Si las puertas de la percepción 

                                                                                                          quedaran depuradas,

                                                                              todo se habría de mostrar al hombre

                                                                                                             tal cual es: infinito.

                                                                                                                  William Blake

        Pocas obras como Nightwood o El bosque de la noche de la autora neoyorkina Djuna Barnes transitan por el vasto mundo de las letras con el privilegio de haber sido prologada por dos ilustres nombres de la literatura universal.  El célebre poeta modernista T. S. Eliot, autor de Tierra Baldía, amigo incondicional de Barnes, sin cuyo apoyo y aun recortes en el texto por mor a los tiempos que corrían, prologa la primera edición de la obra en 1936, considerándola una de las grandes novelas de la literatura universal y a su autora como “el genio más grande de su época”.  La edición de 2022 se honra, a su vez, con exhibir el prólogo de la gran novelista y ensayista Siri Hustvedt, en esta ocasión, libre de todas las ataduras y restricciones que, a la sazón, regían a la sociedad de principios del siglo pasado y bajo las cuales se advertía Eliot algo coartado al momento de escribir su exordio.  

        Pocos libros, por demás, han dejado en nuestro parecer tantas sensaciones de genialidad escritural unida a cierta aprensión al atrevernos a incurrir en el análisis de una obra que nos producía curiosidad, perplejidad, ironía, ternura y unas oscuras ansias  por seguir leyéndola hasta el final; abriendo las puertas, a la vez, a todo lo que antes era desacralizado o difuminado por las jerarquías geopolíticas y religiosas que regían el hemisferio occidental desde la segunda etapa del siglo XIX en que se gestaba “la cuarta revolución industrial”. Transcendental propuesta de periodización que trajo consigo nuevas formas de arte, filosofía y organización social.  Es decir, atrás quedaba el posromanticismo y nacía el modernismo, también denominado fin de siècle, belle époque o Art nouveau, movimiento que consideraba anticuadas y obsoletas todas las formas de arte tradicionales. Entre las múltiples innovaciones que trajo consigo este rompedor movimiento aparecen el arte abstracto, la pintura divisionista definida por la separación de colores sin mezclar en el lienzo; en el cine  surge el cine de montaje; en la música, a su vez, se crea la música atonal o dodecafónica y, en la disciplina que en este caso nos concierne, o sea, en la creación literaria se populariza el monólogo interior o fluir de la conciencia, la emancipación, la secularización, el decadentismo, la sensibilidad, la sensorialidad y el desarrollo del pensamiento crítico y el individualismo consolidado hacia la libertad y la autonomía.  Cuando en 1934, el celebérrimo poeta estadounidense Ezra Pound pronuncia su mandato: “Hazlo nuevo”, éste se convierte en la piedra angular del enfoque del movimiento. La recién inaugurada “autoconciencia” conduce a los artistas a la experimentación con nuevas técnicas a ser utilizadas en las “obras de arte en su conjunto”. 

         Y, es dentro de este marco indiscutiblemente innovador que una periodista y escritora norteamericana apenas conocida de nombre Djuna Barnes sale a la luz con una de las novelas más geniales y desconcertantes del nuevo movimiento. El bosque de la noche muestra un estilo de prosa poética arcaica, un roman à clef (novela en clave) en la cual no existe liminalidad entre los géneros hombre y mujer, amén de ser considerada “inclasificable” y lésbica. Basada en su relación con Thelma Wood, su gran amor.  Como bien nos dice Siri Hustvedt en su prólogo al Bosque de la noche que esta novela es “un canto a la gente que el mundo desecha: los desposeídos, los descarriados, los herejes y los rebeldes”. Y prosigue diciendo “el sexismo y la homofobia solo explican en parte el destino que ha corrido El bosque da la noche” para mantenerla exiliada del Parnaso literario como, por su parte y, sin embargo, lograran ocupar un lugar de honor, entre otros, André Gide, Marcel Proust, Virginia Wolf y Oscar Wilde. Obra que nos invita a varias lecturas debido no sólo a su compleja magnificencia, sino también al desconcierto que causa por la osadía de la temática y a la dificultad de un lenguaje de características similares a la erudición y sinuosidad del Ulises de James Joyce. Gran amigo cuya relación más adelante en París fue de gran influencia para la joven escritora. Para mejor comprensión de todo lo anteriormente expuesto, ofrecemos una breve biografía de la escritora, quien sobre sí misma declaró que “era la escritora desconocida más famosa del mundo”. Y, veremos por qué:

        Djuna Barnes nace en 1892, en la gran ciudad de Nueva York, Estados Unidos de Norteamérica, en el seno de una familia disfuncional y pseudopuritana. Con escasa experiencia y una extraordinaria inteligencia unidas a unas desenfrenadas ansias de vivir, esta joven mujer se las ingenia para “reinventar” el periodismo masculino y sensacionalista imperante, con el ímpetu de las demás mujeres brillantes de su época. A los 16 años de edad fue violada presumiblemente por un vecino y con la anuencia del padre, por lo que se conjeturó que pudo haber sido por el padre mismo. Aquejada por esta lacerante experiencia, Djuna se muda a Greenwich Village para estudiar arte, lugar céntrico de la gran urbe neoyorkina que desde entonces se perfilaba como el eje de la bohemia vanguardista. Aquí entabla relaciones de amistad, entre otros miembros de la vanguardia, con Robert Frost, Eugene O´Neill, la baronesa Elsa von Freytag-Loringhoven y Gertrude Stein. Ya familiarizada con el ambiente y, en su incesante búsqueda de nuevas experiencias vivenciales, Djuna sigue el ejemplo de muchos escritores y artistas norteamericanos de los años 20s y se traslada a París.

          Corrían los años de entreguerras en un París de ebullición intelectual y burbujeantes fiestas en los cafés, en los bistrós. Es en el seno de ese ambiente también cuando Gertrude Stein, una de las mujeres más influyentes en la cultura de aquellos tiempos y anfitriona habitual de los artistas, abre sus puertas y su asesoramiento a los escritores y artistas que a ella acudiesen en busca de su apoyo; uno de ellos fue el futuro astro Pablo Picasso.  Los lugares más arriba mencionados eran todos centros de reunión de figuras como Charles Chaplin, Marcel Duchamp, Ezra Pound, Alexis Carrel, James Joyce, Samuel Beckett, Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald y su excéntrica esposa Zelda. Entre aquellos escritores, los norteamericanos formarían parte del muy famoso movimiento literario llamado “La Generación Perdida”, del cual suele ser reconocida Djuna como miembro de pleno derecho. De su parte, entre sus múltiples y variadas actividades, se convierte la enigmática mujer en la estrella de los círculos bohemios y lésbicos que llenaban las extravagantes noches del París de la belle époque. Dotada de gran elegancia en el porte y el vestir, en 1928 participa como protagonista de su propia obra Ladies Almanack, un impactante manifiesto o pastiche inspirado en el círculo sáfico del célebre salón literario de Natalie Barney, abierta “lesbiana de letras” cuya obra es un referente temprano del feminismo, el pacifismo y la promiscuidad, tanto sexual como sentimental. En esta obra publicada en 1928, atrevida en temática y estilo, mezcla la autora el modernismo de Virginia Woolf y de su admirado Joyce con formas arcaicas y paródicas de clásicos como Rabelais y Chaucer.  Estilo de prosa poética retórica, irreverente de los géneros literarios que desde entonces seguiría utilizando en sus obras subsiguientes.

        Como su título infiere, El bosque de la noche nos envuelve en un escenario oscuro y claustrofóbico de personajes que se ocultan en un teatro nocturnal. París bohemio, Berlín y Estados Unidos son los países donde se desarrolla la novela. Siempre en un ambiente apropiado para mostrar la ambigüedad de los personajes que se mueven como actores de circo en actuaciones fantasmales e ilustrativas de cualquier taxonomía de género y fenotipo de la condición humana.  Félix, Nora y Jenny giran en torno a la indefinible Robin como marionetas movidas por una intensa atracción fatal que los corroe. Y, en ese teatro carnavalesco el lector es invitado a penetrar el mundo interior de cada uno de estos pintorescos personajes. Cada uno mostrando que es el Otro; y en la búsqueda de desentrañar el enigma de esa Otredad, acuden todos curiosos en su ignorancia al más erudito de los personajes, el falso doctor Mathew-Poderoso-Grano-de-Sal Dante-O´Connor, mujer de noche, hombre de día, quien en un monólogo minuciosamente seleccionado elude mediante eufemismos y arcaísmos una respuesta propia a la tragedia de quienes a él acudían. De manera que, al finalizar su habitual perorata, estos se mantenían sumidos irremediablemente en su paranoica obsesión. Sobre este personaje nos dice Eliot que “poco a poco, bajo su autocomplacencia y presunción, descubrimos un desesperado altruismo y una profunda humildad”, y prosigue diciendo que “casi siempre, él habla para ahogar el débil llanto y el gemido de la humanidad, para hacer más soportable su vergüenza y menos vil su miseria”.

         El judío Félix, falso Barón Volkbein, que basa su aristocracia en dos antepasados actores de circo: “La mezcla de pasiones que constituía su pasado, la diversidad de sangres, el enigma de mil situaciones imposibles, había hecho de Félix un ser complejo y simple: el hombre trastornado”. Más adelante se lee: “Félix se aferraba a su título para deslumbrar a su propio enajenamiento”. Conoce a la indefinible Robin Vote para escogerla con el único propósito de prolongar su progenie de falsos aristócratas.  Fue así como de esa absurda unión nace un niño débil, enclenque y frágil, después de cuyo nacimiento la madre pronuncia las infames palabras: “Yo no lo quería”. De esa infortunada criatura le comenta el doctor a Félix: “Guido es la sombra de tu angustia, y la sombra de Guido es la sombra de Dios” (Pag. 170). 

         Robin Vote, ella/él/ello: la joven enigmática y “obsceno pájaro de la noche” (1) que constituye el objeto del deseo de la buena Nora y de la chamarilera Jenny Petherbridge.  Ofrezco las siguientes citas del libro a fin de facilitar la descripción de dicho personaje: “A veces nos encontramos con una mujer que es bestia volviéndose humana”, y “Es ilimitada, de ella emana lo micológico y lo que Freud llamó oceánico” (Pág. 74). Y más adelante: “Después, como si un inescrutable anhelo de salvación, algo monstruosamente insatisfecho, acabara de proyectar una sombra, dirigieron hacia ella su atención, y vieron cómo avanzaba y se arrodillaba, con suavidad de movimientos, una chica alta con un cuerpo de muchacho” (Pág. 84).

          Nora Flood, dueña del “salón” más raro de América y fiel y apasionada amante de Robin. Su salón, leemos en el texto: “Era el salón de pobre de los poetas, los radicales, los mendigos, los artistas y los enamorados; de católicos, protestantes, bramantes y diletantes de la magia negra y la medicina” (Pág. 89). Desesperada ante las continuas salidas nocturnas de su amada, una noche Nora acude al Doctor con un relevante cuestionamiento: “Doctor, he venido a pedirle si puede contarme todo cuanto sepa acerca de la noche” (Pág. 123). Para situarlos a Uds., mis gentiles lectores, en el ambiente siniestro de la escena de dicha visita, os cito esta descripción: “En el camastro de hierro, entre sucias y pesadas sábanas de hilo, estaba acostado el doctor, dentro de un camisón de franela de mujer” (Pág. 122). Así pues, sin otra alternativa, empieza el travesti un monólogo brillante y torrencial al que Nora no pone atención alguna y sigue con su habitual atracción fatal. En realidad, esa autocomplacencia y presunción del doctor descubren –según palabras de T. S. Eliot– “un desesperado altruismo y una profunda humildad”, además, expresa el poeta en su prólogo las palabras siguientes del texto: “Pero, casi siempre, él habla para ahogar el débil llanto y el gemido de la humanidad, para hacer más soportable su vergüenza y menos vil su miseria”.  Estremecedores sentimientos de un ser infausto a ultranza. Finalmente, ofrezco estas palabras de Nora como testimonio de su amor incondicional hacia Robin: “El amor es la muerte, que afrontamos con pasión; ya lo sé, por eso el amor es sabiduría. Yo la amo como si estuviera condenada a ello”.  En otro lado dice: “He sido amada por algo extraño que me ha olvidado”. Y, en su prólogo Siri añade: “Ese algo es oscuro, plural e ilocalizable.”

        Jenny Petherbridge, es la tercera víctima del embrujo que expele la andrógina Robin. Aunque esta cuatro veces viuda y coleccionista de fruslerías que adquiría en eternos intercambios, a diferencia de Nora, es deshonesta en su encantamiento hacia la joven andrógina. Cito: “usurpó el amor más apasionado que conocía: el que Nora sentía por Robin.  Era una okupa por instinto”. (Pág. 121).

        El último capítulo, Las poseídas, es objeto de horror y perturbación para los críticos de todas las épocas y considerado innecesario, en primera instancia, por T. S. Eliot, quien en su segundo prólogo de la obra admite que tal dislate se debió “a su falta de madurez en el momento de escribirlo”.  Es esta fantasmagórica parte final de la obra, sin embargo, la muestra del extraordinario ingenio de una escritora que es capaz de producir “cuatro páginas en que no se pronuncia una sola palabra, sino que acaban con ladridos y gemidos caninos.  Robin es una humana que se convierte en bestia”, según expresa Siri Hustvedt.

         Todavía hoy, después de varias lecturas y noches enteras de insomnio tratando de penetrar el fondo y el trasfondo de esta obra maestra de la literatura universal, el deslumbramiento que me produjo su lectura aún persiste, tal vez, con mayor insistencia.  Es por eso que he querido escribir este análisis con el firme propósito de invitar a todos los letraheridos que aún la desconocen, a gozar de las maravillas que suelen crear algunos predestinados como Djuna Barnes para los amantes de obras que dejan una huella indeleble en nuestra memoria, en nuestro acervo. De regreso a Greenwich Village después de haber publicado El bosque de la noche, la escritora se sumerge en el silencio de su apartamento durante 41 años, donde sobrevive gracias al estipendio de su gran amiga Peggy Guggenheim. En 1958, después de haber publicado su última gran obra, la tragedia en verso titulada La antifona, Djuna Barnes continúa escribiendo hasta su muerte en 1983. Me permito insistir en que toda obra que, como El bosque de la noche, nos abre un camino sin retorno hacia el misterio de la existencia, nos confirma en que “el significado más profundo de la desgracia y la esclavitud humanas son universales”.

1. Referencia a la novela El obsceno pájaro de la noche (1970), del escritor y periodista chileno José Donoso, cuyo título tomó de una cita de Henry James. Me pareció perfecto para describir la persona de Robin Vote.

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Lisette Vega de Purcell. Licenciada en Humanidades, mención lenguas modernas. Profesora, traductora y escritora.