Franz Kafka entre el mito y la realidad

Hemos conocido a Kafka como ese excéntrico tipo atrapado en el engranaje burocrático de Praga, un maestro en proyectar una visión profunda y perturbadora de la condición humana, cuestionando la naturaleza del poder, la alienación social y el significado de la existencia. ¡Increíblemente original! Pero, sorpresa, quienes realmente hemos terminado atrapados somos nosotros, los lectores ingenuos. Aquí estamos, todavía asombrados y fascinados, recorriendo los laberintos de un mundo misterioso y enigmático, creado más por las interpretaciones alocadas de “críticos” y “estudiosos” que por el propio autor. Porque, claro, ¿quién necesita la verdad cuando tienes un sinfín de interpretaciones que te pueden mantener entretenido para siempre? ¡Bravo, lo lograste Amschel! Y bravo a nosotros por dejarnos arrastrar por este circo literario interminable.

Llevo casi cuarenta años en Praga y, desde el primer día en esta alucinante ciudad, no he podido deshacerme de Kafka. Es como una maldición literaria. Una perenne lectura de su obra, sobre su obra y sobre él. He escrito ensayos y artículos, cuentos en español y en checo, y he filmado dos cortometrajes inspirados en Kafka, para finalmente concluir que solo he estado embrujado por la estela de Franz. Todos escribimos sobre Kafka, miles de artículos han sido publicados, y cada articulista es un experto en Kafka, o mejor aún, es más Kafka que Kafka. Es un fenómeno fascinante, ¿verdad?

Decenas de miles de turistas vienen a Praga en una especie de peregrinación kafkiana, ansiosos por consumir a Kafka como si fuera un souvenir. Porque, claro, nada dice “intelectual” como llevarte a Kafka en tu mochila, aunque no hayas leído más allá de la contraportada. Aparentar es, después de todo, mucho más fácil que leer, ¿no es así? ¡Qué conveniente!

Aunque en este escrito no me propongo deconstruir a Kafka, más bien mi intención es sacarlo de las sombras de los mitos y arrojar luz sobre su verdadera esencia, su humanidad, su contexto histórico y la relación con su obra. Franz Kafka no era solo una figura literaria atrapada en una nebulosa de interpretaciones, sino un hombre de carne y hueso, con sus propias luchas, inseguridades y aspiraciones como cualquier ser humano. Le tocó vivir en un mundo convulsionado por grandes cambios políticos, sociales e ideológicos, así como por la aparición de nuevas teorías en las ciencias sociales y exactas. Los advenimientos técnicos de su época fueron igualmente impactantes, con la llegada de la telefonía, la electrificación de las ciudades, el aeroplano y el cinematógrafo. Además, este período fue testigo de innovaciones trascendentales como el psicoanálisis de Freud, la teoría de la Relatividad de Einstein y el cubismo, entre otras manifestaciones artísticas. Estos elementos no solo transformaron su entorno, sino que también enriquecieron la profundidad y complejidad de su obra. Kafka quedó especialmente fascinado por estas innovaciones, en particular por la naciente aviación, que simbolizaba la ruptura de límites y la exploración de nuevas posibilidades, reflejando sus propias ansiedades y aspiraciones en un mundo en constante cambio.

El mito de Kafka tiene poco que ver con Kafka como persona. La obra de Kafka ha influido en generaciones de lectores de todo el mundo, moldeando su percepción sobre él mismo. Al igual que no se puede confundir al personaje Joseph K. de la novela El Castillo con su creador, es necesario encontrar al verdadero Kafka detrás de las mistificaciones y los mitos. En este ensayo, me propongo trazar un retrato del célebre escritor basado en datos y archivos inéditos sobre su vida, ofreciendo una nueva interpretación de la relación entre la obra y el autor. Un solitario enigmático. Un genio excéntrico. Un visionario de las dictaduras del siglo XX. Esta es la imagen arraigada de Franz Kafka, no del hombre real, sino del mito de Kafka.

En Praga, al cumplirse el centenario del fallecimiento de Kafka, se han celebrado diversas conferencias y publicaciones que me han servido como material para construir una imagen distinta al mito de Kafka y más cercana al verdadero Kafka. En estos actos, he tenido la oportunidad de interactuar con historiadores literarios y expertos de la República Checa, Alemania y Francia, quienes han revelado en el debate la verdadera imagen de Kafka con descubrimientos a menudo inesperados.

Durante esta lectura, destacaremos su sentido del humor y el hecho de que no era simplemente un engranaje administrativo anónimo en la maquinaria de una compañía de seguros, sino un abogado en el que la empresa confiaba plenamente. El tema central de este trabajo se enfoca en la influencia de la obra de Kafka en la creación del mito de Kafka. A través de sus obras, como La Metamorfosis, El Proceso y su última e inacabada novela El Castillo, trataremos de buscar respuestas a la pregunta de cómo Kafka transformó la realidad en la ficción de sus novelas.

En última instancia, este ensayo busca desmitificar a Kafka, acercándonos al hombre real detrás del mito. Al hacerlo, esperamos no solo honrar su legado literario, sino también ofrecer una comprensión más profunda y humana de uno de los escritores más influyentes del siglo XX.

Al escribir El castillo, Kafka hizo algo inesperado. Después de escribir toda la introducción, de repente cambia la forma de contar la historia. En todas partes del texto ya escrito de la novela, tachó su forma y reemplazó la primera persona en alemán Ich (Yo) por Er (Él). Ya no usa la primera persona “yo, K.” sino “él, K.” ¿Por qué lo hizo? ¿Acaso temía lo que finalmente ocurrió? ¿Que el mundo entero confundiera al personaje literario K. con él mismo?  También exploraremos cómo, tras su muerte, el escritor se transformó en una estrella literaria de renombre, pero a menudo distante del hombre real que fue.

Obra de David Cerny para el museo Franz Kafka, Praga. Foto de Fausto Rosario Adamesm 2023

Kafka y su contexto histórico

Para comprender a Franz Kafka en toda su dimensión, es esencial situarlo en su contexto histórico y cultural. Praga, en la primera mitad del siglo XX, era un hervidero de movimientos artísticos, intelectuales y políticos, con una mezcla vibrante de culturas y lenguas, siendo un punto de encuentro para alemanes, checos y judíos. Este entorno multicultural influyó profundamente en la obra de Kafka, proporcionando un trasfondo de alienación y fragmentación que caracteriza sus escritos.

Franz Kafka nació en una casa en la esquina de las calles Maislova y Kaprova, según su madre. Su infancia transcurrió en diversos lugares: la casa del Instituto Lämel en la calle Dušní, la casa “Minuta”, y la casa en la esquina de la Plaza Wenceslao y Smeček. La familia también vivió en la calle Celetná 3, junto a la iglesia de Týn, donde su padre tenía una tienda antes de mudarse al Kinské palác en Staroměstské náměstí. El comerciante mayorista Hermann Kafka regentaba una mercería que abastecía a comerciantes rurales. Franz intentaba ayudar a su padre en la tienda, donde su madre también trabajaba incansablemente, junto con una de sus hermanas.

Franz era el hijo mayor. Dos hermanos murieron jóvenes, y seis años después nacieron tres hermanas, con quienes mantuvo una relación cercana, especialmente con la menor tras su enfermedad. Su educación estuvo a cargo de institutrices y una escuela impersonal, ya que su madre trabajaba todo el día en la tienda y acompañaba a su padre por las noches. Las residencias de la familia Kafka que Franz visitaba con frecuencia estaban en Mikulášská (ahora Pařížská) y la casa de Opletalova. 

En 1902, Kafka ingresó en la Universidad Alemana Karl-Ferdinand y ese mismo año conoce a Max Brod, quien impartía una charla sobre Schopenhauer. Esta amistad sería crucial para su desarrollo intelectual y literario. A pesar de su clara vocación como escritor, Kafka enfrentó la presión de su padre, quien deseaba que se hiciera cargo de la tienda familiar. A pesar de nacer en Bohemia y vivir entre checos, su idioma materno era el alemán. A pesar de dominar el checo, su idioma literario era el alemán. Según Max Brod, los paseos por el Puente Carlos y Hradčany con Kafka eran tanto debates intelectuales como oportunidades para perfeccionar su dominio del alemán literario. Kafka cuidó meticulosamente su estilo, evitando las metáforas y los adornos literarios, y desarrollando un lenguaje propio que, aunque considerado por algunos como exiguo y austero, es inimitable en ciertos aspectos. Quien intentara imitarlo tendría que experimentar una neurosis lingüística similar a la que vivió Kafka en su infancia, una neurosis que se convirtió en su instrumento creativo esencial.

El auge del antisemitismo y las tensiones políticas en Europa añadieron una capa de complejidad a su visión del mundo. Como judío en una sociedad predominantemente cristiana y como alemán en una ciudad checa, Kafka vivió en una constante intersección de identidades y conflictos, lo que se refleja en la ambigüedad y el desarraigo de sus personajes. La modernización de Praga, con la transformación de las callejuelas del barrio judío en nuevos edificios, simboliza esta dualidad, donde la seguridad aparente bajo la monarquía austrohúngara contrasta con la creciente inseguridad cultural.

Los diarios de Kafka reflejan la melancolía y pesadez de su juventud. Aunque a veces se sentía mentalmente ágil, también se consideraba perezoso para pensar en detalles insignificantes. Discutía con su amigo el filósofo Samuel Hugo Bergmann sobre Dios y sus posibilidades, a menudo refutando argumentos religiosos como un ejercicio intelectual. La infancia y juventud de Kafka estuvieron marcadas por una mezcla de modernización y tradición, lo que moldeó su visión del mundo y su estilo literario único.

El Círculo de Praga: un refugio literario en tiempos de cambios

Franz Kafka, Max Brod, Oskar Baum, Felix Weltsch, y más tarde Ludwig Winder, conformaron lo que Max Brod denominó el “círculo más cercano de Praga”. Este grupo, activo desde finales del siglo XIX hasta 1938, se convirtió en un faro de la literatura de lengua alemana en Praga. El círculo más amplio incluía figuras destacadas como Franz Werfel, Rainer Maria Rilke, Johannes Urzidil, Hugo Bergmann, Egon Erwin Kisch, Franz Janowitz, Paul Kornfeld, Paul Leppin, Ernst Polak, Willy Haas, Otto Pick, Rudolf Fuchs y el actor Ernst Deutsch.

Estos escritores compartían más que la lengua; la mayoría eran judíos y muchos conocían el checo, lo que les permitía mantener una estrecha relación con literatos, músicos y artistas checos. Su colaboración trascendía las barreras lingüísticas y culturales en una ciudad marcada por el conflicto entre checos y alemanes.

El café Arco y el café Louvre de Praga fueron epicentros de la actividad intelectual del Círculo de Praga. En estos cafés, los miembros del círculo se reunían para debatir, compartir sus obras y apoyarse mutuamente en un entorno de camaradería y respeto mutuo, alejados de la vanidad y arrogancia que caracterizaban a algunos seguidores del movimiento nacional alemán. Fue en el café Arco donde Milena Jesenská conoció fugazmente a Kafka, presentada por Max Brod, una introducción que marcaría el inicio de una relación epistolar intensa y significativa.

Las reuniones en el café Louvre de Praga eran igualmente significativas. Aquí, Kafka leía sus cuentos a sus amigos, compartiendo sus inquietudes literarias y personales en un ambiente de apoyo mutuo. Estas sesiones no solo consolidaron la cohesión del grupo, sino que también permitieron a Kafka desarrollar y afinar su obra en un entorno crítico y constructivo.

Franz Kafka y la lucha entre el empleo y la expresión literaria

El 18 de junio de 1906, Franz Kafka obtuvo su doctorado en Derecho en la Universidad Alemana Karl-Ferdinand de Praga. A pesar de la rigurosa preparación que implicaba la carrera jurídica, Kafka no tenía intenciones de ejercer la abogacía. En su búsqueda de un empleo que ofreciera estabilidad económica y alivio de la presión familiar, encontró un puesto en la Compañía de Seguros de Accidentes de Trabajo en Praga en 1908, después de una breve experiencia en Assicurazioni Generali.

Aunque su trabajo en la compañía era reconocido y necesario, Kafka vivía una lucha interna constante. La abogacía no era su vocación; su verdadera pasión era la escritura, la cual consideraba una actividad sagrada y ajena a las exigencias mundanas del empleo. Este conflicto reflejaba su creencia de que el trabajo debía ser solo un medio para subsistir, sin contaminar la pureza de su arte literario.

Las largas horas en la oficina dejaban a Kafka con poco tiempo y energía para dedicarse a la escritura. A pesar de sus esfuerzos por trabajar durante las noches, el cansancio y el insomnio crónico afectaban su creatividad. Sin embargo, su trabajo en la Compañía de Seguros reveló su profunda sensibilidad social. Kafka se conmovía profundamente con el sufrimiento de los trabajadores y se sentía indignado por la forma humilde en que estos pedían justicia, en lugar de exigirla con más vehemencia.

En este contexto, Kafka no solo se dedicaba a clasificar riesgos y redactar informes sobre la prevención de accidentes, sino que también mostraba un compromiso genuino con la seguridad laboral. Aunque consideraba estos documentos como menos importantes en comparación con su obra literaria, su meticulosidad en el trabajo era evidente y fue reconocida por sus colegas, quienes lo describieron como alguien respetado y querido por su dedicación.

Naturalmente, en la profesión de Kafka no siempre predominaban los colores completamente oscuros. Supo entablar amistad cordial con colegas y superiores, incluso con personas muy sencillas o confusas. El pesimismo y el agudo escepticismo de Kafka, influenciados por su experiencia en la burocracia y el contacto con la desolación de los trabajadores, se reflejan en sus novelas El proceso y El castillo. Su vida en la Compañía de Seguros de Accidentes de Trabajo, junto a sus observaciones de la injusticia y el sufrimiento social, moldearon una visión sombría del mundo.

A pesar de su distanciamiento de la política activa, Kafka mostró un interés notable por los debates y reuniones públicas relacionadas con la mejora de la situación humana. Participaba con fervor en discusiones políticas y sociales, asistiendo a reuniones y observando a destacados oradores como Soukup y Klofáč. Su reforma laboral idealizada se asemejaba a una vida monástica, donde el trabajo frugal y la pobreza elegida reemplazaban el salario más allá de lo necesario para subsistir.

Kafka también se involucró en el movimiento anarquista-revolucionario checo, asistiendo a reuniones del “Club de la Juventud”, donde coincidía con figuras como los poetas checos Gellner, Toman, Šrámek, Stanislav Neumann y Jaroslav Hašek. Su participación en estas reuniones revelaba un aspecto menos conocido de su vida: el interés activo en el cambio social y la inquietud por la situación de su país.

A pesar de sus problemas personales y su agotamiento profesional, Kafka hallaba momentos de conexión y humanidad en su entorno. Desde amistades inesperadas hasta episodios cómicos en su trabajo diario, estos momentos ofrecían un respiro en medio de sus luchas. Sin embargo, la presión de su empleo en la Compañía de Seguros representaba un tormento constante que drenaba su vitalidad creativa. La lucha entre sus deberes laborales y su deseo de escribir se volvía cada vez más insoportable, relegando su verdadera pasión a un segundo plano.

Kafka lamentaba profundamente el sacrificio de su creatividad en tareas que consideraba mundanas. Sabía que su genio literario estaba siendo sofocado por las exigencias de su trabajo, y esta lucha interna entre la subsistencia y la expresión artística seguía siendo un tema central en su vida y obra. Su experiencia en el ámbito laboral y su participación en debates sobre la justicia social y la reforma laboral revelan un aspecto complejo de su carácter, donde la búsqueda de significado y la lucha por la integridad creativa se entrelazaban con la realidad de su vida cotidiana.

Obra de David Cerny para el museo Franz Kafka, Praga 2

La influencia de Flaubert en Kafka

Si hubo un escritor que tuvo una influencia profunda en Franz Kafka fue Gustave Flaubert.  Aunque no se conocieron en persona. La influencia de Flaubert en Kafka, tanto en su estilo como en su visión literaria, es un tema que ha captado el interés de muchos estudiosos. Esta conexión se manifiesta en varios aspectos de la vida y obra de Kafka.

  1. Estilo y técnica narrativa: Kafka admiraba profundamente a Flaubert, especialmente por su rigurosa atención al detalle y su estilo literario preciso. Flaubert es conocido por su minuciosidad en la construcción de frases y su búsqueda de la perfección estilística, aspectos que influyeron en Kafka. En su correspondencia, Kafka menciona su admiración por la obra de Flaubert y cómo la prosa de Flaubert le inspiraba a trabajar en sus propios textos con mayor precisión. La diferencia radica en que, mientras Flaubert corregía muchas veces sus textos, Kafka rara vez lo hacía.
  2. Temas de alienación y desilusión: La exploración de temas como la alienación, la frustración y el conflicto interior en la obra de Flaubert resonó profundamente con Kafka. En obras como Madame Bovary y Salammbô, Flaubert explora la insatisfacción y el desencanto con las convenciones sociales y personales, temas que también son centrales en la obra de Kafka. El sentimiento de desesperanza y el conflicto entre las aspiraciones personales y las realidades sociales que se encuentran en los trabajos de Flaubert son paralelos a los dilemas que Kafka explora en sus propios escritos.
  3. El ideal de la obra perfecta: Flaubert tenía una visión idealista sobre la perfección de la obra literaria. Su famoso dicho “Bovarismo” se refiere a la desilusión causada por la disparidad entre las aspiraciones individuales y la realidad. Kafka compartía una preocupación similar por la perfección en su escritura y se esforzaba por alcanzar un ideal estético en sus obras, a menudo luchando con la sensación de que nunca podría cumplir con sus propias expectativas.
  4. La Estrategia del Desaparecimiento: Flaubert a menudo se retiraba de la vida pública para concentrarse en su escritura, una estrategia que Kafka también adoptó en su vida. Aunque Kafka no se aisló por completo, su inclinación hacia la introspección y la escritura en la privacidad de su hogar refleja la actitud de Flaubert hacia la creación literaria.
  5. La Influencia en obras específicas: El impacto de Flaubert en Kafka se puede observar en la estructura y el contenido de sus obras. En El proceso y El castillo, la atmósfera opresiva y la exploración de la burocracia y la injusticia pueden rastrearse hasta las influencias de Flaubert. La forma en que Kafka presenta a sus personajes luchando contra sistemas implacables y alienantes guarda similitudes con la representación de Flaubert de los conflictos internos y externos de sus personajes.

Kafka expresó su admiración por Flaubert en varias ocasiones. En sus cartas y diarios, Kafka a menudo se refiere a la obra de Flaubert con respeto y un sentido de aspiración. Flaubert fue uno de los pocos escritores a quienes Kafka consideraba una influencia significativa en su desarrollo literario. Esta admiración se traduce en la influencia estilística y temática en la obra de Kafka, aunque su propio estilo y enfoque literario también llevan una marca distintiva y única.

El humor en la obra de Kafka

Milán Kundera solía decir que las traducciones de las obras de Kafka eran malas porque el lector percibía a un escritor huraño y sobrio, cuando en realidad la obra de Kafka está llena de buen humor. Incluso el mismo Kafka, cuando leía sus manuscritos a sus padres, hermanas o amigos, se reía de sus propias ocurrencias literarias. Una gran cantidad de bocetos y dibujos caricaturescos, muchos de ellos cómicos, lograron salvarse, y en ellos podemos apreciar su sentido del humor. En una de las cartas que Kafka escribió a su prometida Felice, hablaba sobre su arte de dibujar: ¿Qué te parecen mis dibujos? Ya sabes, yo era un gran dibujante, pero comencé a aprender arte con una mala pintora y ella destruyó todo mi talento. Pero espera, te enviaré algunos dibujos viejos para que tengas algo de qué reírte.

Las portadas de las obras de Kafka a veces sugieren que es demasiado sarcástico, que las situaciones son demasiado serias y deprimentes, pero creo que Kafka no lo decía en serio tan a menudo. Incluso se conocen situaciones en las que se inspiró en películas grotescas, como las conocemos hoy en el cine. Podemos descubrir el absurdo humorístico no solo en la obra de Kafka, sino también en leyendas e historias ligeramente exageradas de su vida. Se sabe que Kafka tenía sentido del humor. Se divertía bastante cuando sabía cuáles eran todos los rumores sobre él. Una vez se dijo que Kafka mantenía una relación de amistad muy cercana con el físico Albert Einstein y Sigmund Freud, cuando en realidad solo se encontraron entre 1911 y 1912 en la casa de la familia Fantovy, quienes tenían un salón literario al que Kafka asistía con frecuencia.

Los amigos de Kafka en sus memorias recordaban cómo aquellos escritores que se reunían en el café Arco leían sus breves piezas literarias, y Kafka se reía inmensamente, considerando sus escritos como grotescos, sobre todo cuando leyó La metamorfosis. Todos disfrutaban de sus ocurrencias, como la idea de que un hombre se convirtiera en insecto. En varios pasajes de su novela El castillo, Kafka crea escenas que, por su absurdo y exageración, podemos suponer que Kafka las consideraba cómicas, como la representación de la distribución de expedientes a los funcionarios, que en la interpretación de Kafka se asemeja a alimentar a los animales en un circo. Por ejemplo, en la novela El castillo, en el contexto de la novela, esta descripción forma parte de un pasaje que refleja el ambiente caótico y surrealista que Kafka crea en la obra, donde los detalles del entorno y las acciones de los personajes a menudo se mezclan en una atmósfera de confusión y desorientación, pero en realidad es el humor de Kafka:

Una vez sonó como si fueran los niños yendo de viaje, otra vez sonó como un alboroto en un gallinero, y en algún lugar un señor incluso imitó el canto de un gallo. El empleado que estaba en el servicio de telefonía, con la mirada fija en el suelo y con la mano un poco extendida, para el cual nunca pasaba nada y que no parecía saber nada de lo que estaba ocurriendo, se hizo a un lado, y en su lugar apareció un hombre con una gorra de vino y un rostro somnoliento. Se fue sin decir nada, sin que se le permitiera hablar, como un hombre que se va a trabajar.

Otro episodio de humor en la novela El proceso refleja la sensación de confusión y el entrelazamiento entre el sistema burocrático y la vida personal del protagonista, Joseph K., que es uno de los temas centrales de la novela. Kafka explora cómo las estructuras administrativas y la vida cotidiana se mezclan de manera desorientadora y opresiva en la experiencia del personaje. Pero, conociendo la cultura centroeuropea, estas son realmente imágenes cómicas de cómo describe la burocracia:

Nunca había visto las oficinas estatales y la vida tan entrelazadas como aquí. Tan entrelazadas que a veces parecía que las oficinas estatales y la vida cotidiana habían cambiado de rol.

Museo Kafka en Praga. Foto de Fausto Rosario Adames, noviembre de 2023

Kafka: entre el Infierno y la Eternidad

Kafka, en su trabajo en la compañía de seguros, resolvía los casos de seguros de los trabajadores lesionados, pero también defendía a la compañía en juicios contra los empleadores. También realizó frecuentes viajes de inspección, lo que le llevó a proponer soluciones técnicas específicas de seguridad. Presentaba soluciones técnicas para implementar en las maquinarias que causaban accidentes a los obreros, donde perdían dedos o manos. En algunas de sus novelas, podemos apreciar esas propuestas de soluciones.

Es muy probable que sus escritos privados fueran entonces una especie de válvula, y algunos de los casos que aparecieron en la industria de seguros podrían parecer bastante bizarros y haber servido de inspiración para su obra literaria. Prefería trabajar en una compañía de seguros porque tenía un horario laboral favorable. Dedicaba todo su tiempo libre después del trabajo a su pasión por la escritura. Asistía a lecturas públicas y se reunía con otros literatos en los cafés de Praga.

Furiosamente, con los rostros retorcidos cubriéndose la cabeza, se buscaban uno al otro con sus pechos. Luego se abrazaron como si estuvieran solos y el tiempo se hubiera detenido, como si ya no tuvieran que preocuparse de que los vieran y no tuvieran que seguir peleando. (El Castillo).

Kafka y el género es un tema muy amplio. Kafka tenía una gran admiración por las mujeres, pero al mismo tiempo le resultaban extremadamente esquivas. Le preocupaban mucho y eran para él la encarnación de la alteridad. Por ejemplo, en El Castillo somos testigos de cómo K. se encuentra en un entorno completamente extraño. No conoce a nadie y está intentando obtener permiso para entrar al castillo. En la novela, es una mujer, Frieda, empleada de la taberna, quien le tiende una mano para ayudar a K. y quien finalmente le confiesa que es la amante de Klamm, el amo del castillo. K. tiene con ella una relación amorosa. Al principio se entregan al sexo de manera un tanto salvaje: hacen el amor detrás de una barra, en la tierra, en un charco de cerveza. Esta escena puede parecer impactante, repulsiva. Por supuesto, también está relacionado con el hecho de que, para Kafka, las relaciones íntimas corporales eran algo repulsivo y problemático: acercarse tanto a otra persona era algo complicado para él. “…el cuerpecito brillaba en las manos del café que rodaban unos pasos en la penumbra y yacían en los charcos de cerveza y todo tipo de suciedad que cubría el suelo…” (El Castillo).

En su vida, Franz Kafka satisfacía a menudo sus necesidades sexuales en los burdeles. Kafka buscaba en la mujer aquella protección, pero el sexo que se realizaba a través del amor, a través del acercamiento hacia una pareja, era algo que Kafka solía temer. Escribió: “que el coito es un castigo a cambio de vivir juntos”. En su diario del 13 de agosto de 1913, Kafka escribe: Para vivir lo más ascético posible. Lo más ascético que un viejo soltero, esta es la única posibilidad para mí de soportar el matrimonio. Pero ella…

La compleja relación de Kafka con la intimidad se evidencia generalmente en el compromiso dos veces cancelado con Felicia Bauer o en la tormentosa ruptura con la señorita Julie Wohryzek, a quien dejó por la joven periodista Milena Jesenská, con quien tuvo la relación más considerada, pero fue una relación más bien a distancia. Milena estaba casada y sus encuentros íntimos no fueron más de dos veces. En lo que respecta a las mujeres de la novela El castillo, seguramente Frieda tiene algunas cualidades de Milena Jesenská. Y es precisamente su capacidad para llevar una vida sexual sencilla. Pero una vida sexual bajo ciertas condiciones. Aparte de la sexualidad, Kafka en El castillo nos ofrece otro tema: si es moral utilizar una relación íntima para obtener conexiones y beneficios personales. “El agrimensor K. usa a Frieda para acceder a un alto funcionario llamado Klamm, al igual que Kafka buscaba a Milena Jesenská, que provenía de una familia prestigiosa, pero al final se quedó con su esposo Ernest Pollak.” El triángulo que se da en los personajes de El castillo: K., Frieda y Klamm, es el triángulo que existía entre Kafka, Milena y su esposo.

Kafka era un maestro en el juego de palabras. Al parecer, se divertía con eso. Por ejemplo, Klamm, el nombre del amo del castillo en la novela, quien en la vida real representaría alegóricamente al esposo de Milena, Ernest Pollak, proviene de la palabra checa klam, que significa “engaño”. Kafka agrega la segunda M para referirse a la inicial del nombre de Milena. Es decir, en esa relación de triángulo hay un engaño recíproco porque el esposo de Milena le era abiertamente infiel.

En la evolución de una obra literaria, el cambio en la perspectiva narrativa puede ser una decisión trascendental que revela mucho sobre el autor y su intención artística. Este es el caso notable en la obra de Franz Kafka, quien, tras haber escrito los primeros tres capítulos de una novela, decidió modificar la narrativa de la primera a la tercera persona. Este giro no solo plantea preguntas sobre la estructura y el enfoque de la obra, sino también sobre el propio Kafka y sus motivaciones.

El cambio de narrador en el manuscrito de Kafka es extraordinario y no carece de implicaciones profundas. ¿Por qué, después de haber comenzado con una narrativa en primera persona, Kafka optó por un enfoque en tercera persona? Esta decisión parece estar vinculada a una intención de separar su identidad de la del personaje principal. Al mover a Joseph K., el protagonista de sus escritos, de la primera a la tercera persona, Kafka intenta evitar que el lector asocie demasiado estrechamente al autor con el personaje que ha creado. Es como si Kafka buscara desmarcarse del propio Joseph K., quien, a medida que avanza la novela, empieza a adquirir características con las cuales el autor no desea ser identificado.

Reiner Stach, reconocido historiador literario y autor de una extensa biografía sobre Kafka, ofrece una perspectiva valiosa sobre este cambio narrativo. Stach sostiene que Kafka, al pasar a referirse a Joseph K. en tercera persona, está consciente de que este personaje representa un aspecto de sí mismo. Kafka no solo distancia su identidad de la del personaje, sino que también se esfuerza por evitar que el lector construya una imagen equívoca de él. 

En el vasto panorama de la literatura, pocos autores han logrado captar la complejidad y la profundidad de la condición humana como Franz Kafka. Su obra, llena de un dolorosamente sincero realismo, se aleja del mórbido esplendor de otros autores que exploran los abismos del terror con un enfoque casi científico o moralizante. Kafka no es un explorador del infierno; es más bien un testigo involuntario de sus profundidades. Su mirada no busca la decadencia, sino que se enfrenta a ella por la fuerza de una seriedad que parece casi religiosa. En sus textos, Kafka no busca el horror por el horror mismo, sino que se enfrenta a la descomposición de un ideal más puro, un cielo azul que lentamente se arruga como el rostro enojado de un padre.

La intensidad y el horror en Kafka no provienen de monstruosidades explícitas, sino de la inquietante confrontación con un mundo que, aunque debería ser perfecto, resulta ser cruelmente inaccesible. Las obras como La metamorfosis o El proceso no son aterradoras por los horrores que describen, sino por la forma en que el mundo libre se despliega a su alrededor, una libertad que resulta ser una prisión de lo incomprensible y lo inalcanzable. Kafka presenta un universo donde la vida y la esperanza están presentes, pero son cruelmente negadas a sus personajes. La ausencia de un final feliz o de un “final idílico” no hace que sus historias sean simplemente sombrías, sino que reflejan un conflicto entre lo ideal y lo real, entre lo que es y lo que podría haber sido.

En el contexto de la religión y la moralidad, Kafka se encuentra en un diálogo continuo consigo mismo y con el universo que lo rodea. No rechaza la vida, sino que la examina con un rigor casi teológico. Su mundo es uno de metamorfosis y desintegración, donde los personajes como Karel Grossman en América están atrapados en un destino que desafía tanto la justicia como la esperanza. Kafka no solo degrada a sus personajes; a veces, eleva a los animales a una condición casi humana, revelando así la absurda mascarada de la condición humana misma. Este análisis despiadado y profundo del ser humano revela una angustia existencial que se convierte en una condena perpetua para sus personajes.

En sus escritos, Kafka no aborda directamente la identidad judía, pero el sufrimiento de su pueblo está implícitamente presente en su obra. La desolación y la falta de hogar, la lucha por encontrar un lugar en un mundo indiferente, se reflejan en los personajes y en las situaciones que enfrenta. Kafka pinta un cuadro de un sufrimiento universal, uno que resuena particularmente con la experiencia judía de la época, aunque sin mencionarlo explícitamente.

La relación entre Kafka y su editor, Kurt Wolff, también merece atención. En mayo de 1913, se publicó “El Fogonero”, el primer capítulo de América, una novela que Kafka no completó. Wolff, en una carta fechada el 3 de octubre de 1921, expresa su admiración por Kafka y su obra, y ofrece un valioso testimonio de la fe que tenía en el talento del autor. A pesar de la falta de éxito inmediato y la naturaleza esquiva de Kafka para las demandas del mercado editorial, Wolff demuestra un compromiso y una confianza profundos en la calidad de los escritos de Kafka.

A pesar del aliento y el apoyo recibido, Kafka nunca logró terminar sus grandes novelas, y América quedó incompleta. En sus diarios, Kafka revela su intención original de terminar la novela de manera optimista, en contraste con la oscuridad de sus otras obras. Sin embargo, las dudas y la desesperanza persistieron, y la obra quedó como un testimonio de un potencial que nunca llegó a completarse.

Kafka también expresó su admiración por Charles Dickens en sus escritos. En una reflexión sobre el estilo dickensiano, Kafka describe su intento de capturar la riqueza y el flujo espontáneo de Dickens, pero también señala las limitaciones y el agotamiento que sentía al enfrentarse a un estilo tan grandioso. Esta autocrítica revela la profundidad de su entendimiento literario y su capacidad para evaluar tanto los méritos como las fallas de las influencias en su obra.

En 1917, Franz Kafka sufre su primera hemorragia masiva y posteriormente recibe el diagnóstico de tuberculosis. Es muy probable que ya estuviera infectado en su despacho, donde trataba a clientes que a menudo eran repatriados enfermos de la guerra. Kafka reacciona de manera sorprendente ante la noticia de su enfermedad mortal: abandona su vida anterior y parte hacia un entorno completamente distinto durante ocho meses. Deja Praga y se traslada al pequeño pueblo de Siřem, en el norte de Bohemia, un lugar que se convierte en imprescindible para los lectores de su novela El castillo.

Al llegar al poblado de Siřem, Kafka se percata de que, incluso en la pequeña aldea, hay una gran mansión. A primera vista, la mansión parece austera e inhóspita. Sin embargo, quienes se acerquen descubrirán que no está destinada para vivir: se trata de un granero. Es un edificio grande y señorial, imponente, pero al acercarse, se revela que no está habitado en absoluto, sino que es un granero o un edificio destinado a secar hojas de lúpulo. No obstante, no pierde nada de su aura; al contrario, se vuelve aún más siniestro.

Esta mansión prominente ha sido especialmente significativa para los lectores de Kafka, ya que muchos han dicho que es el origen del castillo en su novela El castillo. La comparación con otros edificios ha llevado a algunos a concluir que es el más parecido al castillo de Kafka. Esto ejemplifica cuántas influencias hay en la obra de Kafka y cuánta verdad pueden contener estas percepciones, aunque no describan el asunto con absoluta precisión.

La estructura, con su apariencia espeluznante y flotante sobre el pueblo, probablemente reactivó en Kafka recuerdos de Praga. En Praga, existe una situación similar: un lugar inaccesible donde residen los poderosos, que parece vigilar la ciudad desde lo alto. Esta semejanza pudo haber inspirado a Kafka para crear su propio castillo literario.

Al igual que el agrimensor Joseph K., Franz Kafka también conoció a los habitantes de su pueblo ficticio. Cuatro años después, el 27 de enero de 1922, al llegar a los balnearios de las montañas Špindlerův Mlýn, las tres fuentes de inspiración se unieron en su cabeza: el villorrio de Zemská síka, el Castillo de Praga y el paisaje montañoso cubierto de nieve. Fue entonces cuando comenzó a escribir su última gran novela. Ahora, veía el castillo claramente recortado en el aire claro, con la nieve extendida por todas partes en una fina capa, subrayando cada forma, haciéndolo aún más evidente mientras lo observaba boquiabierto. 

Sin embargo, la novela nunca se terminaría. La enfermedad fatal progresó más rápido que su escritura. Kafka, aparentemente consciente de lo que le esperaba, dejó unos años antes de su muerte un último mensaje, una petición: que todo lo que se encontrara en su patrimonio –diarios, manuscritos, cartas ajenas o propios dibujos– fuera quemado sin dejar restos y sin ser leído. Según él, de todo lo que había escrito, sólo eran válidos los libros: El veredicto, El fogonero, La metamorfosis, El pueblo más cercano, Un médico rural y Un artista del hambre. Le pidió esto a su amigo Max Brod, quien, por supuesto, no obedeció. Gracias a ello, el castillo del autor sobrevive.

La forma en que se interpretará esta novela y toda la obra de Kafka estuvo fundamentalmente influenciada por la experiencia del siglo XX, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial. Se pueden encontrar momentos, sobre todo el capítulo trágico que solemos llamar el Holocausto, pero esa interpretación en realidad es sólo de posguerra, quizás en los años 60. Creo que el propio Kafka se sorprendería de esta interpretación, ya que la consideraría muy exagerada. De alguna manera, veía sus escritos incluso como grotescos.

En 1964, Max Brod viaja a Praga y organiza una exposición sobre Kafka. Para esa ocasión, es entrevistado en la televisión checa y, al referirse a su amigo Kafka, dice lo siguiente:

Fue un honor haber conocido a Kafka. Tener una relación de 22 años, como la que tuve con él, viéndonos todos los días, a veces dos veces al día, es sin duda un puente hacia lo misterioso, lo compartido y lo enigmático. Son interminables acertijos que, en última instancia, reflejan el individuo de cada persona, especialmente en una persona altamente desarrollada como él.

Sería bastante interesante saber cuánto atribuyó o agregó el propio Max Brod a la obra de Kafka después de la guerra y cómo la interpretó. Quizás aquí encontraríamos las raíces de cómo Kafka es percibido hoy por la mayoría en la sociedad, es decir, como alguien que predijo el futuro sin saberlo. Muchos años después, El castillo ofrecerá otra conexión especial entre la ficción de la novela y la realidad de la vida. Después de la Segunda Guerra Mundial, Checoslovaquia y toda Europa del Este están bajo el régimen totalitario comunista. El estalinismo reemplaza al nazismo, y Kafka vuelve a ser un autor prohibido. Sin embargo, los científicos socialistas se armaron de valor y organizaron un festival literario internacional en el 80º aniversario del nacimiento de Kafka, que se celebró en el castillo de Liblice.

Para Occidente, Kafka se convirtió en una figura novedosa y fascinante. Mientras el aparato comunista encerraba su obra en una caja fuerte imaginaria, el interés y la atención hacia Kafka crecían de manera extraordinaria. Esto demostraba que un número considerable de personas encontraba en su obra la expresión de sus propios sentimientos y experiencias vitales. En medio de los problemas literarios a ambos lados del Telón de Acero, Kafka no solo se destacaba como un personaje literario, sino también como un héroe, un símbolo del autor mismo y de su lucha interna y externa.

El régimen comunista temía que los lectores del castillo de Kafka o del proceso de identificación con la realidad de la vida detrás del telón de acero pudieran ver fácilmente en el personaje del agrimensor Joseph K. a un héroe que no encajaba en el sistema y que ya podía encajar en este aparato burocrático.  

Aunque el destino del castillo aún es un misterio para los lectores de todo el mundo, tanto el personaje principal como su creador no albergan ilusiones sobre un final feliz. Al cierre de la novela, K. se encuentra completamente destruido, sin haber logrado llegar al castillo. Los funcionarios del castillo permanecen vagos y sin tareas concretas, y el agrimensor K. queda atrapado en el pueblo, sin la posibilidad de escapar ni la autoridad para liberarse. En el último capítulo, se le ofrece la opción de pasar el invierno escondido en una habitación subterránea de la posada del señorío. Sin embargo, Kafka no tuvo tiempo de permitir que K. respondiera a esta oferta.

El testimonio de Max Brod ofrece una pista sobre cómo Kafka imaginaba que debería haber terminado la novela. Según Brod: Kafka me contó una vez cómo había pensado en terminar la novela. K., quien persiste en su empeño por obtener su puesto como agrimensor, finalmente sucumbe al agotamiento. En la adaptación alemana cinematográfica de la novela “El Castillo” (1968) realizada por Rudolf Noelt, con el guion de Max Brod, se refleja la versión de Brod del castillo. Al final, K. recibe del castillo una expresión condescendiente justo en el momento de su muerte: “En determinadas circunstancias, podrías quedarte aquí y tal vez obtener el puesto de agrimensor.” No obstante, K. no alcanza su objetivo y muere.

El destino de Kafka presenta un paralelismo inquietante. En 1921, Kafka contaba con tres años de vida restantes. La enfermedad, que avanzaba desde hacía siete años, le había llevado finalmente a renunciar a su odiado trabajo. Sin embargo, esta libertad adquirida tiene un sabor amargo, casi metálico, como el de la sangre.

Kafka al final logra su liberación, deja su trabajo no deseado, abandona Praga y se traslada a Berlín, donde incluso comparte hogar con Dora Diamant por primera vez en su vida. Según el testimonio de Brod, que en la entrevista televisiva dijo: “Ha pasado un tiempo relativamente feliz últimamente, porque ha encontrado en Dora a la compañera de vida que siempre quiso”.

Kafka alcanzó finalmente el objetivo que había perseguido durante toda su vida: convertirse en un escritor única y exclusivamente dedicado a su arte, liberándose del entorno de su Praga natal. Sin embargo, esta liberación llega demasiado tarde. El tiempo se le ha agotado. A mediados de 1924, su salud se deteriora de manera irreversible. Acompañado de Dora, su compañera, y de su amigo Klopštok, Kafka se traslada a un sanatorio en Kierling, Austria, en busca de alivio.

Franz Kafka falleció a la edad de 40 años y 11 meses. En sus últimos días de vida, escribió una reflexión profundamente conmovedora: “Me imagino una tumba profunda y estrecha, donde nos abrazamos para ocultar mi rostro en tu pecho, y el tuyo en el mío, de modo que nadie vuelva a vernos.”

Para Kafka, lo poético representaba no solo la estética central de su obra, sino también el núcleo de su existencia misma. Para comprender plenamente a un escritor que revolucionó la literatura moderna, es necesario examinar cómo logró esta hazaña y en qué forma lo hizo. Su obra desafía los límites de la literatura clásica, marcando un camino innovador y único. Esta es precisamente la razón por la que el estudio de Kafka sigue siendo tan fructífero en la actualidad.

Hoy en día, Kafka sigue siendo un tema de conversación constante, especialmente entre las generaciones más jóvenes. Esto se debe en gran medida a la proliferación de contenidos en Internet, donde numerosos youtubers y jóvenes exploran su obra a través de videos. La razón de este interés radica en que Kafka aborda temas universales y profundamente humanos: el miedo, la soledad, la búsqueda de sentido y felicidad, la melancolía, y el temor a ser incomprendido en un mundo cada vez más opaco y complejo. Estos temas resuenan poderosamente en la actualidad, lo que explica la continua fascinación por su obra.

“El mundo está lleno de posibilidades, pero yo no las conozco.”

Franz Kafka

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Ariosto Antonio D´Meza es escritor en español y checo, además de cineasta. Reside en Praga.

En portada: Obra de David Cerny para el museo Franz Kafka, Praga.

Fuentes:

  1. Franz Kafka: Zamek. 1989, Odeon
  2. Franz Kafka: Proces. Státní nakladatelství krásné literatury a umění | 1965
  3. Franz Kafka: América. Alianza Editorial. 1992
  4. Franz Kafka: Proměna. Primus | 1990
  5. Franz Kafka: Dopisy Mileny., Nakladatelství Franze Kafky. 1995
  6. Max Brod: Pražký Okruh. Akropolis, 1993
  7. Max Brod: Franz Kafka. Odeo. 1966
  8. Margare Buber Neumann: Kafkova přítelkyně Milena. Mladá Fronta. 1992
  9. Milena Jesenka: Dopisy a dokumenty. Památník národního písemnictví. 2023
  10. Viola Fischerová: Franz Kafka: Dopisy Felicii. Nakladatelství Franze Kafky, 1999
  11. Monika Zgustova: Galaxia Gutenberg, 2024
  12. Entrevista con Max Brod 1964. Archivo de Česká Televize