El primer libro del poeta chileno Carlos Ignacio Díaz Loyola, mejor conocido como Pablo de Rokha, se titula Los gemidos y data de 1922. Antes de esta obra, el autor había publicado su poesía en revistas y folletines, entre los cuales se destacan Versos de infancia (1913-1916), antología hecha para Selva Lírica y luego El folletín del diablo de 1920 en revista Claridad. Hay otras publicaciones como Sátira, pequeño libro de 1918, empero lo importante de todos estos títulos radica en su carácter, pues pese a tratarse de obras núbiles, pertenecientes a una primera etapa de decantación de la voz del autor, ya el lector puede apreciar la forma que tiene De Rokha para entender la realidad y plantearse frente al mundo como creador en integridad que sostiene una fuerte convicción vitalista.
En sus poemas iniciáticos reconocemos parte de su formación religiosa y su lectura febril de la biblia en el seminario conciliar de San Pelayo, del cual fue expulsado en 1911 por su acercamiento a códices blasfematorios, vertiente pagana alimentada por las páginas de Voltaire y la voz de los poetas románticos europeos, en especial los filósofos voluntaristas alemanes que tanto influirían en su cosmovisión. Luego aparecerían de manera prominente las ideas anarquistas expandiéndose en sus versos la crítica antiimperialista y el tema social, y es en este último apartado, el social, que no podemos obviar como elemento gravitante de la educación sentimental de Pablo de Rokha su larga convivencia y cercanía con el campo chileno. Nacido en Licantén en 1894 sus primeros pasos antes de partir a Santiago, los dio en Talca y Curicó en los bordes cordilleranos acompañando a su padre, una figura fuerte que también lo marcaría en su proceder como hombre y poeta. La vida rural, el aire libre, lo trascendental de la naturaleza plagada de paisajes, ruidos y fuerzas que conviven con el hombre, forjador de costumbres, tatuarían su infancia y adolescencia, llegando cada imagen y símbolo rescatado de esos primeros e impresionables años, a elevar esta realidad y sus personajes a la calidad épica de macrocosmos y protohombres respectivamente.
En la fabulación rokhiana, vemos el mundo rural como una mitología mundana de figuras heroicas, a veces satanizadas, sufridas y abnegadas, pero siempre epónimas, fundadoras de una identidad, de un accionar con el cual el Amigo Piedra (apodo con el cual llegó a ser conocido el poeta) comulga en un sentido whitmaniano. De Rokha asume el rol de gigante patriarcal bíblico y cósmico, lo cual se aprecia transversalmente en Los Gemidos, pero con especial énfasis en los cantos, podríamos decir uno y dos del poemario, “Balada de Pablo de Rokha” y “Epitafio en la tumba de Juan el Carpintero”:
Atardeciendo me arrodillé junto a una inmensa y gris piedra humilde, democrática, trágica, y su oratoria, su elocuencia inmóvil habló conmigo en aquel sordo lenguaje cosmopolita e ingenuo del ritmo universal; hoy, tendido a la sombra de los lagos he sentido el llanto de los muertos flotando en las corolas; oigo crecer las plantas y morir, los viajeros planetas degollados igual que animales, el sol se pone al fondo de mis años lúgubres, amarillos, amarillos, amarillos, las espigas van naciéndome (Balada de Pablo de Rokha).
Las sencillas gentes honestas del pueblo veíanle al atardecer explicando a sus hijos el valor funeral de las cosas del mundo; anochecido ya, cantaba ingenuamente junto a la tumba del rorro, –un olor a virutas de álamo o quillay, maqui, litre, boldo y peumos geniales perfumaba el ambiente rústico de la casa, su mujer sonreía; no claudicó jamás, y así fue su existencia, así fue su existencia. (Epitafio en la Tumba de Juan el Carpintero).
Esa idea panteísta de ultra valorización del cuerpo y las raíces con el universo es la que se opone como fuerza dinámica, como furia desatada a un mundo artificial y mecánico, alienante y de relaciones tipográficas, frío y a la moda. En el poema “Edison (La vida práctica)” parte del “Canto a Yanquilandia”, el hablante creado por De Rokha, acribilla los principios tecnocráticos de relacionalidad que rigen a la cultura americana a principios del siglo XX, mismos que se proyectan hasta nuestros días como una ideología empresarial del consumo y control.
Nacimientos por teléfono, defunciones por teléfono, matrimonios por teléfono, toda la epopeya, toda por teléfono, enamorarse radiotelegráficamente, vivir y morir en aeroplano, cien, doscientos klmtrs. sobre el nivel de los viejos valores humanos, los viejos valores humanos, existir a máquina, conocer a máquina, recordar a máquina, ver a máquina, a máquina, el espectáculo gris de los ángulos (…)
Podemos apreciar como todas las dimensiones del hombre, desde el nacimiento a la muerte, sus valores, lo más abstracto de su ser hasta las actividades primarias, laburo y economía, la epopeya completa de existir y las principales instituciones de una comunidad, el matrimonio y el ejercicio básico de los sentidos, están atravesados por adjetivos que reflejan una visión sistematizada y atomizante del ser humano y su comunicación.
(…) mesurar los fenómenos sentimentales, intelectuales, sensacionales, adoptando el sistema métrico-decimal como unidad inicial, como unidad inicial y el dólar como fin, casarse por sport, matarse por sport hacer reclamé a los pechos divinos de las niñas y al vientre de la viuda, ir cinematografiándose a lo largo de las tristezas diarias convertido yo, el hombre, yo, el hombre, yo, el hombre convertido en errantes panoramas efímeros, panoramas efímeros y temas azules… (–País de LOS DIVORCIOS! . ! . . ) (Edison)
El gigante imperio en esa medida es representado por sus falsos profetas con sus respectivos recetarios de éxito. Woodrow Wilson, Rockefeller y JP. Morgan son algunas de las personalidades que De Rokha resemantiza como significantes de un mundo degradado. Entes que proclaman su verdad desde una aparatosa tribuna de barro y grandes orgullos de cemento y metal, coliseos, puentes, milagros de la arquitectura que, sumados, aplastan al hombre común con su retórica sofista, y millones en dólares acuñados por la potestad del sello y burocrático papel.
A la imagen de Norteamérica imperial se le opone una gran figura como representante de la verdadera cultura y saber nacional de ese país. Los principios trascendentales de Emerson y la vida en los bosques de Thoreau, padre de la objeción de conciencia, se sintetizan en los pasos enarbolados de un gigante digno de ser laureado: Whitman, que no es un hombre o simple poeta, sino una energía del universo reconocida por seres vivos e inertes, por rocas, excremento, hormigas, elefantes y cuerpos celestes como un hermano, como un padre, como una voz inmemorial. Y el poeta nacional, al seguir sus pasos, busca esa amalgama legendaria y democrática con el cosmos.
Como un Dios que edificase poemas a bofetadas mentales, Walt Whitman está sentado, está sentado sobre la majestad de la vida con el entendimiento del corazón en Yanquilandia, la pierna derecha en Pekín y la pierna izquierda en Berlín, todo el cuerpo sobre TODO el mundo, jugando poker con los muertos sobre el tapete azul de lo infinito, platicando con las estrellas y oyendo, oyendo, oyendo los ruidos cóncavos y trascendentales de la época, (…)
Le dicen las hormigas: salud Walt Whitman!… los honestos elefantes extensos: cómo estás hermano? y las tortugas, los sapos, el Rey de las Españas, los mendigos, los parlamentarios, las vacas, el Presidente, los caballos, los obispos, los cocheros, la luna, los excrementos le dicen, le dicen golpeándole la espalda: hermano Walt Whitman, Walt Whitman, Walt Whitman eres NUESTRO hermano, NUESTRO hermano Walt Whitman. (…) (Walt Whitman)
Por aquel afán de constituir una voz totalizante e integradora, capaz de fundar una identidad y cultura en la palabra, se debe reconocer a De Rokha con sus Gemidos como padre de la poesía chilena, inaugurador de una voz única tal como lo fueran Vallejo en Perú con Trilce, Maples Arce en México como fundador del Estridentismo con su obra Andamios Interiores o Girondo en Argentina con XX poemas. Pues la utopía que se plasma en su decir no se agota como una quimera desembarazada del hombre y su dolor, no es un escapismo, sino una confrontación con el acto prodigioso de existir y luchar la vida, como dice el autor, aun cuando se conciba todo intento como un fracaso anticipado:
La Batalla de la vida va perdida desde la cuna sin embargo lo heroico es ganarla.
Y en esa lucha de ideas, en esa dialéctica de la poesía como arma y hogar, como cuna y tumba, se gestan juicios contradictorios y severos hacia la universalidad humana en su plenitud, por tanto, los líderes de Yanquilandia no son la excepción, los presidentes y empresarios y sus ciudadelas del capital como Chicago, son grandes moles sustentadas por una filosofía bursátil y carnívora.
Situado en la estupenda, la, estupenda tribuna mercantil de Washington, predominando sobre Las vagas colinas del Derecho de ayer y sus tabladillos intercontinentales, mirando hacia ninguna, ninguna, ninguna parte, Woodrow Wilson lee la biblia a los pueblos modernos. Y sus tristes mentiras suenan como las músicas anacrónicas del barrio, rurales, otoñales, dominicales y la voz lluviosa de los muertos en las trágicas tardes trágicas de la época. (Woodrow Wilson)
El comportamiento eversivo se resume en el proceder de la bolsa de comercio, los clubs y cines repletos de hombres y mujeres carentes de vísceras, sintéticos sportmans, dandys y bailarinas de foxtrot, atrapados por la pantalla grande y el encandilamiento voraz de sus vestimentas y ademanes que dirigen su accionar hacia este tercer mundo necesitado de discursos y mitos, bailes y señoritos falsificados que venden al crédito y con los más altos intereses, una identidad.
Capital: 1.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000 de dólares. ¿Quiere usted, quiere ud. transatlánticos, momias, fetos, hombres, momias, fetos, hombres, dinamos, ferrocarriles, tractores, camiones, motores, rameras, gusanos, automóviles, yodosalina, catedráticos, vacas Holstein o Dirham, sabiduría en inyecciones hipodérmicas, honradez a la cocotte, arte puro, arte embotellado por nosotros en las botellas mahometanas del tipo Alah, presidentes especiales, especiales, especiales para Sudamérica, o cualquiera otra máquina, animal, manufactura, cosa por el estilo?… escriba a: U.S.A. Company, U.S.A., pidiendo catálogos, pidiendo catálogos, pidiendo catálogos. (U.S.A. Company)
Con la muestra de estos poemas del libro Los Gemidos y en específico del canto a Yanquilandia, vemos como se inaugura lo que será su potente y fructífera creación, que supera la cuarentena de libros. Podemos además percibir, ya en ese entonces, los ribetes extremos de un autor polémico, abismado por lecturas anticanónicas, lo cual lo hacía diverso a sus pares en su talante, convicción de enfrentar la realidad y ánimo creativo.
Ideológico y contestario, las profundas convicciones de Pablo de Rokha lo opusieron a la crítica no preparada para comprender y respetar su trabajo en la diversidad de su propuesta, tal como ocurrió con otros adelantados en Chile, Juan Emar por ejemplo. La reticencia del medio hasta el día de hoy, incapaz de aceptar o desplegar estudios adecuados a una obra de tal magnitud, son prueba irrefutable de la incomprensión e indiferencia. Sin embargo, algo se ha avanzado por el esfuerzo de estudiosos como Naín Nómez o ediciones como la publicación en 2008 por Editorial Cuarto Propio de El valle pierde su atmósfera (prólogo, recopilación y notas de Javier Bello), que resalta la figura de la gran poeta y esposa de Pablo de Rokha, Luisa Anabalón Sanders, también conocida como Winett de Rokha, musa inspiradora del autor y fuente de su más descarnada ternura.
Filosofando caminas sobre las tumbas del planeta. Reíste a los tres días de nacer, dulcemente de nacer, porque ya eras madre de lo creado y abuela de los muertos. Paz, sonora canción nacida de un tajo hecho en la tierra, sin héroes o niños divinos antes de ayer. Y manas sangre de árbol-árbol con olor a surcos llenos de simiente. Contigo el pánico florece y las tristezas dan frutos dulces. E iluminas el camino hacia el hombre distante. Desengañada te crees y tus días son cuentos para niños. (Epitalamio)
La obra del poeta, por tanto, podemos calificarla a grandes rasgos como un trabajo postvanguardista. Aun cuando contextualmente el poeta se halla inmerso en el boom y decadencia de los grandes ismos, lo que brilla con preeminencia en sus páginas es la presencia de recursos antipoéticos, híbridos e hiperbólicos que se debaten entre una visión mítica, totalizadora y metafísica de la realidad, del ser como parte del todo universal, y en esa medida como consciencia comunicante del cosmos a través del lenguaje, del canto poético constituido por una intertextualidad mesiánica y parabólica con el génesis y otras figuras como el culto ditirámbico a Dionisio, para luego figurarse ambivalente y contradictoria como una razón descreída, fatal, al tanto de su precariedad y el dolor de enfrentar el fracaso como una posibilidad irreductible, lo cual nutre su expresión con elementos grotescos, carnavalescos de glotonería y escatología, rompiendo con una concepción unilateral de belleza y lirismo, optando por el balbuceo, la fragmentación y la vertiente erosionada de la palabra como prosa que revela en su fluir de ideas conectadas por la reiteración y solidaridad del hablante, una razón escindida y cruzada por una disparidad de voces que se van superponiendo como un gran muro profético y expresivo que hace de lo popular un universo y lo cósmico un sentir y proceder.
En conclusión, Los Gemidos, que ahora en 2022 cumple cien años, y cada canto –que compone su necesidad irremediable, intrínseca y fatal de hacer poesía con el azar de los sucesos, como quien respira, bebe o anda–, hacen del poemario la primera pieza madura y monumental del autor. Su carácter totalizador se aprecia no sólo en el volumen del texto, sobre las trescientas páginas, sino por la cantidad de temas que abarca: desde un profético y mesiánico yo que, vidente, se debate entre su naturaleza cósmica y panteísta como fuerza egregia de la naturaleza hasta su capacidad fértil de fundar la realidad por medio de la palabra y confrontar la mundanidad y sentir precario de un ser condenado a ser devorado por la nada. Alguien sin miedo y en su ley, tal como Juan el Carpintero, que vivió setenta y tres años sobre la tierra amando su oficio con la honorabilidad del hombre decente, juzgando a peones y canallas, hombres y sociedades, según el ejercicio y consagración de su espíritu.
(publicado originalmente como “Gemidos, de Pablo de Rokha” en la revista Cinosargo, 2009)
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Ilustraciones: Elvis Avilés.
Daniel Rojas Pachas (1983). Escritor y editor chileno, director del sello editorial Cinosargo. Ha publicado los poemarios Gramma, Carne, Soma, Cristo barroco y Allá fuera está ese lugar que le dio forma a mi habla, y las novelas Random, Video killed the radio star y Rancor.