanza el sueño americano? En esta novela, la desilusión es una emoción preponderante. Se acude a la destrucción del sueño de todo un pueblo por la vía de un tremendo choque con la realidad. Edgar Smith revela una porción crucial del imaginario nacional de una época. Logra captar el espíritu de un momento de muchas transformaciones en los ámbitos económico, social, político, demográfico y hasta lingüístico. Por lo tanto, no creo caer en la hipérbole al considerar que Arrimao tiene ganado un puesto de importancia dentro de las letras dominicanas, pues, al igual que Galván, Bosch y Marrero Aristy, en esta novela, Smith capta por la vía de la ficción un retazo importante de nuestra historia.
En conclusión, al leer Arrimao, el lector se encuentra con el espíritu de todo un pueblo, con sus sueños, con sus ilusiones, con sus choques súbitos con la realidad. Esta es una novela que no puede ser pasada por alto, pues, aparte de todos sus méritos técnicos, cumple con una función histórica: es el retrato literario de nuestra enorme diáspora y de un período de nuestro pasado cuyas consecuencias todavía se sienten. Arrimao, aunque corta en extensión, es grande en importancia. Arrimao es la novela de la diáspora.
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Carlos Padilla Disla nació en 2006, en Santiago de los Caballeros, República Dominicana. Lector asiduo desde siempre, a los quince años comenzó a escribir cuentos y artículos, a los cuales se han ido sumando ensayos, novelas y obras de teatro que permanecen inéditos. Una de sus obras, Una historia en vivo, fue llevada a escena en mayo de 2023. Es autor del libro de cuentos La liquidación de doña Juana (2024). También ha sido actor y músico.