A Moira y Jochy, por quienes llegué a René

Vernos, nos vimos poco. La nuestra fue una de esas amistades epistolares, de esas que estaban en vías de extinción hasta que, irónicamente, fue el coronavirus quien las reanimó.

El mismo coronavirus, el mismo desgraciado, hijoputa bicho de mierda que ayer se llevó a René Rodríguez Soriano en Houston.

Hace 3 meses habíamos conversado por correo electrónico. En ese momento pasaba yo por la etapa más abúlica del writers block y, sinceramente, comenzaba a preguntar si algún día volvería a escribir.

René no me regañó, sino que me alentó, me echó porras y me ofreció lo que siempre me ofrecía, un espacio en mediaisla, su revista/sitio Web en donde tantos hemos publicado. Como si de arrancarme una muela con pinzas se tratase, escribí un texto, ni siquiera recuerdo sobre qué y se lo mandé y, por supuesto, lo publicó.

¡Bendito René!

Dos semanas después me llegó No les guardo rencor, papá, su última novela. Me pidió que le avisara tan pronto la tuviese en manos y que le diese mi opinión. Fue la última vez que conversamos. Aquí tengo la novela, en la mesita de noche, y se ha vuelto un imperativo.

René fue uno de los primeros participantes en Poesía en Abril, esa locura, ese sueño hecho realidad de cada mes de abril en Chicago, en que a través de contratiempo y DePaul University llevábamos poetas de toda América Latina y España, a leer en nuestro idioma en la Ciudad de los Vientos, que en pleno abril a veces los recibía con cachetadas de viento helado de los Grandes Lagos y ráfagas de nieve. Así nos conocimos en persona.

En 2015 se me ocurrió armar una antología sobre la narrativa breve en español de Estados Unidos. Logré congregar a 25 autores, de muy diversas trayectorias, voces y geografías para presentar un panorama amplio de la literatura escrita en el segundo idioma de los Estados Unidos. Antes de la tormenta que significó la llegada de Trump al poder, ya se hacía urgente algo así.

René fue de los primeros en responder a mi convocatoria. Pocos fueron tan entusiastas defensores y promotores de la lengua española como él. Fue, desde Houston, uno de esos faros que no dejó de alumbrar, hasta el último día.

Eran tan inciertos los encuentros, tan relámpagos, tan luz, se lee muy al principio de Helga, el cuento con el que participó en la antología Diáspora. Narrativa breve en español de Estados Unidos que publicó Vaso Roto en 2017. Y esa frase me hace pensar en esos pocos encuentros y muchos correos con René: relámpagos, luz.

René participaba en miles de proyectos, en incontables publicaciones, en quiénsabecuántos encuentros literarios. Su vida era la literatura: escribirla, promoverla, difundirla, buscarla, amarla, compartirla, invitarla.

Su muerte adquiere otra dimensión por el contexto de la malhadada epidemia que nos ha hecho pararlo todo. Precisamente porque hemos parado es que debemos darnos un tiempo para leer y honrar la obra de quienes, como René, dieron su vida a la palabra.

René, tenías razón: no puedo dejar de escribir. Tú me sacudiste de un marasmo, y yo daré, ya doy, los siguientes pasos desde el encierro forzado por el virus, el virus que no debió de hacerte esto. Eras el capitán de una mediaisla, ahora lo eres de algo inmensamente mayor.

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Gerardo Cárdenas es escritor, periodista y comunicador mexicano.