Don Pedro, creo que usted conoció personalmente a Pablo Neruda. ¿Podría contarme las circunstancias y las impresiones que le dejó?
Esta pregunta, que me han hecho muchas veces, me crea a mí alguna dificultad. Yo estuve al lado de Neruda en tres ocasiones, pero nunca lo traté. Yo asistí en Europa a un congreso de intelectuales que hubo en Viena en los años 52, 53, 54, en los años cincuenta, al cual asistieron intelectuales del mundo entero. Era un congreso de escritores. Ahí conocí a Jorge Amado, a Pablo Neruda, a Ylia Ehrenburg, a Nicolás Guillén, a Elsa Triolet y a Louis Aragon… En esa ocasión, si mal no recuerdo, Guillén me presentó a Pablo Neruda, pero para él no significó absolutamente nada. Él se olvidó completamente de eso y, por eso, no recuerdo bien si realmente me lo presentaron en esa ocasión. No hablamos en absoluto de nada. Esa fue la primera vez. La segunda vez, volvimos a encontrarnos en un congreso de la paz, en el que Neruda leyó una página bellísima de su vida de hombre sencillo en el interior de su país, describió una casa humilde, bellísima también. Recuerdo que estaba vestido de una manera extraña porque tenía una especie de combinación, medio camisa, medio chaqueta, que estaba hecha de la misma tela que el pantalón, y llevaba un pañuelo en el cuello; era en invierno, y esto le daba una presencia muy interesante cuando estaba recitando; parecía un actor; parecía que estaba en escena; parecía un uniforme de poeta.
A ustedes, los latinos, les gusta la elegancia masculina, ¿verdad? Me hace pensar en García Márquez el día del Premio Nobel, una elegancia de raza, de antepasados…
A mí a veces me gusta también. Hubo un momento en que, por casualidad, abandonamos los dos la sala del evento. Nos encontramos en algo que era un pasillo donde él se había retirado en una actitud que me parecía muy de él, en búsqueda de soledad. Yo, que siempre fui un gran fumador, me había ido a fumar. Al verlo, con timidez me acerqué y le dije “Neruda… Pablo Neruda, poeta, yo soy de Santo Domingo. En Santo Domingo hay una persona que fue su amigo que lo recuerda mucho”, y le enseñé una persona… Me respondió: “¡Ah! Sí… ¿Cómo está él?”. “Está bien…”, le conté. “¡Ah! Bueno… Yo quiero que le dé mis recuerdos. Sí, le tuve mucho aprecio”, me dijo Neruda. “Será con mucho gusto —acoté—. ¿Usted sabe, verdad, que yo también escribo poesía? Yo soy aficionado a la poesía”.
“¡Ah! Lo felicito”, me dijo, y se fue… Sí, se fue. Cortó de manera brusca. Ese tema, seguramente, debe haberlo tocado centenares de veces, como me ocurrió a mí. En todas partes me encuentro con una persona que se acerca a mí y, rápidamente, me dice que también escribe poesía, así que yo me sonreí y comprendí perfectamente pero, por supuesto, había entre nosotros el abismo del desconocimiento total y absoluto. No tenía ninguna referencia sobre mí; por eso es que, retrospectivamente, dudo de que nos hayan presentado en Viena.
¿Y cuál fue el tercer encuentro?
El tercer encuentro fue solo una cosa… ¿Cómo decirlo? Una cosa cinematográfica. Fue una pura imagen. Volvimos a encontrarnos en La Habana, en un acto que se hizo para él. Neruda andaba con su última esposa, Matilde, si no recuerdo mal, pues se sentó en una ubicación para dos personas con su esposa, y allí los periodistas lo entrevistaron. Aquel reportaje se hizo delante de todo el mundo; él hablaba con una sensación de fastidio, de hastío, de aburrimiento, de incomodidad y de molestia increíble. Era incomparable y, además, se reforzaba por la voz muy átona que tenía en el hablar; esa voz a mí me parece indígena, cargada de sentido; dice muchas cosas. Esa particular entonación llegaba al alma de mucha gente, como el eco de cuatrocientos años de dolor, de injusticia y de angustia.
Hablaba por él una raza. Él no hablaba, ciertamente, como los otros chilenos. Entonces, hablaba sin tono, con una mirada perdida. Cuando por fin terminó la entrevista, los periodistas se fueron, y pudimos acercarnos nosotros, pero todo el mundo quería hablar con él. Yo le dije algunas cosas; Neruda contestó algunas otras, y yo me di por satisfecho. No podía aspirar a más. Por aquellos años, yo era el hombre más anónimo del planeta.
¿Cuándo fue eso?
Vamos a poner diez años después de mi abandono del país, en el 57, o por allí… ¡Hace una pila de años! Nunca tuve entonces la oportunidad que tuvieron muchísimos hombres, incluso que no eran siquiera literatos, de visitar a Neruda en Isla Negra, de compartir algo con él. Nuestros encuentros eran casuales. No hubo esta oportunidad, ni tuve yo el renombre que me permitiera acercarme al gran poeta.
¿Es algo que usted lamenta mucho?
Yo lo lamento en cierta medida porque, en definitiva, he conocido a Neruda a través de su obra. Tuve aquí un libro —que no sé cómo desapareció— que es un testimonio que hicieron algunos fotógrafos sobre su vida privada en Isla Negra, con textos manuscritos, fotos tomadas en todos momentos cuando escribía, cuando miraba el mar, cuando tomaba el té… Con muchas cosas… Leí sus cartas. Las vivencias las encontré en otros poetas, en Whitman o en Lorca, cuyas madres no murieron siendo ellos jóvenes; en Chaikovski, cuya madre sí falleció. Y, evidentemente, en Neruda. Es curioso: mucho tiempo después de que conocí a Neruda, descubrí que su madre había muerto cuando él tenía once meses, y pensé: “Ahí está la cosa”. Parece que Neruda nunca tuvo consciencia de eso. Jamás menciona a su madre en su poesía, y solo pasa muy superficialmente encima de ella en sus memorias. Nunca asoció su capacidad poética con el hecho de la pérdida, de su muerte, porque su madrastra sustituyó a su madre.
¿Podría ahondar en la influencia que la orfandad tuvo en su propia creación poética, ya que, muy conscientemente, usted la destaca como un elemento fundamental?
Yo tengo una disposición particular para el arte que determinó mi vida. Creo percibir un mensaje contenido en una pintura, disfruto mucho la música. Pero para mí lo más importante en la vida no ha sido recibir mensaje, sino proyectarme. Ese fue el gran norte de mi vida. Con la muerte de mi madre, quedé completamente desamparado en el mundo.
¿La soledad tendría un papel determinante en el arte?
Jugó un papel determinante en mi vida, pero no me gusta ver las cosas así, en términos absolutos, aunque suele ser más bella la expresión, la soledad… Yo nunca estuve solo; siempre he tenido amigos, aliados. En todas las etapas de mi vida, yo he tenido compañía.
Pero se dice que uno se siente más solo en la muchedumbre que en la naturaleza; la compañía no impide la soledad.
Yo escogería, mejor, el término de desamparo. Es decir, yo estaba acompañado en la muchedumbre. O, tal vez, yo sustituiría la palabra soledad por la palabra miedo, pero por un miedo metafísico, porque no era un miedo concreto. Cuando yo estudiaba a Freud, consideraba que era una neurosis de angustia, porque estaba en búsqueda del motivo que explicara este miedo. Encontraba el miedo y no el motivo para el miedo. La desaparición de mi madre en temprana edad me dejó el miedo sin la consciencia del miedo, solo el miedo abstracto, uno que no encontraba nunca dónde situarse. Eso, claramente, me tenía que introducir en el mundo de la creación artística.
Por supuesto, son puras especulaciones que, tal vez, en mi vida tienen un gran sentido; pero, si se trasladan a otro individuo, carecen totalmente de validez.
Para volver al poeta, ¿qué nos puede decir de su Huracán Neruda?
El Huracán Neruda no tiene que ver con Neruda. No es una búsqueda de Neruda, ni tampoco un homenaje. Es una concepción de Neruda. Es un poema destinado a destacar el papel del poeta en la vida contemporánea; su papel como hombre, el cumplimiento que todo hombre debe con su época. Este poema no fue concebido como una necesidad. Es un caso distinto en mi Contracanto a Walt Whitman. Este lo escribí porque, inevitablemente, lo tenía que escribir. Mis amigos de México me escribían constantemente pidiéndome un poema en ocasión de la muerte de este gran poeta y, en un momento, recibí una carta con el testimonio de varios colegas, Octavio Paz entre ellos, que habían dicho en entrevistas que no podían escribir este poema. Este testimonio me lo mandaron para decirme que yo era el único poeta de América que podía abordar eso. Esto se convirtió para mí en un compromiso incluso patriótico. Escribí el poema sin decir nada. Cuando lo terminé, llamé a México, y me dijeron que viniera inmediatamente. Me planté en México, y se preparó un acto, donde leí el poema. Pasó una cosa muy interesante. El escrito no estaba terminado, en realidad, y durante la lectura cambié muchas cosas. La versión definitiva la escribí aquí, en un sentido todavía distinto de cuando lo había modificado leyéndolo.
¿Cuándo fue que usted leyó por primera vez los textos de Neruda?
Increíblemente, tú me tocas puntos sensibles. Cuando conocí la poesía de Neruda, ya había sido presentado como poeta. Ya tenía mi pequeño renombre, porque mis primeros poemas despertaron aquí mucho interés. Creo yo que el 19 de diciembre de 1937 se publicaron mis primeros versos con una presentación de Juan Bosch en la que él anunciaba al poeta social esperado, y eso influyó en mi obra posteriormente. Creo que esos versos están firmados todavía con el nombre de Julio Pedro Mir. Pedro Mir era el nombre de mi padre; el Julio era el que era el mío, el nombre de mi abuelo además… Entonces, por esos días llegó aquí una declamadora cubana llamada Maritza Alonso, actualmente, directora de Cultura en Cuba. Era muy joven y muy bella, como lo es una muchacha de 18 años, llena de encantos. Ella vino aquí en una misión cultural, a divulgar la poesía cubana. Un día pasaba por un periódico, y un amigo mío me dijo: “Aquí está la gran declamadora. Toma el sello del periódico y ve allá. Di que vas de parte del periódico, y ella te recibirá”. Fui al hotel Colón, toqué, dije que era periodista, y la mujer me dijo: “Pase”. Una vez sentado, le conté la verdad: que quería enseñarle la poesía mía. Me dijo: “Muy bien, déjeme ver sus poesías”. Le dejé un folder y me dispuse a irme, pero acotó: “No, no se vaya. ¿Qué quiere tomar?”. Yo era muy joven, y no sabía qué decir. Era una mujer muy impresionante, a pesar de que era muy chica. Estaba vestida bellamente, y me brindó un coñac. Me tomé la copa sin mover los labios. Y me fui rápidamente, pero no antes de prometerle volver al día siguiente.
Regresé, y estuve yendo todas las tardes a tomar una copita de coñac, hasta que un grupo de literatos de aquí, que también se habían comunicado con ella, me armaron una cosa para sacarme de ese lugar. Le inventaron que yo andaba por las calles diciendo que me acostaba con ella. Y, aunque la mujer no me lo sacó en cuenta, la actitud con que me recibió una de esas tardes hizo que decidiera no volver nunca más. Había pasado una cosa muy bella antes de ese desenlace que fue para mí catástrofe, y que me hizo sufrir mucho. Una tarde, exactamente a las seis menos cinco, ella me dice: “Usted me recuerda a un poeta chileno, que se llama Pablo Neruda. ¿Lo conoce?”. “No”… Ella era declamadora profesional, tú sabes. Estaba vestida con un traje largo; se paró sin decir una palabra, y se colocó en escena: “Desde el fondo de ti, y arrodillado, un niño triste, como yo, nos mira”. Me transportó en no sé qué esferas celestes cuando sonó la retreta de la fortaleza que estaba cerca, el toque de corneta para bajar la bandera en el cuartel militar; cuando sonaba la corneta, se hacía un silencio en la ciudad, se detenían todos los automóviles que andaban por la ciudad, toda la gente se quitaba el sombrero, y nadie hablaba. Se hizo un silencio inmenso, y ella interrumpió la declamación. Se quedó inmóvil, hasta que terminó aquella corneta solitaria, sin decir media palabra y yo, estupefacto, paralizado totalmente viendo aquel espectáculo al que la divina providencia me había destinado, me quedé mirándolo. Ella, inmóvil como una actriz, inmóvil como una diosa, caída de los cielos. Cuando terminó el poema, yo me quedé así… No me recuerdo más. No sé lo que pasó. No sé lo que dije cuando ella terminó. Debo haber dicho alguna majadería, muy probablemente. Me quedé en silencio y, después, me fui por aquellas calles caminando como un ausente sin mirar a la gente, a los carros. Ella me había convertido en una criatura… ¡Así conocí a Neruda! Luego ocurrió esta ruptura… y no nos volvimos a ver sino muchos años después y con un cariño inmenso. Por supuesto, luego me interesé por Neruda.
Era el momento de la guerra española y empecé a tener noticia, noción de quién era Pablo Neruda. Por la experiencia que había tenido con Maritza al oír este poeta, muy pronto supe que era uno que debía sacarme del cuerpo… Tenía que huir de él.
¿Por qué lo tocaba demasiado?
Porque me podía influir. Yo estaba empezando. Para mí, lo más terrible que había era que mi poesía se contaminara con otra poesía. Yo tenía mucha consciencia de lo que era mi poesía y de lo que tenía que hacer, y la buscaba en toda su pureza. Entonces, por aquellos mismos días, conocí también a García Lorca, y después he oído decir que tengo mucha influencia de Lorca. Pero yo a Neruda y a Lorca no los leí sino muchos años después, cuando ya me consideraba impermeable a su influencia, cuando yo podía tener una visión crítica. Leí a otros poetas de esa misma generación, como Rafael Alberti, pero estos no me asustaban como Neruda y como Lorca.
¿Son los que usted considera los más cercanos?
Sí. Yo encuentro que en el modo de articular sus palabras hay algo que va mucho más allá, y que llega a un punto que yo llamo poesía, pero que yo llamo también pintura y danza. Uno percibe las formas. Las formas son, precisamente, un vehículo que te conduce a un punto, pero no está el punto. El punto está en otra parte…
Me hace pensar en Gerard Genette, que dice lo siguiente: “La literatura sugiere qué el mundo significa, pero sin decir qué. Mantiene el mayor tiempo posible esa apertura, esa incertidumbre de los signos que permite respirar”.
Sí, es en la forma de articular las palabras que se determina este encuentro, que es lo que se llama Poesía. Y lo mismo pasa con los colores, con los sonidos…
Usted me hace pensar también en una frase de un crítico, que se llama Alain Sicard: “Hay poetas que se definen, en primer lugar, por su modo de enfrentarse al lenguaje. Neruda no se cuenta entre ellos. La alquimia del verbo nunca le tentó. Incluso en sus textos más herméticos, como Tentativa del hombre infinito, o ciertos poemas de Residencia en la Tierra, la relación con las palabras no prevalece sobre la relación con los seres y las cosas”. ¿Le parece cierto?
De ninguna manera. Parece que el que dijo eso no sabe lo que es la poesía. La poesía se define por su confrontación con las palabras, nada más. Tiene una idea interesante. Quiere decir que eso no se percibe en Neruda, y es verdad. Lo que pasa es que la relación con las palabras es la relación con los seres y las cosas; las palabras son el vehículo que contiene a los seres y las cosas. Ningún poeta verdadero reúne palabras solamente por verlas reunidas. Aun en los más herméticos, las palabras pueden estar desprovistas de sentido gramatical, pero siempre hay algo que trasciende totalmente la comunicación verbal o escrita.
¿Qué piensa usted de los estudios lingüísticos de la literatura?
Todo mi trabajo de Apertura a la Estética es el de condenar de la manera más feroz toda tentativa de la lingüística de introducirse en la estética. Porque, precisamente, el arte consiste en darnos una visión del mundo que las palabras no nos pueden dar. Lo que hay que preguntarse es cómo es posible que la poesía sea un arte a pesar de que utilice las palabras. Eso es lo que sucede con Neruda… Esta gran maestría verbal que tiene, un dominio soberbio, un conocimiento profundo de las palabras…
La palabra piedra para él no era, simplemente, el vehículo de ese objeto, sino que era un objeto sonoro, un objeto visual, un objeto gráfico; era miles de cosas… que ha debido tener el pintor Degas con el color malva o el caso conocido de Van Gogh con el amarillo, que amaba tan apasionadamente. Él utilizaba esta maestría para establecer una relación entre los seres y las cosas, porque tenía una visión política completamente clara; tenía una filosofía de la acción.
Ahora que usted ha leído todo Neruda, ¿qué es lo que más le gusta?
Hay poemas de Neruda que a mí me produjeron siempre una intensidad… En Veinte poemas de amor…, resalto el poema 6: “Te recuerdo como eras en el último otoño. Era la boina gris y el corazón en calma”. Para mí, es una cima. Leo los otros poemas y me parece que son variaciones, variantes de este.
También, evidentemente, el que me recitó Maritza: “Desde el fondo de ti, y arrodillado, hay un niño…”. Hay dos poemas de Neruda a los que siempre vuelvo: “El canto a Bolívar”, y “El canto de amor a Stalingrado”.
¿Y las Odas elementales?
Esos son de los poemas que más temía. Los leí, pero con un miedo tremendo, porque es ahí que se ve toda su maestría verbal. “La oda a la madera”…
“La oda a la cebolla”…
¡Ah! De esa cosa, hay que salir huyendo porque, si no, voy a salir escribiendo cebolla por todas partes. El olor a la cebolla no se le va a quitar tan fácilmente… No recuerdo haber hecho más de una o dos lecturas rápidas de esos poemas en toda mi vida. Yo no tengo la obra de Neruda, no la tuve nunca. Ahora quisiera volver a su poesía, ya en otro plano, para saber qué fue lo que realmente hizo. Como me he retirado de la poesía… Y, en segundo lugar, porque no creo que ahora haya quien me influya a mí.
¿Usted decidió para siempre que no va a escribir más poesía?
Es que creo que he dejado de ser poeta. Nunca lo decidí. Si de buenas a primera reviento como poeta, escribiré poemas, por necesidad, como una fuerza, un torbellino, pero ahora no se me ocurre.
Lamentablemente, las mejores cosas siempre tienen un fin. ¿Usted podría decirme algunas palabras sobre el evento que se prepara?
El interés que tiene este evento, como todos los encuentros internacionales, es, principalmente, que permite a todos los que están trabajando sobre la misma cosa de encontrarse, de hablar, de compartir. Se va a reunir aquí un gran número de críticos y de poetas. Eso produce un rendimiento del que nunca se puede saber en qué va a consistir, pero es estar juntos, que es tan difícil, creo yo, y más importante que los trabajos mismos que se van a presentar. A veces hay una ponencia que trae una revolución. Eso no puede preverse. Creo que es la primera vez que se reúne en este país tanta gente importante, y se vive ahora un momento difícil. Para la literatura es un momento importante y complicado, de transición. Los artistas de ahora, aunque ya esta época no me corresponde, vivimos entre un pasado lúgubre que mató aquí toda posibilidad de creación artística y una sociedad nueva que está perfilándose. Esto viene desde el 65, pero es muy pronto para que ella haya podido tomar consciencia de sí y, por consiguiente, plantear una evolución futura. Ella está ordenándose de alguna manera, y nosotros no vemos claro qué hay en el fondo de este proceso, mientras que era muy claro lo que había en el fondo del proceso de la dictadura. Sabíamos a dónde iba; ahora no se sabe a dónde va esta sociedad, ni siquiera si realmente se está constituyendo una sociedad nueva. Ahora mismo han ocurrido una serie de cosas y actos represivos que nos hacen temer que las vicisitudes vuelvan a los antiguos caminos y que todo esto no haya significado nada. Eso se refleja, naturalmente, en toda la creación artística. Aquí hay muchos jóvenes poetas. Estoy muy enterado de lo que pasa aquí y de lo que pasa afuera.
Toda esa poesía me parece llena de perspectivas, llena de posibilidades, pero un poco perdida en sus propios objetivos.
Yo no creo que la literatura se aprende…
Se aprenden cosas importantes. Uno se busca. Uno busca sus medios, y tiene que hallarlos sobre la base del trabajo de los demás, siempre que tenga consciencia de que son sus medios lo que está buscando. Yo creo que los medios sí los pueden encontrar. Aquí hay muchachos que se expresan con un estilo bastante claro, pero esa poesía no sabe a dónde va. Ese estilo, que es el vehículo, no sabe para decir qué, o no tiene qué decir. O, porque están en actitud en contra de decir cosas, porque las dicen, cantan a la revolución, hablan de los cambios, de la miseria, del imperialismo, de todo esto, pero no hay una visión, sino que están repitiendo cosas sabidas. Sabemos que Estados Unidos nos ha invadido dos veces en este siglo y, diciendo eso, no estamos diciendo nada. Por qué, cuándo, cómo, hacia dónde vamos, qué va a producir todo eso, cuáles son las raíces… Falta la visión de eso. Me lo explico porque vivimos en una época de transición. Yo no sé ahora para qué me sirve la poesía. Prefiero la novela… Con la poesía no se puede jugar. Usted es poeta o no es poeta. Usted no puede ser juez de la suprema corte de justicia y poeta. Hay que hacer como hacía Neruda: él era poeta y nada más.
Y volviendo al evento…
Creo que, en el marco de la situación en que está la literatura joven de nuestro país, que es la que cuenta, este encuentro podría traer una nueva visión de las cosas. Yo he encontrado siempre en mi país, para hablar claro, y he luchado mucho con eso, que nuestros trabajadores intelectuales se han planteado metas muy limitadas, metas dominicanas, metas muy provincianas y, por tanto, aldeanas. Hemos sido un pueblo muy aislado y muy sufrido siempre, y nos faltan ambiciones para salir de las fronteras nuestras. No es el caso de Cuba, por ejemplo, donde un limpiabotas quiere ser el primer limpiabotas del mundo.
Nosotros, aquí, de una manera aceptada por todo el mundo, tenemos ciertos criterios de mediocridad que constituyen lo dominicano, y eso sería lo nuestro. Eso es difícil de desarraigar, pero ahora nuestro pueblo es consciente de que nosotros, como cualquier otro pueblo, tenemos que jugar un papel en el sendero de la humanidad. Este evento, precisamente, puede mostrar a nuestros trabajadores intelectuales que hay otra gente que tener en cuenta; que hay una literatura americana, por lo menos; que también hay críticos fuera que se pueden interesar por nuestra cultura. Nuestra literatura debe leerse afuera. No que fulanito escribió una, dos, tres novelas, pero que nadie se enteró. Este me parece el papel de apertura que puede tener el encuentro.
Es la gran iniciación que nos pueda dar hacia otros horizontes más amplios. Solamente la reunión de tanta gente provoca una emulación y, finalmente, la glorificación de un poeta. Neruda resplandece en el campo de la poesía no solo por su poesía, sino también por su compromiso con la humanidad. Neruda no vino solo a cantar… Vino a cantar aquellas canciones que contribuían al progreso de la humanidad, al amor de los seres humanos entre sí, al culto de la libertad, a la conciencia de los pueblos. Sucede que ha sido ese camino el que lo ha llevado a recibir un premio en Inglaterra que, para mí, tiene más valor todavía que el Nobel, por su significación, el doctorado Honoris Causa de la Universidad de Oxford. Bajar del trono imperial para glorificar a un individuo que está diciendo cosas desagradables para este imperio indica que hay una grandeza; también habla muy bien de Inglaterra, pero no se trata solo de eso, ni solo de un artificio de las palabras. No fue solamente un gran creador de figuras e imágenes literarias, sino una fuerza de la humanidad que supo ver más allá los destinos del mundo…
____
Joëlle Hullebroeck (Bélgica, 1959), fue una respetada periodista, crítica y psicoanalista, miembro valioso de la Sociedad Belga de Psicoanálisis. Falleció en 2023. Pedro Mir (San Pedro de Macorís, 3 de junio de 1913-Santo Domingo, 11 de julio del 2000), Poeta Nacional de la República Dominicana.