58.
En mis dos manos encontré esta mañana una caricia imposible. Me quedé mirándolas asustada y corrí a lavarlas con jabón de cianuro. No murieron. Hice un lazo con ellas y me las colgué en el pelo, pero me manoteaban la espalda, esas infames. Las traje hacia adelante posándolas en mis muslos y empezaron a cuidarlos, lujuriosas. Las ignoré un buen rato y subieron por mi nuca dibujando arabescos, hasta que lento, muy lento, me ahorcaron. Ahora escriben estas líneas con descaro, diciendo adiós a la que fui.
30.
La plataforma de luz espera a la que espera. La aguja en el mercurio, el apósito hidropolimérico que cubrirá la saga de agujeros violáceos en la piel de la que vuela. Un temblor repentino en las piernas no es más que el frío del cristal que aísla el fuego. Las caras tatuadas bajo la gasa blanca profiláctica, se preparan escondiendo la sonrisa de los verdes enmascarados. No hay dolor que no sea pasado en esta semántica del hielo; la de la bandeja espejada donde tiemblan los hilos de cobre y el escalpelo piadoso. Un manantial de olvido viajando hacia adentro en la espina dorsal y la que espera ya no espera. Es delicada y alucinada y balbuceante. Los labios que besaron con desesperación inmóviles. Los ojos vidriosos que miraron con exaltación no miran. La lengua que recorrió la nervadura del árbol empinado a su pelvis se ha resecado. El cabello trenzado se empapa en la miel del cloroformo. Las manos infladas se deslizan hacia la ausencia de albedrío. Cuando regrese la noche, ha ordenado que la vistan con una falda azul de la India y una camisa que transparente su seno de madre y de valquiria. La carne al descubierto y el cabello cubriendo las heridas desnudas. Los parpados rosados y la boca entreabierta susurrando una canción regalada. Ella nombra las cosas para saber que existen. Cuando dice milagro, dice olvido. Y escapa.
(Del libro Enma, la noche, el mar y su maithuna)
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Martha Rivera-Garrido es poeta, narradora y ensayista.