La cultura está en movimiento. Los patrones culturales cambian. Los tiempos y las generaciones se inquietan y producen formas nuevas y distintas, rechazando las anteriores, de socializar la alegría, la fe, la patria, los colores y sabores de la dominicanidad.
Plenamar ha querido en este número reflexionar sobre los cambios en la cultura. Cambios que han sido acelerados de múltiples maneras por la pandemia que hemos padecido desde 2020 y que aún a finales de 2021 sigue dando señales preocupantes, que vuelven a impulsar el confinamiento. Durante la pandemia de Covid-19 el aislamiento y el discurso cultural individual (colectivo sólo por vía de las redes sociales), se potenciaron. Y hemos visto a una sociedad sorprendida con las nuevas expresiones de la cultura, la música y los cambios en la estructura gubernamental para gestionar la cultura.
Tres textos sobre la cultura y sus desafíos, escritos por Fernando Cabrera, Roldán Mármol y Mateo Morrison, nos ofrecen una visión sobre la institucionalidad cultural y un camino para que desde el Estado haya una visión integral, más eficiente y más descentralizada, pero al mismo tiempo más rica en la experiencia de administrar la cultura. Y, adicionalmente, hemos incluido dos textos de alto valor sobre la música y la variante urbana que ha adquirido dimensiones superiores en los últimos meses, con fenómenos como el de Tokischa, el cual es abordado por Carlos Castro, sociólogo, y por Ana T. Olivo Durán, filósofa.
Roldán Mármol contextualiza el tema de las políticas culturales y observa las variantes que se manejan en el país desde la dictadura de Trujillo hasta nuestros días. Sobre los desafíos actuales de la cultura, y del Ministerio que la gestiona, propone un cuadro detallado de sugerencias o líneas de trabajo que ojalá pudiera ser considerado, para bien del país. Su análisis se puede resumir con estas palabras del propio autor: “En este momento, el país requiere de un plan estratégico nacional, debatido y consensuado entre todos los actores implicados, orientado hacia la democratización y descentralización de la cultura desde el Estado”. El resto de sus ideas puede ser visto con detalle en el artículo.
Mateo Morrison reflexiona sobre la política cultural, la identidad y el mercado, con una visión amplificadora: otros sectores tienen que ser incorporados a la labor cultural, como la educación, el turismo y la municipalidad, por las derivaciones desarrollistas que esa unidad conlleva. “Debemos retomar –indica–experiencias anteriores para lograr la inclusión a la cultura de los más variados sectores. Esto tiene que ser parte de la política cultural para un nuevo milenio”. Y esta es la idea esencial –acompañada de otras valiosísimas consideraciones– en el planteamiento de Mateo Morrison: independientemente de que se reconozca que la cultura no es una panacea, sí que puede fungir como instrumento para repensar todas las políticas públicas.
Fernando Cabrera, por otra parte, considera imprescindible la existencia del Ministerio de Cultura, pero lo propone descentralizado, dirigido a las ciudades y municipios donde se gesta la cultura popular. Entiende que el mayor reto de las autoridades y de la estructura administrativa es mover las políticas públicas culturales a potenciar y apoyar la gestión en los pueblos de los creadores y activos populares. “En tanto cultura es lo que la gente hace, otro reto importante para el Ministerio de Cultura es normalizar la gestión de sus recursos humanos, alimentando la productividad y el sentido de pertenencia del personal mediante el desarrollo del criterio de carrera administrativa. Es impostergable erradicar la práctica de designar incumbentes directivos, administrativos e incluso operativos, como premio al apoyo de campañas políticas”. Esta es otra de las recomendaciones del autor.
Carlos Castro reflexiona con agudeza sobre el fenómeno Tokischa y la llamada música urbana, analiza su procedencia social y el contexto en que ella misma ha confesado en que se desarrolló, con una expresión deliberada de sinceridad y desapego que rompe esquemas tradicionales. Dice que Tokischa tiene swing de muñeca japonesa y que “su imagen artística se asemeja a una metáfora fugaz del mundo imaginario de Tim Burton, con algunas pinceladas de Marilyn Manson”. Para concluir que siglos van y siglos vienen, “y sexo, drogas y religión no logran encontrar un pacto moderado, ¿por qué será?”.
Finalmente, para Ana T. Olivo Durán el género urbano es, y será, toda expresión desde la marginalidad urbana, “rechazada por quienes deciden marcar los límites morales de la sociedad en general”. Observa que Tokischa es “una joven mujer negra, pobre, segura de su sexualidad hasta el punto de aprovecharse de la cosificación inevitable que sufre por ser fémina en el patriarcado. Pero, sobre todo, es ese último asunto el que irrita y destroza al conservadurismo”.
Les invitamos a disfrutar de este Dossier sobre cultura en la modernidad, con reflexiones agudas y variadas sobre fenómenos culturales que nos cautivan y nos inquietan y que siempre, desde la marginalidad o la creatividad burguesa, son expresiones de la dominicanidad.