Desde una perspectiva identitaria
La publicación en formato de libro del ensayo de Manuel García Cartagena titulado Para leer Nadja, de André Breton (Ediciones Bangó, 2018) constituye un hito en el panorama literario y cultural de la República Dominicana, por el hecho de que rompe el hechizo maligno de la ausencia de auténticos y rigurosos estudios literarios, desplome y desmonte que el propio autor atribuye a la entrada en vigor del neoliberalismo como doctrina económica y política, cuyas promesas alimentan el hambre de espacio y la sed de cielo que caracterizan la globalización y sus efectos colaterales, especialmente, el economicismo delirante. El rigor y la densidad conceptual propios de estudios como este son ajenos a la volatilidad, la ligereza, la fugacidad y la caducidad programada con que la cultura online y de vitalismo activo, consumista, subyuga la preterida cultura offline, más proclive a la meditación, la contemplación y la visión profunda y duradera de las ideas, los valores y los bienes.
Aunque el presente texto constituye solo una parte, traducida del francés al español por el propio autor, de la tesis doctoral de Letras francesas modernas que, bajo el título de “Las apuestas del Yo en las novelas de los surrealistas”, el autor defendió el 22 de agosto de 1992, en la Universidad François Rabelais de Tours, Francia, su entrada en escena como libro en nuestro ámbito académico y cultural ha de tener un significado particular, a pesar de la escasez de lectores en nuestro medio y del déficit de pensamiento crítico que acusa nuestro entorno intelectual. La publicación segmentada del estudio, veintiséis años después de su presentación como tesis tiene, no obstante, a su favor, el hecho de que en lo que va del presente siglo XXI algunas universidades dominicanas, con la participación de prestigiosas universidades extranjeras, se han interesado en establecer maestrías y doctorados en disciplinas humanísticas como filosofía, lingüística y literatura, entre otras, lo cual podría aportar a un deseado clima de renacimiento de investigaciones y estudios académicamente ponderados y de nuevas publicaciones que alboroten ideas innovadoras y despierten interés en el pequeño universo de lectores de nuestro país y que, con suerte, trasciendan nuestras fronteras insulares y culturales.
El ensayo Para leer Nadja, de André Breton consta de dos partes. La primera, en la que su autor procura con éxito establecer el vínculo entre los postulados estéticos, filosóficos e ideológico-sociales del primer y segundo Manifiesto del Surrealismo con el relato Nadja, en tanto que obra concreta que se traduce en espacio de materialización de aquellas ideas; y una segunda parte en la que el ensayista disecciona el relato mismo, para desentrañar, en su lectura particular, aspectos esenciales de la concepción de la literatura y la novela, las dinámicas del Yo a que el relato apuesta (Yo-texto y Yo-lector) y la conciencia simbólica, la cuestión de la autobiografía y la psicografía, así como conceptos guía del tipo fantasmatización, mitificación, identidad histórica del personaje Nadja y su dimensión mediúmica, la estrategia panfletaria y la revalorización de la mujer en el surrealismo, entre otros aspectos relevantes.
Luego de admitir la cercanía predecesora de Apollinaire y de Nerval, quien habla del “Supernaturalismo” alemán, Breton pasa a definir el surrealismo como: “sustantivo, masculino. Automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar, verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral” (Manifiestos del Surrealismo, Madrid, Ediciones Guadarrama, 1969, p.44). Y los primeros que hicieron “profesión de fe de SURREALISMO ABSOLUTO” fueron, en orden alfabético: Aragon, Baron, Boiffard, Breton, Carrive, Crevel, Delteil, Desnos, Eluard, Gérard, Limbour, Malkine, Morise, Naville, Noll, Péret, Picon, Soupault, Vitrac.
Breton añade: “El surrealismo, tal como yo lo entiendo, declara nuestro inconformismo absoluto con la claridad suficiente para que no se le pueda atribuir, en el proceso del mundo real, el papel de testigo de descargo. (…) El surrealismo es el rayo invisible que algún día nos permitirá superar a nuestros adversarios” (pp. 69-70). Uno de los adversarios mayores será el pensamiento lógico y racionalista arraigado en la cultura de Occidente y, desde la óptica ideológica y social, el otro adversario será el modo de producción capitalista y la realidad social que engendra. De ahí la apuesta por transformar el mundo, antes que meramente interpretarlo, y aspirar a provocar cambios en la forma de vida.
En el segundo Manifiesto del Surrealismo, de 1930, Breton señala que “el surrealismo pretendía ante todo provocar, en lo intelectual y lo moral, una crisis de conciencia del tipo más general y más grave posible, y que el logro o no logro de tal resultado es lo único que puede determinar su éxito o su fracaso histórico” (p.162).
Walter Benjamin (“El surrealismo”, Obras II, 1, Madrid, Abada, 2007, pp.305-306) considera, dejando de lado el valor de la teoría y de la fantasmagoría y exaltando, más bien, el surrealismo como experiencia, que hasta el arribo de los surrealistas no se había advertido que tanto la miseria social como la miseria artística y arquitectónica, así como la miseria propia del intérieur o del espíritu, junto a las cosas esclavizadas y esclavizantes habrían de transformarse en nihilismo revolucionario.
El fenómeno intelectual, ideológico y cultural que significó el surrealismo en el mundo occidental no nos ha sido ajeno, en modo alguno, pudiendo subrayarse la vinculación de un movimiento de tanta envergadura como el de La Poesía Sorprendida, que data de 1943, cuyos principales exponentes, de la mano del artista español exiliado en nuestro país Eugenio Fernández Granell, tuvieron la oportunidad de conocer y reunirse con la autoridad suprema del movimiento surrealista, André Breton, en sus visitas al país en 1941 y 1945, así como el de la cercanía y puesta en práctica del lenguaje y las ideas estéticas surrealistas de artistas visuales nuestros formados en Europa o influenciados por sus corrientes artísticas, hasta la recuperación de los postulados de La Poesía Sorprendida sustentados por algunos de los escritores y artistas que integraron la Generación de los ochenta, de la cual el propio García Cartagena reconoce formar parte.
Resulta interesante notar que, justamente en Nadja (André Breton, México, Joaquín Mortiz, 1963), texto emblemático no solo de André Breton, sino, del surrealismo en general, luego de la alusión, en procura de rescatar el valor de lo cotidiano, a Víctor Hugo y los paseos con Juliette Drouet (pp.10-11) y de las citas de Flaubert y su pasión por “dar la impresión” de colores a través de sus escritos, el narrador se refiere al artista y escritor Giorgio de Chirico y lo interesante que sería reconstruir “el universo que fue el suyo hasta 1917”, más allá de las telas pintadas y un cuaderno de notas. “Chirico reconoció entonces que solo podía pintar sorprendido (y él era el primero) por ciertas disposiciones de los objetos y que todo el enigma de la revelación se cifraba para él en esta palabra: sorprendido” (p.12). Y añade: “Por lo que se refiere a mí, más importante aún de lo que es para el espíritu el encuentro de ciertas disposiciones de cosas, considero las disposiciones de un espíritu con respecto a ciertas cosas; estos dos tipos de disposiciones rigen por sí mismas todas las formas de la sensibilidad.” (p.13). Es desde ese ángulo de miras que los sorprendidos de nuestro país, bajo el lema “La poesía con el hombre universal”, estructuran sus postulados estéticos, moldean su sensibilidad y facturan sus creaciones artísticas.
De acuerdo con Mercedes Santos Moray los sorprendidos dominicanos “darían un vuelco significativo en el campo de la estética al acentuar los elementos irracionalistas del surrealismo, el papel de lo onírico y del subconciente, y al subrayar el yo, el individualismo como eje del quehacer artístico, produciendo una fuerte conmoción en la historia literaria dominicana. Si es verdad que esta poética, vinculada ideológicamente a una concepción filosófica idealista, significó en lo político un retroceso, en lógica contradicción dialéctica y como manifestación de la crisis imperante bajo el trujillismo, sirvió también para sacudir el lenguaje literario anquilosado en sus expresiones, para dotar a la lírica de un nuevo aliento y, sobre todo, para actualizarla y situarla al compás del quehacer universal” (“Eternidad callada en las raíces. La poesía de Freddy Gatón Arce”, Anales del Caribe 2, 1982, Centro de Estudios del Caribe, Casa de Las Américas, La Habana, pp. 246-260, http://www.cielonaranja.com/santosmoraygaton.pdf). Si bien la noción de “retroceso” me parece discutible, no lo es, en cambio, que la cosmovisión y la praxis poética de los sorprendidos imprimió un nuevo aliento a la tradición poética nacional, confrontando el localismo del Postumismo, y colocando el horizonte del arte universal en el umbral de nuestros artistas, escritores e intelectuales de mediados del siglo XX.
En la presentación de este libro, el propio García Cartagena destaca “la huella” de la admiración y emulación del ideal estético surrealista en artistas y escritores consagrados de nuestro país, desde el decenio de los cuarenta hasta los años ochenta del pasado siglo XX.
¿Qué motiva al autor de Para leer Nadja, de André Breton a publicar, pasados cinco lustros, el presente estudio? En primer lugar, están los valores intrínsecos del relato mismo que, partiendo de los cuestionamientos a la literatura convencional, y particularmente a la novela, planteados en el primer Manifiesto del surrealismo, de 1924, lo presenta como alternativa, como diferenciación y como ideal o esperanza (Nadja es, en ruso, “el principio de la palabra esperanza, y precisamente porque es sólo el principio”, dice el propio Breton, Ibid, p.46) de un arte de novelar superador de las trabas de las novelas del naturalismo y el romanticismo precedentes; con todo y que Nadja no pretenda ser, en efecto, una novela. Por otro lado, el autor revela que su interés en dar a la luz el estudio se asocia al auge reciente de la llamada “literatura sin ficción”, aunque dista, por sospecha o confrontación, de los postulados que, en esa dirección, y en particular, la de acercar el periodismo a la literatura (¿o sustituirla?), llevan consigo autores como Poniatowska, Volpi, Millás, Muñoz Molina o Cercas. De hecho, estos autores, en especial los españoles, hablan de la literatura más allá de la literatura o de la posficción. Se trata de “una literatura que deja de inventar porque en la realidad se agazapan relatos mucho más insólitos y estremecedores que los que un autor podría inventar instalado cómodamente en su despacho. Y aquí tocamos una característica esencial de esta literatura que renuncia deliberadamente a la ficción: su compromiso con lo real” (“Hacia una literatura sin ficción: Juan José Millás, Javier Cercas y Antonio Muñoz Molina”, Agniekzka Klosinska-Nachin, e-Scripta Romanica, vol.2, 2015, 7-16; http://www.e-scripta.uni.lodz.pl/ojs/index.php/escriptaromanica/article/view/17/1.
Para el narrador en primera persona del singular que nos presenta Nadja, en cambio, los hechos son “apariencias de una señal” (p.16), sin que pueda decirse “de qué señal se trata”, aunque pertenezcan al “orden de la comprobación pura”. Al referirse a la experiencia que contará en el relato, el autor sustenta: “hablaré de ello sin un orden previo y según el capricho del momento que deja sobrenadar lo que sobrenada” (p.19). Este es un factor básico en el automatismo psíquico de que se alimenta la creación surrealista y que dista del apego al dato, a la información, al hecho de que se vanagloria la posficción o la literatura sin ficción. Además, como lo argumenta García Cartagena en base al manifiesto surrealista de 1924, es significativo en Breton su interés en la construcción de un “sistema de conocimiento poético” (p.37), fundamentado en la supremacía de la creencia frente al conocimiento. De esta forma, el surrealismo impone la libertad de lo irracional y psíquicamente inconsciente por sobre la racionalidad positivista.
Breton atribuye en el manifiesto de 1924 a la “actitud materialista” una mayor cuota de poesía que a la “actitud realista”. La primera tiene el mérito de reaccionar contra “ciertas risibles tendencias del espiritualismo”, además de no ser “incompatible” con cierta “elevación intelectual” (Ibid, p.20). Asimismo, aduce: “Contrariamente, la actitud realista, inspirada en el positivismo, desde Santo Tomás a Anatole France, me parece hostil a todo género de elevación intelectual y moral. Le tengo horror por considerarla resultado de la mediocridad, del odio, y de vacíos sentimientos de suficiencia” (p.21). Cuestiona el hecho de que esta actitud se nutra de “noticias periodísticas”. Serán siempre más importantes los sentimientos que el “deseo de análisis” (p.24). Hay que subvertir el “imperio de la lógica” (p.25), para dar más espacio a la acción de la “superstición o quimera”.
Ahora bien, la lectura de García Cartagena de Nadja, el texto fetiche, como él lo considera, de Breton y el surrealismo, escrito en 1928 y revisado en 1962, para una nueva publicación por Gallimard en 1963, tiene determinadas particularidades y una íntima relación con postulados estéticos sustentados en los manifiestos del surrealismo de 1924 y 1930. La primera es la de desentrañar las especificidades discursivas, ideológicas y sociales de las apuestas del Yo presentes en el relato y cómo ese Yo establece dinámicas concretas de funcionamiento en la estructura significante y el sentido del relato. Esa dinámica comprende: un Yo-autor (Breton), el cual, al narrar en primera persona del singular como punto de vista técnico del relato crea el Yo-texto, haciendo de sí mismo un personaje que abre el sentido de lo autobiográfico; ese Yo-texto dirige su mensaje a un ser que porta un “mensaje único”, en tanto que Tú ideal; finalmente, tiene lugar el Yo-lector o Tú destinatario del mensaje, que está llamado a identificarse con el Tú ideal (p.119).
Se trata, a mi modo de ver, de una lectura centrada en una problemática semiolingüística o simbólica de carácter identitario, a veces enunciado como lógica o filosofía de la identidad, que, por medio del recurso de la fantasmatización pondrá en sitio una concepción del Ser y su relación con la Otra basada en la ocultación (p.182) o la mitificación y en la negación o ausencia del cuerpo (p.113).
La estrategia de difuminación del Yo en Nadja, que desarrolla García Cartagena, revela una nueva clase de relato en que los ámbitos de lo personal y lo autobiográfico operan, desde una perspectiva simbólica, como fundamento ideológico de la dilución, antes que entronización racionalista del Yo y de determinados argumentos de veracidad. Es el Yo-texto el que pasa a fungir como ordenador, como Demiurgo del orbe simbólico del relato y es quien está facultado para imprimir al personaje una visión del mundo, una ideología, así como “un sentido lúdico del lenguaje y de la vida” (p.190). El enmascaramiento puede ser, además de una forma de dilución de rasgos corporales y de desaparición del cuerpo, una estrategia de identidad múltiple o de pluralidad, al menos, duplicidad identitaria.
La cuestión de la lógica de la identidad o de que esta sea recibida o adquirida individual o socialmente coloca la problemática identitaria de Breton en una orientación al margen de la posmoderna visión de la identidad como tarea, como una construcción, no como algo dado o heredado. En Zygmunt Bauman (Vida de consumo, Argentina, FCE, 2011) por ejemplo, y desde la perspectiva de la moderna sociedad líquida de consumidores, la identidad se problematiza como pluralidad, al igual que ocurre en otros pensadores como Amartya Sen (Identidad y violencia. La ilusión del destino, España, Katz, 2007) y Jean-Claude Kaufmann (Identidades. Una bomba de tiempo, Barcelona, Planeta, 2015), para solo citar algunos. En Bauman, las identidades no son “regalos de nacimiento”, no son “algo dado” y mucho menos, dado “para siempre”. Muy por el contrario, las identidades “son proyectos, una tarea a encarar, a realizar prolijamente y con diligencia hasta el final por remoto y complejo que sea” (Ibid., pp.150-151). Se trata, pues, de procesos individuales y colectivos o sociales.
Con la actitud ética de la transparencia, metaforizada con la propiedad del cristal (casa de cristal, “donde puedo ver siempre a los que vienen a visitarme”; cama de cristal con sábanas de cristal) y mediante el reclamo de que los personajes tratados en el relato, si se basan en personajes reales no tiene por qué ser camuflados, Breton sugiere que es allí “donde el que yo soy se me aparecerá” (p.15). Mi identidad, pues, se me aparece y se me instala como algo ya dado y queda fijo. En realidad, hoy vemos que la identidad es otra cosa, llegando a ser, primero, identidades. Es algo que se construye con rasgos de volatilidad y caducidad; es una “tarea” permanente (Bauman); es un “proceso” de construcción de sentido (Kaufmann); es una multiplicidad de identidades (Sen). La identidad no es ousia (sustancia) sino, más bien, parousia (presencia).
Es importante notar que en lo que García Cartagena asume como el “doble compromiso de Breton con su texto” Nadja, por un lado, el “compromiso ideológico” o “estrategia mistificante”, y por el otro, el “compromiso estratégico” o de “panfleto pervertido por la inclusión de una línea de escritura ficcional” (p.146) queda develada la estrategia proselitista como fundamento de la obra total de Breton; un proselitismo en favor del surrealismo como teoría del lenguaje, de la creación estética y del compromiso ético del individuo ante su vida y su sociedad, y por supuesto, en favor de su actitud narcisista de comandante en jefe de esa transformación de la creación y del entorno social y jurídico-político, que a la altura del segundo Manifiesto del Surrealismo, de 1930, se identificará con el marxismo.
En el “Preámbulo” de la edición de Nadja revisada por el autor en 1962 subtitulado “(mensaje diferido)”, firmado en la Navidad de ese mismo año, Breton hace algunas afirmaciones importantes. Empieza por admitir que intentar “mejorarlo, por poco que sea, en su forma” (p.7) el escrito original de Nadja puede colocarse en “la categoría de las vanidades”. Aduce que a pesar de la incapacidad de un autor de revivir “la expresión de un estado emocional”, se podría “lograr un poco más de adecuación en los términos y, además, fluidez”. Paradójicamente y a renglón seguido, el propio Breton sustenta que hay en Nadja dos imperativos “antiliterarios” a los que la obra obedece, a saber: a) la ilustración fotográfica persigue “eliminar toda descripción” (que a su vez admite como argumento azotado por “inane” o vano en el Manifiesto del Surrealismo, y que sigue siendo “inane” en Nadja, porque uno de los principales atributos del relato es la precisión con que el narrador describe los lugares de París, donde tienen lugar los encuentros entre los personajes), y b) que el tono del relato está “calcado” de la “observación médica, sobre todo neuropsiquiátrica” (pp.7-8), que en literatura tiende a conservar, sin preocuparse por adornos de estilo, lo que el examen y el interrogatorio clínicos pueden ofrecer. Breton concluye que la llamada “pobreza voluntaria de tal escrito” (p.8), asumiendo que se trata del estilo, ha contribuido a la “renovación de su público”, con lo que a la altura de treinta y cinco años después de la publicación original en 1928, esta de 1963 mantiene el precepto que García Cartagena llama “proselitista” del jefe de los surrealistas y su “Central”.
En la lectura de Nadja que el público tiene en sus manos se resalta, con sobrada propiedad, la “concepción oculta del ser” (p.182) que expone Breton, al categorizar al personaje como “el alma errante”. No hay una biografía en Nadja del personaje real que mitifica o fantasmatiza el relato y que responde al nombre biográfico de Léona Camille Ghislaine Delcourt. Sin embargo, en base a fuentes autorizadas y en la última parte del relato, el ensayista García Cartagena evidencia que ese referente real tiene un par que se sitúa en la respuesta a la pregunta ¿Quién es usted? Esa respuesta es “Soy el alma errante” (p.184), que Breton simboliza discursivamente en un “Tú” recurrente, cuya persona histórica real responde al nombre de Suzane Muzard, mujer de Emmanuel Berl (p.186), a quien conoce a finales de 1927, cuando termina la redacción original de Nadja.
Sin embargo, lo importante en Breton y su fidelidad al Manifiesto del Surrealismo, a la hora de concebir la estrategia discursiva y de redactar el relato Nadja, es ver cómo esas personas posesas de una realidad son, en la dimensión simbólica y a fuerza del poder de la imaginación, transformadas en entidades ficticias, en homo imagens u homo surrealis, siendo en esta última condición donde cobran un sentido que les hace funcionar en el texto y trascender psicológica, ideológica, corporal, histórica y culturalmente. Bajo la condición de homo realis el individuo vive “prisionero de la costumbre” y “bajo las garras de Lo Mismo” (GC, p.39). Esa sujeción a “Lo Mismo” es lo que Byung-Chul Han (La expulsión de lo distinto, España, Herder, 2017) llama hoy la proliferación de lo igual como alteración patológica que afecta al cuerpo social y como tendencia positiva a eliminar lo distinto, los disruptivo, lo creativo. “La proliferación de lo igual –dice– se hace pasar por crecimiento. Pero a partir de un determinado momento, la producción ya no es productiva, sino destructiva; la información ya no es informativa, sino deformadora; la comunicación ya no es comunicativa, sino meramente acumulativa” (Ibid., p.10). Aunque Han rescata de Heidegger una noción de “lo mismo” distinta, en base a su negatividad y unión con “lo diferente”, de “lo igual”, que es, por el contrario, amorfo, lo cierto es que en “Lo Mismo” bretoniano encontramos la parálisis y el adocenamiento propios del saber convertido en información y del pensar convertido en mero cálculo. Es decir, vemos cómo la costumbre se convierte en positividad adiposa que intentará siempre expulsar lo distinto como negatividad y como fuerza creativa.
Retomando la problemática de la identidad o las identidades como un eje paradigmático de la lectura de Nadja de García Cartagena, convendría recordar que Nadja empieza con una interrogación que la filosofía identitaria ha considerado muy pertinente a lo largo del tiempo: “¿Quién soy yo?” Y de una vez afirma: “Si por excepción me atuviera a un dicho, ¿por qué, en efecto, no se reduciría todo a saber con quién ‘ando’?” (AB, p.9). El hecho de “andar” junto a alguien “descarría” al narrador (Yo-texto) y lo “inclina” a establecer entre ciertos seres y él “relaciones más singulares, menos evitables y más inquietantes de lo que yo creía” (Ibid.). Esa palabra (“descarría”), que dice mucho más de lo que quiere decir, también hace al narrador (Yo-texto) “representar” durante su vida “el papel de un fantasma” y, consecuentemente, “alude a lo que ha sido necesario que yo dejara de ser para llegar a convertirme en quien soy” (Ibid.). Esta conclusión silogística de que hay que dejar de ser quien uno es para convertirse en quien es se conecta directamente con el principio existencial de Píndaro, muy del gusto de F. Nietzsche, que reza: “Llega a ser lo que eres”.
En un momento del relato el narrador (Yo-texto) formula al personaje Nadja una pregunta identitaria clave: “¿Quién es usted? Y ella, sin vacilar, contesta: Soy el alma errante” (AB, p.53). Ese proceso que nuestro ensayista, narrador y poeta llama fantasmatización y al que atribuye la ausencia de corporeidad en el discurso de Breton alcanza su clímax cuando, en un momento de aparente delirio, Nadja habla de haber estado encarcelados, tanto ella como el Yo-texto, y pregunta: “¿Qué habrás hecho? Yo también he estado en la cárcel. ¿Quién era yo? Hace siglos. Y tú, entonces, ¿quién eras?” (p.63). Más adelante, el narrador cuenta: “Nadja emplea una nueva imagen para hacerme comprender cómo vive: es como cuando, por la mañana, se baña y su cuerpo se aleja, mientras ella mira fijamente la superficie del agua. –Soy el pensamiento que flota en el baño, en el cuarto sin espejos –dice.” (pp.73-74). Nadja es, pues, un ente etéreo, imaginario, simbólico. Es un prototipo del ser imaginario inherente a la ética bretoniana de la imaginación, percibida como un poder-saber y como fundamento de la libertad del espíritu, cuyo crisol es la mente. Eso sí, que la imaginación que, según Breton, tiene todos los poderes, no tendrá en cambio, y esta es una contradicción interesante en la óptica de la representación textual, “el de identificarnos a despecho de nuestra apariencia con un personaje distinto de nosotros”, según cita García Cartagena (p.31) del “Discurso sobre la poca realidad” del líder del surrealismo como empresa que pretendía transformar el mundo y cambiar la vida.
Breton admite en Nadja como texto, que si bien puede uno sentirse libre en condiciones adversas o de enclaustramiento (cárcel, pelotón de ejecución) no es el martirio que se sufre lo que crea esa libertad. “Dicha libertad es, y así deseo que sea, un desencadenamiento perpetuo” (p.51); es decir, una ruptura de las cadenas. Al mismo tiempo, esa libertad es la maravillosa continuación de pasos que solo puede dar el hombre desencadenado. “En cuanto a mí, lo confieso, estos pasos lo son todo. La verdadera pregunta es ¿adónde van?” (Ibid.). Es probable que haya quienes no encuentren el modo de desencadenarse. “Es entonces cuando será conveniente demorarse un poco, aunque sin volver atrás” (Ibid.). Ese llamado a la demora equivale a una reclamación del tiempo para el ocio creativo, para la contemplación y la reflexión, para imponer, aun sea solo durante el tiempo del desencadenamiento, la actitud contemplativa a la actitud activa de la modernidad.
Si bien es cierto que el surrealismo no se ciñe a pie juntillas al psicoanálisis, no lo es menos que la praxis clínica y las teorías, sobre todo acerca de la interpretación de los sueños (lo onírico) en Freud constituyen una piedra angular de su concepción del sujeto, del arte y de la cultura. De ahí la pertinencia, más allá de las discusiones a favor o en contra, de la lectura autobiográfica de Nadja, por cuanto, aun sea parcialmente, se trata, como sustenta García Cartagena, “del acto de tomar la palabra para hablar de sí mismo” (p.85). En el relato mismo podemos leer: “A Nadja le gustaría leer uno o dos libros míos, y se empeña en ello tanto más cuanto que yo pongo en duda el interés que mis obras puedan tener para ella. La vida y lo que se escribe son dos cosas distintas.” (p.53). A este respecto es clave la pregunta inicial del relato: “¿Quién soy yo?”.
Por sus conocimientos médicos y su contacto con el psicoanálisis, el autor de Nadja siente un profundo rechazo por el tratamiento clínico de la locura y por el encerramiento o reclusión como opción para su tratamiento. En el cuerpo del relato podemos leer: “Hace algunos meses me dijeron que Nadja estaba loca.” (p.98). Luego pasa a describir la insufrible realidad clínica y físicamente estructural de los manicomios como sistemas de encierro: “Encerraron a Sade, encerraron a Nietzsche, encerraron a Baudelaire” (p.104). Aduce, además, que “La bien conocida falta de delimitación entre la no-locura y la locura no me inclina a conceder un valor distinto a las percepciones y a las ideas que son el hecho de una y otra” (pp.106-107). Llega a privilegiar los “sofismas” por sobre las “verdades”, por cuanto los primeros empujan al individuo a hacerse preguntas clave, en forma de gritos, como: “¿Quién vive? ¿Eres tú, Nadja? ¿Es verdad que el más allá, todo el más allá, se encuentra en esta vida? No te oigo. ¿Quién vive? ¿Yo solo? ¿Soy yo mismo?” (p.107).
En el Manifiesto del Surrealismo (1924), André Breton sustenta que solemos “recluir” la locura. A los locos se les encierra en mérito a un “reducido número de actos jurídicamente reprobables, y que, en la ausencia de estos actos, su libertad (la parte visible de su libertad) no sería puesta en tela de juicio” (p.19). Los locos son “víctimas de su imaginación”. Afirma que “para poder descubrir América, Colón tuvo que iniciar el viaje en compañía de locos. Y ahora podéis ver que aquella locura dio frutos reales y duraderos” (p.20). Serán, posteriormente, Michel Foucault y otros pensadores de la escuela neonietzscheana francesa de la sospecha quienes develarán las relaciones de saber y de poder ocultas en la forma en que la sociedad disciplinaria concebía las enfermedades mentales y su tratamiento.
A propósito del azar y de la relevancia de Sigmund Freud y el psicoanálisis Breton afirma en el Manifiesto del Surrealismo que a este “se debe que recientemente se haya descubierto una parte del mundo intelectual, que, a mi juicio, es, con mucho, la más importante y que se pretendía relegar al olvido. A este respecto, debemos reconocer que los descubrimientos de Freud han sido de decisiva importancia” (p.25). Los estudios de Freud sobre los “sueños” devuelven a la “imaginación” los derechos que le corresponden. Al pensamiento lógico ha de oponerse el de los “filósofos durmientes” (p.28). Deberíamos ser más fieles a los sueños que a la realidad. En actitud de superación de las contradicciones de corte hegeliano Breton sustenta: “Creo en la futura armonización de estos dos estados, aparentemente tan contradictorios, que son el sueño y la realidad, en una especie de realidad absoluta, en una sobrerrealidad o surrealidad, si así se le puede llamar”(p.30).
El narrador (Yo-texto) afirma que el descubrimiento en él mismo de “aptitudes particulares” no lo distraen de la búsqueda de una “aptitud general”. Si bien admite que tiene “afinidades” con los demás hombres y aunque hay “acontecimientos” que solo le suceden a él hay un empeño en saber “mi diferenciación”. Y se pregunta: “¿No es en la medida exacta en que tome conciencia de esta diferenciación como podré descubrir lo que, entre todos los demás, he venido a hacer en este mundo y el mensaje único de que soy portador para poder responder de su suerte con mi cabeza?” (p.10). Asumirse portador de un “mensaje único” imprime al sujeto un rasgo de particularismo, de singularismo identitario conducente al radicalismo fundamentalista de orden ideológico o religioso. De esa creencia brota el talante mesiánico de Breton respecto del ideal surrealista que lo faculta para hacer labor proselitista y sentirse el jefe iniciático del movimiento y de la llamada “Central Surrealista”.
El presente estudio de Manuel García Cartagena nos ofrece una lectura de ese texto mítico de André Breton, con la que logra imprimirle una enorme actualidad, desvelando, al mismo tiempo, las vetas semiológicas, lingüísticas, filosóficas, estéticas e ideológicas, desde una teoría de la escritura con fundamentos conceptuales eclécticos, aunque muy bien estructurados y afines, para que el lector redescubra en Nadja un surtidor de simbolismos conducentes a una teoría identitaria del sujeto frente a la realidad, de la obra literaria como puesta en práctica de una lengua-cultura, de la tradición literaria y de la historia. De esta forma, el ensayo Para leer Nadja, de André Breton, recupera la esencia del surrealismo alucinado y levanta el estandarte estético con el que Breton coloca el punto final a su experimento verbal escrito, en base a la frase que reza: “La belleza será convulsiva o no será”.
Santo Domingo, DN,
13 de enero de 2018
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José Mármol es Premio Nacional de Literatura 2013. Autor de Yo, la isla dividida (Visor, 2019).
En portada: Tristan Tzara, Paul Eluard, André Breton, Jean Arp, Salvador Dalí, Ives Tanguy, Max Ernst, Rene Crevel, Man Ray, en Paris, 1933.