Cuando me ofrecen hablar de este tema suelo no desaprovechar la oportunidad, pero se me ha vuelto complicado hacerlo y tengo que empezar revisando qué cosas he dicho en el pasado, porque el paso del tiempo es lo único seguro y encuentro en mis archivos artículos y opiniones con fechas de diez años atrás o más donde hablo de este fenómeno de escribir en español en Estados Unidos.
A estas alturas, cuando leo lo que he escrito en inglés me pregunto si lo que trato de mostrar como postura política o bandera cultural no es más que falta de opciones. Escribo en español, debo decirlo, no tanto por el español sino porque escribo y en algún idioma hay que hacerlo, preferible que sea en el que conozco y domino un poco mejor. Por eso, ahora suelo reflexionar con más frecuencia no sobre la importancia de escribir sino sobre la de publicar en español en Estados Unidos.
Yellow Tango
Los Mets del 62 resultaron uno de los equipos más desastrosos de la historia del béisbol de Grandes Ligas, y como en todo desastre hubo muchos problemas de comunicación. En un elevado al terreno corto del jardín central, el jardinero central, el campocorto y el segunda base corren a intentar hacerse con la pelota. Para no chocar entre ellos, alguno debe pedirla y los otros desistir de atraparla; pero en los Mets del 62 eso resultó más complicado, el jardinero Richie Ashburn buscaba la pelota gritando “I got it” mientras el campocorto venezolano, Elio Chacón, lo hacía diciendo “Yo la tengo, yo la tengo”, algo había que hacer para evitar colisiones o peor, que pelotas fáciles de atrapar se convirtieran en hits cuando nadie entendiera que el otro no la tenía. Ashburn y Chacón se pusieron de acuerdo y desde ese momento “Yo la tengo” se convirtió en el código a utilizar, dando posterior origen al nombre de una de las bandas más influyentes de la escena musical underground estadounidense, Yo la Tengo. Pero se trataba de los desastrosos Mets, y en un elevado al terreno corto del jardín izquierdo, Ashburn gritaba “Yo la tengo” cuando el jardinero izquierdo Frank Thomas (no el Frank Thomas salón de la fama) se lo llevó por delante y nadie pudo atrapar la pelota. Confundido y seguramente bastante adolorido, Ashburn le preguntó a Thomas por qué había continuado si él la tenía, a lo que Thomas respondió que él no entendía por qué Ashburn gritaba “Yellow Tango, Yellow Tango”.
Por equilibrio cósmico, todavía espero la aparición de la banda venezolana de rock o de música fusión llamada Yellow Tango, pero mientras eso no sucede para mí el yellow tango lo bailan las editoriales que publican en español en Estados Unidos.
Cada vez más autores, más editoriales, más organizaciones, más eventos y ferias en español, como queda en evidencia con el trabajo de Naida Saavedra y su sitio web NewLatinoBoom, tienen vida activa y se van labrando espacios en Estados Unidos. La edición digital, la impresión por demanda, las redes sociales y el comercio global localizado han influido para que fenómenos que antes eran aislados hoy conversen entre sí con mayor facilidad y fluidez, apoyándose, fortaleciéndose y amplificándose.
Pero la escena literaria del país no deja de ser desmesurada en número de títulos y de ejemplares, en tamaño geográfico y per cápita del mercado y es una escena que habla en otro idioma. La pregunta que me hago es si la literatura en español se ha incorporado de pleno derecho a la escena literaria estadounidense o se mantiene en paralelo a ella, a veces mirándose, otras, dándose las espaldas.
Geopolítica del idioma
La escena literaria en español en Estados Unidos es en mayoría migrante, y eso suele significar identidades y referentes definidos en otro lugar. Es cierto, la construcción de referentes e identidades es permanente, pero mientras se llega a una nueva identidad común son muchos los equívocos y rupturas que se producen.
La más profunda, la que suele haber entre la literatura en español y la literatura latina en Estados Unidos, una ruptura que muchas veces comienza desde la propia convocatoria. El nombre que se la da a lo latino, el idioma en que se expresa, quién puede representarlo y quién no, cada uno de los puntos de las bases es potencial fuente de conflicto.
Así como lo es –y tratándose de una literatura, insisto, mayoritariamente migrante no podía ser de otra manera– la pertenencia. La obra es una combinación entre lo que se escribe y lo que se lee y la tensión entre estar acá y ser de allá es constante en las lecturas que se hacen de autores y autoras que publican en Estados Unidos. Las lecturas de esas obras son distintas en Iowa, Nueva York, San Juan o Buenos Aires; es así con cualquier lectura, sí, pero la bandera que se enarbola obliga a tomar en cuenta esas diferencias.
El significado de escribir en español en Estados Unidos está en todo lo que escribo, aunque no lo haya puesto en palabras y no tenga la más mínima idea sobre cómo esas palabras que no puse serán interpretadas en Caracas, en Miami o en Chicago.
En un evento sobre literatura venezolana reciente, hablé de la común confusión a oídos angloescuchas entre Venezuela y Minnesota, un aspecto del ser venezolano que se había construido por completo ajeno a vivir en Venezuela, vivencia colectiva que además ya había pasado a la literatura, literatura venezolana en el exterior, sí, pero también literatura estadounidense en español, y así con tantas otras nacionalidades, cada una reivindica o ignora, con mayor o menor fuerza, la pertenencia de autores que, a su vez, bien pueden sentirse en casa o en el lugar equivocado.
Geografía literaria
Ya no vivo en el medio oeste, pero mi cuento La inesperada muerte de Mickey Mouse atestigua mi presencia en esos lares gracias a su inclusión en Trasfondos: Antología de narrativa en español del medio oeste norteamericano. Ahora que vivo en Miami y dado que el cuento está ambientado en el Magic Kingdom de Orlando, me pregunto si debería intentar publicarlo en una antología que me reivindique como escritor del sur estadounidense. Pero la decisión no es tan sencilla, mi próxima novela es una novela cien por ciento chicaguense, de no haber vivido en Chicago no habría podido escribir nada de lo que hay en ella; todavía no he escrito algo que me permita decir lo mismo de Miami. Al final, soy y no soy de aquí, soy y no soy de allá y estoy y no estoy simplemente de paso.
La literatura es identificación, leemos a los rusos, a los japoneses, al siglo de oro español, al boom latinoamericano, al nuevo gótico femenino latinoamericano, a los latinoestadounidenses, pero la identidad es una y múltiple y cuando escribo me pregunto quién soy, quizás escribo porque no lo sé.
Con cierto morbo suelo pasearme por las antologías de autores que escriben en español en Estados Unidos y me detengo en quienes ya no están; la migración es desplazamiento, pero también búsqueda y la primera mudanza es la que más duele, ¿seré yo el próximo que deje de ser parte del movimiento tras estamparle un sello a mi pasaporte?
Los movimientos se construyen así, en colectivo, de vivencias y aspiraciones comunes, de conflictos y tensiones, de amalgamas y rupturas, hasta que adquieren escalas que superan y trascienden a cada uno de sus miembros.
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Luis Alejandro Ordóñez (Venezuela). Desde que llegó a los Estados Unidos en 2008, ha trabajado como editor, redactor de medios, corrector de estilo, traductor, profesor de español y librero. En la actualidad, vive en Miami y participa como mentor en el programa de Writers Mentorship de Latinx in Publishing.