Siempre vi en él, como León Felipe en sus sueños de exiliado, a una especie de Quijote, que sobre todo en las últimas décadas, iba y venía en voladores caballos de acero, desde los territorios de Walt Whitman y William Faulkner hasta la capital dominicana, comprendiendo, por supuesto, el terruño más suyo, las montañas de Constanza, esas que, soleadas y frías, le vieron nacer en 1950. Solo que en René estuvo ausente el matiz de la triste figura, porque en su estatura, tanto humana como literaria, antes que la tristeza estuvo siempre en ascuas la alegría, la broma, una risa sin carcajadas que se diluía en su enorme timidez. Era de poco hablar, pero de bastante escribir, y bien.
Nos conocimos en la efervescencia literaria y artística de los años 80. Yo, como miembro fundador y como coordinador del Taller Literario “César Vallejo”, de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y él, proyectándose en la industria publicitaria y timoneando, en cierta forma, el conjunto de narradores y poetas que en torno a la revista Y… Punto, se dio en llamar Colectivo de Escritores… ¡Y Punto!; es decir, donde se paraban las aguas del torrente literario nacional; donde, presumiblemente, y como ensoñación imaginística juvenil, después de allí no habría ya más nada por escribir. Era un colectivo reducido a su comité central: Raúl Bartolomé, Tomás Castro, Aquiles Julián, Pedro Pablo Fernández y Juan Freddy Armando. Eran los años en que la creatividad publicitaria y el lenguaje poético ocupaban más a René, mientras que la prosa corta y, más tarde, la novela, que desarrollaría con rigor, apenas le hacían algún guiño. Llegó a invitarme, antes de su partida a Estados Unidos de Norteamérica, a sus oficinas publicitarias para, junto a otros amigos, leer poemas y cuentos, como también hurgar en los grandes maestros de ambas formas de expresión literaria. Allí, en distintos encuentros, disfrutamos de la lectura de textos de Julio Cortázar, su maestro, y sobre todo, del experimento llevado a cabo en Último round, obra, o collage literario, publicada en 1969, en México, por la editorial Siglo XXI, con la que, en dos volúmenes de bolsillo, el argentino universal completaría La vuelta al día en ochenta mundos, publicada dos años antes.
Una vez nos desternillamos de una risa colosal, porque dentro de las maravillas editoriales del poeta Mateo Morrison, en su condición de director del suplemento cultural Aquí, del desaparecido diario La Noticia, y a quien yo, de vez en cuando, echaba una mano, al publicarle textos de su poemario Raíces con dos comienzos y un final (1977), se incluyó, por error, el índice del libro como si fuese un poema más. René me dijo, sonreído y sotto voce, que no reconocía ese poema como suyo, pero que era el mejor de la selección publicada. Así era, quijotesco y cortazariano.
Vino al país en marzo último, a presentar nuevos libros o reediciones de anteriores y a sostener encuentros literarios, como era costumbre. No pude acompañarle esta vez. Oriente y Occidente ya venían siendo azotados, en diferentes países, por la pandemia del coronavirus, ese que le afectó, obligándole a retornar el domingo 15 de marzo, cuando volvíamos a las urnas para elegir, ahora con votación manual, las autoridades municipales del país. Regresó a Houston, allí lo atrapó la Covid-19, sin que él llegara siquiera a saberlo. Pero ¿cómo iba yo a suponer que sería este su último round, en su constante brega por recuperar a sorbos, de suspiro en suspiro, de salto en salto, una dominicanidad que se diluía en los días sucesivos de los avatares tejanos y en el calor de su hogar allí, pero que recargaba aquí, entre su gente, y en las atmósferas de sus relatos o en el vagido de sus versos.
Por esas y otras tantas razones, la revista digital Plenamar ha querido rendir tributo póstumo a René Rodríguez Soriano, particularmente, en lo que, más allá de la calidad y exquisitez de su escritura le caracterizó, su nobleza, su don de gentes, la bonhomía solidaria de un constancero que hizo del lenguaje, ya en la poesía, ya en el giro publicitario o en la letra de un jingle, ya en la prosa imaginaria, ya en el ensayo o en la entrevista su nación, su vida y su legado.
José Mármol
Textos sobre la obra literaria de René Rodríguez Soriano, escritos en ediciones anteriores de Plenamar: