Universo El poeta, como el cazador pobre, a lo que salga. Baldomero Fernández Moreno El domador que mete su cabeza dentro de la boca del león, ¿qué busca? ¿La lástima del público? ¿Que tenga lástima el león? ¿Busca su propia lástima? El poeta que arroja su anzuelo en la garganta de la Sordomuda, ¿qué busca? ¿La lástima del público? ¿Que tenga lástima la Sordomuda? ¿Busca su propia lástima? Y el público, ¿está loco? ¿por qué aplaude? Engarce a Silvio Rodríguez La mano que lleva un niño de la mano, lleva una llave, enciende un fuego al tacto, un sueño y una noche que niega la hondonada, una en la otra se aprende a caminar, a respirar. Y va enlazada a un ramo. La mano que ha plantado una mano en la suya siente hundirse un aliento en el agua del día, da confianza de manos abrazadas, como el lugar donde se abre lo por decir, lo por llegar. Y el que conduce es conducido. La mano que lleva a un niño de la mano da un cuenco y un viento en ese cuenco y un viaje en ese viento donde estallan banderas de colores y bestias fabulosas comparten un camino que comienza en un sitio de manos abrazadas. La mano que lleva un niño de la mano fue a la cita en un lugar de robustas memorias donde la mano que traga saliva era recuperada de la soledad. Una en la otra. La mano que lleva un niño de la mano no retrocede nunca. El peluquero a mi abuelo Santiago Asentaba navajas en un listón de cuero, porque era su trabajo arrancarle a los rostros sus animales muertos. Hacía barba y bigote para el espejo atestado de gente. Su navaja pulía aquella superficie, rasuraba los rostros del espejo y haciendo su trabajo, ¿afeitaba al espejo? Era más chico que un tarro de gomina Brancato mi abuelo, pero una cabeza más alto que la muerte. Invitaba al cliente sacudiendo una toalla y el cliente ocupaba aquel sillón Dossetti de madera y entraba en el espejo. El estilista hablaba solamente con su tijera y cuando ella por fin tenía la lengua desgajada hacia un lado, él el decía: “servido”. Mi abuelo maquillaba al espejo con estrellas de talco y usaba un pulcro saco blanco. La muerte –que también es prolija– le envidiaba su colección de peines. Un día la muerte, que hojeaba una revista deportiva, dijo: “me toca a mí”. Y ocupó aquel sillón, despatarrada y con un remolino en la cabeza. “Tiene un pelo difícil”, dijo sin voz mi abuelo. Después, la muerte asentó su navaja y haciendo su trabajo, ¿rasuraba al espejo? El peluquero se marchó bajo un cielo cualquiera con estrellas de talco. El espejo se pasó la mano por la cara afeitada, suave, como un recién nacido.
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Jorge Boccanera (Argentina, 1952). Poeta, crítico, periodista. Dirigió la Cátedra de Poesía Latinoamericana en la Universidad de San Martín, en Buenos Aires. Recibió, entre otros galardones, el premio Casa de América (España), Premio Internacional “Camaiore” (Italia), Premio Iberoamericano “Ramón López Velarde” (México), el premio Honorífico “José Lezama Lima” (Cuba) y en su país en premio “Konex” en Letras-Poesía 2024. Compuso canciones que interpretaron, entre otros artistas, Mercedes Sosa, Silvio Rodríguez y Lilia Vera.