a mi amiga Bertha Cáceres, asesinada con impunidad

                                              y a todas las mujeres asesinadas, desaparecidas 

                                              y víctimas de violencia

“Young girls screaming under the stairways! Women                                                                                        sobbing in armies! Old men and women weeping in the parks! Moloch whose fingers are tenarmies! Moloch whose ear is smoking tomb…”   Allen Ginsberg, Howl

                                             “Se habla tanto de ellas, pero sigue sin nombrarse al asesino.”

                                              Elena Poniatowska

Sus pies veloces acuchillando el aire, vuelan como pájaros por los desiertos

               (allá donde el silencio como puñal se esparce)

¿Será que duerme Dios? 

¿O será que despierto el veloz cazador, vivimos la hora de su enigma?

Tzontemoc*, empaña el vidrio de la noche su corazón vacío. 

Tzontemoc, como decir Moloch.  

Si viviera Allen Ginsberg, con su aullido de agua entre las ruinas podría identificarle

y aprendería de este nuestro nosotras, que vivir fuera de las palabras es otra cosa,

que vivir con la muerte es otro asunto.

Si vivieran, aquellas que conocen su escondrijo mostrarían los instantes de quiebre, desde la piedra inicial de sus deseos. ¿Cuáles serían las armas? ¿Cuáles las razones del paradigma para sus víctimas: mujeres, casi niñas o niñas vencidas, golpeadas, descartadas, con la realidad de su engaño o de su acierto clavados en el cuerpo?

Tzontemoc, ¡quebrador de dedos de mujer como varillas!   ¡Nos pesa este nuestro nosotras!   ¡Nos pesa un sol la vida! 

Es que el silencio como puñal se esparce y las bocas como bandera, a media asta no pronuncian nombres ni apellidos. 

Tzontemoc, cazador, te acercas a la ciudad repleta de miradas,

de ojos abiertamente cerrados!

No se sabe si el viento petrifica las palabras y un arenoso vidrio ensamblado,

truena en las gargantas. 

No se sabe si la mañana tendrá la suficiente piel para reconocer mutiladas gacelas.

Pues para no tratar con un cadáver, el desierto no deja muertos, sólo reúne las sílabas de las sumas del cero.

Ellas, ya no son cuerpos, no son gacelas, 

sino jirones y huesos triturados por Tzontemoc,

que agazapado observa, merodea, huele

esperando sin pestañar, los instantes en que el miedo juega al parpadeo

y ellas son suyas, son de su propiedad, manantiales de un reino de sangre antigua.

Tzontemoc, se habla de ti en las calles.

Tzontemoc, en los salones y en las plazas

Tzontemoc, dueño del desierto y de la noche

Tzontemoc como decir Moloch, resucitado, a pesar de los aullidos de Allen Ginsberg

Tzontemoc, abominable, 

recítanos tu genealogía:

¿Acaso no eres hijo de mujer?

¿Mujer madre cargada de rosarios y de cruces y de culpas?

¿Mujer de alturas o mujer solitaria en las arenas,

con el globo terraqueo entre las manos?

¿Mujer india, mujer negra, mujer blanca tocando mares?

Nombrándote: “Tzontemoc”, como si soplara un ángel.

Pero no. 

En este nuestro nosotras, se nos sale el corazón del pecho

y ante sus puertas rompe en llanto.

Tzontemoc, hijo del rizoma más oblicuo de la tierra.

Un templado espinazo anuncia su mirada asesina

y en Juárez, que es el mundo, hay olor a sangre fresca en los canastos 

porque en boca cerrada no entran lenguas, ni balas, ni moscas, ni alacranes.

¿Hasta cuándo…? Ellas son restos, son restos de nosotras, son cuencas vacías y entre tanto el silencio como puñal se esparce.

Nos duele este nuestro nosotras. Nos duele un sol, la vida.

                                        *Tzontemoc: dios de la muerte en la cultura mexica.

                                                                                      de Las celdas del iris

V

Ay ay ay, los pecados del rey blanco
lávelos en perdón la reina negra.

           −Julia de Burgos

Yetunde-Marta llora.

Llora Yetunde-Marta

y los barcos repletos de congos y yorubas fluyen de sus ojos negros.

Llora barcos.

Llora, contemplando el azul mar en los ojos de su nieta cuarterona.

Azul 

gélido y detenido 

como los temidos ojos del amo blanco.

Yetunde-Marta llora 

llora barcos 

para lavar los pecados del mar

y navegar una vez más con sus hermanas negras, en el mar que redimen sus lágrimas 

por los ojos azules de su nieta, casi blanca.

                                                                                de Mar en los huesos

VI

                                       …Por la encendida calle antillana, va Tembandunba de la Quimbamba.

                                          Culipandeando la reina avanza…

                                                            ―Luis Palés Matos, Tun tún de pasa y grifería

Los hombres en los barcos jugando al esconder en su cuerpo de guajana. Las manos del ten con ten, hurgando hasta tocar estrellas encondidas. Hombres, buscando verla sacudida de dolor. 

A dos, a cuatro, a seis brazos, se repite el invento:

        −Melé de golpes-barco, de futuros golpes-isla, de golpes melao-melaza por el acantilado del sexo−

Y ella que se resiste −naúfraga de una tierra con un sinfín de ceibas arrancadas−labios y lengua en abusos detenidos. Ella que no se rinde. Desmembrada. Sus huesos dan al mar que se tiñe de rojo −miel de musgo, negra inédita, ñañiga que se vierte en raíces de mar− nunca llegó a las islas. En caminos de mar la liberó Papá Eleguá. Renacieron sus huesos en Yemayá.

       −Tembandunba, la escapada−

                                                                               de Mar en los huesos

Juana Iris Goergen (Puerto Rico) es poeta, ensayista, traductora y profesora en la Universidad San Vicente DePaul en Chicago.

Herminio Alberti León es fotógrafo artístico y merecedor de reconocimientos nacionales e internacionales.