Fuego de paradojas. Juego de metáforas. De ayer a mañana, cómo desanudar las lianas del hoy, entrelazadas en la nada, cuando el presente no entrega más que una ínfima oportunidad de asir el tiempo que pasa y que se borra.
Me has pedido, hijo, que te escriba una pequeña obra, destinada a formar parte de una colección que hablaría de nosotros, con nuestras grandezas y nuestras estupideces. Pero te lo había dicho, ya casi no escribo. Salvo cuando se trata de la poesía a menudo opaca que catastra lo intangible, lo inasible, en la vertiente del misterio.
Haití, agujero negro. Pero hoy el agujero negro está por doquier. Inmensos agujeros negros devoran el planeta entero. Conflictos destructores en los cuatro rincones del mundo. Los sismos. Los tsunamis. Las inundaciones. Las hambrunas. Las epidemias. La corrupción. Las injusticias. Los crímenes. Violencias. Los terrores imprevisibles. El sida. El cólera. El chikunguya. El ébola y su espectro agresivo. Sin olvidar la maquinaria diabólica de los depredadores que continúan trabajando las entrañas de nuestro planeta para extraer petróleo, oro, plata, uranio y tantos otros recursos escondidos bajo la corteza terrestre y los fondos marinos.
A menudo pienso en ti, hijo, que hoy vives lejos de mí, mientras que los recuerdos se anguilan a través de mi memoria. Y entonces todo se entremezcla. Nuestras palabras y nuestros silencios, que se entrelianan en un mestizaje pasmoso. ¡Cuántas veces no hemos intentado pulverizar las mentiras para encontrar la incandescencia del sueño!
Sé que orientas maravillosamente tu barca hacia islotes de luz. Por mi parte, esperando lo imposible, no puedo escribir sino poesía, para intentar conservar el aliento. Y reivindico mi ambigüedad. Tengo la certeza de que nada es más propicio que la opacidad poética para expresar la trascendencia de los grandes misterios de este mundo.
Es evidente que atravesamos un inmenso espacio de vértigo en el interior de un laberinto tenebroso. El enigma se hace carne en lo indecible y en lo híbrido como una caofonía, un ladrido de sol ardiente. Tesoro de eternidad en crueldad de imágenes. Mi cine poético se prolonga más allá de lo impredecible. Ya lo he dicho todo sobre el catastraje del tiempo que pasa sin dejar rastro.
¡Ah! Hijo, naciste santo y lwa de alto nacimiento.
Tu labor luminosa ha llegado hasta mí. Te esfuerzas, hijo, por editar obras que, cada vez más, hacen arremolinarse nuestras neuronas en la memoria de los tinteros con reflejos de arco iris.
¿Pero de qué valen todas las literaturas del mundo ante un inocente que es asesinado?
¿Cuánto pesan todas las bibliotecas de ciudades enteras ante un niño que muere de hambre?
Sin embargo, una sola frase en un libro bien puede salvar a toda la humanidad.
La lectura implica un riesgo mayor entre la urgencia de decir y el fuego del silencio.
Toda obra es una apuesta por el porvenir. Y entonces he comprendido el sentido profundo de tu sueño empapado de paradojas y desafíos.
A distancia, justificas mi ira y das valor a mi locura. Eres mi cómplice.
Enciendo interminablemente la profecía en las quemaduras de mis palabras y propulso mis visiones con las aletas de mi voz. Tú prolongas mis gritos con vibraciones de signos escritos. Tú y yo estamos religados por un inmenso viento de connivencia, hasta el soplo del silencio.
Grieta de falsa alarma bajo la mentira estruendosa de las campanas cacofónicas y de las armas tenebrosas, pero la vida permanece de pie rompiendo los gritos de las fieras. Y el pánico de las ciudades en llamas no extinguirá en absoluto la última lámpara.
El reventar sensual de los frutos maduros bajo las ruedas del azar, un puro desafío de traducir lo inasible. Violentamente beso sol y luna y devoro las distancias en lo vivo de mis deseos.
Toda la fiebre es nuestra en el futuro de la tormenta.
Nunca olvides, hijo, que mezclando la luz con la arena y el agua tu paciencia laboriosa hará nacer un nuevo paisaje y tu oasis terminará por comerse al desierto más inmenso.
Entre música y silencio, la noche se borra lentamente bajo una quincalla de estrellas. Aguarda pacientemente la maduración de tus sueños con el brote del alba. Con respecto a la obra inédita, surgirá del huevo a la vuelta del mediodía, en la cocción del sueño con mandíbulas de sol.
¡Oh, mi amor perdido, reencontrado, vuelto a perder, en una estación de terror! Los astros se enmalezan, se arremolinan y repican en tu vientre de vidrio, de goznes rotos.
Fantasía nocturna. Delirio erótico. Demencia alucinatoria. Ha llovido toda la noche.
Bajo las pulsiones de la ira y de la gula, devoré mi ángel especiado de tormenta.
Entrelazamiento y frotamientos bulliciosos de cuerpos desnudos, amontonados en el campo demasiado estrecho de un cuartel, se hinchan y chorrean las suciedades musicales, sangrientas de la muerte pestilente y repugnante.
Casi todas las prisiones parecen mataderos sórdidos.
Ver y saber tocar tantear palpar cavar lo digital de las sombras en las vueltas del sexo.
Ella arrastró su cuerpo por encima del abismo. Ella misma, que aún me ama. Imagen drogada de humus con embarazo de espejo. Un molino de vértigo hasta los tallos de la ebriedad.
Me esforcé por matar mis demonios, para reencontrarla pura y más bella que antaño en estación de señorita, las alas bajo las axilas. Escucho la música de las gotitas de lluvia fina.
Luz tenue, desfasada, de lámparas raquíticas bajo el paño de cobertura andrajosa, la falsa blancura de las sábanas ensangrentadas, que ocultan los ladridos cacofónicos de los perros esqueléticos, errando alrededor de cadáveres de niños achacosos.
Grabé en mi memoria sensual los olores y las formas de los callejones sin salida en la ruidosa fornicación de los corredores anónimos, estrechos y sinuosos.
Tantas lágrimas intranquilas han devastado el rostro erosionado de la mujer insular, que no ha quedado nada, salvo la calvicie de las horas con desnudez de eternidad, la apertura de la nada.
El tiempo defenestrado de un huracán sin vergüenza prolonga el baile escandaloso, el pánico de las puertas derrumbadas, los címbalos y los gongs de la muerte desvestida bajo las piedras del silencio.
Sol sin cobertura en su viril belleza ardiente, las artripas de la depravación. Y el ojo quemante desflora el polígono maldito en país imposible.
Yo la miraba bañarse completamente desnuda, extendida sobre un montón de guijarros grisáceos. Un largo clítoris, que más bien parecía un pene violeta, me inspiraba terror y envidia a la vez. Sentía un miedo inmenso, una suerte de pavor insuperable ante esa criatura andrógina, cuando abría sus amplios muslos para enjabonar la opulencia de su sexo monstruoso. Sentía crecer en mis entrañas un deseo inexplicable, de una ambigüedad terrible. Paradójicamente, a la edad de diez años yo todavía era un niño ingenuo, anormal, vicioso y sutilmente delincuente, en los límites de la desvergüenza y de la tentación mortal.
El tiempo pasó a golpes de traspiés interminables. El día se ensombreció. Y la noche se espesó en el remolino de las tinieblas congestionadas de gangrena y de llagas mal curadas.
Nada más que un amor perdido en el espinazo de mi perro. Una sombra que se borra, contorno de carne hembra con hedor de nostalgia. Tentativa vana de suturar los desgarramientos del paisaje, las heridas del camino, las fisuras del viaje, con nudos impalpables del huevo que rueda por caminos insólitos.
Saboreé mi cine de soledad nocturna al tempo de la lluvia.
Escultura mosaico y macizo de escritura en imágenes musicales en la furia de las curvas con rapidez profética, de donde surgirá lo imprevisible, la belleza del silencio en dolor laborioso. Respuesta ardiente incubándose bajo la fiebre de las preguntas mudas, sin razón, sin horizonte, entre el sentido y el sinsentido. Afinidades misteriosas me acercan a la esfinge.
Mi amigo Manno Ménard me lo ha recordado recientemente, en espiral de paradojas y signos imposibles, mientras me sucede olfatear la inminencia de los desastres y la opulencia de las catástrofes.
Cuando todas las lámparas callan, accedo al trono de la videncia.
¡Contén la respiración, hijo! Fracaso y estrépito en el azar de los escombros, cuando los rascacielos se derrumban bajo los dados del desastre, los esponsales rotos en el declive de las finanzas, la oportunidad pulverizada de una magia polvorienta, la boca cerrada y lúgubre por extinción vocal. El silencio del oráculo no anuncia ningún milagro.
¡Contén la respiración, hijo! Una civilización milenaria impactada por un iceberg de desdichas está zozobrando. Una barca de maleficios acelera su naufragio. Derrota y bancarrota en la nada infernal de la delicuescencia.
¡Te vuelvo a pedir que contengas la respiración, hijo! La laringe y la faringe del profeta pronto van a explotar en un tsunami de arena sedienta de sombra, en el desierto de la esfinge.
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Frankétienne (Jean-Pierre Basilic Dantor Franck Étienne d’ Argent) nació en Haití en 1936, donde también falleció en 2025. Poeta, narrador, dramaturgo, artista visual, músico. Su obra transformó la literatura haitiana y dio reconocimiento mundial a la lengua criolla. Considerado el padre de las letras haitianas, fue una de las voces más influyentes de la literatura caribeña. Fue un ferviente defensor del criollo haitiano y su innovadora novela de 1975, Dézafi, fue la primera obra moderna escrita íntegramente en ese idioma.