¿De qué manera convendría más concebir el surrealismo? ¿Como un movimiento histórico, esto es, circunscrito a una época y pautado en “etapas” o períodos? ¿Como un intento (fracasado, como debe de ser) de fusionar el arte y la literatura con la política? ¿Como un universal, es decir, como la manifestación del sentimiento de lo maravilloso y del espíritu de aventura inherente al ser humano, al margen de fronteras, idiomas, credos y sistemas políticos? ¿Como una manifestación tardía del ideal romántico del sentimiento de la naturaleza en el arte y la literatura? 

El lector atento se habrá percatado de que no existe contradicción real entre estas y muchas otras maneras de concebir al surrealismo. De hecho, es harto sabido que la forma más fácil de equivocarse al hablar acerca de este movimiento consiste en partir de la idea de que el mismo tuvo “una” (y sólo una) esencia o naturaleza del tipo que sea: política, metafísica, hermética, estética, filosófica, mercadológica, etc. Por eso, por extensa o por superficial que sea, cualquier disertación acerca de este movimiento está condenada a permanecer en el orden de lo fragmentario, y a disimularse o no detrás de la transparente cortina de una sospechosa “puntualidad”.

Este carácter decididamente contradictorio del surrealismo fue el resultado inevitable de la influencia que recibieron sus iniciadores, en el período de gestación del proyecto surrealista, de numerosas personalidades extraordinarias. Entre muchas otras figuras de renombre, mencionaré únicamente a tres a manera de ejemplos. 

La primera de esas figuras es la del poeta francés de origen italiano Guillaume Apollinaire, autor de Alcools, pero sobre todo de Le Flâneur de Paris, un pequeño libro de reflexiones sobre la vida cultural y urbana de la ciudad de París que marcaría a varios de los futuros integrantes del movimiento. Apollinaire fue además uno de los principales instigadores de la modernidad poética europea de principios del siglo XX, y a él se le debe el nombre con que el movimiento surrealista se daría a conocer posteriormente. 

La segunda figura es la del poeta rumano de expresión francesa Tristan Tzara, figura central del dadaísmo, quien le insufló al movimiento la rabia de sus ímpetus iconoclastas iniciales y le aportó buena parte de sus rituales y consignas (manifestaciones en calles, parques y lugares públicos, panfletos, manifiestos, desprecio por el lenguaje anquilosado de la poesía y demás formas de la literatura convencional, etc.).

La tercera figura es la de Paul Valèry, gran esteta y polímata francés y una de las figuras centrales de la intelectualidad europea de la primera mitad del siglo XX, quien desempeñó un papel crucial en el desprecio aristocrático de Breton hacia la novela y otras manifestaciones del gusto literario de su época. 

Posteriormente, el mismo André Breton, cabecilla y principal teórico del movimiento, se caracterizaría por su incuestionable capacidad para detectar y atraer artistas y escritores de talento, sumarlos a las filas de su movimiento para luego descartar a muchos de ellos cuando dejasen de ser fieles a sus principios (1). 

Como suele suceder en todos los fines de siglo, el final del XIX había estado sacudido por las alarmantes profecías de un inminente apocalipsis que traería consigo gran confusión y oscuridad. En toda Europa proliferaron los médiums, videntes, teósofos, faquires, rosacruces, operadores de ouija y otros portadores de “mensajes revelados” que anunciaban toda clase de cataclismos, hambrunas, guerras devastadoras y cometas destructores como el Halley, cuya visita en 1910 desencadenó una ola de suicidios en todo el mundo. 

En ese contexto, varios episodios no tardarían en cambiar de manera drástica el alegre desfile de trivialidades con que la alta burguesía europea había vivido durante la llamada “Belle Époque” (entre 1871 y 1914) como resultado de los enormes beneficios que le habían reportado a esa clase la Segunda Revolución Industrial y la Segunda Etapa Colonial en un período marcado por numerosas innovaciones científicas y tecnológicas. 

André Breton, con su hija Aube en Santo Domingo (1941)

Así, cuando en 1914 estalló la Primera Guerra Mundial como resultado de la crisis que generarían las apetencias desmedidas de varios países en pugna por el control mundial, aquel acontecimiento no tardó en ser concebido como una profecía autocumplida. Y tres años más tarde, en 1917, el anunciado “apocalipsis” se manifestó en Rusia bajo la forma de la Revolución bolchevique, la cual puso fin al régimen de los zares que había permanecido vigente desde 1547. 

Todavía no se ha repetido lo suficiente que los jóvenes que participaron en las batallas de la Primera Guerra Mundial como alistados en los ejércitos de países como Alemania, Francia, e Inglaterra habían recibido la instrucción académica más completa de todas las que históricamente había alcanzado la humanidad. No obstante, ninguno de los que sobrevivieron a la gran carnicería que produjo aquella conflagración olvidaría fácilmente los horrores que presenciaron en los campos de batalla. Y entre aquellos sobrevivientes se encontraban dos estudiantes de medicina alistados en las filas del ejército francés: André Breton y Louis Aragon, a quienes luego se les agregaría, ya en París, Philippe Soupault. 

Desde el principio, la contradicción sería la tendencia mejor definida de todas las que marcaron la historia del surrealismo, comenzando por la misma historia del nacimiento de ese movimiento. En efecto, en 1968, el mismo Louis Aragon consideró necesario precisar que: “El surrealismo no comienza en el momento en que generalmente se dice. Hoy se han contado tantas tonterías, se han mezclado tanto las cosas, que no se podría creer que, durante tantos años, unos y otros, los participantes y los testigos, nos hayamos deslomado para poner las cosas en su lugar. Pero las personas prefieren la leyenda a la historia, las anécdotas a los hechos” (2). 

Ciertamente, tanto Breton como Aragon y otros de sus compañeros de ruta se destacaron por su gusto excepcional por el desvanecimiento de las fronteras entre la auto historia y la auto mistificación. No obstante, vale la pena retener aquí la versión de Aragon según la cual, a los futuros surrealistas se les llamó primero dadaístas (ibidem, pp. 43-44). Este detalle no debe pasar desapercibido, sobre todo si luego se constata que el mismo Tristan Tzara terminaría colaborando, una década después de su ruptura con el grupo surrealista, en la revista titulada El surrealismo al servicio de la revolución (de julio de 1930 a mayo de 1933)

De hecho, la influencia del espíritu iconoclasta dadaísta sobre el surrealismo fue notoria durante todo el período que va desde la ruptura con Tzara (1921) hasta 1925, año en que termina de definirse la toma de conciencia política de los integrantes del movimiento. En un artículo reciente, Manuel Puertas Fuertes llega incluso a sugerir numerosas diferencias de intensidad entre el dadaísmo y el surrealismo rayanas en el reduccionismo (3), lo cual no impide constatar que el dadaísmo fue objeto de una intensa operación de borrado o ninguneo a partir del enorme triunfo mediático que logró conquistar el surrealismo hasta que la falta de tacto de Breton ante el hecho consumado de la invasión de su país por el ejército nazi y su decisión de exiliarse en lugar de sumarse a la resistencia, como lo hizo Aragon, precipitó su declive final.

Desde sus inicios, el surrealismo se concibió a sí mismo ante todo como una búsqueda de un nuevo lenguaje. Esa búsqueda se nutriría con todo lo que la historia de la cultura universal había producido hasta esa época, si se exceptúa aquello que hoy se entiende como ciencia. En ese sentido, tal vez convendría señalar el inconveniente de ciertas evaluaciones superficiales del movimiento que hoy circulan libremente, como aquella según la cual: “el surrealismo intentaba ser un movimiento moral más que artístico” (4). 

Ciertamente, bastaría con detenerse a observar de cerca los sucesivos (y mutantes) posicionamientos discursivos del movimiento en los campos social, cultural y político, para percatarse de la profunda preocupación que manifestaron los integrantes del movimiento respecto a los principales acontecimientos de la vida social, cultural y política de las sociedades europeas de su época. No obstante, el fundamento ético de aquella preocupación estaba muy lejos de constituir una “moral”, entendida como un “conjunto de normas que regulan la conducta individual y social de las personas”. Antes al contrario: las pruebas de “aptitud” más pertinaces, permanentes y constantes de todas a las que se sometían tanto los miembros como los aspirantes a pertenecer al movimiento eran precisamente aquellas destinadas a confirmar o invalidar su capacidad de ser refractarios ante todas las formas repertoriadas de la moral. 

Como ya se ha dicho, antes de estallar la Primera Guerra Mundial, Breton y Aragon eran estudiantes de medicina y ambos ocuparon puestos de enfermería y otorgaron primeros auxilios a las víctimas de los bombardeos alemanes con gas mostaza. Luego de escuchar los delirios de centenares de aquellas víctimas de la guerra, ambos coligieron que la psiquis humana debía estar naturalmente dotada de la facultad de “desconectarse” de la razón, y por tanto, debía haber alguna manera de dominar esa facultad. 

Como Breton estaba familiarizado con los trabajos del psicólogo precientífico francés Pierre Janet, principalmente con aquellos que se resumían en la obra que este último publicó en 1889 bajo el título L’automatisme psychologique. Essai de psychologie expérimentale sur les formes inférieures de l’activité humaine, dio curso a sus experimentaciones con la intención de emular los discursos delirantes de los sobrevivientes de la guerra. Fue, pues, en el marco de aquellas experimentaciones como surgieron los primeros textos “automáticos” de los surrealistas, principalmente Les Champs magnétiques (escrito originalmente en 1919 y publicado en 1920). 

Ha de notarse, sin embargo, que es el mismo Breton quien procura afiliar su movimiento con las ideas de Freud acerca del inconsciente (“Estando, por entonces, totalmente absorbido por Freud, con cuyos métodos de examen –que tuve ocasión de practicar sobre algunos enfermos durante la guerra …”, declara en el Manifiesto de 1924. Esta nueva contradicción fue posteriormente desmentida por Philippe Soupault. Ya antes en ese mismo texto, Breton había declarado su simpatía por las ideas de Freud acerca del sueño, sólo que la manera en que tanto él como sus seguidores habían entendido aplicar la “técnica del sueño” a la producción artístico-literaria no tenía nada que ver con el psicoanálisis freudiano y sí tenían mucho en común con la tradición mediúmnica que habían expuesto en el siglo XIX espiritistas como el francés Allan Kardec (1804-1869) y otros.

Aparte de esto, conviene tener en cuenta que, tanto por la fecha en que fue compuesto como por la forma en que fue escrito, nada impediría considerar el texto de Les Champs magnétiques, cuya confección compartieron Breton y Phillippe Soupault, como un texto dadaísta. Nada excepto, nuevamente, un prurito hasta cierto punto inducido por el juicio del propio Breton, quien llama a ese libro, en el Manifiesto del surrealismo, la “primera obra puramente surrealista”. Sus razones habrá tenido…

En cuanto al texto que hoy conocemos como el Manifiesto del surrealismo (1924), ya se ha dicho que Breton lo escribió para que funcionara como el prefacio de su libro de poemas titulado Poisson soluble (1924). Dichos poemas debían funcionar como “ejemplos” de escritura surrealista, ahora sí,puesto que ya en 1921 se había producido la ruptura con Tzara y era necesario aportar las pruebas de que dicha ruptura había sido algo más que un simple “ritual” propio de las vanguardias. 

Sin embargo, por un lado, los poemas de Poisson soluble muestran un automatismo muy parecido al de los Champs magnétiques, y por el otro lado, una lectura cruzada de este primer manifiesto junto con algunos de los manifiestos dadaístas firmados por Hugo Ball o Tristan Tzara, permitiría constatar numerosas recurrencias tanto expresivas como de tonalidad o intención. Nuevamente, pues, el surrealismo ha quedado atrapado en su propia red de contradicciones.

No obstante, estos vínculos implícitos con el dadaísmo están lejos de ser la única contradicción observable en el texto del Manifiesto de 1924. En efecto, por un lado, las referencias a la magia (cf. los hilarantes “secretos del arte mágico surrealista”, y por el otro, el famoso “automatismo psíquico puro” que vendría a ser el surrealismo según la definición que Breton aporta en el Manifiesto de 1924: (“SURREALISMO. s.m. Automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar tanto verbalmente como por escrito o de cualquier otro modo el funcionamiento real del pensamiento. Dictado del pensamiento, con exclusión de todo control ejercido por la razón y al margen de cualquier preocupación estética o moral”) (5), colocaban a los lectores de aquella época de entre-guerras en la vía de conectarse con el imaginario heredado del ya mencionado desfile de ocultistas, espiritistas y otras manifestaciones de la crisis finisecular. 

Por el otro lado, las referencias a las visiones del opio y a la emergencia de ese “vicio nuevo” que vendría a ser el surrealismo conectaban a dichos lectores con el trasfondo social de una época que había aprendido a llamar neurosis a ese “mal del siglo” al que Freud se había propuesto exorcizar. Dicho mal era el producto directo de los intensos conflictos (choque de culturas, ruptura y disolución de la familia nuclear tradicional y numerosos casos de crisis identitarias) producto de los incesantes desplazamientos de obreros de un confín a otro de Europa. Las causas de dichos desplazamientos eran conocidas: la urgente necesidad de mano de obra producto del incremento de la producción y el aumento de la tasa de mortandad debido a las guerras sucesivas. Las consecuencias, en cambio, serían desastrosas: entre 1916 y 1939, una sinistrosis contagiosa cundió de un Estado europeo a otro. La crisis económica obligó a las poblaciones a encontrar chivos expiatorios a quienes cargarles el fardo de la culpa.

Es este el estado de ánimo que predomina en Breton a la hora de redactar el texto del Segundo manifiesto del surrealismo. Publicado en el número 12 de la revista La Révolution Surréaliste (diciembre de 1929) este segundo manifiesto del surrealismo se abre sobre el posicionamiento de Breton y sus acólitos ante aquello que Breton llama el “próximo e ineluctable retorno de la catástrofe mundial”. Sin embargo, para atenernos al tema central de nuestro artículo, digamos que las contradicciones que afectan a este texto pertenecen a otro orden, son mucho más complejas y apuntan directamente a resaltar la ambivalencia (¿la prudencia?) de Breton en su intento de acercarse al Partido Comunista Francés.

Entre las que saltan a la vista apenas se lee ese documento, la más flagrante es la que se establece entre, por una parte, un misticismo sin ambages y un culto por aquello a lo que Anne Balakian llamaba la “tradición hermética” (6), que incluye varias referencias al Tercer y Cuarto Libro de la Magia, y por otra parte, la intención central de ese texto, que es la de marcar la nueva ruta que seguirá el movimiento, el cual, a partir de 1925, realizaba denodados esfuerzos por convencer a los intelectuales del Partido Comunista Francés de su intención de asociarse a ellos en la lucha por alcanzar la “revolución”. Ese nuevo manifiesto estuvo escoltado por la aparición de una nueva revista para el movimiento. La anterior, que había circulado entre 1924 y 1929 bajo el título de La Revolution surréaliste, había cedido el paso a otra que ahora se manifestaba “humildemente” como Le Surréalisme au Service de la Révolution. 

Portada Antología de la Poesía Surrealista Latinoamericana Stefan Baciu, primera edición 1974

Sin embargo, hacía falta mucho más que este cambio estratégico de posicionamiento para convencer a los intelectuales de la revista Clarté de que aquel grupo de pequeños burgueses urbanos y con una bien ganada reputación de pervertidos que integraban el movimiento surrealista eran sinceros (7). El estudioso italiano Pietro Ferrua (8) nos recuerda que: “[…] en 1947 Breton acababa de regresar de América, de donde había traído el manuscrito Arcano 17 en el que expresa todo su pesar por haber seguido, cuando era todavía joven, la vía marxista, en lugar de tomar aquella mucho más pura del anarquismo. Más que de un viraje repentino (la falencia del bolchevismo en tanto que fuerza revolucionaria tiene una cierta importancia), se trata de una lenta maduración que atraviesa innumerables avatares” (Ferrua, P., p. 13). 

Esta “lenta maduración” no estará exenta de contradicciones. En ese sentido, conviene constatar la aparente dislocación del interés contestatario de Breton en aquel pasaje del Manifiesto de 1924 referido a sus intereses iniciales en la época inmediatamente anterior al surgimiento de Dada: “[…] yo sospechaba haber errado el camino desde el punto de vista poético; pero salvaba lo que podía, desafiando al lirismo a fuerza de definiciones y recetas (no debía tardar en producirse el fenómeno Dada) y haciendo como que buscaba una aplicación de la poesía en la publicidad (yo afirmaba que el mundo no acabaría con un buen libro, sino con un hermoso anuncio para el cielo o el infierno)” (BRETON, A, 2001, p. 38).

Apenas cinco años después, no obstante, a la hora de redactar el Segundo manifiesto del surrealismo, la actitud de Breton será otra sumamente distinta. En 1929, en efecto, Breton ya buscaba de un modo decidido un acercamiento entre el surrealismo y el PCF. No obstante, ya sea a causa de una crónica falta de visión política o debido a una incomprensión garrafal de las diferencias entre los propósitos de los comunistas y los de los anarquistas, dio muestras de confundir los fines y los medios de lucha, lo cual no podía sino alimentar la desconfianza que sentían varios miembros del PCF respecto al surrealismo. Un ejemplo bastante gráfico de esa incomprensión es el siguiente pasaje del Segundo manifiesto:

[…] se concibe que el surrealismo no tema hacer un dogma de la rebelión absoluta, de la insumisión total, del sabotaje sistematizado, y que no espere ya nada que no provenga de la violencia. El acto surrealista más simple consiste en salir a la calle empuñando revólveres y tirar sobre la multitud al azar cuantas veces sea posible. Quien no ha tenido, siquiera una vez, deseos de acabar de ese modo con el pequeño sistema de envilecimiento y cretinización en vigor tiene su lugar señalado en esa multitud, con su vientre a la altura del tiro […] La legitimidad de tal acto no es –en mi criterio– en absoluto incompatible con la creencia en ese resplandor que el surrealismo intenta descubrir en el fondo de nosotros. Sólo he querido dar entrada aquí a la desesperación humana, fuera de la cual no hay nada capaz de justificar esta creencia (BRETON, A., 2001, pp. 85-86).

Una cosa debe quedar clara, no obstante: el interés de Breton y sus compañeros por los temas de poética, de filosofía o incluso de política nunca fue de tipo puramente “especulativo”. Ya en el Manifiesto de 1924, resultaba ostensible su interés por producir un impacto sobre lo social. Fue así como lo recordó en una conferencia que pronunció el 1 de junio de 1934 en la Maison de Huit Heures, en Brujas (Bélgica):

Digo que, surgido hace quince años de un hallazgo que sólo parecía interesar al lenguaje poético, el surrealismo, siguiendo su curso, se ha difundido tumultuosamente no sólo en el arte sino en la vida; que ha provocado nuevos estados de conciencia y ha derribado unos muros detrás de los cuales ver parecía inmensamente imposible; que ha modificado la sensibilidad –y esto se le otorga cada vez más–; que hizo dar un paso decisivo hacia la unificación de la personalidad, de esa personalidad que había encontrado en el proceso de una disociación cada vez más profunda (9).

Por diversas razones, la fidelidad de Breton a las ideas anti sistémicas es tal vez uno de los aspectos peor comprendidos de su personalidad. Lo cierto es que se aferraba con tal firmeza a sus convicciones, equivocadas o no, que raras veces vaciló en expulsar de las filas del movimiento a quienes consideraba que habían dejado de responder a su criterio. Para muchos, esto se debió a que padecía de un autoritarismo patológico. Visto a la distancia, sin embargo, parece claro que lo que a Breton le interesaba era sobre todo la preservación del sentido original de la empresa surrealista, incluso si, en el camino, ese sentido pareciera perder su ruta como ocurrió durante los diez años (de 1925 a 1935) que duró su coqueteo con la idea de fusionar su movimiento al Partido Comunista Francés. 

De ese modo, a la serie de contradicciones que constelaban el texto del Manifiesto de 1924 se les agregaron las que perlaban el discurso de Breton en el Segundo manifiesto. La crisis que se derivó de la insostenibilidad de este intento de Breton de afiliarse con el PCF estuvo a punto de aniquilar el movimiento. Es probable, sin embargo, que la más grave de todas esas contradicciones haya sido la firmeza con que Breton se esforzó en posicionarse “entre el espiritismo y el totalitarismo”, para decirlo en palabras de Jean Clair (10). 

En la base de esa firmeza se encontraba sin duda la lectura que el mismo Breton hizo de la Fenomenología del espíritu, de Hegel, y del materialismo histórico de Marx. Así se explica que el texto del Segundo manifiesto expresara con una claridad meridiana su fe en que era posible alcanzar el fin de todas las contradicciones: “Todo nos induce a creer que existe un punto del espíritu donde la vida y la muerte, lo real y lo imaginario, lo pasado y lo futuro, lo comunicable y lo incomunicable, lo alto y lo bajo, dejan de ser percibidos como contradictorios” (11).

Sin obviar el hecho de que la expresión “punto del espíritu” (point de l’esprit, en francés) sólo podía remitir a la famosa “punta suprema del espíritu” (pointe suprême de l’esprit), noción clave del pensamiento del santo francés San Francisco de Sales, el simple hecho de que Breton la haya empleado en el momento en que se esforzaba afanosamente por pactar un acuerdo con los intelectuales del PCF agrupados en torno a la revista Clarté constituye un revelador de la idea que el Papa del surrealismo se había hecho de la dialéctica. 

Santo Domingo, agosto de 2024

NOTAS 

  1. En mi libro Para leer Nadja, de André Breton, estudio más de cerca este rasgo de la personalidad de Breton (GARCÍA CARTAGENA, Manuel. Para leer Nadja, de André Breton. Santo Domingo, Ediciones Bangó, 2018).
  2. ARAGON, Louis y ARBAN, Dominique. Aragon parle avec Dominique Arban. París. Seghers, 1968, p. 43. Versión libre al español de M.G.C.
  3. PUERTAS FUERTES, Manuel. “Tristan Tzara, Dadá y Surrealismo: la realidad frente a la historia oficial”. En Aullido (página web, febrero 2024). Disponible en: https://aullidolit.com/tzara-breton-realidad-frente-historia-oficial/ (acceso de agosto de 2024).
  4. GULLÓN, Ricardo. “Balance del surrealismo”. Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2006. URL = {https://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmc000g3}. Acceso de Agosto de 2024.
  5. BRETON, André. Manifiesto del surrealismo. Versión al español de PELLEGRINI, Aldo. Editorial Argonauta, Buenos Aires, 2001, p. 44.
  6. BALAKIAN, Anna. “André Breton et l’hermétisme : Des ‘Champs magnétiques’ à ‘La Clé des champs’. In: Cahiers de l’Association internationale des études francaises, 1963, n°15. pp. 127-139. Versión libre al español de M.G.C.
  7. He dedicado el primer capítulo de mi libro Para leer ¿Estáis locos?, de René Crevel a narrar con detalles la serie de desencuentros por los que atravesó el surrealismo en el curso de los diez años (de 1925 a 1935) que duró este “coqueteo” con el Partido Comunista Francés(GARCÍA CARTAGENA, Manuel. Para leer ¿Estáis locos?, de René Crevel. GCManuel, Editor, Santo Domingo, 2023).
  8. Ferrua, Pietro: Surrealismo y anarquismo. La colaboración de los surrealistas en Le Libertaire, periódico de la Federación Anarquista de Francia. Selección, presentación y notas de COELHO, Plínio Augusto. Buenos Aires: Libros de Anarres, 2005, p. 13.
  9. «Je dis que, jailli il y a quinze ans d’une trouvaille paraissant ne devoir intéresser que le langage poétique, le surréalisme poursuivant son cours s’est répandu tumultueusement non seulement dans l’art mais dans la vie, qu’il a provoqué des états de conscience nouveaux, renversé des murs derrière lesquels il passait pour immémorialement impossible de voir, qu’il a —et cela on le lui accorde de plus en plus— modifié la sensibilité, qu’il a fait faire un pas décisif a I’ unification de la personnalité, de cette personnalité qu’il avait trouvée en voie de plus en plus profonde dissociation» (BRETON, André: Qu’est-ce que le surréalisme. Le temps qu’il fait, Cognac, 1986, pp. 26-27). Versión libre en español de M.G.C.
  10. CLAIR, Jean. “Le surréalisme entre spiritisme et totalitarisme. Contribution à une histoire de l’insensé”. En: Mil neuf cent. Revue d’histoire intellectuelle, 2003/1 (n° 21), páginas 77-109 Éditions Société d’études soréliennes. Disponible en: https://www.cairn.info/revue-mil-neuf-cent-2003-1-page-77.htm (acceso de agosto de 2024).
  11. Segundo manifiesto del surrealismo, p. 84.

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Manuel García Cartagena (Santo Domingo, 1961). Novelista, poeta, editor, traductor y ensayista. Doctorado en Letras Francesas de la Universidad François Rabelais de Tours, Francia, con la tesis “Las apuestas del Yo en las novelas de los surrealistas”. Premio Siboney de Poesía y de Novela.

En portada: Antología de la Poesía Surrealista de Lengua Francesa, recopilación del poeta argentino Aldo Pellegrini, primera edición en 1961.