La educación es un bien universal inestimable, un proceso multidimensional que se asume como derecho ineludible del ser humano; ciencia abierta a la construcción permanente de conocimientos, saberes y lógicas, capaces de transformar mentalidades, culturas y posiciones personales, institucionales y de la sociedad en general. Esta ciencia vive, en el ámbito mundial, momentos cruciales que le exigen una nueva manera de asumirse y de entenderse como cauce natural de desarrollo humano, socioeconómico, político y espiritual, en el contexto global. Además, como sistema orientado a la configuración de una visión innovadora del mundo; a la reconstrucción de prácticas educativas que vayan más allá de la enseñanza y eduquen realmente a las personas, organizaciones y pueblos, tiene necesidad de aprender a convivir y actuar proactivamente en tiempos de pandemia. La educación ha sido sorprendida por la pandemia; pero por su naturaleza compleja y sistemática, tiene recursos para responder con eficacia, aunque con ritmos plurales en el mundo y en el contexto local. 

El período de pandemia que vive la República Dominicana tiene rasgos que marcan profundamente las concepciones y el hacer educativo, no solo en los educadores, sino también en la gerencia educativa, la familia y los ciudadanos del país.  La crudeza de la COVID-19 ha cambiado la manera de pensar y de actuar en el terreno educativo; ha provocado la búsqueda incesante de formas distintas de enfrentar el impacto de los problemas de salud en el desarrollo curricular cotidiano; la incidencia del distanciamiento físico y social; y del uso constante de mascarillas en las relaciones. Estos aspectos tienen apariencia simple, pero su influencia en la dinámica psicológica y social de estudiantes, profesores, padres y gestores es preocupante.  Se observa un contexto educativo marcado por la incertidumbre y las tensiones que genera encontrarse desprovisto de horizontes claros, así como por carecer de una arquitectura conceptual y estratégica para afrontar con eficiencia y creatividad las embestidas de la COVID-19. La pandemia encuentra un sistema educativo fragilizado por las reformas cosméticas que han temido entrar al fondo para reestructurarlo y dar origen a un nuevo paradigma en educación. Esta fragilidad se acentúa por la carencia de una evaluación capaz de identificar avances significativos, mejoras impostergables y desafíos emergentes. A este escenario se ha de añadir la realidad de la familia con la educación en casa y el quédate en casa. Adquiere relevancia la precariedad de la familia en los ámbitos de la economía, de la conectividad y del educacional. Este panorama complica aún más el contexto educativo. A pesar de los múltiples factores que generan incidentes críticos, la educación dominicana decidió romper el cerco tendido por el virus y lanzarse a una acción educativa controvertida, temeraria, pero necesaria; por ello decide el inicio del año escolar el 18 de septiembre con la formación intensa de docentes, el aporte de orientaciones para las madres y los padres, quienes a partir de ese momento se convierten en aliados estratégicos de la causa educativa; de igual manera, inician los aprestos para organizar la fase de ambientación de los estudiantes. El inicio formal de las clases se acordó para el 2 de noviembre de 2020. Este proceso de apertura del año escolar vino acompañado de un fenómeno especial: la educación virtual. La virtualidad se convirtió en la vía principal para posibilitar el desarrollo curricular ordinario. Esta modalidad aporta, por un lado, innovación, flexibilidad y actualización del año escolar; por otro, tensión administrativa, docente, social y familiar. En el núcleo de esta tensión está el problema de la conectividad, la carencia de habilidades tecnológicas de los docentes, a excepción de una minoría; el déficit de equipos de estudiantes y profesores; y la conversión de la casa en un ala complementaria del aula de la escuela. Unida a estas dificultades, están las relacionadas con la alimentación escolar; padres y madres con déficits de formación académica para una ayuda efectiva; y las críticas condiciones de los hogares para asumirse como espacios de aprendizaje y de enseñanza desde la perspectiva de la escolarización. Además de la modalidad virtual, se incorporaron la televisión y la radio. Estas dos modalidades conforman con la virtualidad una tríada que está posibilitando el desarrollo del año escolar, entre esfuerzos sostenidos, problemas irresueltos y nuevos desafíos. 

Las autoridades reconocen que el país no está preparado tecnológicamente para sostener con calidad, innovación y consistencia el desarrollo curricular que se requiere en este tiempo de pandemia. Pero han optado por mantener activo el deseo de aprender y enseñar en tiempos difíciles e impredecibles. A las autoridades les falta más coordinación con las organizaciones educativas nacionales y con las organizaciones comunitarias que pueden apoyar la educación escolarizada; y más diálogo con personas no organizadas de la sociedad civil que pueden aportar con efectividad para una mejor educación en contexto pandémico. Todos estos inconvenientes, vinculados a los de la realidad general del país, ralentizan o casi imposibilitan, la educación integral en el año escolar 2020-2021, anunciada por el ministro de Educación de la República Dominicana, desde que asumió la gestión del MINERD. Los tiempos difíciles dificultan el trabajo educativo, pero no obstaculizan en su totalidad la obtención de algunos logros que aportan a los procesos de aprendizaje de los docentes, estudiantes, madres, padres y de la sociedad. Los más importantes están relacionados con los esfuerzos que los docentes están haciendo para una habilitación progresiva en el ámbito tecnológico; la incorporación de la virtualidad y de medios de comunicación como herramientas alternativas a la oralidad presencial; apropiación y aplicación de programas informáticos para grabación y edición de presentaciones audiovisuales; gestión de oficinas virtuales para la organización y el desarrollo de reuniones laborales; colaboración de organizaciones sociales, instituciones y personas no organizadas en la búsqueda de iniciativas que mejoren cualitativamente los procesos educativos virtuales, televisivos y de la radio; las acciones que garantizan la inclusión de estudiantes y docentes que presentan condiciones especiales; fortalecimiento de la solidaridad entre docentes, estudiantes y la familia; apoyo de organizaciones internacionales para fortalecer la gestión educativa y la calidad del desarrollo curricular; seguimiento crítico y propositivo de medios de comunicación impresos, digitales y redes sociales, que posibilitan reorientación de enfoques, conceptos, metodologías y prácticas; interés del ministerio en el equipamiento de los actores: docentes, estudiantes y centros educativos. Cabe destacar, también, como aspecto positivo, las demandas que la pandemia le presenta al ministerio para que avance hacia un cambio de concepciones, de visión y de cultura institucional. Tiene un valor importante la creación de la Mesa de Veeduría para la adquisición de equipos, bienes y productos; y materiales tecnológicos y digitales. Los pequeños logros alcanzados conviven con problemas sin resolver que dificultan el aseguramiento de la calidad y la solidez de los procesos educativos. Estos requieren atención inmediata, no remota, para anticiparse a situaciones que pueden ser más complejas y perjudiciales. 

Los problemas más relevantes están vinculados a: gestión curricular débil, por una apropiación deficitaria e inadecuada de docentes, técnicos y directivos; carencia de la didáctica de la educación virtual y de la televisiva; estrategia de acompañamiento a los procesos educativos precaria en su sistematicidad y en su direccionalidad; carencia de  evaluación continua, reduciendo de este modo la retroalimentación de la práctica; sustitución de emergencia de docentes con mayor experiencia en educación por jóvenes con talento y libertad ante las cámaras, pero con una consistencia conceptual y metodológica frágil; material base para el aprendizaje con poco o ningún sentido estético; déficit metodológico; primacía de los contenidos; falta de espacio y relevancia para las artes; la planificación integral demanda más atención para abrirle paso a procesos de aprendizaje con menos improvisación, aunque este aspecto es propio de las pandemias, por la fuerza que adquiere la incertidumbre; persistencia de una brecha tecnológica que obstaculiza el acceso a equipos y otros dispositivos electrónicos; poca o ninguna atención al estado emocional y estrés de los docentes; ingreso continuo de personal nuevo que necesita apropiarse del curso de acción del año escolar, generando al mismo tiempo inestabilidad y demora en los procesos; infraestructura física reparable y crisis de agua y baños en centros educativos. 

Los problemas de la educación dominicana en tiempos de la COVID-19, plantean retos inmediatos. Los más significativos indican que se han de fortalecer los procesos de planificación y de organización de la vuelta a las aulas, combinando la modalidad virtual con la presencial y teniendo en cuenta los protocolos de bioseguridad demandados por la OMS, OPS y SP; las condiciones de los centros educativos; y el cuidado académico y emocional de docentes y estudiantes. De otra parte, se debe fortalecer la calidad y la innovación de la educación, propiciando una evaluación y una revisión curricular estructural, que responda a los avances científico-tecnológicos y a las necesidades prioritarias del país. Se ha de favorecer la puesta en ejecución de políticas educativas que contribuyan a la superación de la desigualdad tecnológica, posibilitando un desarrollo inclusivo. Hay que promover una cultura dialógica y reflexiva, que favorezca una relación participativa y productiva con la sociedad civil. Finalmente, se debe diseñar y poner en ejecución un proceso sistemático de acompañamiento a la práctica educativa, para transformarla significativamente. 

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Dinorah García Romero es educadora, rectora del Instituto Superior Pedro Poveda, Santo Domingo. Columnista del portal digital Acento.