2024 es el año en el que se celebra la publicación del Primer Manifiesto del Surrealismo. Buena oportunidad para recordar muchas cosas, empezando por algo que aún hoy nos aqueja y sobre lo que André Breton llamó la atención en su texto: el orden artificial de las ideas. Lo que quizás en 1924 era sólo el presagio de una peligrosa configuración social, prevista por Breton, acabó convirtiéndose en el siniestro refugio del poder en todas sus ramificaciones. Nos advierte que había un imperativo a seguir, el de volver a las fuentes de la imaginación poética, como defensa imprescindible para evitar el riesgo de una tragedia mayor. El surrealismo entró en todas las cavernas, planteándose incluso pocas reservas respecto de algunas de ellas, especialmente el ámbito político, pero de alguna manera la imaginación poética no floreció lo suficiente como para ir más allá de un simple diagnóstico de la barbarie. Es cierto que la palabra nos llega desde muchos aspectos, y que aún hoy la imagen que tanto impactó a Breton, la de un hombre cortado en dos por la ventana, resuena en los cristales de los más atentos. Gracias a ella, el lenguaje poético y sus incesantes afluentes siguieron resistiendo los estados debilitados de la realidad.

El surrealismo traspasó la línea de demarcación de la geografía y la historia, viajando por los rincones más intrigantes del tiempo y el espacio. Por mucho que Breton no lo esperara en un principio, o incluso lo permitiera, el movimiento se volvió inesperado e incluso ventajoso, superando resistencias estéticas, ideológicas y morales. Estuvo en Australia, en una cultura atomizada por una cierta moderación, donde causó polémica la llegada a escena de Max Harris, quien, en 1941, creó la revista Angry Penguins, de capital importancia para la entrada del país en la modernidad y la consiguiente difusión. del Surrealismo en Oceanía. Antes estuvo en Praga, primero a través de Josef Šima, cuando en 1921 se mudó a París, donde seis años más tarde conoció a algunos surrealistas, especialmente a René Daumal, en un momento en que se alejaban del grupo en torno a André Breton involucrado en una polémica que desembocaría en la creación de Le Grand Jeu, dispuestos a mantener vivo el Surrealismo lo más lejos posible de la sombra del dogma que creían había sido alentado por Breton. Y lo estuvo también en tierras chilenas, a través del surgimiento del grupo Mandrágora, que mantuvo un firme diálogo con los orígenes del movimiento, y defendió la preeminencia del Sueño sobre la realidad y la realidad trascendente del Sueño. Estrictamente hablando, hoy podemos armar un atlas surrealista, rastreando históricamente sus movimientos en todo el planeta, siempre y cuando no nos limitemos al balbuceo de aquellos que se esforzaron por atrapar el movimiento en algún rincón del tiempo estrechamente cerrado.

Al comentar, en el Primer Manifiesto del Surrealismo, su primera impresión al leer los manuscritos de Los vasos comunicantes, esta experiencia de lo que Breton llamó pensamiento hablado, él mismo nos revela una intensa prioridad que el texto sanciona, la de dar paso a todo lo que hay algo admisible, legítimo en el mundo: la divulgación de un cierto número de propiedades y de hechos que no son menos objetivos, en definitiva, que los demás. Las perspectivas de un mundo marcado por los excesos racionalistas llevaron naturalmente a muchos rechazos a lo que presentaban los surrealistas en relación con los sueños, la libertad total en la creación, las experiencias con hipnosis, el amor incondicional etc. En 100 años, el planeta ha enfrentado las crisis más graves, sin perder su obsesión por las guerras, incluso la amenaza de extinción provocada por los daños climáticos. Todo, sin embargo, muy lentamente, aunque los medios de comunicación, con su circo de horrores, han hecho todo lo posible para acelerar el paso. La tecnología también añadió su impecable, a la vez ambigua, dosis de celeridad. El pensamiento, sin embargo, fue frenado, bloqueado, de manera criminal, contrariamente a lo que tanto deseaba Breton, en especial cuando habla de Robert Desnos, encantado, como alguien que lee dentro de sí como en un libro abierto, y no hace nada por retener las hojas que se marchitan con el viento de su vida.

Recuerdo a Paul McCartney contando la génesis de su canción “Yesterday”, escrita en un sueño. Cuando despertó se dirigió al piano, y pronto dudó si esa melodía era realmente suya. Se la mostró a muchos, esperando que alguien la identificara, hasta que se dijo: Entonces es mía, sin ninguna interferencia del pensamiento, pensé que esto no era posible. La escritura automática no es más que creación en su más alto grado de espontaneidad, que tiempos oscuros o marcadamente mecánicos –cuando el alma se deja aprisionar por un dogma, sea religioso, ideológico, estético– impiden su natural fluidez. Como bien recuerda Breton, en otro pasaje de su Manifiesto, el surrealismo poético se ha dedicado hasta ahora a restablecer el diálogo en su verdad absoluta, eximiendo a los dos interlocutores de las obligaciones de cortesía. Era necesario, sin embargo, dar esta salida mágica a toda realidad, para que los hombres aprendieran a liberar su espíritu a la expresión más íntima de una verdad que debería unirnos a todos.

Hasta el día de hoy, el surrealismo todavía se enfrenta al mismo dilema, desafío, obstáculo. El hombre se empeña en no aprender nada de sí mismo, por muchas veces que toque el fondo imaginario de un abismo, de donde, en un impulso, podría emerger a la superficie de otro misterio. Nos resulta difícil ofrecer una simple palabra de aliento, abrir el sello de nuestra mente y dejar flotar en el vacío una imagen: rostros arrastrados por el viento liberan una marea inesperada. Una imagen libre de todo es lo que pedimos al mundo. Que cada uno de nosotros tenga el coraje de penetrar en la aldea lúgubre de nuestro propio corazón. Es un don natural, la forma en que descubrimos la fuente de nuestra presencia en el mundo. No vinimos a la guerra. No vinimos por posesión ni por estados depresivos del alma. Este centenario debería ser una fecha clarificadora y estimulante para un nuevo estado de cosas. Que los propios surrealistas, en muchos casos dispersos por el mundo, algunos incluso absurdamente intrigados entre ellos, comprendan la máxima con la que Breton concluye su Primer Manifiesto: Vivir y dejar de vivir son soluciones imaginarias. La existencia está en otra parte. Y aquí estamos, en ese otro lugar que nos corresponde a nosotros establecer, definir y anunciar al mundo.

Abraxas

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Floriano Martins (Brasil, 1957). Poeta, ensayista, traductor, director de Agulha Revista de Cultura. Autor de dos destacados libros sobre el Surrealismo: Un nuevo continente: Poesía y Surrealismo en América y 120 Noches de Eros: Mujeres surrealistas

En portada: André Breton en Santo Domingo con los poetas de La Poesía Sorprendida, 1941