Soleada la mañana (prisa febril, cuasi mecánica). Despertamos tomados de las manos en los rieles del tiempo (un tempranero verano viaja a las calles colgando del hombro, bisiestamente enroscado en las púas del cuerpo).
El absoluto espectáculo de todas las miserias hurga en lo remoto de las fundas plásticas amontonadas en la acera (alguna cosa horrible parece haberle amputado algo más que las piernas, algo más, otros sustratos imposibles de describir) y yo me odio con un rencor desesperanzado de nubladas enseñas en el reflejo.
Cómo se dice dolor de forma que duela escucharlo. ¿Cómo se pronuncia ese cuerpo atado de la angustia con la boca apalabrada de quien se muere en todas las maneras, en esas mismas del prójimo, con ese escozor del desgarro, el de las penas mayores?
El aire es una larga figura de aspecto amarillento, en cuyos ojos, tiemblan entramados oficios viscerales (alguna cosa soy de sonrisa homicida, alguna cosa andante mordiéndose la lengua).
Sucedo como la herrumbre atisbada en los horrores de Guernica. El alma duerme dando pasos desastrosos (todo es un daño oficiado desde dentro. Todos los entornos presagian golpe seco en la espinilla).
Cambio máscara negra por delantal y enfrento un corte grosero de garganta; la sangre brota y tiene como hocico la esdrújula argamasa de un ladrido (necia la estatura mientras se ensayan las lunas rotas de la vida).
¿Sobre qué roca descansa la mar? Pregunta desde el pórtico algún disparo al ojal de la camisa.
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Jimmy Valdez Osaku. Pintor, escritor, carnicero.