El texto a continuación apareció originalmente en la revista Contratiempo de Chicago, quince años atrás. Como somera revisión del origen de la bachata y su evolución internacional, incluyó comentarios emitidos para la ocasión por nuestro eternamente querido Víctor Victor. Consideramos pertinente su reproducción en Plenamar en el contexto de la justificadísima celebración de las contribuciones del desde ya inmortal artista al género y cultura dominicana en general.
Por supuesto, mucho se ha bailado y mucho ha llovido desde entonces, y la bachata continúa transformándose y escuchándose en todos los rincones del planeta. Confiamos en que estos párrafos sean de interés tanto para los lectores más jóvenes, como para aquellos que vivieron el origen y evolución de los acontecimientos musicales aquí narrados.
La tradición musical latinoamericana arrastra una trayectoria de características culturales firmemente establecidas, pero con una histórica tendencia a la incorporación de otros ritmos sin perder su raíz de origen. La bachata, sin duda el género musical más joven y tal vez el más popular dentro y fuera de su tierra natal, la República Dominicana, pudiese representar el ejemplo par excellence de dicha apertura cultural. Se trata de un ritmo que quizás más que ningún otro, ha destruido estereotipos envuelto en una intensa dinámica social que afectó tanto a creadores como seguidores. Así, la evolución musical y comercial de la bachata, en cierta medida, va a la par de la historia dominicana contemporánea: marginalización económica de las grandes poblaciones rurales, migración local y foránea, y un afán de definir la identidad de un pueblo que se busca a ambos lados del océano.
Los orígenes de este ritmo provienen de la tradición europea de la música de cuerdas que, gracias al sincretismo local, se recreó en nuestro continente a manos de la guitarra romántica ―madre del bolero―, la ranchera, la plena, el son, la guaracha, el pasillo, o el vals campesino, por sólo mencionar algunos. El antropólogo Marcio Veloz Maggiolo afirma que la bachata nunca fue un género, sino una forma de fiesta popular donde la música aparece como acompañamiento a la fiesta misma. Los africanismos cumbancha y cumbachata (derivados del cumbé) sugieren parranda, jolgorio, encuentro ruidoso y caótico improvisado y espontáneo: haciendo bachata.
Ante la ausencia de una industria radial o de grabación establecidas, la entretención del pasadía campesino en la República Dominicana de los años 50 requería la improvisación de una música romántica con tríos o cuartetos acompañados de instrumentos simples: guitarra acústica, percusión con maracas, tambor y bajo de rústico diseño. Desde sus inicios, se evidencia una estigmatización de la bachata por parte de las élites y la clase media quienes la asocian a lo rural y a lo vulgar. Son precisamente las élites, no los fans, ni los músicos, quienes le dan el nombre con claras intenciones de rechazar lo pobre y lo simple; lo que llegó del campo a la ciudad.
Tras la caída de la dictadura trujillista en 1961, grandes migraciones rurales inundan las urbes dominicanas en busca de trabajos usualmente mal pagados que no garantizaban una forma de subsistencia mínimamente digna. Las vivencias y tradiciones del campo son importadas a barrios periféricos donde la bachata es conocida como música popular, bolero campesino o música de guardia. Son canciones ingenuamente románticas y melodramáticas similares a las de María Luisa Landín, Pedro Infante, Los Panchos o Julio Jaramillo.
El campesino recién llegado no logra incorporase a los ritmos populares predominantes en la ciudad: la balada, el merengue típico (que, aunque basado en la cultura rural, no siempre expresó el sentimiento de sufrimiento y alienación prevaleciente), ni el merengue de salón orquestado que había sido promovido por el dictador como propuesta anti-africana, racista y elitista, no dieron cabida al entorno social de esta joven población desplazada. La bachata, al combinar elementos musicales rurales simples, al permitir la libertad de articular cualquier tipo de emoción, añadido a su facilidad de interpretación con apenas una guitarra casi siempre de fabricación artesanal, de pronto, permite la consolidación de una forma musical dotada de mecanismos de difusión y promoción propios.
Para 1964, Luis Segura, considerado “padre de la bachata”, tipifica la experiencia de sus intérpretes: origen campesino, repertorio autodidacta basado en la guitarra y, sobre todo, su ulterior desarrollo artístico netamente urbano. A través de Radio Guarachita, Segura, junto al fundador de esta emisora Radamés Aracena, promueven dicho ritmo a las grandes audiencias contribuyendo a la creación de un rudimentario mercado de grabación.
Durante las décadas de los 70 y 80 el género adquiere una lírica diferente donde predomina el doble sentido, el desamor y la nostalgia por el amor ido o arrebatado: el amargue; las historias de machismo y alienación a la mujer, el desprecio y el despecho se ahogan en alcohol con sabor a burdel. Tales rasgos reflejan la desintegración de la familia tradicional y la crisis social de las poblaciones desplazadas, aunque por supuesto, estos no son exclusivos de ellas ya que permearon en todos los sectores sociales del país. La bachata de la época precedente sólo se escuchaba en emisoras de radio AM y en horas de madrugada; en radios portátiles de baterías, símbolos de la deficiente electrificación inherente al ser pobre de aquellos tiempos. Aún más: se grababa en discos sencillos de 45 rpm para ser vendidos en mercados y calles donde se adquirían febrilmente por la población, aunque con un cierto velo de vergüenza por los sectores más aventajados.
Las características esenciales del género, según la opinión de Deborah Pacini, Profesora de la Universidad de La Florida, pueden resumirse en las de naturaleza musical (patrón rítmico de instrumentación particular) y las de índole extra-musical (el contexto social, lenguaje y estrato social de sus intérpretes y seguidores, además de las peculiaridades de su industria). Estos rasgos se mantienen a pesar de la importante evolución que la bachata sufre sobre todo a partir de 1980, cuando surge en la televisión y radio FM gracias a Luis Segura y Blas Durán. Ambos la sacan del burdel y le incorporan la guitarra eléctrica, hecho que atrae a la población joven clase media de la ciudad.
Simultáneamente, Luis Díaz, Sonia Silvestre y Víctor Victor, destacados músicos estudiados y pioneros de la nueva canción dominicana, experimentan con la tecnobachata y la “rescatan” más allá de las barreras de clase. Víctor Víctor afirma que “lo nuestro fue la culminación de un esfuerzo iniciado hace tiempo, que muchas veces explotó y fue impedido por la discriminación social. De la mano sobre todo de Luis Días con su tecnoamargue, llegamos empujando a los músicos populares en una lucha donde hubo heridos, muchos que abandonaron, pero finalmente nada impidió el indetenible desarrollo y crecimiento cualitativo y cuantitativo de la bachata”. Cabe resaltar que el Vitico trovador (informal) de los 70 ya había incursionado en los ritmos bachateros “puros” desprovisto de tecnología alguna, cosa que dan fe algunos de sus “canchanchanes” santiagueros.
La proyección internacional del ritmo llega a su cúspide tras el lanzamiento de Bachata Rosa, de Juan Luis Guerra, disco que lo coloca en la mira del mundo (incluyendo frente a la industria que lo premia con un Grammy). La incorporación por Guerra de textos poéticos cercanos al bolero, la fusión con el Rock y Blues de la tecnobachata de Luis Días y del son cubano con Víctor Victor, son todos, factores decisivos en la consolidación de una suerte de neobachata: bajo eléctrico y sintetizador, guitarra eléctrica, y un tempo más acelerado que la hace más bailable.
Según opinión de Vitico, la velocidad con que esta expresión romántica y musical va cambiando es mayor que la vivida por el merengue, el son o el tango: “En apenas 50 años la bachata se ha transformado sonora y rítmicamente, pero también en la forma de tocarla, a pesar de que aún predomina el desamor como tema; indiscutiblemente que el ser tratada por músicos con alto nivel académico y arreglada por la vanguardia musical dominicana, le dio un sendero internacional; dada la fuerza con que se desplaza no nos sorprendería escucharla un día en formatos orquestales”.
La bachata salida de New York, por otra parte, aún sabe a dominicana, sin embargo, ha evolucionado incorporando otros ritmos presentando una imagen más acorde con el mainstream. Aventura, probablemente los más populares en Estados Unidos, siguen un modelo cercano al Rythm and Blues; tocan en lugares más caros y se visten a lo Hip Hop reflejando una cultura acorde con el lugar donde nacieron. Contrario a los bachateros tradicionales, quienes fueron limitados por razones económicas, de idioma y migración, los nuevos bachateros de EE. UU. han penetrado más fácilmente al mercado abriéndole camino a muchos otros llamando así la atención de la industria musical norteamericana.
Monchy y Alexandra es otra agrupación popular conocida por incorporar el vallenato a sus piezas. Estuvieron en posiciones altas en el Billboard estadounidense, son líderes entre la población mexicana y centroamericana de Texas (la estación KOVE-FM en Houston les tocó el éxito “Hoja en blanco” unas 468 veces en solo unos meses); aparecieron en el Madison Square Garden, fueron la agrupación #13 en Colombia hace unos años (país donde la bachata era casi desconocida), razones todas por las que el New York Times les ha reseñado ampliamente. Andy Andy es otro importante intérprete firmado por Sony Discos y nominado al Grammy. Su popularidad en Nueva York es irrefutable sobre todo entre los recién llegados (fue invitado por el entonces gobernador George Pataki a las celebraciones oficiales del mes de la herencia dominicana).
Las bachatas neoyorkinas están teñidas de sabor urbano y revelan la experiencia de la diáspora; sirven de puente entre una cultura dividida pero también reflejan los dominicanos nacidos aquí. Ello es evidente en la versión bachata del clásico de Diana Ross “Killing Me Softly” donde las letras en tono de Rap simbolizan el horizonte y la evolución de la música latina en los Estados Unidos.
Esta “extranjerización” de la bachata planteada por algunos es refutada por Víctor Victor: “…no creo que se pueda hablar de extranjerización del ritmo. La bachata hecha por dominicanos residentes en New York incorpora tecnología y formas originadas en aquella comunidad; así como el sancocho de Washington Heights lleva plátanos filipinos y no dominicanos, sigue siendo sancocho. De igual modo, la bachata del Bronx navega sobre el ritmo madre y nos trae nuevos sonidos y formas generadas por las propuestas visuales y vivenciales de la comunidad. En consecuencia, su baile adquiere nuevas formas, pero sigue atada al tronco”.
Tras dos décadas de ser corresponsable del rescate de la bachata, Víctor Victor celebra sus más de 35 años de carrera musical con un audaz proyecto, un nuevo disco que yo titularía Bachata de Cantautores. Este trabajo nos entrega la riqueza musical de pioneros del género acompañados de las voces de los maestros Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina, Silvio Rodríguez, Víctor Manuel, Pedro Guerra, Fito Páez y Carlos Varela, por solo mencionar algunos.
En el libro Bachata, a Social History of a Dominican Popular Music (Temple University Press, 1995), Pacini indica que, dado el origen musical y social de la bachata y sus similitudes con otros ritmos marginalizados, es necesario investigar la relación entre estatus socioeconómico, medioambiente y música. Sugiere que las condiciones que dieron origen a este género aún prevalecen incluso en los Estados Unidos (donde la deprivación económica, el deterioro del medioambiente y su relación con las prácticas musicales ha sido representada en otros ritmos como el Rap). La autora nos invita a estudiar el impacto que lo socioeconómico y lo ambiental ejercen sobre los ritmos mismos y sus funciones estéticas y sociales: bailar, alegrarnos, olvidar o recordar, desahogarnos, y, sobre todo, escuchar nuestras propias voces.
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Jochy Herrera es cardiólogo y escritor, autor de Estrictamente corpóreo (Ediciones del Banco Central de la República Dominicana, 2018).