He dicho en ocasiones anteriores que mi relación con el surrealismo fue siempre del orden de las afinidades electivas. En lo personal, yo no me he autocalificado nunca de surrealista y no creo serlo del modo comúnmente aceptado, porque la vía de creación de mi poesía no ha sido de manera exclusiva la escritura automática, el dictado mediúmnico o el desorden de los sentidos rimbaudiano… Sino la búsqueda del conocimiento por el amor o del amor por el conocimiento… Y la iluminación o despertar repentino que nos sobreviene, cuando se vive día tras día la realidad tragicómica de la vida cotidiana.

A mediados de la década del sesenta tuve la oportunidad de conocer –a través de las traducciones que hizo el poeta español Agustín Bartra para la editorial mexicana Joaquín Mortíz–  la obra en prosa poética de André Breton:  Los Vasos Comunicantes, Nadja, El Amor loco, que releo con cierta periodicidad sin que pierda para mí nada de su encanto  o magia  inicial…Y que sumada a la emblemática Antología de la Poesía Surrealista de Lengua Francesa, recopilación del poeta argentino Aldo Pellegrini, constituyen mi primera incursión en el surrealismo: una presencia o aventura del espíritu, como en su momento lo señaló Maurice Blanchot  –y no una escuela o corriente literaria y artística del período de entreguerras–  donde el pensamiento académico ha pretendido encasillarlo, entre otros movimientos vanguardistas de comienzos del siglo veinte, para minimizarlo, claro está. 

Vienen luego las coincidencias y los encuentros al azar o de orden irracional que me sobrevienen a partir  de la publicación de mi primer libro, Combate del Carnaval y la Cuaresma  (título tomado  de una pintura de Brughel el Viejo) cuando, al enviarle un ejemplar al poeta trashumante chileno Alberto Baeza Flores, radicado por entonces en la República Dominicana, éste me comenta  a vuelta de correo que  encuentra en el humor y la imaginería de mi poesía una afinidad con la del  movimiento surrealista de comienzos del  pasado siglo, sugiriéndome, a renglón seguido, el envío de mi libro al escritor y poeta rumano Stefan Baciu, profesor de la Universidad de Hawaii  en Honolulu y  autor de una sustancial  Antología de la Poesía Surrealista Latinoamericana  (dos ediciones en México y Chile)Envío que procedí a realizar, manteniendo desde ese momento una correspondencia  de más de veinte años con el profesor rumano,   hasta su muerte ocurrida a comienzos de 1993,  en cuyo entreacto,  por intercesión suya, pude conocer y  cartearme con poetas de la importancia de Enrique Gámez Correa (fundador de  Mandrágora,  movimiento poético surrealista chileno,  o Ludwig Zeller,  quizás, el último de los grandes poetas surrealistas de ese mismo país, fallecido apenas hace cuatro años… Eso entre otros poetas iberoamericanos relacionados de manera directa o indirecta con el movimiento de André Breton.  

Por esos años buscaba escapar del ambiente parroquial y chovinista de la Medellín de los años 60 y 70… Ciudad con la que he venido librando desde entonces una relación de amor-odio ininterrumpida…  Y a mitad de esa primera década, consigo escapar a los Estados Unidos.  Viaje que me permitió conocer –en la compañía de un mexicano nómade que conociera por casualidad en el Greenwich Village newyorkino– la mayor parte de las ciudades en la ruta que va de New York a San Francisco, ciudades donde se respiraba por aquellos años el aire saludable de esa mítica contracultura norteamericana que consiguiera parar la guerra de Vietnam. Para regresarme pasado un año largo a Colombia, por las dificultades que tuve para cambiar la visa de turista a una de residente… Pero más adelante, el año 1974, por intercesión  de unos amigos poetas, fui invitado a realizar una lectura de mi poesía en la Universidad de Los Andes de Mérida, Venezuela  y  concluido dicho evento en el país vecino, en lugar de volverme a Medellín,  viajé a Caracas, la capital venezolana,  que por aquellos años  revestía  para mí  un interés cultural mayor al de la misma Bogotá, y estando allí,  permanecí varios meses… regresando  a ella en repetidas  oportunidades a lo largo de las últimas décadas del siglo pasado.

Me había carteado con anterioridad –enviándole igualmente mi primer libro– con el poeta y crítico de arte Juan Calzadilla, uno de los fundadores del movimiento vanguardista El Techo de la Ballena –muy influído por el arte y la poesía surrealista– y tuve entonces la ocasión de conocerlo personalmente. A Calzadilla me unió desde esos años una estrecha amistad que me facilitó el acceso al medio cultural del hermano país que por entonces contaba con poetas e intelectuales de la dimensión e importancia de Vicente Gerbasi, Juan Liscano, Juan Sánchez Peláez, Rafael Cadenas, Ramón Palomares, Eugenio Montejo, Denzil Romero, Elisio Jiménez Sierra, Carlos Contramaestre, Ludovico Silva, José Balza, Ednodio Quintero y otros más, a quienes llegué a conocer y frecuentar con regularidad.  

Pero como el tema de presente texto es el de mis afinidades electivas surrealistas, resulta de obligado interés mencionar –entre los escritores de esta tendencia que la amistad con Calzadilla me permitió conocer– al poeta Juan Antonio Vasco, del grupo surrealista argentino de Aldo Pellegrini. Vasco había vivido en Venezuela y pertenecido a El Techo de la Ballena, pero cuando Calzadilla me facilitó su contacto postal vibrante y sostenido por varios años, había regresado a Buenos Aires, donde se hallaba reducido a la inmovilidad, afectado por una esclerosis múltiple maligna que en poco tiempo acabó con su vida…

Y al pintor inglés Philip West, perteneciente al grupo surrealista TransformaCtion de Londres… West hablaba un castellano muy completo, quizás porque estaba casado con una atractiva española de Zaragoza, ciudad en la que residió una larga temporada, viniendo a parar finalmente a Venezuela.  Calzadilla me lo presentó una tarde caraqueña y desde ese instante nos unió una amistad estrecha y fraternal. El año 1981 le aceptaría una invitación a pasar algunas semanas en su apartamento de la Avenida Urdaneta… en cuya biblioteca personal pude iniciarme en muchos de los secretos del arte y la pintura surrealista. Era un artista y poeta nato, aparte de un ser humano excepcional… que moriría de manera temprana, a mitad de la década del 90, en la misma ciudad española a la que había regresado y donde se había casado por segunda vez. 

Estos encuentros, propiciados a todas luces por la magia y el azar objetivo surrealista, tienen su culminación el año 1984 cuando, viviendo en Ciudad México, tuve la oportunidad de conocer al poeta y futuro Premio Nobel  Octavio Paz, al que me acerqué, en el entreacto de una lectura de sus poemas realizada en la librería de Orso Arreola, hijo del autor del Confabulario Personal, con el pretexto de entrevistarlo para la prensa colombiana, consiguiendo que el ya famoso escritor mexicano me invitara a su apartamento del Paseo de la Reforma. Paz no accedería a realizar la entrevista que le había propuesto inicialmente, pero yo conservé el recuerdo de aquella charla memorable en su residencia para luego pasarla por escrito… y ya de regreso en Colombia, publicarla en los periódicos y magazines más importantes del país, e incluyéndola en el índice de mi libro La doble estrella: el surrealismo en Iberoamérica (El Oso Hormiguero Editor, Medellín, 1986)… Donde pueden encontrarla actualmente los lectores interesados en conocer a fondo al poeta mexicano.

Una amistad temprana con Fernando Rendón, “director general” –como a él le gusta que lo llamen– del Festival Internacional de Poesía de Medellín, me llevaría a participar por cinco oportunidades en ese evento cultural organizado a comienzos de la década del ochenta, luego de un recital poético exitoso en el Cerro Nutibara de la ciudad. Yo no soy partidario ni adicto a este tipo de celebraciones o encuentros masivos, donde el poeta se confunde a menudo con un actor teatral o un político electorero, pero la precaria situación económica que suele acompañar la vocación poética cuando se ejerce a la intemperie, fuera del marco académico, publicitario  o periodístico, nos lleva a pactar con los gestores culturales  (casi siempre poetas menores o políticos disfrazados de poetas)  coordinadores de estos espectáculos a menudo circenses y faranduleros.  En el caso particular del festival poético de Medellín, la cercanía amistosa, repito, a su director, me permitió insinuarle en algún momento que invitara a dos de los más importantes poetas surrealistas brasileños contemporáneos, Sergio de F. Lima y Claudio Willer, pintor-poeta el primero y ambos destacados ensayistas, poseedores de una vasta erudición como ya no se acostumbra en el medio hispanoamericano actual.

A Claudio Willer –murió recientemente– lo entrevisté por encargo de la dirección del festival, pero la entrevista inexplicablemente nunca se editó ni publicó, incidentes por los que pasé a menudo mientras fui cercano a los organizadores de ese festival, modelo de otros espectáculos parecidos en el resto de América Latina… que siempre se cuidaron de ponerme en entredicho y al margen de sus intereses político-económicos.

En el contexto de dicho festival también vale la pena mencionar la presencia de Jean Clarece Lambert.  Destacado crítico de arte, ensayista, poeta y antólogo francés, si no estrictamente surrealista, sí muy cercano al movimiento bretoniano; al que ya conocía con anterioridad a su viaje a Medellín, porque tuve el privilegio de contarlo entre los traductores de mi poesía para varias publicaciones surrealistas, como la Tortue-Lievre, publicación canadiense…Y al que también entrevisté, obteniendo el mismo resultado negativo que conseguí en mis anteriores reportajes poéticos realizados para este Festival.

Si Stefan Baciu y Juan Calzadilla –aparte de mis lecturas tempranas de los poetas surrealistas franceses– constituyeron mi “iniciación” en el movimiento surrealista, no puedo dejar de mencionar a dos escritores  contemporáneos que han gravitado de manera privilegiada en mi  vida personal: me refiero a Laurens Vancrevel y al escritor canario Miguel Pérez Corrales, director de la página virtual surrealismo internacional, un poeta, fotógrafo  y ensayista brillante, de erudición enciclopédica, que desde su residencia en Tenerife es el guardafaros actual de todas las actividades artísticas y literarias relacionadas con la “aventura de la poesía, la libertad y el amor”.  Miguel ha publicado una veintena de libros, entre ellos Caleidoscopio Surrealista (La Página Ediciones, Madrid, 2011), Surrealismo: El Oro del Tiempo (dos ediciones. La Página Ediciones.  Madrid, 2011 y 2014) y Fabulas y Mares (La Página Ediciones, Madrid, 2013)que reúne todos sus libros de poesía y prosa poética publicados hasta el momento presente–se destacan por lo monumental de la edición y lo vasto de la información allí reunida, constituyéndose en lectura obligada para todos aquellos que quieran adentrarse en los últimos avatares del surrealismo internacional moderno.

El poeta holandés o neerlandés Laurens Vancrevel, desde el portal de su revista Brumes Blondes (Alkmaar, 2000-2008), ha mostrado siempre un vivo interés en la poesía surrealista escrita en Latinoamérica. A él debo, en lo personal, la traducción parcial al holandés de mi libro Sol Negro / Zwarte Zon (Bloemendaal, 2011).No conozco lamentablemente  ninguna versión al español de la poesía de Vancrevel, lo que me impide valorarlo como lo amerita, pero lo poco que se conoce en español de su puño y letra pone en evidencia su vasta cultura y esa mirada siempre transparente o edénica, apartada de todo dogmatismo político, filosófico o religioso, lo que caracteriza por otra parte, a los escritores surrealistas de finales del siglo pasado y comienzos del presente.

Una mención obligada merecen dos importantes figuras de la actualidad surrealista, cercanos a mí estos últimos años, y a quienes debo la publicación bilingüe (español / francés) de mi poesía erótico-amorosa, titulada de manera irónica Poemas de Amor Rosa (Editions Sonámbula, 2011). Me refiero al pintor y editor mexicano Enrique Lechuga –quien desde Quebec, Canadá, país en el que se encuentra residenciado desde varios años atrás, ha venido organizando exposiciones y eventos en torno al surrealismo, animando la escena internacional con las publicaciones sonámbula de su propiedad intelectual–, y un poeta cubano de impronta surrealista –en la línea inaugurada en el país caribeño por  el pintor Jorge Camacho  y el poeta José Álvarez Baragaño, prolongándose más adelante en el exilio europeo y norteamericano (Miami) con José Antonio Arcocha, Vicente Mejía y Carlos M. Luis–: Fernando Palenzuela, de edad avanzada en la actualidad, al que le gusta considerarse el único poeta surrealista de su país insular, donde esta corriente, contraria al realismo socialista y al estalinismo político, nunca tuvo arraigo en el pasado ni, era de suponer, en la actualidad cultural cubana.

Yo he dedicado en mi libro La Doble Estrella algunas líneas consagradas a comentar la importancia de Fernando Palenzuela y los poetas del Alacrán Azul, que constituyen de cierta manea la contraparte del grupo Orígenes de José Lezama Lima y Cintio Vitier,  de impronta barroca, Aunque Julio Cortázar, en la La vuelta al día en ochenta mundos,  libro donde  destaca la presencia hispanoamericana del  autor de Paradiso y Oppiano Licario, advierte en su factura poética una pincelada  surrealista… Algo que luego sirve de pretexto a cierta crítica literaria para hablarnos de un “barroco surrealista” o de un “surrealismo barroco”,  híbrido quimérico, que no sé si pueda llegar a  concebirse en algún momento como corriente literaria, o siquiera como figura retórica.

 Pero ya me he alargado en exceso trayendo a colación a todos estos poetas que no solo constituyen mis afinidades personales, sino que desde diferentes países continúan animando la escena moderna. Yo he sido siempre un poeta independiente y solitario, ajeno a grupos o movimientos literarios… sin embargo, a lo largo de los años no he podido evitar gravitar en torno a esta aventura poética que conjuga en una sola vivencia  la libertad y el amor, para desvelarnos, por último, el pasaje a ese punto del espíritu donde “la vida y la muerte, lo real y lo imaginario, el pasado y el futuro, lo comunicable y lo incomunicable,  lo alto y lo bajo, dejan de ser vistos como contradicciones”, al decir del Segundo Manifiesto del Surrealismo… Aunando poesía y mística,  la letra y el espíritu.

Medellín. Marzo de 2024. 

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Raúl Henao (1944) Poeta y ensayista colombiano residente en Medellín. Entusiasta valedor del surrealismo y de sus referencias centrales, con constantes intervenciones en diarios y revistas, debates, conferencias, polémicas, entrevistas, etcétera.

En portada: Juan Calzadilla. y Raùl Henao. Venezuela, Caracas 1976