Marcio Veloz Maggiolo fue justipreciado en el ámbito local con numerosos galardones a su obra creativa, entre los que destacan: Premio Nacional de Poesía (1961), Premio Nacional de Novela (1962, 1981, 1990 y 1992), Premio Nacional de Cuento (1981), Premio Nacional de Literatura (1996) y el Premio Feria Nacional del Libro (1997). Sin embargo, también contaba con méritos sobrados para reconocimientos internacionales como Princesa de Asturias, Cervantes y, más que Bob Dylan, para el Nobel. El que estos lauros quedaran pendientes sólo puede explicarse a partir de circunstancias relacionadas con el limitado peso editorial dominicano, nuestro incipiente mercado del libro y los escasos mecanismos de promoción estatales y privados con que cuentan nuestros escritores.
A mi entender, su notable y enciclopédica producción literaria descansa sobre los siguientes aspectos:
- Sensibilidad polifónica resultante de la dicotomía de explicar el mundo desde la razón y el corazón.
- Oficio creativo de continua reflexión en el orden de lo planteado por Tzvetan Todorov, de análisis científico de los elementos fundantes del discurso literario, también a partir de una experimentación metatextual de trascendencia crítica, en consonancia con Gérard Genette, de valoración textual propia y de la escritura de otros autores.
- Cultivo de lo real maravilloso, según lo teorizado por Alejo Carpentier en el prólogo de El reino de este mundo, apelando al mestizaje, el sincretismo y a la música popular como indelebles sellos de origen.
- Reformulación del realismo mágico, al modo de Gabriel García Márquez, en tanto ejercicio de manipulación consciente de la cultura y la denuncia, casi monotemática, de las tiranías como lastre endémico en Latinoamérica.
En una entrevista, al responder inquietudes sobre su dualidad existencial, Veloz Maggiolo afirmó “vivo de la antropología, pero muero por la literatura”. Sin embargo, es evidente que también vivió para la antropología, disciplina en la que fue considerado el más importante investigador antillano en razón de su abundante producción de ensayos científicos, entre los que destacan: Arqueología prehistórica de Santo Domingo (1972), Medio ambiente y adaptación humana en la prehistoria de Santo Domingo (primer volumen en 1976 y el segundo en 1977), Las sociedades arcaicas de Santo Domingo (1980), Panorama histórico del Caribe precolombino (1990), La fundación de la Villa de Santo Domingo (1991), La isla de Santo Domingo antes de Colón (1993). Por sus hallazgos fue distinguido con la medalla Spinden por el Smithsonian Institute de Washington.
Para escribir, Veloz Maggiolo, abandonaba el rigor metodológico y se dejaba llevar por la intuición. Acaso partía de hechos concretos, pero pronto los adornaba más que con fidelidad, con verosimilitud, mediante una experimentación lingüística que procuraba comunicar su propio asombro. Fernando Valerio Holguín refiere que el arqueólogo recolectaba “en extenuantes jornadas por los campos dominicanos, burenes y fragmentos de restos humanos, monedas españolas o puntas de sílex” y formulaba “nuevas hipótesis sobre la cultura mellacoide o escribe dilatados ensayos sobre el uso de la guaviga entre los indios taínos”; mientras el escritor fundaba un singular subgénero literario, la arqueonovela, para reconstruir, a través de la memoria y la imaginación, la identidad caribeña.
Antes que narrador, Veloz Maggiolo fue poeta. Publicó los poemarios: El sol y las cosas (1957), Intus (1962), La palabra reunida (1982), Apearse la máscara (1986); y la antología La sonora armonía (2016) que recoge, además de los títulos anteriores, las obras Poemas en ciernes, Retorno a la palabra, Las armonías privadas, Soy el vacío, Histerias del corazón y Poemas adánicos. En sus poemas, caracterizados por un singular lirismo épico, resuenan cantos que cuentan, en los que emergen valores judeocristianos mezclados con una acerada conciencia social. Dios, naturaleza, tiempo, muerte, cotidianidad, justicia y libertad, constituyen sus motivaciones axiales.
En los sesenta, Veloz Maggiolo silenció sus urgencias líricas para dedicarse a la narrativa, al cultivo de la novela histórica, esa rica vertiente de nuestra literatura iniciada, como señala Orlando Cordero, con las obras El montero (1856), de Pedro Francisco Bonó, La campana del higo: tradición dominicana (1866) de Francisco Angulo Guridi; Enriquillo (1979) de Manuel de Jesús Galván, Baní o Engracia y Antoñita (1892) de Francisco Gregorio Billini, y la trilogía de Federico García Godoy: Rufinito (1908), Alma dominicana (1912) y Guanuma (1914); y consolidada, en la primera mitad del siglo XX, con La sangre (1914) de Tulio Manuel Cestero, La mañosa (1935) de Juan Bosch, Los enemigos de la tierra (1936) de Andrés Requena, Cañas y bueyes (1936) de Francisco Moscoso Puello y Over (1939) de Ramón Marrero Aristy.
Desde la linealidad narrativa decimonónica, con Veloz Maggiolo nuestra novelística dio un salto cualitativo hacia una experimentación influenciada por las obras de Frank Kafka, Jame Joyce y William Faulkner, y por los conceptos de lo real maravilloso y el realismo mágico. A partir de estas referencias asumió a Villa Francisca (topónimo que no correspondía a un contexto espacial y cultural alegórico al modo de Yoknapatawpha, Comala o Macondo, sino a su lar natal) como cantera de su imaginación. Su primera novela fue Judas: El buen ladrón (1960), enmarcada en creencias cristianas, pero con un trasfondo simbólico de denuncias contra la tiranía trujillista. Produjo una veintena de obras narrativas, destacándose: Los ángeles de hueso (1967), De abril en adelante (1975), La fértil agonía del amor (1982), Florbella (1986), Materia Prima (1988), Ritos de cabaret (1991), La biografía difusa de Sombra Castañeda (1982), El hombre del acordeón (2003), La mosca soldado (2004) y Memoria tremens (2009).
Veloz Maggiolo, según sus coetáneos, fue un vanguardista consumado. Lupo Hernández Rueda afirmó que fue quien escribió el primer ensayo de novela experimental en el país. En tanto, Andrés L. Mateo definió la “protonovela” Materia prima como una narración sobre la problemática de escribir novelas, un conjunto de anotaciones utilizadas para enhebrar historias paralelas. Para Soledad Álvarez este autor asumía en su escritura creativa una posición beligerante en torno a los postulados y teorías, muchas veces disimiles, del género novelístico; refiriendo que, en Materia prima, desmontó teorías afirmando, negando o repostulando, a partir de los puntos de vistas de los personajes. El mismo Veloz Maggiolo refirió que en Los Ángeles de Huesos, sobre el tema de la dictadura, procuró incorporar renovaciones formales, destacando el aliento metatextual de una novela dentro otra novela.
Por los endebles referentes narrativos nacionales, Veloz Maggiolo se vio impelido a definir un contexto adecuado para sus historias. De ahí el constante renombrar de sus narraciones como subgéneros, verbigracia: arquenovelas, protonovelas, etc. En ese sentido, Bruno Rosario Candelier señaló que en La mosca soldado el sujeto narrativo alterna con el autor en referencias autobiográficas que aluden a su trabajo de investigador arqueológico, usando “una estrategia narrativa que va combinando la técnica de anticipación y recursos metanovelísticos, dosificando paulatinamente la sustancia de su novelar”. Asimismo, paradigma de teorización lo constituye un diálogo que aparece en De abril en adelante, en el cual contertulios teorizan sobre el proceso de creación de personajes a partir de los aportes teóricos de autores como Thomas Mann, Miguel de Unamuno, Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato.
Sin dudas, Veloz Maggiolo fue un consumado cultor de fantasías. Transitó con desparpajo de lo real maravilloso al realismo mágico, derivando desde la simple representación de las culturas autóctonas a la inventiva fantástica sazonada de humor, exageración y crítica social. Tempranamente se percató de que sólo siendo fiel al perfume de misterios y espejismos que pululan en el Caribe, podía plasmar sus paradojas. De ahí los fuertes vínculos intertextuales con celebrados textos latinoamericanos y el tratamiento sostenido de la temática de dictador, siendo acaso el autor más prolífico en la tradición perfilada por Ramón del Valle-Inclán con Tirano Banderas (1926), como testimonian sus novelas: El prófugo, La biografía difusa de Sombra Castañeda, Ritos de cabaret, Uña y carne, Materia Prima y El hombre del acordeón.
Conscientemente relacionó su narrativa al realismo mágico, como se aprecia en la novela La vida no tiene nombre, en la cual algunos personajes nos recuerdan a los coroneles garcíamarqueanos y sus infinitas guerrillas derrotadas. Aureliano Buendía será el gavillero Ramón el Cuerno que, después de enfrentar con ardor nacionalista a los marines de la primera invasión estadounidenses a la isla, en 1916, espera su fusilamiento. De igual manera, es notorio el esfuerzo del novelista criollo por elaborar una paradigmática memoria centenaria, como establece Efraím Castillo al referir que: “Las hipérboles de García Márquez en Cien años de soledad, así como las propias mutaciones de sus personajes, se reflejan multiplicadas en La biografía difusa de Sombra Castañeda”. Es tangible como en La mosca soldado, cercano a Miguel Ángel Asturias y sus Hombres de maíz, recupera nuestra diversidad étnica a través de la cultura y la memoria, construyendo un linaje influido por los taínos, a partir de una osamenta de una pandora ancestral, indígena, que posteriormente relaciona con una mujer asesinada durante la dictadura trujillista.
Aún en los albores del siglo XXI, Veloz Maggiolo mantuvo intacto su vínculo con las magias y maravillas. En Memoria Tremens (2009) apostó a reverdecer el gusto en viejos diletantes y captar nuevos lectores mediante un apego ortodoxo a recursos expresivos que procuran hacer trascender la cotidianidad hasta el mito, incluso en un contexto posmoderno en el cual las opciones hiperrealistas campean por sus fueros.
Voces y ritmos pueblan las novelas de Veloz Maggiolo, en tanto fueron concebidas a partir de la estrategia de desdoblamiento de un autor-personaje en una encrucijada de sentimientos al entrar en contacto con los habitantes reales de Villa Francisca mutados en materia testimonial. Así, en La mosca soldado, ese autor-narrador testifica la condición polifónica al narrar las circunstancias de la muerte de un personaje, Honorio: “Si me hubiera puesto a escribir queriendo discernir lo verdadero de lo falso, jamás habría logrado un relato más o menos coherente, por lo que el lector deberá estar de acuerdo conmigo en que use a veces voces fuera de tiempo, frases que, imagino, eran lógicas en un momento, cuentos de camino que me llegaron por varias vías, y que no puedo justificar sin hacer referencia a las etapas de una magia común que todavía se practica”.
De igual manera, Miguel Ángel Fornerín destaca que Materia Prima es polifónica en tanto “estructura un fresco en el que participan variadas voces, aunque los diálogos entre los de arriba y los de abajo esté elaborado al mínimo y esto sólo porque las voces juegan o contrastan con el discurso que impone el poder, muy definido bajo la Era de Trujillo”. Por su lado, Luis Mora Ballesteros afirma que La biografía difusa de Sombra Castañeda está llena de conjuros pluridimensionales y multívocos, refiriendo que su riqueza argumental y estilística no responde a la historiografía dominante, toda vez que Veloz Maggiolo “rompe con la linealidad episódica y elabora un material narrativo que participa simultáneamente de la oralidad y de la escritura. Esto último, sin duda, es uno de los mayores atinos de la novela, que la convierten en un texto dialógico, polifónico e interdiscursivo”. Asimismo, Néstor E. Rodríguez considera polifónica la novela El hombre del acordeón ya que son siete las versiones de la historia que maneja el narrador: “las de Ignacia, Remigia, Honorio Leónidas, Acedonio, Polysona, el padre Antón y Vetemit Alzaga, un oscuro ‘historiador oficial’ empleado por el régimen para crearle una historia de pasado europeo a los dominicanos de la frontera”.
Para Veloz Maggiolo resultaba natural la asimilación de voces originarias disímiles para explicar realidades concretas y también mundos de ficción. Siempre le sedujo el mestizaje y el sincretismo de las islas, esta hibridación indisoluble de razas que, como destaca Antonio Benítez Rojo, rítmicamente se repite y consolida en el Caribe a través de la palabra. Tanto el antropólogo como el escritor convirtieron la pulsión étnica polifónica en leitmotiv, pero expresada más allá de lo narratológico y el dialogismo planteado por Mijael Bajtín, a través de la inclusión directa de referentes rítmicos, cual se percibe en Los ángeles de huesos, cuando describe, desde lo armónico y lo inarmónico, la esquizofrenia lúcida de personajes traumatizados:
“La música tiene costumbre de martillo sonoro; golpea el cerebro y no deja que uno reconcentre sus esfuerzos en un solo acto. Ahora, en este momento, mi habitación está llena de música: ratones rosados hacen crujir sus dientes en las orillas de las azoteas. Su música es ordenada, insomne, filosa, bubónica, pestilente, pero llena de armonías. Sin embargo, yo he escuchado –no sé dónde– otra música constituida por notas volátiles, deshiladas, sin melodía alguna. Un hombre llamado Loren Rush la ha compuesto, se llama Nexus 16”.
En esa novela, Veloz Maggiolo asoció las disonancias del agresivo ensamble musical con la situación caótica imperante en Santo Domingo después de la muerte del tirano y el golpe de estado de 1963 a Juan Bosch, y para explicar la desazón interior del personaje principal: “Cuatro músicos se han puesto en desacuerdo para lograr una magnífica joya musical. Cuatro instrumentos en desarmonía para poder armonizar mi posible locura”.
Otro referente musical singular aparece en La biografía difusa de Sombras Castañeda, al presentar como cántico monofónico el discurso de un Joaquín Balaguer que rendía loas al tirano ajusticiado. Como ironía, las alabanzas del cortesano sirven de trasfondo real sobre el que se teje una ficción barroca de creencias, ideologías y urgencias populares perentorias.
En las polifonías que interesaron a Veloz Maggiolo preponderan ritmos identitarios. De ahí que el bolero, referente caribeño por antonomasia, aparezca como leitmotiv en Ritos de cabaret hasta convertirla en una tesis musical. La historia deviene en una agradable metamorfosis nostálgica de las líricas románticas y los bullangueros compases 2 x 4 de boleros de todos los tiempos, que cadenciosamente enhebran estampas de violencia y pasión, anecdotarios entrañables del final de la tiranía y nuestro abrupto advenimiento a una democracia perpetuamente en definición.
Veloz Maggiolo también estableció fuertes lazos intertextuales con el merengue, en tanto ritmo portador de un discurso épico y lírico, erótico y político, regional y nacional. Para el novelista, el merengue devenía en crisol de memoria e identidad, cual se aprecia en su novela El hombre del acordeón: “Honorio vivió entre merengues y mangulinas, entre zapateos y faldas, entre muchachas bonitas robadas sobre las ancas del caballo y mujeres preñadas. El merengue, la música más importante de la zona, había penetrado igualmente en las galleras haitianas llamándose meringue en territorios donde los dominicanos tenían concubinas y amigos en varios poblados…” Por las recurrentes referencias a este ritmo, Valerio Holguín, después de reconocer primicia de exploración temática al poema “Paisaje con un mengue de fondo” de Franklin Mieses Burgos, afirmó que El hombre del acordeón es la primera novela-merengue, por utilizar las letras y bailes de este ritmo como elementos complementarios del argumento.
Veloz Maggiolo no concebía una fe caribeña sin retumbar de tambores, en tanto los atabales convocan a los dioses de la naturaleza. En ese sentido, Néstor Rodriguez refiere que en El hombre del acordeón el uso de los ritos vudú “puede parecer imitativo si se piensa en el Alejo Carpentier de El reino de este mundo (1949), pero en lo que concierne a la historia literaria dominicana y su relación con la cultura oficial, el tratamiento positivo de la religión vudú constituye no solamente una novedad, sino una considerable osadía”; destacando que Veloz Maggiolo reconoció la centralidad del vudú en la religiosidad popular, un tópico apenas esbozado en nuestra narrativa por Juan Bosch en su relato “Luis Pie” (1943). Lo cierto es que el mestizaje y el sincretismo, ya presentes en el poema Yelidá de Tomás Hernandez Franco, fueron recuperados por el novelista para decir la realidad de esa masa humana asentada a ambos lados de la frontera de la Hispaniola: “Todavía, y luego del ‘corte’ donde murieron rayanos y haitianos en cantidades brumosas, viven brujos dominico-haitianos y se desarrolla un vudú calenturiento en el que las divisiones de loa, petrós o dioses materiales tienen seres espirituales surgidos a ambos lados del territorio isleño, seres híbridos que hablan los dos idiomas y los dialectos más allá de la muerte”.
Con esta última referencia, finaliza este apurado recorrido por uno de nuestros más vastos tesoros literarios. Ido al silencio don Marcio, nos queda a quienes lo admiramos el compromiso de hacer eternos sus polifónicos conjuros del Caribe Insular.
Bibliografía
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- Todorov, Tzvetan (1975). ¿Qué es el estructuralismo? Poética. Losada. Buenos Aires.
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Imagen dentro del texto: cortesía de Danilo Manera.
Fernando Cabrera es poeta, ensayista, artista visual, y compositor.