Parece que fue ayer, pero en julio del año 2004, nos dejó Enriquillo Sánchez sin sus artículos en la prensa nacional, en los que merodeó en los entresijos de los más disímiles temas universales y naciones. Cada uno de ellos posee la huella del pensador, y una gran dosis de oralidad. Enriquillo leía y escribía despacio; pensaba y hablaba despacio; fumaba y comía despacio; caminaba y bebía despacio. Tenía un temperamento contemplativo y sereno; de ahí que sus artículos los redactaba con un pulso de orfebre; era un artesano del estilo y un cincelador de palabras: pensaba palabra a palabra, frase a frase. Su pasión por la escritura de textos cortos para la prensa era proverbial: los celebraba -y se celebraba. Eran su alimento y su retroalimentación; su gran pasión intelectual. Hacía públicos sus juicios privados, y colectiva su biografía, su entorno familiar y su vida memoriosa. De ahí que cultivó una literatura confesional: su yo era el personaje de su estilo, a la manera de Montaigne. O de San Agustín y Rousseau. Su intimidad la convertía en materia de sus temas y en impulso para armar sus artículos. Su esposa, sus hijos y sus amigos les servían de impulso creador, y, en ocasiones, como pretexto temático. La escritura y el ejercicio intelectual fueron para él una fiesta del espíritu y de la imaginación.
El empleo de la boutade –de estirpe francesa-, como recurso retórico, siempre se observa en sus artículos, la cual actúa como provocación al lector; es pues una técnica del riesgo: provocación a los significados de las ideas, y aun de la realidad. Funciona como juego de sentidos y elipsis, parábola y antítesis. Con su estilo seductor, parecía un encantador de serpientes, cuando hilvanaba frases provocadoras, siempre para escandalizar. A Enriquillo le fascinaba el espectáculo de las ideas: quería ser un dadaísta intelectual que aspira a escandalizar con sus ideas lanzadas como dardos al aire de la vida intelectual dominicana. De ahí que veía la batalla de las ideas como un espectáculo, en el que estas deben mercadearse para su consumo. Así pues, deviene una especie de publicista de las ideas.
Cuando leemos sus artículos, parecería como si lo escucháramos hablar y callar, exponer y hacer silencio. En la conversación hacía largos silencios, pero en sus artículos, se expandía como un torrente sanguíneo -o como un río de meandros vertiginosos; cuando armaba su bosque con palabras encantadas, su genio verbal se ponía de manifiesto en su máxima expresión imaginativa, como inagotable fuente de palabras líricas, inventadas y convocadas, al ritmo danzario de un festín sonoro de frases. Era un Neruda y un Gabo, un Borges y un Carpentier, volcado en sus artículos. Es decir, cantaba y resonaban el poeta y el narrador en cada cuartilla, en cada columna periodística.
Este celebrado y festivo escritor alcanzó la magia verbal, y acaso el misterio –clave de su escritura- en poner a dialogar sus artículos ensayísticos con la crónica, el reportaje y la memoria. Narración y poema en prosa semejan los andamios donde se sustentan sus frases hilvanadas, en un tejido con su prosa sabrosa y cumbanchera. Se apoyó en la hipérbole para imprimirle ese halo épico a sus frases, que articulaba, no sin libertad, y con un desenfado peculiar a su ontología personal, algo nunca visto en las letras dominicanas. Tenía como método, en la concepción de sus artículos, escribir el título como punto de partida, y de ahí emprender el vuelo de la imaginación, la memoria y el pensamiento. Hacía una lista de títulos y desarrollaba una idea, a partir de la sustancia de dicha proposición. De modo pues, que lo primero que hacía era redactar el título de cada artículo, y para ello tenía un cuaderno de bitácora donde escribía dicho prontuario temático. Dejó como constancia –doy fe- una vasta lista que desarrolló y otra que quedó trunca.
La gracia de sus incisos, los paréntesis aclaratorios, las entradas y salidas de su yo de la escena de la página: Enriquillo sabía mantener el equilibrio mágico de su puntuación estilística. Juego de palabras y búsquedas de sentidos, juego de frases y de sintaxis, su prosa participa en un torrente verbal que ebulliciona, al ritmo de su pensamiento y de su percepción contemplativa. Puesta en circulación de ideas, provocaciones reflexivas y combinaciones de imágenes, su prosa opera como una dinámica de revelaciones y enceguecimientos, lucidez y vértigo. El corpus de sus textos se nutre de divagaciones, y así va edificando la base de sus artículos con los materiales de su imaginación y su fantasía. Convirtió la divagación en un método expositivo, que le permitía distraerse, abstraerse, viajar mentalmente y regresar con nuevos bríos al centro de gravedad, al eje central de sus proposiciones, no sin humor y nostalgia. Poetiza, memoriza, cuenta, canta, reflexiona, sentencia y puntualiza. En ocasiones se vuelve lírico, y en otras, transforma el lirismo en conceptualizaciones vertiginosas: penetrante agudeza, originalidad pasmosa y desconcertante. Cuenta anécdotas personales que trasforma en materia explosiva, y luego las salpica de sabiduría, pero nunca cae en erudiciones abstrusas o en exposiciones rigurosamente académicas. No olvidemos que en Enriquillo siempre latía, sobresalía o se ocultaba, el poeta. O el pensador, para no decir, el filósofo, cuando postulaba ideas arriesgadas, personales y enfáticas. Sin proponérselo, apeló al método de la literatura comparada, tan en boga en el mundo académico norteamericano y europeo, cuando navegó del pasado al presente, de Europa al Nuevo Mundo, y viceversa.
Enriquillo –me consta- escribía con todos los diccionarios: eran sus ángeles de la guarda, que le servían de guardianes de escritura y vigilantes de salvación. Con estos instrumentos de vigilia, aunados a su vasta cultura, a su dominio de la lengua, con una sintaxis propia, tejía las palabras en su imaginario intelectual, y las colocaba en el espacio de la página. Lograba entonces una insólita armonía entre los adjetivos y los verbos, las ideas y las metáforas. Así, edificó columnas de palabras, pobladas de ingenio, invenciones y relámpagos verbales que fulguraban en sus artículos, tras un proceso de incubación y metabolismo en su mente creadora.
La suya es prosa hecha de incisivos polisíndetones y luminosas adjetivaciones, incandescentes puntuaciones y festivos fraseos, que se expresan en la brevedad de sus oraciones y en lo entrecortada de su sintaxis. Escritura autobiográfica, monologante, en la que el yo biográfico es siempre protagonista en la escena de las ideas: pensamiento que sorprende y que se enciende, en un golpe de lectura. El yo escritor de Enriquillo Sánchez está en permanente soliloquio con las letras, en pugna con el pensamiento. En él la magia, el misterio y la fantasía del continente americano poblaron su imaginario verbal -y así lo expresa en la constante reiteración de sus hombres, su historia y sus mitos. Europa y América están en permanente hechizo, en su piel y en su mente. Borges y García Márquez, Cortázar y Paz imantan su sensibilidad y su fantasía de maravillas y furores, fervores y ficciones. Poeta de la prosa, prosista del ensayo, Enriquillo parecería un duende solitario en esta media-isla maravillosa y mágica del Gran Caribe tropical, con sus elucubraciones barrocas y ensoñaciones lúdicas. Nadie escribió con más libertad que él -como lo definió su entrañable amigo, Pedro Delgado Malagón. Pocos escribieron con un estilo como el suyo en el siglo XX dominicano. Fue uno de los mejores prosistas del lar nativo en la pasada centuria: un lujoso articulista.
Sus ideas están cada vez más vivas, y no pocas de sus reflexiones prefiguraron la época que vivimos. Hoy sus artículos irradian frescura y novedad. Releerlos, al calor de la inmediatez y la cotidianidad, nos sirven de atalaya para vislumbrar los entresijos de las ideas políticas y filosóficas, que atizan nuestras circunstancias vitales. Reivindicar su memoria intelectual y su lugar en el contexto de la vida cultural dominicana actual constituye un imperativo ético y un deber de las presentes generaciones, y de sus coetáneos. El tiempo histórico que va desde 1989 hasta 1999, en que publicó sus artículos en el desaparecido diario El Siglo, fueron cruciales y dinámicos: llenaron un vacío de opinión en el país. Enriquillo creó pues una escuela: fundó una ruptura en la tradición del periodismo cultural dominicano, al imprimirle imaginación y pensamiento, gracia y humor a las páginas de opinión de la prensa vernácula. Es decir, le dio valor e importancia. En su conjunto conforman el tejido de ideas de su conciencia intelectual. De su contenido se puede extraer un cuerpo de aforismos, que destilan sabiduría y originalidad, desenfado y visión del mundo, de la vida y de la sociedad. A 16 años de su muerte y a sus 73 años de haber nacido, hago profesión de fe y constancia de su legado intelectual. Al escribir, dialogo con su mundo y recreo su sensibilidad y su memoria. Si Octavio Paz afirmó que su obra es un diálogo permanente con André Breton, la mía es igualmente un diálogo de admiración y celebración, desde mi vocación literaria, con Enriquillo.
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Basilio Belliard es poeta, narrador y critico dominicano.