Margen de error

(De “Manual para asesinar narcisos”)

De espaldas el amor es ácida ambrosía 

festejando brutalmente la sequedad de tu lengua…

La locura baja a saltitos la escalera del cansancio 

que te desploma sobre el lecho erizado del vacío.

Y el amor, reacio a ti, aprovechando tu estupor

te enreda irremisiblemente en su bacanal de imprevistos.

Por eso apelo a lo inmutable: ¡dolor!

Quiero dolor en los resquicios inhabitados por la angustia 

o ajenos al deseo 

y así evitar que sean poblados por el asco.

Sí, el asco, esa viscosidad parduzca

que deja el amor donde no pasa.

Y si la ausencia (frialdad hermana de tu costado izquierdo)

estampa nuevamente su firma aquí en tu abismo, 

que no te turbe la certeza del pavor que ahora regresa,

ofrece tu cuello dócilmente al candor de su pericia.

Una vez hayas cruzado su insuperable silencio

ella misma, fatalmente, hará estallar el muro…

Desvaríos domésticos V

(De “Diario del desapego”)

 –No hay nadie ahí

Asegura la voz que ha llamado a mi teléfono, a pesar de que he respondido… así que cuelgo para corroborarlo. Sucede que he entrado en casa siendo una extraña frente a mis cosas. No veo que haga falta nadie aquí. Todo está quieto. ¡Bien de bien! 

La cama: concentrada en la suavidad de sus sábanas, las almohadas recostadas cariñosamente unas de otras, los libros murmurando sus historias entre sí y el estante atentamente escuchándoles. En la cocina la estufa duerme en espiral, las cacerolas, boca abajo, indiferentes. Los electrodomésticos descansan aliviados. ¡Qué silencio de cachivaches tan hostil! Mi ropa continúa su orgía permanente, con la complicidad del armario, el baño tararea ya sus propias canciones, ignorándome. Nada me echa de menos… cada habitación, cada pared se olvidó de mí o quizás nunca me haya pensado, ninguna de mis fotos parece reconocerme. –¡Hey, soy yo, he vuelto! –grito abriendo los brazos y mirando a todos lados. ¡Nada! Ni el más propio, ni el más íntimo de mis objetos se da por aludido. Cierro de nuevo y cuidadosamente, por una hendija de las frías persianas de cristal, lanzo las llaves hacia adentro. Vuelvo sobre mis pasos, no sé adónde, pero hay que respetar: esta casa está perfectamente sin mí.

Posterior

(De “Érase una vez el cuerpo”)

Conque esto es mi cuerpo:

La oscura risa que me nombra de pies a cielo,

la blanca herida que sutura mi esperanza,

el ardor en masa

cosiéndome las sombras sobre el hueco

dejado por mis alas extraviadas.

¿Era mío el cuerno roto en el sendero?

Creo eran mis huellas aquellas,

deambulando a medio asombro por las rutas esquivadas

y yo, tomando los atajos de siempre,

me encuentro perdida.

Mi verdad se muestra sin llamarla

me lanza su impaciencia a la nuca,

y me abandona de nuevo así sin más

con una copia mía, más antigua que yo,

recluida tímidamente, siempre de espaldas, en cada espejo nublado.

¿Esto es todo? ¿Mi cuerpo en reverso?

¿Quién me busca dónde?

¿Cuánto me evado cuándo?

¿Cómo me vuelvo para qué?

¿Qué y por qué este silencio de tumba olvidada cuando me llamo?

Isabel contra el silencio

(De “Esta orilla de la rabia”)

Psssssshhh!!! Lo escuchas, Isabel? Es tu silencio

Cuando tú callas duermen todas las cosas.

Y entonces el mundo es esto:

Isabel y  la tierra soñando,

y el enorme vientre del cielo bajando y subiendo al compás de sus altos ronquidos,

Isabel y el mar sonámbulo trayéndoles sus níveas telas a la arena

Isabel y las piedras durmientes, las flores dormidas, las sapos panza arriba dormidos

en las corrientes dormidas,

los pájaros, el sol

las indomables carreteras, los puentes

todo duerme apenas una duda debajo del manto de tu silencio Isabel.

Isabel y las cosas dormidas… suena hermoso

Pero no!

No!

No calles, Isabel!

Si la tierra se duerme ahora tendrá pesadillas!

No calles, Isabel!

Nombra las cosas con invenciones que salgan de tus labios

Invoca el ruido de todo y haz un tornado que levante del sueño a las calles

No calles!

No! Nunca!

Porque para tejer tu voz, Isabel

hubo que desmadejar la rabia y deshilachar la angustia de muchas Aídas, Simones, Safos, Virginias!

Tan solo para activar el timbre que vibra en tu garganta cuando hablas

fueron degollados los monstruos justicieros de tantas Juanas, Hipatias, Minervas, María Teresas, Patrias y Abigaíles, Isabel!

Qué malicioso te dijo que tenías derecho a callar?

Jamás!

Callar no es un privilegio, Isabel, es un castigo!

Brava, Isabel! Chasquea la lengua y lanza tu sentencia granada contra este espantoso callar.

Declárale la guerra a este silencio maligno que nos doma.

Abre el fuego con una palabra ancha que estalle los tímpanos a la apatía que nos está mermando, barriéndonos como a hormigas.

No calles,

Haz que despierten eternamente las aves, las más oscuras y fuertes,

las más sutiles y tiernas, para acompañar con sus trinos y graznidos

tu voz que retumbe inquietando las malas conciencias de los siglos recientes

tu voz que remueva y derribe los cimientos del odio y la pereza.

Habla, Isabel!

Dí!

Dí lo que quieras, blasfemia o bendición, pero no calles.

Porque tu voz, mantiene la luz en vigilia y si tú callas, Isabel, si no cantas,

si no hablas, si no protestas, si no dices, si no gritas!

Sin remedio, oscureceremos.

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Rossalinna Benjamin nació en 1979. Poeta, gestora cultural y educadora. Premio Joven de Poesía de la Feria Internacional del Libro 2011 y Premio Letras de Ultramar de Poesía 2018.