Un rayano, desde luego. Se sentía bien solamente cruzando fronteras, negando límites, sembrando dudas, multiplicando versiones, regresando de la nada, de épocas e historias que los demás apenas lograban imaginar. Canturreaba un bolero y escuchaba –o inventaba– todas las voces, una por una. Villa Francisca era cualquier barrio del mundo, en un fragmento de cerámica vibraba la sonrisa de antiguas princesas, la suerte de enconadas luchas políticas se jugaba en un merengue. No había ninguna forma de poner orden en su biblioteca, que gozaba de vida propia y a veces se tragaba manuscritos, discos y mapas. Desde mi primer encuentro con él, a finales del siglo pasado, tuve claro que don Marcio era el estupendo resumen de un pueblo entero, y siempre noté ese mismo respeto y admiración cuando compartíamos con intelectuales extranjeros.
Quiero sin embargo, subrayar aquí su intensa relación con Italia. Don Marcio era bisnieto de Bartolomeo Maggiolo Pellerano que combatió en los levantamientos de 1844 con los independentistas, aportando sus barcos a la armada dominicana. Era nieto de Manuel Américo Maggiolo Ravelo que se casó con una hermana del General José María Cabral y tuvo como hija Mercedes Rosa Maggiolo, madre del escritor. En cambio, su padre, Francisco Veloz Molina, era descendiente de canarios. Marcio Veloz Maggiolo hablaba italiano y fue dos veces embajador en Italia. Yo estaba con él cuando en 2001 lo recibieron en los archivos del Ayuntamiento de Génova enseñándole documentos sobre su familia desde la Edad Media. Creo que su gran afecto hacia Italia tenía sobre todo una razón cultural: don Marcio encarnaba el ideal del hombre renacentista. Era versátil en mil artes y ciencias, en mil conocimientos cotidianos y refinados. Además de escritor y arqueólogo, era pintor, antropólogo, melómano, historiador, político, filósofo, pedagogo y folclorista. Aunque era un gran especialista en muchos campos, su curiosidad lo llevaba siempre fuera, siempre a otra parte, estaba siempre en ebullición, siempre en el umbral de un nuevo territorio del saber, dispuesto y receptivo. Un hombre caribeño y universal. Un hombre manglar y navío.
La temporada que pasó en Italia en 1983-85 fue muy fértil en poesía. Casi todo los poemas recogidos en Apearse de la máscara, de 1986, están fechados en Roma. En uno titulado “Casi haiku” escribe: Siéntate y deja libre la muerte en la que crees. La verás alejarse con tu sombra en las manos. Podrás ver en su lista los nombres que has usado. Don Marcio usó muchos nombres, los de todos sus personajes, los de todas las memorias posibles, que manejaba como nadie. En un texto suyo muy reciente, de 2020, Palimpsesto, nos dice que se escribe siempre borrando parte de lo que ya estaba escrito y dejando filtrar un poco de lo leído y lo aprendido, que genera visiones paralelas y simultáneas, reinterpretaciones e incertidumbres. El autor se diluye en su personaje, de nombre Martirio, y ensancha la mirada hasta alcanzar una dimensión cósmica. Martirio percibe la infinita transmutación del todo, así que no desaparecerá cuando su trayectoria de personaje acabe, sino que tomará otro nombre. Vivirá entre el polvo de las estrellas y el de las bibliotecas, de polizón entre infinitas historias e infinitas memorias. La muerte no es más que otra capa del palimpsesto, otro matiz de la vida, otro memorable olvido.
En las últimas charlas que tuve con él, antes de la pandemia, a pesar de sus achaques, decía que le rondaban por la cabeza varias novelas, pero su proceso creativo era tan lento y minucioso que no sabía si alguna vez las terminaría. Amó muchísimo la vida con todas sus pasiones, como testimonia hasta su atención cariñosa hacia animales y vegetales, con los cuales tenía su manera de conversar. Amó el pasado más inalcanzable, la fantasía más concreta, las amistades más diversas y los libros más raros.
En el magnífico esfuerzo de su colosal obra narrativa, Marcio Veloz Maggiolo se revela un escritor generoso, ilustrado, rebelde y valiente, que ha cambiado la escritura dominicana y ha sabido ser él solo casi toda una literatura. Por supuesto, se merecía el Premio Cervantes y tantos otros. Muy pocos autores en la literatura mundial han sido capaces de llegar tan lejos, tan profundo y con un talento tan excepcional. Ahora debemos pensar que está ahí donde estén las palabras y las gotas de lluvia. Lo que sí podemos hacer es difundir con renovado entusiasmo su creación y su enseñanza, y también su ejemplo de honradez y energía intelectual.
Y si la narrativa es la parte sobresaliente de su enorme legado cultural –aunque con zonas menos conocidas como, por ejemplo, su extraordinaria cuentística infantojuvenil– existen muchos otros ámbitos en los que fue maestro, señalo sobre todo la dimensión del ensayo breve, o artículo de periodísmo cultural, muy buscada por los lectores finos y muy apta también para los estudiantes. Los dominicanos de hoy y de mañana merecen conocer a este gran dominicano.
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En portada: Danilo Manera y Marcio Veloz Maggiolo – Génova 2001.
Danilo Manera es profesor de literatura española en la Universidad de Milán, traductor de varios idiomas, ensayista y crítico literario.