¿Qué cosa es Vlía?

Desde las letras mismas que forman el título de este extraño poema: V L Í A, notamos la ausencia de significado de algo existente, aunque se trata de un sustantivo, que por definición es sustancia: ser. Es “algo”. De golpe y porrazo con el solo enunciado de cuatro dígitos estamos en medio de un enredo surrealista.

Este artefacto tiene también otra connotación. La simple lectura nos señala que se trata de una extraña mujer capaz de transformarse en muchos otros seres, como ciertas mujeres reales. De ahí sus metamorfosis. Y si es una fémina, importa saber si es un nombre real o una invención poética.

En algo tan determinante como un título, cabeza visible y eterna de la propuesta lírica, todo importa. Mucho más si estamos en un territorio donde lo onírico y lo real andan tomados de la mano como dos amantes o como dos hermanos. Sin embargo, sospechamos que se trata realmente del nombre de alguien físico que para el poeta existió y para el lector es realidad tangible.

De modo que nos hemos encontrado, nada más y nada menos, que con un personaje. En esta materia las fundaciones están en el teatro y en la épica. Con anterioridad en la poesía escrita en Santo Domingo teníamos dos personajes emblemáticos: Compadre Mon (1940), de Manuel del Cabral y Yelidá (1942) de Tomás Hernández Franco. En 1944 aparecieron Rosa de Tierra de Rafael Américo Henríquez y Vlía de Freddy Gatón Arce. Los otros tres pudieron ser atrapados por el surrealismo, especialmente Tomás, que residía en París cuando el Manifiesto Surrealista de Breton sacudió el mundo cultural en 1924. Siendo él un poeta rebelde, pudo serlo, y de hecho, hay asomos en algunos poemas del fervor revolucionario que infectaba a Francia desde el Dadaísmo.

Sin embargo, los del movimiento de la Poesía Sorprendida, a pesar de la modernidad y de tener en sus filas a un militante del surrealismo en la pintura como Eugenio Fernández Granell, autor del relato El hombre verde (1944), una extraña narración netamente surrealista, los demás no estuvieron masivamente interesados en los movimientos vanguardistas en sí, sino en seguir los lineamientos actuales por otros derroteros, poniendo en hora los relojes atrasados y dejándose influir de los que como Valéry, Gide, Rilke, Apollinaire, etc., habían revolucionado la poesía tanto en la forma como en el fondo; derroteros que más tarde seguiría nuestro poeta.

La creación de estos dos personajes, uno totalmente onírico como Rosa de Tierra de Rafael Américo Henríquez y Vlía de Freddy Gatón Arce, significaron hitos insuperables en el devenir del movimiento.

Muchas veces le pregunté a Freddy, que siempre había sido muy comunicativo conmigo, quién era Vlía realmente. Sólo me dijo que era nombre de mujer. Me di cuenta de que podrían ser las iniciales o un extraño apodo. Se lo insinué muchas veces estando bien subidos de tragos, tratando de sorprender al sorprendido, y sólo me miraba de soslayo y se reía, queriendo decirme que no le sacaría un secreto que moriría con él.

Vlía según Gatón Arce

A confesión de parte, huelgan comentarios. Después que junto a otros amigos muy cercanos le pedimos que escribiera sus memorias, nos complació en parte en 1983 cuando incluyó en su libro Cantos comunes (Editora Taller, Santo Domingo, Ediciones de la Poesía Sorprendida, páginas 12, 13 y 16), Un borrador para una conversación, donde por primera vez escribió algo sobre Vlía, después de hablar de su poema Muerte en Blanco que se publicó en enero de 1944 en el No. IV de la Poesía Sorprendida que él dirigió, señalando lo siguiente: 

“Ya yo tenía escrito a Vlía, el texto de escritura automática que se editó en abril de ese año y que parcialmente habría de marcar mi derrotero en el campo de la poesía.

Abandoné la práctica asidua del automatismo porque Mieses Burgos (Franklin), hábilmente me llevó a ello. Sucedió que una noche, estando solos en su estudio, él me dijo con aparente indiferencia: ¿Y cómo es eso de la escritura automática?, ¿cómo tú la haces? Y, sin prisa, pero yo hoy diría que imperativamente, me cedió el sillón de su escritorio. Hice la exhibición y Franklin pasado un rato que todavía no sé cuánto duró, me aconsejó con cariño: Deja eso…te vi loco…

Despedirme del automatismo como base, eje y nervio de mi labor literaria no me fue difícil, porque desde un principio lo utilicé como medio exploratorio de posibilidades poéticas, tal como me insinuara Baeza; y porque en el país se desencadenaron acontecimientos que me forzaron a alejarme de las actividades visibles, por lícitas, aunque de precario ejercicio y nulo efecto, que consintieran el arbitrario poder de turno y esto me condujo a que dedicara más horas a la lectura.

“Aprovecho esta coyuntura para referirme a las suposiciones que con frecuencia se formulan las gentes sobre quién o qué es Vlía, cuál personaje o qué cosa. Esas sospechas se han multiplicado desde que el año pasado publiqué mi libro El poniente y en el fragmento XII del poema de este mismo título están estos versos:

           Oh Vlía

                                    este es tu poema de la reparación.

La explicación de estas dos líneas es que sigo practicando el automatismo, aunque ya éste no sea el centro de mi escritura actual; no quise, pues, eliminar estas líneas ni sustituirlas: Ahí están, y ahí se quedan, me dije. Y esta frase no es manifestación de voluntariedad, pues ¿quién que es auténtico suprime espontáneamente las puertas de la inesperada belleza?, ¿y quién niega la intuición?”

Esta confesión es suficiente aval para indicar que estamos ante un texto surrealista por la revelación plena de su automatismo.

Más adelante vuelve con el tema:

“Ustedes posiblemente cuestionen que una persona que había publicado un solo cuento hasta septiembre de 1943, antes de que terminara ese año ya hubiera escrito poemas como Muerte en Blanco y Vlía, tan disímiles entre sí e insólitos en su obra total. No veo nada extraordinario en ello, y ni siquiera contemplo la posibilidad de que el genio me frecuentara, como atrevió sostener alguien movido por no sé cuáles fuerzas o adivinaciones; en cambio, sí considero que la lectura, la meditación, la inquietud y un travieso afán competitivo continuamente norman mis tareas, que son tareas de amor. Pues podríase sugerir que lectura y reflexión hay en Muerte en blanco y que inquietud y diablura recorren a Vlía. Lo sobradamente racional del primer poema no excluye la emoción, de igual manera que lo desorbitado del segundo no se extravía del pensamiento. La diferencia entre uno y otro texto es de técnica y método de trabajo, más que de temas y un examen de ambos arroja el balance de que los escribió la misma persona en instantes distintos, y eso es lo que importa. Y no es cuestión de estilo ni de individualidad, sino de querer –en intimidad siento que es un querer acendrado y expresión correcta y animada de suyo en los dos textos; luego, búsqueda permanente de la belleza por la exploración de diversos caminos que pueden llevar a la poesía.”

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Manuel Mora Serrano (1933-2023). Narrador, poeta, ensayista e investigador literario. Se le otorgó el Premio Nacional de Literatura 2021.