Los sociólogos, que por décadas debatieron el concepto de identidad nacional a partir de la premisa de que este constituye una condición dependiente de lo social, lo cultural y del espacio mismo, hoy se enfrentan al incuestionable reordenamiento de la idea de nación, frontera y globalización surgida a partir de las últimas décadas del siglo XIX. Los altos índices de flujo migratorio, el intercambio facilitado por la tecnología y las comunicaciones junto al previamente inconcebible desarrollo del transporte, nos obligan a revisar las claves que conforman la identidad nacional, concepto que para muchos se sustenta fundamentalmente en la pertenencia a una comunidad que incluso podría ser imaginada.
Ser y sentirse dominicano no constituye una normativa legal, ideológica ni racial; tampoco representa una propiedad de un grupo social o político particular; es, sobre todo, un sentimiento de dicha pertenencia en el que lengua, historia, memoria, tradición y cultura son algunas de sus múltiples aristas. En el caso de la República Dominicana, nación con una altísima tasa de migración relativa a su población, el debate sobre dominicanidad debe incluir los dominicanos y dominicanas que por cualquier razón no disfrutan de presencia física en la mediaisla. Estos no solo mantienen fuertes lazos de conexión sentimentales y económicos con el país a través de remesas y nostalgias, sino que han creado su propio concepto de dominicanidad particular al entorno donde residen.
La República Dominicana, ciertamente, ha exportado mano de obra, deportistas, artistas y músicos; pero también incontables escritores e intelectuales nacionales mantienen posiciones de prestigio académico y muchos han desarrollado su creatividad literaria allende el lugar de origen tanto en Norteamérica como en el viejo continente. En este número de Plenamar.do publicamos un fajo de textos de corte ensayístico, crónicas y ficciones, gracias al interés del profesor Néstor E. Rodríguez, ensayista y docente de la Universidad de Toronto en Canadá, como aporte a la discusión de la dominicanidad vista desde la perspectiva de escritores y escritoras dominicanos residentes en el extranjero.
Aurora Arias se pregunta si quizá la dominicanidad sea solo una vieja memoria que no cesa de expandirse, perderse y reencontrarse; Rodríguez sugiere que la distancia consiente la imaginación utópica para vislumbrar la ciudad dominicana del porvenir; Silvio Torres- Saillant confía en la consolidación de las relaciones intelectuales y del debate entre la diáspora y la tierra de origen; por su parte, Sussy Santana confiesa que a su modo de ver, ser dominicana es vivir y contar desde la sensibilidad caribeña, “algo que no se piensa porque, al igual que respirar”, es simplemente una función de su ser. Por último, Rey Andújar y Rita Indiana se valen de la palabra inventada para regalarnos unos textos reveladores de sus reconocidos talentos de narradores.
Agradecemos al artista del lente Arturo Richardson, dominicano residente en Texas por su contribución fotográfica en este número.
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