Mis vínculos con doña Lilian Russo de Cueto están indisolublemente ligados a José Mármol. La conocí por vez primera, cuando asistí a Puerto Plata, a un acto de premiación, invitado por la Fundación Cultural Renovación, que ella presidía. Y siempre recuerdo, no sin asombro, su gentileza y pasión, con las que nos recibía, y sostenía, contra viento y marea, el Concurso Literario (que ojalá se mantenga). Era la etapa en que era nacional, y que luego, por razones de patrocinio, esta modalidad se descontinuó y se limitó solo a la región -o solo a Puerto Plata. También recuerdo su don de mando y su interés en descubrir y premiar a los jóvenes talentos que cultivaban la poesía, el cuento y el ensayo. Estos concursos -donde se premiaban (o premian) a niños, niñas, adolescentes y jóvenes- dejarán sus frutos, doy fe, ya que iban acompañados de talleres de escritura creativa y formación literaria, y las obras premiadas eran publicadas. Sus aportes y su legado son pues ejemplares. Desde el cuidado y equipamiento de libros para la biblioteca hasta los concursos literarios y los talleres de capacitación, su labor fue titánica. Dejará, sin dudas, un gran vacío.
Después dejé de verla, aunque seguía bullendo en mí el interés por volver a viajar a Puerto Plata, acaso por las atenciones, la solidaridad y el entusiasmo de aquella señora y su equipo de trabajo. Con su voz ronca y su pelo encanecido, lideraba la gestión cultural en su provincia, y viajaba a Santo Domingo, buscando apoyo para sus proyectos culturales y para su amada tierra atlántica. Cuando supe de su muerte, hace poco, evoqué aquellos días y noches en que nos atendían a cuerpo de rey, y lamento las tantas veces que no pude ir porque tenía compromisos en el Ministerio de Cultura o docencia en la Universidad. Y porque siempre coincidían con los días locos, febriles y apremiantes de la celebración de la Feria Internacional del Libro, donde tenía muchas responsabilidades.
El día que supe la infausta noticia de su deceso, pensé en José Mármol, que tanto la apoyó y creyó en su labor, y porque, siempre me designaba como jurado de poesía, junto a Plinio Chahín. Así los viajes eran festivos y placenteros, y hoy, inolvidables. Eran viajes con escalas gastronómicas. Recuerdo uno cuando hicimos una parada en Santiago, en casa de Fernando Cabrera, quien nos hizo el plato típico criollo, haciendo gala de su vocación de chef.
La última vez que volví a ver a doña Lilian fue hace menos de dos años, cuando fuimos a dar unos talleres literarios a Puerto Plata, organizados por el Ministerio de Educación, y realizados en el auditorio de la Universidad Autónoma de Santo Domingo de la Novia del Atlántico.
Doña Lilian Russo de Cueto fue, sin tiempo a pestañar, una mujer emblemática y necesaria, y por eso hará mucha falta.
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Basilio Belliard, poeta, narrador y crítico dominicano. Académico con título de Doctorado.