Como sueño kafkiano, el 2020 regó a su paso el horror de la angustia quieta. Afuera y adentro, las puertas cerradas, los miedos comunes de fiesta. La cruel distancia, dice la radio. A tanto pánico cierto o exagerado, las mujeres le plantamos cara, como siempre lo hemos hecho. Durante la (s) pandemia (s) hemos sido una vez más grandes impulsoras de procesos. La mitigación de daños y el camino de la recuperación en el sector cultural de la República Dominicana tiene nuestros rostros. Hemos estado a la cabeza de la demanda para respaldar a colegas en situación de mayor vulnerabilidad, pero también hemos liderado las iniciativas para mantener el contacto con el público, dejando encendida la esperanza mientras atravesamos todas las pestes llegadas o afianzadas con el Coronavirus: desaliento, ansiedad, fanatismo, post-verdad, desinformación, confinamiento.
Nosotras (hay que asumirlo sin atisbos de falsa modestia) pasamos del shock a la acción, siendo estratégicas, compasivas y resilientes, abriendo nuevas ventanas y posibilidades a nuestra creación. Partimos de que el arte no es un privilegio. El acceso a bienes culturales ha hecho más llevadera la cuarentena, ha contribuido a que las personas puedan cumplir las medidas restrictivas, las limitaciones impuestas al encuentro. La cultura es una bien de primera necesidad, que en este delirante contexto ha contribuido a evitar el quiebre del tejido social y al lento proceso de levantarse en medio de la incertidumbre. Ese ha sido el signo de las mujeres en la cultura, impulsar, armar, levantar.
En Dominicana, las mujeres para gestar cultura nos hemos enfrentados a otros escenarios tan desafiantes como el de la pandemia, algunos instalados desde hace más de 500 años, normalizados: el del obsesivo control de los cuerpos femeninos (o femenizados), el racismo institucionalizado, la exclusión social, la negación y persecución de las expresiones culturales afrodominicanas y la invisibilización de su historia, liderazgo y exponentes; el machismo, el culto al hombre como el punto máximo de la creación, juez y parte, que decide quién sí y quién no, cuya senda difícil de seguir nos confina y reduce a lo femenino como categoría, en la que se amontona todo tipo de producción y trabajo que tenga a la mujer como creadora, casi vista como expresión menor.
La invisibilización no solo alude a la falta de reconocimiento externo del trabajo creativo y de la gestión cultural, se interioriza y trasmuta en falta de autorreconocimiento, ese no saber que somos las que somos y la importancia fundamental que ha tenido lo que hacemos.
Exaltar el trabajo de la mujer, más allá de las placas y de las conmemoraciones en fechas emblemáticas, empieza por generar conversación sobre las circunstancias que adversan nuestro trabajo y combatir la desigualdad con acción.
Aquí brevemente mi historia, desde el año 2001, fecha en la que me gradué de la Escuela Nacional de Arte Dramático, he estado intentando de forma sostenida dedicarme al teatro. Emprendimientos, honrosas temporadas en las que solo he vivido de “esto”, seguidas de duras salidas para recuperar económicamente lo perdido. Durante mucho tiempo, como pasa a otras colegas, pensaba que la posibilidad de lograrlo estaba relacionada a la voluntad, honestidad y entrega. Si de sacrificios se trata, para crear en mis términos, los he vivido todos, ya no le caben más clavos a este cuerpo. Producir en otros ámbitos, alquilarme como empleada en rubros diversos. Trabajando en lo “mío” de madrugada, de camino a algún lugar, en la sala de espera de un consultorio, en el horario de almuerzo. Y no, no basta con el talento y la determinación. Colegas brillantes terminan rindiéndose, colgando los “hábitos”, asumiendo como afición su don. Ser creadora y gestar proyectos, es un deporte de alto riesgo, en el que tenemos que sortear tantos obstáculos como personaje de video juego. Pongo sobre la mesa algunos de estos temas que dificultan nuestro trabajo, reflexiones fruto del intercambio con otras creadoras, que se han ido tejiendo poco a poco, dándonos cuenta de que a todas nos atraviesan.
La falta de acceso a recursos destinados a la creación artística
No existe ningún programa para que las creadoras y gestoras puedan acceder a fondos especializados, que apoyen su labor, solo queda la sobreexplotación, el pluriempleo que permite mantener la labor artística y cultural, el ingenio, el desgaste de las mujeres creadoras y gestoras culturales. Vamos en franca desventaja con creadoras de otras partes del mundo que reciben apoyo del Estado y del sector privado, o han podido desarrollar dinámicas de auspicio y mecenazgo que les permite dedicar el tiempo que amerita la creación, la gestión, la producción y difusión de las propuestas culturales.
Aunque ahora parecería que hay más oportunidades, más presupuesto, más instancias dedicadas a la gestión cultural en el sector gubernamental, hay muchísimos programas que tienen al arte y la cultura como ejes transversales, la cultura es parte de la estrategia nacional de desarrollo, los derechos culturales están consagrados en la Constitución. Nuestros temas forman parte de los programas de desarrollo, inclusión, paradójicamente, nosotras tenemos cada vez menos oportunidades, respaldo y acceso a financiamiento. Hay toda una estructura de respaldo a emprendedores y microempresas, que en el sector cultural solo tiene contraparte para creadoras y creadores del mundo del cine, mas el resto de los rubros creativos no cuentan con las mismas oportunidades de apoyo. Fuera del mundo del cine nosotras estamos solas.
El Estado dominicano no reconoce a la trabajadora independiente
Se nos obliga a estar bajo una sombrilla que noresponde a nuestras necesidades como creadoras, tienes que ser empresa, fundación, organización no gubernamental (ONG) para recibir recursos. El Estado dominicano no reconoce a la trabajadora independiente, toda vez que le obliga a crear empresas u organizaciones sin fines de lucro para acceder a fondos públicos y fuentes de financiamiento. No existen mecanismos para que las y los trabajadores de la cultura puedan recibir acompañamiento en sus proyectos, limitando el acceso a recursos a las actividades organizadas por el propio Ministerio de Cultura y la discrecionalidad de los funcionarios para hacer contrataciones de servicios. No hay programas especializados, no hay incentivos directos, no hay convocatorias dirigidas a nosotras.
La complejidad de percibir ingresos de manera directa por nuestros trabajos
Se han impuesto una serie de reglas de mercado en la que las creadoras y los creadores deben ofrecer gratuitamente su propuesta. Bajo este esquema, la remuneración viene de una megaplataforma a través de la cual debes ofrecer tu propuesta y el tráfico generado en las redes sociales. La publicidad extiende su alcance, no se trata de la mera colocación del comercial o la presencia del producto, es que como creadora debes promover directamente el consumo: “ponte esto, compra esto, come esto, porque lo uso”. Las artistas se ven obligadas a convertirse en creadoras de contenido. Opera la premisa industrial, hay que producir de forma constante y en grandes cantidades para poder tener beneficio, de ahí esta reverberación de la viralidad, en la que todo es una excusa para copiar una y otra vez, para engancharse a la tendencia. Esta gratuidad impuesta a la que se accede voluntariamente, una gran amenaza a la sostenibilidad de las creadoras, si bien se nos vende como oportunidad.
La triple jornada. La fábrica del cuidado nunca cierra
A pesar de la cantidad de tiempo y esfuerzo que demandan las tareas domésticas ni siquiera se percibe como un trabajo, no hay remuneración, ni bonos, ni prestaciones, ni vacaciones. Muchas creadoras tienen que lidiar con un trabajo “formal” de ocho a cinco (o a seis, o a siete), el entramado de obligaciones para que la casa, que socialmente se nos ha asignado, siga operando en nuestra ausencia; las interminables tareas domésticas, la crianza, la manutención del hogar, velar por la seguridad y salud de todos, el cuidado de niños, adolescentes y adultos mayores. Los malabares entre la logística familiar y laboral nos obligan a crear en la madrugada, desde el cansancio, robando tiempo y sueños a los sueños. Ensayar, escribir, coordinar en silencio, a oscuras y agotadas. Cuando todo el mundo ha cerrado la jornada, empiezan las creadoras a trabajar en lo suyo.
La invisibilización de oficios y roles tradicionalmente asumidos por la mujer
Toda la carga de la administración, la gestión tras bastidores queda para el equipo de trabajo. El público no se percata del esfuerzo que amerita materializar los proyectos. Mientras los hombres son productores o directores, las mujeres somos “gestoras”, “colaboradoras”, “piezas claves”. La gestora lo abarca todo, tan impreciso y abierto el término como las funciones, desde la conceptualización, gerencia, dirección, el ensamble, búsqueda de patrocinio, gestión de conflictos, logística, la alimentación del equipo, la distribución, y desde luego, la interpretación, la puesta, el escenario, donde sí están claros los roles y los créditos. Levantar una propuesta nos deja tan agotadas, que tenemos que debemos buscar apoyo externo para dar forma a lo que durante meses hemos forjado y ceder nuestro material creativo. En este sentido es muy importante la solidaridad, los lazos que como mujeres podamos tejer para hablar de estos temas y honrar a nuestras colegas cuyo esfuerzo se queda detrás del telón, detrás del evento, detrás del libro o se reduce al etéreo agradecimiento en la fiesta de cierre “eres el alma del proyecto”.
De las experiencias comunes recogidas en el presente dossier se desprende la necesidad de fortalecer nuestros liderazgos, hacernos cargo de esta fuerza. Esa vocación de motorizar procesos tiene que subir a la palestra pública, recibir créditos, valorarse.
Por otro lado, exigir políticas públicas que enfoquen nuestras realidades económicas y sociales, demandar oportunidades específicas y recursos a las autoridades gubernamentales, un trato justo y equitativo, es nuestro derecho, que empujando, plantando cara a todas las pestes, problemáticas y pandemias posibles, nos hemos ganado.
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Clara Morel es teatrista, escritora y activista social en resistencia para el empoderamiento de las poblaciones afrodescendientes en República Dominicana. Directora de Bemba, Comunicación Experimental y el Árbol Maravilloso. Miembro fundadora del Colectivo Las Tres.