La muerte, con toda su elocuencia de dolor, sus formas vítreas, sus apariciones tórpidas, su demencia calculada; la muerte sigue siendo esa, la impresentable. Sorprendió el cuerpo y el alma de Vitico, cuando justamente yo, a media mañana, preguntaba a Freddy Ginebra por la evolución de la salud del cantautor. Hoy, la música popular, nuestra nación y los pueblos del Caribe y allende otros mares lloran su partida. La muerte, la impresentable, nos lastima allí, perversamente, donde más nos duele, donde la voz era más dulce, la melodía más suave y el trato humano, amigable era más exquisito y tierno. Con su manto de pandemia se ceba, se ensaña feroz la impresentable.

Lo entrevisté en aquel mi espacio de televisión “Conversación en La Catedral”, en junio de 2002. Acababa de lanzar su producción discográfica “Pisando rayas”. Me contó, aquella noche de domingo, que sus raíces brotaron en el barrio de Los Pepines, en Santiago. Sus raíces, nunca abandonadas, esas que hoy remontan los repliegues azules del infinito. La música, a la que llegó a temprana edad como compositor autodidacta, era para Vitico una “infección incurable”; igual que para Cervantes la poesía, una enfermedad peligrosa, contagiosa e incurable. 

Amante empedernido del son, el bolero, el rock, el blues y el bossa nova, ritmos que supo atesorar, meditar y dominar pacientemente, para regalarnos, tejiendo sus vaivenes, hermosísimas e inolvidables canciones. Pionero de la expresión musical de contenido social en nuestro país, género que lo llevó, con el grupo Nueva Forma y enormes desafíos sociopolíticos, al espectáculo cimero “7 días con el pueblo”. Cultivador y difusor por excelencia de la bachata romántica, esa bachata urbana de nuevo cuño, que él internacionalizó, junto a Juan Luis Guerra, con letras poéticas y una exquisita orquestación. Eso sí, estrechamente vinculada a los orígenes populares del género, desde José Manuel Calderón y Luis Segura, hasta la transición que el inconmensurable Luis Terror Dias protagonizó.

Soy, me dijo en la entrevista, “un tipo divertido”. Ni pesimista ni optimista, sino divertido. Llevaba consigo la humildad del hombre de genio. Era un artista cabal. En ninguna cabeza había quedado jamás tan hermosamente bien, un sombrero de ocasión, para cualquier escenario. No habrá otra voz en la que se resuelvan tan natural, tan delicadamente la dulzura de unas letras soñadas y la ternura de unos acordes quedos, que anunciaban por las noches aires de serenata, para todas las muchachas ansiosas de amor, en las barriadas ingenuas de aquel tiempo.

Plenamar recupera, para sus lectores, aquella entrevista, con la esperanza de seguir escuchando a Vitico, ahora en su eterno viaje hacia la otra inevitable dimensión.

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José Mármol es Premio Nacional de Literatura 2013. Autor de Yo, la isla dividida (Visor, 2019).