Paul Auster, Baumgartner
Seix Barral, 2024
Las pérdidas, la soledad, la vejez, la muerte y el azar están en el centro de la última novela de Paul Auster. Sabía que estamos ávidos de historias y dominaba a la perfección sus resortes. La que sigue es una de las grandes frases de esta obra, contiene su visión de la vida y la literatura: “si resulta que la historia es tan increíble y avasalladora que uno se queda boquiabierto y siente que ha cambiado, ampliado o profundizado su visión del mundo, ¿importa que la historia sea o no cierta?” (p. 198). De eso se trata, de lo que él llamaba la “verdad emocional”.
Baumgartner, el personaje principal, es un trasunto del autor: un profesor universitario y escritor casado con una poeta y traductora cuya existencia transcurre plácidamente en el ambiente académico y literario de la ciudad de Nueva York. Su extracción social es la misma de Auster: nace en Newark por los mismos años en una familia de inmigrantes judíos de la Europa del Este. Ambos comparten creencias, obsesiones y hablan de una manera similar: “en cualquier momento nos puede pasar cualquier cosa” (p.45). La novela está, pues, poblada de autorreferencias. ¿Cuánto tendrá de Siri Hustvedt el personaje de Anna? ¿O acaso se trata de Lydia Davis, su primera mujer?
En el primer capítulo, el viudo protagonista me recordó fugazmente al inolvidable Pereira, de Tabucchi, pero lo cierto es que ambos personajes están hechos de una pasta muy distinta. En esta novela no encontramos ese tipo de héroes que se juegan la vida en un acto final que los redime de una vida gris, sino que son más bien como nosotros, y sus familias pasan por las mismas alegrías y vicisitudes que las nuestras. Compartimos con ellos idéntico sustrato: la búsqueda de afecto, los giros inesperados de la vida, la complejidad de las relaciones filiales, los peligros que acechan, el azar que vuelve inútil cualquier planificación. Sus acciones cotidianas los definen, raramente un adjetivo los califica; las descripciones de rasgos físicos y, sobre todo, morales escasean; son retratos muy vivos, casi cinematográficos.
Tampoco encontramos pérfidos antagonistas: la maldad no caracteriza a los personajes; la vida misma es la gran antagonista. Con todo, no nos cuenta grandes tragedias, y cuando estas aparecen, tienen su envés: la niña abandonada por su madre es criada por el más bondadoso de los tíos (p. 189). Otra cosa son algunas historias agazapadas y los grandes conflictos que a veces aparecen en el telón de fondo: las guerras (Segunda Guerra Mundial, Vietnam, Ucrania), el segregacionismo en Estados Unidos, el Holocausto… Todo un entramado de historias que el autor engarza con prosa ágil y directa llevándonos hacia delante y hacia atrás mediante un diestro manejo del tiempo.
No podía ser de otra manera tratándose de Paul Auster: la narración se intercala con otros textos: ensayo, poesía, memorias, ficción. El titulado “Cadena perpetua” remite a su concepción del oficio, la escritura como cárcel que se opone a la vida de afuera. Metaficción y autorreferencialidad, tan características de “Austerland”, ese magnífico territorio que ha acogido a tantos lectores. También se iluminan poderosas reflexiones sobre la memoria y su caprichoso filtro.
No falta el posicionamiento político, destilado en una dura crítica al conservadurismo extremo que sacude Estados Unidos. Solo una, pero así de explícita: “lo que ocurre en una sociedad cuando los conductores dejan de cumplir las normas de la carretera y ejercen su derecho constitucional a la libertad personal, otorgado por Dios”, que acompaña de una alusión a “la amenaza que acecha en la Casa Blanca” (p. 346).
A pesar de todo, el balance no es tan pesimista y al final hasta se muestra generoso con su alter ego. Y eso que escribe en la que debió ser la etapa más dura de su biografía, cercado por la tragedia familiar y por la enfermedad que acabó con su vida. Aunque el mundo está “lleno de gilipollas y bestias egoístas” (p. 32), la bondad se resalta cuando asoma. La niña abandonada por su madre, al hacer repaso de su vida, concluye: “Toda persona merece la pena” (p. 189). He aquí el contrapunto. Y siempre hay un tío Joseph.
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Clara Dobarro es licenciada en Geografía e Historia, con especialidad en Historia de América, por la Universidad Complutense de Madrid. Cursó un posgrado en Procesos Editoriales en la Universidad Oberta de Cataluña y una maestría en Comunicación y Relaciones Públicas en la Universidad de Barcelona. Trabaja como editora y correctora.