Un breve relato sobre la historia de los ensambles instrumentales y el quehacer sinfónico en Santo Domingo

Este 5 de agosto de 2021 marcó la fecha de celebración de los 80 años de la fundación de la Orquesta Sinfónica Nacional. Este hito histórico nos ofrece una oportunidad para reflexionar, adentrándonos en los procesos originarios de la OSN y el sinfonismo en la República Dominicana, así como en el proceso evolutivo de los ensambles europeos en la región, y en cómo se fue importando poco a poco el desarrollo instrumental desde Europa hasta terminar con el establecimiento de una cultura sinfónica presente en la creación artística nacional del siglo XX. 

Experiencia Instrumental de las colonias hispanoamericanas  

El conocimiento existente de la música instrumental latinoamericana dista bastante de la de Europa. Es muy poca la documentación de la actividad musical instrumental dentro de la vida social en las colonias hispanas, principalmente de aquellas que no contaban con un estatus jerárquico alto, como los virreinatos o las capitanías generales. Por otro lado, el interés por la investigación de la música pre independentista se puede considerar un hecho reciente. 

Existen dos escenarios claves por los cuales la cultura musical europea penetró dentro de las sociedades americanas. Estas son: las actividades religiosas (litúrgicas y populares) y las actividades militares y cívicas (Claro, 1970). Y aunque la música religiosa tiene un enfoque mayormente vocal debido a la evangelización, también es cierto que fueron las iglesias los principales focos de obtención de instrumentos. Por otra parte, está la música militar, de la cual existe menos documentación. Sí sabemos que se caracterizaba por ser principalmente instrumental, usando por lo general instrumentos de viento y percusión. La colonia fue escenario del desarrollo de la música marcial y del surgimiento paulatino y retardado de agrupaciones que llegarían a organizarse de manera concreta con el advenimiento de los estados independientes (Vargas Cullel, 2004). Dichos conjuntos se dedicaban en gran parte a la música destinada para actos cívicos y gubernamentales. 

La música y los ensambles de la colonia de Santo Domingo 

La Española, al ser el único asentamiento por los primeros 15 años del descubrimiento, fue el lugar de llegada de personalidades importantes de la corona, con sus familiares. De Nolasco (1930) conjetura acerca de la imposibilidad de que “las damas españolas se alejaran de su país natal sin un séquito de tañedores y cantores de oficio” (p. 9), dato importante que permite teorizar sobre los posibles orígenes de la música instrumental (europea) dentro de la isla.  

El siglo XVI en Santo Domingo fue un espacio donde florecieron la educación y la práctica musical, tanto religiosa como profana (dada la propagación de juglares y trovadores). La creación de la Arquidiócesis de Santo Domingo (1504), la construcción de la Catedral (1523) y el establecimiento de la Universidad (1538), dieron un empuje al cultivo de la música sacra. La creación del puesto de chantre (maestro de coro) en la Catedral, y la obligación de contar con estudios musicales para optar por el grado de Doctor en Artes, crearon un movimiento institucional a favor de la música europea, del cual salieron reconocidas figuras, siendo el más destacado Cristóbal de Llerena, canónigo y organista en la Catedral nacido en Santo Domingo en 1540, rector de la Universidad de Santiago de la Paz y de Gorjón y reconocido dramaturgo (Vicioso Soto, 1971).

Desde su creación y hasta el siglo XIX, con sus cambios estructurales para la región, la música de La Española se caracteriza por estar altamente enfocada en los eventos bailables y lúdicos, con una influencia siempre religiosa, marcada por el mestizaje y la sensualidad y –al igual que en las demás colonias–, con una fuerte participación vocal. Por lo tanto, los ensambles instrumentales hasta este momento tienen una finalidad generalmente rítmica y de acompañamiento a las danzas populares, además de su utilización en la música litúrgica dentro de las iglesias (único lugar con órgano). Predomina el uso de ensambles pequeños de cuerda o viento, con la participación de instrumentos de percusión. 

Primera mitad del Siglo XIX: Precariedad y división

El siglo XIX en la colonia empieza con un período de crisis. De 1809 a 1821, Santo Domingo experimenta una etapa de pobreza que alcanzó todos los estratos sociales, debido al pobre desenvolvimiento comercial (Jorge, 2011). En este siglo se profundiza todavía más la brecha social que dividía las expresiones culturales de origen africano y las de origen europeo; así como las que eran practicadas en el campo con respecto a las zonas urbanas. Existen numerosos testimonios de prejuicio frente a la música practicada por negros y mulatos. Es conocido que durante todo este siglo se llegaron a prohibir los “bailes de negros de que sean practicados en espacios públicos”. 

Un espacio importante de difusión musical en esta etapa es el pequeño salón familiar burgués, donde se ejecutaba la música de la élite y los estilos predilectos de la alta sociedad. Ya acercándose la etapa revolucionaria, hubo una fuerte actividad teatral y filarmónica, impulsada por los jóvenes trinitarios.  

En la Catedral, las posiciones musicales fueron muy irregulares debido a la pobreza del cabildo, y muchos de los músicos tocaban sin paga. Se nota la presencia desde 1812 de Esteban Valencia, quien se desempeñó como maestro de capilla: un estudioso universitario que daba clases de manera gratuita a los jóvenes relacionados con la música de la iglesia, y cuyo nombre está vinculado a muchos de los músicos destacados de la segunda mitad de siglo. 

Se popularizan entre la música de los criollos los ensambles de orquesta de cuerda rasgada (el cuatro, el tres, la bandurria, el seis, el tiple y la guitarra), principalmente en géneros festivos como el emergente merengue y la mangulina que, aunque en principio fueron rechazados por la clase alta acostumbrada a ritmos más europeos –como las polkas, los galopes, las mazurcas y los valses–, al final terminaron imponiéndose, luego de la formación del Estado nacional.  También en los bailes más precarios de los negros y mulatos, los ensambles muchas veces consistían en instrumentos como palos hechos de madera, un higüero con surcos (el güiro), una especie de banjo, maracas, quijada de caballo, y tambores. 

Segunda mitad del siglo XIX: Crecimiento de la influencia sinfónica

Luego del establecimiento de la República y la organización militar, se establecieron de manera oficial las bandas militares. Un decreto de Santana del 15 de julio de 1845 estipula que, dondequiera que hubiese un regimiento, debía haber una banda militar. Aquellas bandas consistían en instrumentos de viento (maderas y metales) y percusión militar. Este acontecimiento es importante, ya que estas bandas fueron la introducción para muchos de nuestros músicos a repertorios que no necesariamente tenían que ver con el género bailable. 

Para la segunda mitad del siglo XIX, la Catedral de Santo Domingo contaba con su órgano, y con el conjunto instrumental más importante del país. Tenía funciones fijas, además de poseer el monopolio de los funerales y los servicios que se realizaban en la parroquia. Una lista de 1862 revela que gran parte de los músicos más destacados en este período pertenecían a dicha orquesta. Sobresalen los nombres del clarinetista Juan Bautista Alfonseca (considerado como uno de los primeros impulsores del merengue y director de la primera banda militar del ejército dominicano), y del contrabajista José Reyes (autor del Himno Nacional dominicano). La planilla contaba, aparte de ellos, con tres violines, flauta, dos trompas y violonchelo, además de las voces. La puesta en marcha de dichos ensambles, dieron lugar a la creación musical para orquesta. Ejemplos de ello son José María Arredondo, compositor de 135 misas (conocidas), y el ya mencionado José Reyes, quien también incursionó en el género eclesiástico. 

Otro espacio musical que se desarrolló fue el de las representaciones líricas, de la mano de la sociedad Amantes de las Letras la que, con ayuda del sector comercial criollo y extranjero, dio a la ciudad en 1860 su primer teatro –aunque en 1865 fue utilizado por los españoles en la Guerra Restauradora, quedando destruido por completo. Sin embargo, luego de la creación de la sociedad La Republicana, renacen las representaciones teatrales. Fueron frecuentes los viajes de compañías de óperas, zarzuelas y variedades que llegaban de Puerto Rico y Cuba, principalmente. Pero hay también registro de compañías procedentes de Nueva York, España y Francia. El teatro de La Republicana se mantuvo vigente durante 45 años, como un foco cultural de la ciudad de Santo Domingo y de las provincias Puerto Plata, Santiago y San Pedro de Macorís. Sobresale la participación de dominicanos en la puesta en escena de la zarzuela El Dominó Azul, y en 1885 con la presentación de La Traviata

Trabajar a la par de compañías extranjeras obligó a nuestros instrumentistas a familiarizarse con partituras españolas e italianas que, aunque se trataba muchas veces de obras ya desfasadas en Europa, eran desconocidas por aquellos. Esto también los obligó a trabajar a un ritmo acelerado, teniendo que practicar el mismo día obras que nunca habían interpretado. Las orquestas eran pequeñas, con alrededor de doce músicos. 

A los miembros de estas pequeñas orquestas se les comenzó a denominar “los filarmónicos”. Compartían un mismo sentido de progreso e independencia artística. Su misión era poder demostrar que en la República Dominicana era posible desarrollar música de calidad sin necesidad de la injerencia extranjera. Fueron numerosas las sociedades filarmónicas en la segunda mitad del siglo. Y ya para la fecha era usual la importación constante de instrumentos sinfónicos de Europa y Estados Unidos. También, luego de los 1890, existen pruebas puntuales de construcción instrumental dentro del país. 

Siglo XX: Hacia la institucionalización de la vida sinfónica

El nuevo siglo vio la creación de una escuela de compositores dominicanos que, con una importante influencia del Romanticismo, dieron un lugar importante a la composición para orquesta. Entre este grupo se puede mencionar a José de Jesús Ravelo, Manuel de Jesús Lovelace, Gabriel del Orbe y Augusto Vega, quienes compusieron un amplio repertorio orquestal, como suites sinfónicas, música eclesiástica, y música sinfónica con temática folklórica. Esta generación dejó en claro su preocupación por la educación musical y la difusión de la “buena música”, con la creación del primer Congreso de Música Dominicana. 

El antecedente directo de la Orquesta Sinfónica Nacional se encuentra en el Octeto del Casino de la Juventud dirigido por Ravelo, creado en el contexto de la propagación de la música clásica europea que –a causa del centenario del fallecimiento de Beethoven en 1927– adquirió una fuerza aún mayor. Este Octeto se transformaría luego en la Sociedad de Conciertos, con unos 90 músicos, algunos de los cuales decidieron crear la Sociedad Sinfónica de Santo Domingo. La Sociedad recurrió a Rafael L. Trujillo para la adquisición de instrumentos, por lo cual fue éste nombrado miembro honorífico de la institución y le fue dedicado su primer concierto. Luego, en 1936, fue declarado “Máximo Protector de la Cultura Dominicana”. En 1941, con la llegada del maestro Enrique Casal Chapí, refugiado de la Guerra Civil Española, y dentro de la ola de institucionalización y organización artística del trujillato, se crea oficialmente el 5 de agosto la Orquesta Sinfónica Nacional, después de la fundación del Conservatorio Nacional de Música en ese mismo año.

Esta generación de Ravelo sirvió de inspiración para los compositores de mediados de la década del 30, quienes luego se valieron también de la creación de las nuevas instituciones culturales. Coopersmith (1949) los denomina “la primera escuela verdaderamente nacional y folklórica”. Estos compositores incorporaron libremente expresiones populares como el merengue, la mangulina o el carabiné dentro de sus obras y, al mismo tiempo, dentro de los teatros y la vida cultural de las clases pudientes. Liderados por Juan Francisco García y Esteban Peña Morell, dentro de este grupo se puede mencionar a Enrique Mejía Arredondo, José Dolores Cerón, Rafael Ignacio, Julio Alberto Hernández, Ramón Díaz, Luis Rivera, Enrique de Marchena, Ninón Lapeiretta de Broüwer y Manuel Simó. 

Conclusiones

El estudio de la historia musical deja en claro el conocido crisol de nuestra cultura: la importación de una hispanidad todavía medieval junto a los procesos de mestizaje con las culturas africanas. Es decir, el quehacer musical de la isla siempre ha tenido el baile como guía. 

Ya luego la República Dominicana, al igual que los demás países de la región, estuvo siguiéndole siempre el paso a Europa para no quedarse atrás en las consideradas “artes superiores” de la élite. Mucho de esa visión ha cambiado, pero también hay prácticas que persisten. La República Dominicana tiene un amplio repertorio sinfónico que para los oídos de este siglo es aún desconocido. Y si bien un merengue sinfónico es causa de alegría y orgullo patriótico (en vez del disgusto de los capitaleños decimonónicos), también es cierto que mucho de este repertorio solo es tomado en cuenta para hacer conciertos esporádicos. ¿Por qué no hacer de nuestro repertorio una parte esencial de la producción cultural?  Procuremos siempre que nuestras instituciones culturales estén al servicio de nuestra historia y autores. Si no lo hacemos nosotros, entonces ¿quién lo hará? 

Referencias bibliográficas

Claro, S. (1970). “La música virreinal en el nuevo mundo”. Revista musical chilena,

24(110), 7-32.

Coopersmith, J.M. (1949). Music and musicians of the Dominican Republic.

Division of Music and Visual Arts, Dept. of Cultural Affairs, Pan American Union.

Washington D.C. Recuperado de:

https://archive.org/details/musicmusiciansof00coop/page/n73

De Nolasco, Flérida. (1939). La Música en Santo Domingo y otros ensayos.

Editora Montalvo. Ciudad Trujillo (Santo Domingo).

Pérez de Cuello, Catana; Solano, Rafael. (2003). El merengue: Música y baile

de la República Dominicana. Colección Cultural Codetel. Santo Domingo.

Jorge, Bernarda (2011). La música dominicana siglos XIX y XX. Editora Nacional. Santo Domingo.

Vargas Cullel, María Clara (2004). De las fanfarrias a las salas de concierto, música en Costa Rica (1840-1940). Editorial de la Universidad de Costa Rica. San José.

Vicioso Soto, H. (1971). Panorama de la música en Santo Domingo.

Recuperado de:

http://bibliotecadigital.bnphu.gob.do:8080/xmlui/handle/BNPHU/583

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Joel Díaz, compositor y arreglista dominicano nacido en 2001, con estudios musicales de piano y composición desde los 10 años en la academia Estudio Diná y en el Conservatorio Nacional de Música, los que completa ahora en la Universidad de Costa Rica. Fue pianista titular en la Sinfónica Nacional Juvenil.

Hilario Olivo es el autor de los lienzos que acompañan este texto. Nació en San Francisco de Macorís, 1959.